miércoles, 25 de junio de 2014

Cobertura mundialista

Ayer se despidió Inglaterra del Mundial y con ella mi cobertura para el blog de Garrincha. Acá dejo mis tres crónicas de los tres partidos de los tres leones. La cobertura en el blog de Garrincha sigue: pasen y vean.

Ups and downs
(14/06/2014: Inglaterra 1 - Italia 2)

Unas horas antes del partido pasé por Manaos. Por arriba de Manaos, a 36.000 pies, en un Airbus de la aerolínea de bandera. Me sentí tan argentino, partiendo a Brasil por el medio desde el aire, que me dieron ganas de comer dulce de leche. Mientras pasaba por ahí imaginé la sombra de nuestro avión en la selva, como un mosquito, pequeño para los estándares locales, y pensé en el pobre Steven Gerrard, tan lejos de la ciudad de los Beatles, y me acordé de Fitzcarraldo. Bah, de las imágenes de Fitzcarraldo que recordé de las cosas que me dijeron de esa película, porque nadie normal la vio y yo soy normal. Soy re normal.
Finalmente bajé, en el gran país del norte. Hice migraciones, busqué mi valija, pasé aduana, hice check-in para mi vuelo de conexión, corriendo corriendo porque no llego, porque estoy justo, y cuando llegué a la puerta resultó que el vuelo estaba retrasado. En el bar de al lado estaba empezando el partido y entonces eso que parecía tan malo, tener que esperar, resultó bueno, porque puedo ver el partido, me dije. Y qué mejor lugar para ver un partido del Mundial que un aeropuerto, eso que alguna de esas personas re profundas llamaron un no-lugar. El Mundial tiene algo artificial también, un empaquetamiento de emociones desplazadas, la identidad del barrio mutada, empaquetada, marqueteada. Lo bajo del barrio, de Anfield, de Stanford Bridge, de Tottenham, convertido en lo alto de la FIFA. En el camino de abajo a arriba se pierde algo de alma, como una chica de Nebraska al llegar a Hollywood.
Mientras tanto, van 33 minutos, y los equipos suben y bajan en bloque. Los ves a todos en el mismo plano (salvo al arquero del equipo que ataca), bien compactos. Y desde que empecé a escribir este párrafo vino el gol de Italia (Marchisio tras gran jugada de Pirlo, que la dejó pasar) y el empate de Inglaterra, England, by Sturridge, tras centro de Rooney. Las emociones subieron y bajaron y escuché el llamado a mi vuelo justo después de que terminara el primer tiempo. Durante el segundo voy a volver a estar arriba, cruzando el Golfo de México en camino a Houston, pero no hay problema. Pase lo que pase, el fútbol siempre será esto, los altos y bajos, lo alto y lo bajo.


By George
(19/06/2014: Inglaterra 1 - Uruguay 2)

Oh sweet Georgia pie. Nosotros, los ingleses, conquistamos medio mundo y le pusimos nombres a muchas partes. Llegamos hasta este continente incontenible e hicimos colonias como esta y las nombramos como quisimos. A este le pusimos el nombre de nuestro rey y de nuestro santo, el que mataba dragones. Hace calor en Georgia y son las tres de la tarde. El Sticky Fingers Smokehouse está casi vacío y la rubia gordita de la barra me quiere hacer comer o tomar cosas. Sweet Georgia pie pido, porque hay una canción, mientras el juez le perdona la vida a Godín y nosotros, que somos caballeros ingleses, no protestamos. The pound sterling es una medida de plata, y este Sterling (que no es Roger) es la medida del fútbol de Inglaterra. Sterling y Rooney contra el mundo, con algo de Sturridge on the side, como un bowl de porridge, pero qué calor, no acá, no hoy. Metemos un cabezazo en el palo y tenemos un par de situaciones pero no entra y Cavani hace un jugadón y Suárez, el que juega en Liverpool, deja a Joe Hart a contrapié y a Inglaterra con un pie afuera.
Nos queda un tiempo y estoy solo en la barra. Cada tanto pasa la gordita y me pregunta si quiero algo más. Simpática la rubia. Estoy solo como el pobre Joe Hart en nuestro arco, que los uruguayos empiezan a cascotear con más calidad que fiereza. Oh England, England, nosotros que nombramos las cosas e inventamos el juego, England. La rubia se llama Brittany: a ella también le pusimos nosotros el nombre, los británicos, que conquistamos todo pero ya no podemos ni en los deportes que nosotros mismos inventamos. Y ahí va Rooney, tira el segundo caño de la tarde, como si fuera sudamericano, rioplatense, y Muslera empieza a hacerse grande hasta que la metemos, al fin, centro de Johnson y gol de Rooney. Pero de nuevo, como contra Italia, llega la desilusión porque no puede haber final feliz para Inglaterra y Suárez mete el segundo. Son las cinco y empiezan a llegar los gringos para la cena en el Sticky Fingers. Terminó el partido y yo solo, acá, en la barra vacía. La rubiecita se fue y yo salgo al calor de Georgia. Saint George nos abandonó y un millón de dragones vomitan su fuego sobre nuestras espaldas.


