martes, 20 de mayo de 2025

Literatura de naturaleza divina


Llueve en Buenos Aires y me siento a escribir sobre Walk the Blue Fields, preciosa colección de cuentos de Claire Keegan. Nacida en Irlanda en 1968, Keegan es, para mí, sencillamente, extraordinaria. Antes de este leí Antarctica (cuentos) y Small Things Like These (novella).

Walk the Blue Fields contiene ocho cuentos que ocurren principalmente en la ruralidad irlandesa. Hay curas que se enamoran, mujeres que son abusadas en silencio durante años, parejas que no pueden comunicarse, oportunidades perdidas, supersticiones, caballos hermosos, perros perfectos y sobre todo mucha dificultad emocional sobre un mundo natural que está siempre presente. Al final del cuento que le da el título al libro, el cura piensa: “¿Dónde está Dios?, se había preguntado, y hoy Dios está respondiendo. El aire todo alrededor está agudo con el fuerte olor de los arbustos de grosellas salvajes. Un cordero escala de un sueño profundo y atraviesa el campo azul. Arriba, las estrellas rodaron a sus posiciones. Dios es la naturaleza”. (p. 58)

En “The Long and Painful Death”, una autora cumple 39 años durante una residencia en la casa de Heinrich Böll (escritor alemán ganador del Premio Nobel de 1972). Al principio le cuesta escribir y pierde tiempo paseando y haciendo una torta y además la interrumpe un señor alemán que resulta ofendido de que ella pierda el tiempo en casa de Böll en lugar de estar escribiendo, pero con eso, justamente, la escritora hace un cuento.

En “The Parting Gift” Keegan cuenta con pasmosa naturalidad la historia de una chica abusada por su padre durante años. Es el día que se va, finalmente, de la casa, a Estados Unidos, y aunque el padre no le da el regalo de despedida que hubiera esperado, su hermano le da otro que la deja llorando encerrada en el baño del aeropuerto, pero que, quizás, sea el camino a la liberación.

En “Walk the Blue Fields” un cura de pueblo casa a dos jóvenes, y al poco tiempo sabemos que la novia fue su amante, la mujer por la que él estuvo a punto de dejar el sacerdocio. El cura lleva todo el dolor frente a todo el pueblo, solo, y recuerda la oportunidad perdida. (En este cuento “los árboles son altos y acá el viento es extrañamente humano” [p. 38], lo que no sé muy bien qué significa, pero suena hermoso). El cuento que le sigue (“Dark Horses”) es el de otra oportunidad perdida: Brady le cuenta a Leyden cómo fue que dejó ir a “la mujer más bella que jamás pasó por acá” (p. 66). En “Night of the Quicken Trees”, en cambio, Margaret Musk ve una oportunidad y sí la toma. El cuento relata la extraña relación entre Stack, un solterón que vivía con una cabra, y Margaret, una mujer supersticiosa (y con poderes de sanación) que se muda al lado de Stack, en un pueblo cerca del mar. Allí había tanto viento que “Los ponis estaban parados con sus colas al viento como si el viento pudiera fertilizarlos. Toda criatura parecía capaz o al borde de volar” (p. 146).

“The Forester’s Daughter” es demasiado complejo para contar, pero baste decir que hay pareja donde nada se dice por décadas, un hombre sin amor por nada más que por su tierra y su granja, una hija solitaria a quien le dan y le quitan un perro, un hijo con problemas mentales y un perro hermoso. El cuento, que podría ser una novela, tiene momentos geniales de terceras primeras de un perro; por ejemplo: “Desconcertado primero por la presencia de un desconocido, el retriever mira a su alrededor y después se acuerda de ayer. O’Donnell había tratado de dispararle, pero claro, la rabia de O’Donnell fue siempre más aguda que su puntería. Era, simplemente, un ejemplo de un cazador malo que culpa a su perro” (p. 78).

En fin, Keegan es una genia, y harían todos muy bien de ir a leerla.