Despedida
(24/06/2014: Inglaterra 0 - Costa Rica 0)

Me fui a Gibraltar, no a la roca sino a un pub, a ver un partido que más que partido era una despedida, la nuestra, la de Lampard, la de Gerrard. Caminando por el empedrado de San Telmo en mi cabeza sonaba la introducción de "I did it my way", pero en la versión decadente de los Sex Pistols: "And now, the end is near / And so I face the final curtain" dice Sid Vicious.
No era el final que esperábamos, no. Tan inesperado que tuve que ir a un pub inglés porque a nadie le importaba este partido. Hasta en Gibraltar estuvimos relegados: como si en la roca fueran primero los gallegos, en la tele grande de adelante pusieron Italia-Uruguay y nosotros quedamos atrás en la tele chiquita. (Me agarró tortícolis por mirar hacia arriba.) Un inglés me invitó a sentarme a su mesa mientras en la de al lado miraba nervioso el único costarricense de Buenos Aires, envalentonado por su equipo.
Pudimos haber ganado hoy. Sturridge tuvo una, dos, tres, cuatro oportunidades, pero no entró. Los ingleses alrededor se rieron cuando vieron a uno de ellos mostrando un cartel desde la cancha: "Pasajes £1.200, Entradas £1.200, Alojamiento £2.000. Ver el partido ya eliminados: no tiene precio". Así nos despedimos, con humor, riéndonos de nosotros mismos, de nuestra impotencia. "What's the difference between England and a tea bag?", preguntaban por las redes sociales: "a tea bag stays in the cup longer." Y nos reímos pensando en la bolsita ya casi seca y fría, como una pequeña pijiita después de mucho tiempo en la pileta, a shrivelled up penis.
Así llega nuestro final, nuestro telón tan lejos de la final y nos vamos con la tristeza de no haberlo hecho a nuestra manera, no como Frank, no como Sid. Nos pusimos a tocar como si fuéramos latinoamericanos, tiramos caños en vez de centros, jugamos 4-2-3-1 como España. Tomamos una pinta más, reímos hacia afuera manteniendo la compostura, como hacemos los ingleses, con la frente en alto, y mascullamos que extrañamos el four-four-fucking-two antes de salir de la puerta del bar y olvidarnos de toda esta mierda por cuatro años.

martes, 3 de junio de 2014

Promesas rotas


No country for old men es una notable novela del notable Cormac McCarthy, con quien hace rato no puedo ser objetivo: lo leímos y lo amamos acá y acá y acá y acá. Pero esta, que fue muy bien llevada al cine por los hermanos Coen, es realmente una obra maestra desde los tópicos, las escenas, las imágenes y la sensación de que McCarthy puede escribir siete millones de palabras sin que sobre una sola.
Tres cazadores se entremezclan en la frontera entre México y EE.UU., en el sur de Texas, tras un enfrentamiento entre bandas de narcotraficantes. Moss, un ex combatiente de Vietnam que estaba cazando por la zona y se quedó con una bolsa con dinero; Chigurh, un agente de alguna de las bandas, busca cazarlo para recuperar el dinero (y la droga que alguien más se llevó); y el sheriff del condado, Bell, un veterano de mil batallas, busca cazar a los dos.
Como en todas las novelas de McCarthy, son todos hombres duros, acostumbrados a la violencia. De hecho, todos los personajes con alguna relevancia fueron a alguna guerra (primera y segunda guerras, Vietnam). Y como en otras, hay también una sensación de fatalidad, que el destino no puede torcerse. "Las cosas que te pasan te pasan. No preguntan antes. No solicitan permiso" (p. 220), le dice Moss a una chica en la ruta. Y sigue diciendo que lo que hiciste está hecho: "No podés empezar de cero. De eso se trata. Cada paso que das es para siempre. No podés hacer que se vaya. Nada." (p. 227) Casi lo mismo le dice Chigurh a otra chica: "Cada momento de tu vida es un cambio y una decisión. En algún lado decidiste. Todo siguió hasta acá. La contabilidad es escrupulosa." (p. 259)
Alrededor de una novela de crimen aparecen temas más trascendentes, muchas veces a partir del discurso del sheriff veterano. McCarthy se sale con la suya de tener a un personaje reflexionando porque la oralidad es perfecta; escuchás al texano como si estuviera con vos frente a una chimenea, con su sombrero en la mano. Como un hombre de otro tiempo, Bell sigue creyendo en la verdad: "Creo que cuando se digan y se olviden todas las mentiras la verdad todavía va a estar ahí. No se mueve de lado a lado y no cambia de un momento a otro. No la podés corromper más de lo que podés salar la sal." (p. 123)
Detras y en el centro está el cambio, el fin de la ilusión, las promesas rotas. El país de McCarthy es un país roto por la violencia, por la droga y por la ausencia de Dios. Para un país con esta historia, para hombres que pasaron por la guerra, no es neutral: "No se puede ir a la guerra sin Dios." (p. 295) Los nuevos criminales son distintos: "No creo que hayamos visto esta gente antes. De este tipo. No sé qué hacer con ellos. Si los mataras a todos tendrían que construir un anexo en el infierno." (p. 79) Bell se da cuenta de que no tiene más idea "del mundo que se está cocinando" que sus antepasados (p. 283) y se siente derrotado, como fue vencida la promesa americana. Al final del libro, Bell ve un bebedero y se pregunta por el hombre que lo hizo. "Este hombre se había sentado con un martillo y un cincel y había tallado sobre la piedra un bebedero de agua que duraría diez mil años. ¿Por qué? ¿En qué era que tenía fe? No era en que nada cambiara. Que es lo que vos podría pensar, me imagino. Tenía que saber más que eso. (...) Y tengo que decir que lo único que se me ocurre es que había algún tipo de promesa en su corazón." (p. 307)
Como en el final del Gran Gatsby, como en esos cuentos de Flannery O'Connor en los que vemos una sociedad que cambió lo suficiente como para que ya no se pueda confiar en nadie pero donde el cambio es tan reciente que aún quedan confiados, la promesa rota de un mundo mejor queda expuesta en el centro de la literatura americana.

Originales de las citas usadas

"Things happen to you they happen. They dont ask first. They dont require your permission." (p. 220)
"You dont start over. That's what it's about. Ever step you take is forever. You cant make it go away. None of it." (p. 227)
"Every moment in your life is a turning and every one a choosing. Somewhere you made a choice. All followed to this. The accounting is scrupulous." (p. 259)
"I think that when the lies are all told and forgot the truth will be there yet. It dont move from place to place and it dont change from time to time. You cant corrupt it any more than you can salt salt." (p. 123)
"You cant go to war without God." (p. 295)
"I dont know. I used to say they were the same ones we've always had to deal with. Same ones my grandaddy had to deal with. Back then they were rustlin cattle. Now they're running dope. But I dont know as that's true no more. I'm like you. I aint sure we've seen these people before. Their kind. I dont know what to do about em even. If you killed em all they'd have to build a annex on to hell." (p. 79) 
"And the truth is I dont have no more idea of the world that is brewin out there than what Harold did." (p. 283) 
"But this man had set down with a hammer and chisel and carved out a stone water trough to last ten thousand years. Why was that? What was it that he had faith in? It wasnt that nothin would change. Which is what you might think, I suppose. He had to know bettern that. (...) And I have to say that the only thing I can think is that there was some sort of promise in his heart." (p. 307) Sheriff Ed Tom Bell, voz en off.