 

Otras citas que me gustaron

“When she woke, she felt the tail end of a dream –a feeling, like silk– disappearing”. / “Cuando se despertó sintió la cola final de un sueño –una sensación, como seda– que desaparecía”. (p. 4)

“There are tears there but she is too proud to blink and let one fall. If she blinked, he would take her hand and take her away from this place. This, at least, is what he tells himself. It’s what she once wanted but two people hardly ever want the same thing at any given point in life. It is sometimes the hardest part of being human.” / “Hay lágrimas ahí pero ella es demasiada orgullosa como para pestañar y dejar que caiga una. Si pestañara, él la tomaría de la mano y la sacaría de este lugar. Esto, al menos, es lo que se dice a sí mismo. Es lo que ella quiso en un momento pero difícilmente dos personas quieran lo mismo en cualquier momento dado de la vida. Es a veces lo más difícil de ser humano” (p. 51).

 

Originales de las citas

“Where is God? He has asked, and tonight God is answering back. All round the air is sharp with the tang of wild currant bushes. A lamb climbs out of a deep sleep and walks across the blue field. Overhead, the stars have rolled into place. God is nature. (p. 58).

“the trees are tall and here the wind is strangely human” (p. 38).

“the finest woman ever came around these parts” (p. 66).

“Ponies stood with their backsides to the wind as though the wind would fertilise them. Every creature seemed capable or on the verge of flight” (p. 146).

“Puzzled at first by the presence of a stranger, the retriever looks around and then remembers yesterday. O’Donnell tried to shoot him but then O’Donnell’s rage was always sharper than his aim. It was, quite simply, a case of the bad hunter blaming his dog” (p. 78).

viernes, 16 de mayo de 2025

Abogado, hincha de Independiente y bon vivant

Ayer yendo a la cancha Waze me llevó por un lugar raro para evitar el colapso de la 9 de Julio. Le hice caso sin pensarlo y al minuto de doblar por Diagonal Norte me avivé de que no era la primera vez que hacía ese camino para ir a la cancha.

Mi viejo tenía un estudio de abogados con su hermano en el edificio La Unión, Diagonal Norte 811. Un día papá se había olvidado los carnets en el estudio y fuimos a buscarlos. Estacionó con balizas en la avenida y me dejó esperando mientras los buscaba. Quizás pasó más de una vez, pero ese era un sábado o domingo a la mañana y había llovido. Al rato el viejo bajó y seguimos.

Tengo mil recuerdos de mi viejo en la cancha. Cuando era chiquito yo le insistía para que me llevara: eran los tiempos del Bocha y de las copas. Después él dejó de ir y yo empecé a ir solo o con mi amigo y casi hermano al que hicimos del Rojo con papá: así vimos el campeonato de 1995. Y más tarde yo empecé a llevarlo a él. Vimos algunos partidos del campeonato con el Tolo Gallego y después otros ya en la mala, como en esta foto, que si no es la última vez que fue a la cancha le pega en el palo. 


El partido de ayer fue un día después del segundo aniversario de su muerte. La noche anterior habíamos ido a comer con mi esposa e hijas en conmemoración, porque al viejo le gustaba comer y tomar bien. (Esta foto, como me dijo el miércoles un amigo, mío y del viejo, "lo pinta de cuerpo entero").

Cuando entrábamos a la cancha con mi hija mayor le dije que de alguna manera, con ayuda de Waze, estos días lo había recordado con tres de sus facetas clave: abogado, hincha de Independiente y bon vivant. 

lunes, 12 de mayo de 2025

La búsqueda ordena


Leí La luz negra, de María Gainza, de quien también leí El nervio óptico, y pienso ahora que son muy buenos los títulos de María Gainza. En esta nueva novela Gainza camina en el mismo mundo que en el anterior, en la intersección de los círculos bohemios y del arte con el del (llamémosle así) patriciado porteño. El segundo es más o menos el mío, mientras que el primero, como decía en mi apunte de El nervio óptico, me es más ajeno.

La luz negra es una novela sobre la falsificación, que quizás quiere decir que es sobre la identidad (¿no lo son todas?), pero también es, quizás, el relato de un duelo. La narradora, encerrada en un hotel que da al cementerio de la Recoleta, recuenta cómo una vida cerca del arte la llevó al mundo de la falsificación. Cómo, por trabajar junto con una persona encargada de certificar la originalidad de cuadros, Enriqueta Macedo, terminó persiguiendo a una antigua falsificadora, la enigmática Negra. En el medio, también, nos recrea un mundo, el del Buenos Aires de los sesenta, en torno a la “Banda de Falsificadores Melancólicos”, y hasta una subasta de objetos de Mariette Lydis, una pintora austríaca que vivió y murió en Buenos Aires, y que está sepultada, claro, en el cementerio de la Recoleta. El relato está construido con datos y personas que sabemos reales y otros que quizás sólo los entendidos pueden saber.

La Negra era la mejor de las falsificadoras. Falsificar, nos dice Gainza, “es todo un arte porque supone meterse en la cabeza del otro, requiere de empatía y, ¿por qué no?, de genio. Era una falsificadora original, si tal cosa existe” (p. 37). La narradora, quien hasta donde sabemos jamás agarra un pincel, es también una falsificadora. Se mete en el mundo del arte porque no tiene mucho dónde ir y allí la conecta el “tío Richard”. Y sigue adelante, quizás, porque ese es el personaje que construyó o está construyendo. En un momento, al ser despedida del diario en el que se desempeñaba como crítica, llora: “mientras sentía una lágrima correr por mi mejilla me pregunté si no serían de cocodrilo. A veces uno entra en personaje y es difícil distinguir” (p. 74).

Como investigadora quizás es falsificadora, quizás apenas una amateur. En definitiva, investiga menos por interés en el arte o la historia que por dolor, quizás por amor. Entre muchas otras cosas, Enriqueta le había enseñado la importancia de tener una búsqueda: “’Una búsqueda te ordena’, me había dicho, ‘mantiene la cosa a raya’” (p. 77). Y la narradora necesitaba mantener la cosa a raya. “Cuando un ser querido muere, el acto reflejo es básico, e intuyo, universal: uno vuelve mentalmente a esa persona, repasa los temas de conversación, rescata el viejo léxico de guiños y chistes internos, revisa los lugares comunes” (p. 139).

No me volvió loco La luz negra; me gustó quizás menos que El nervio óptico, y hasta se me hizo larga por momentos. La encuentro deshilachada e inconclusa, pero ahí está, ya por su sexta edición o más y traducida a diez idiomas y todo eso.

 

Otras citas

“Qué cosa monstruosa nuestro pasado, en especial cuando ha sido excitante” (p. 43).

“Rara vez un hombre le propone algo a una mujer sin que ella, minutos antes, no lo haya intuido” (p. 46).

“Tenemos poco y nada: solo lo que somos hoy, como mucho lo que hicimos ayer, lo que haremos mañana, con suerte” (p. 134).


viernes, 2 de mayo de 2025

Tierra violenta

 


Leí Ladrilleros, novela de Selva Almada publicada en 2013 y que disfruté mucho. Ladrilleros relata el enfrentamiento de dos familias, los Tamai y los Miranda, en algún lugar del Chaco (¿sólo por eso me hizo acordar a Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued?).  Primero los padres, Oscar Tamai y Elvio Miranda; después los hijos, Pájaro Tamai y Marciano Miranda.

En un lugar violento donde sacrifican a un perro ahorcándolo, donde el calor oprime y los humanos son más animales que sociales:

“Llegaron a un grupito de árboles y Tamai la apoyó contra el tronco de uno. Sintió la corteza áspera raspándole la espalda que el solero le dejaba desnuda. En un puño mantuvo agarrada la bombacha y al otro se lo mordió para no gritar cuando lo tuvo todo adentro al novio.

Cuando terminó, se arregló la ropa, aturdida. Él, jadeando, se recostó contra el árbol y prendió un cigarrillo, luego la atrajo con un brazo y le besó la frente.

– De parados no preña –le susurró.”

Almada te lleva así, directo. Como cuando Celina conoce a Oscar, y “el corazón se le paraba adentro del pecho. Fue apenas un instante porque cuando el hombre comenzó a caminar hacia ella, haciendo sonar los tacos de sus botas sobre los mosaicos del piso, empezó a latir desaforado. Tamtam las botas; tamtam el corazón.” (p. 30) Sólo en algunos momentos tuve algunos problemas con la puntuación, porque soy medio molesto con eso, o con algunas palabras que me sacaban del registro del lugar. Y te lleva contando quizás dos décadas de historia en doscientas páginas cortas, yendo y volviendo en el tiempo, empezando en el presente para terminar en el mismo lugar, en una novela que tiene algo de Montescos y Capuletos y de un amor imposible y muertes también, con cuchillos, claro: “Los filos hambrientos buscaron la carne enemiga”.