lunes, 26 de diciembre de 2022

La otra opción es escribir

 


El lugar, tomo dos de la trilogía involuntaria de Mario Levrero, es mucho más oscuro que su predecesor, La ciudad. Si La ciudad parece un sueño con tonos de pesadilla, El lugar parece una pesadilla larga y cruel en tres actos.

En la primera parte, un personaje sin nombre despierta en un lugar desconocido y vaga por un tiempo de imposible indefinición en un laberinto, un laberinto recto interminable de una habitación tras otra que un predecesor suyo describe como un infierno. A la entrada del infierno de Dante una inscripción dice que los que ingresan deben abandonar toda esperanza. Desde temprano, la idea de la (des)esperanza está presente: “durante el sueño no había concebido mayores esperanzas de que aquello fuese una pesadilla; desperté con la idea más o menos clara de que estaba viviendo algo distinto.” (p. 29)

En más de un momento el personaje cree haber llegado a un lugar reservado para él. Pero sigue adelante, quizás no con esperanza pero sí con la convicción de que debe encontrar una salida y con alguna idea de cierto libre albedrío. Cuando encuentra la salida de ese laberinto recto llega a un “patio”, con otras personas que hablan su idioma. Allí, nuevamente, parece haber un lugar reservado para él, pero sigue pensando que debe salir aunque le hacen y se hace la pregunta de para qué y no logra responderla. Al salir del patio, con una mujer llamada Alicia y un niño, llega a un lugar que parece replicar el laberinto recto pero en un contexto rural. Y también encuentra un lugar reservado para él: “el sistema empezaba a repetirse. La casa parecía estar esperándonos. Los elementos estaban dispuestos para que nos fuera cómoda; había, además, un escritorio, con una máquina de escribir y abundante papel. (...) Todo estaba en orden. Me sentí desolado” (p. 131).

Distintos elementos nos hacen pensar que el personaje de El lugar es el mismo del de La ciudad, incluyendo la referencia a una mujer llamada Ana y la información explícita de que le falta el reloj (p. 20). La gran diferencia es la referencia a los apuntes que va tomando, que se transforman finalmente en el relato de El lugar. Es en esa casa rural, con Alicia y el niño donde el narrador estructura este relato, y después de eso decide irse. Como ocurre en distintos lugares dentro de El lugar, se le presenta un lugar adecuado para él pero lo rechaza porque no es elegido por él, y decide irse a pesar de no poder decir para qué, a pesar de no haber una esperanza de algo mejor: “Comencé a explicarle, aunque cada vez era menos claro para mí mismo, la angustia que me producía estar allí; aunque todo se pareciera, en ese momento, a lo que alguna vez había deseado –una vida tranquila en el campo–, no podía tolerar la idea de haber sido llevado allí contra mi voluntad, de sentirme perdido, extraviado” (p. 132).

Llega así a una tercera etapa, decididamente urbana, en parte dentro de un hotel, donde hay violencia, tortura, un erotismo degrandante. Parece, esta etapa, una metáfora de un totalitarismo. Pero el personaje sigue adelante, a pesar de sufrir violencia y tortura, y llega finalmente a su ciudad, que imaginamos Montevideo, con una cicatriz que parece la consecuencia de la tortura sufrida en el hotel y con “las hojas escritas a máquina” (p. 153) en la casa en el campo.

Allí, en la ciudad, vuelve a trabajar sobre sus apuntes: “de pronto, al escribir, pensé que no podía ser casual que en aquel lugar siempre hubiera tenido a mano papel y lápiz” (p. 157). Y si en el lugar se deprimía pensando que su vida allí no era tan distinta de su vida “real” antes de ser transportado al lugar, en la ciudad siente que no está mucho mejor que en el lugar: “Ahora que la ciudad, mi ciudad, me resulta ajena y aun repulsiva, pienso que estoy repitiéndome en mi actitud de aquel otro lugar. Que no lograré aproximarme realmente a ninguno de mis amigos, ni a Ana, ni a ninguna otra mujer; que sólo los utilizaba para olvidar la soledad, para evadirme de este ser que me habita, que me odia, que me obliga a actuar en contra de mí mismo. (...) El extraño soy yo.” (p. 158).

Así, El lugar se presenta como una metáfora de la vida con una mirada existencialista. En el patio, cuando se suicida el Francés, mientras el resto busca explicaciones, el narrador piensa: “¿Cómo explicar que no necesitaba más motivos que una noche de insomnio y de lucidez para quitarse la vida? Para quien está realmente vivo, la vida se vuelve a veces muy difícil, puede llegar a ser intolerable, sin necesidad de motivaciones especiales” (p. 122). La vida puede ser un infierno, como el laberinto recto; parece un lugar sin esperanzas, sin posibilidad de conexión verdadera con otros y donde uno busca cierta libertad y la vida nos presenta estructuras rígidas.

En ese contexto, una opción parece el suicidio. La otra: escribir.

Lecturas 2022

Fue un año de lecturas raro. Leí 31 libros, que es justo el promedio de libros leídos por año desde 2012, cuando empecé a llevar esta estadística. (Trece años de lecturas en el blog es... algo, qué se yo). Leí casi el mismo porcentaje de varones en 2022 (79%) que el promedio histórico (80%), pero mucho más en inglés (74%) que el promedio histórico (55%). Todo esto no parece tan raro, pero los números esconden un hecho (casi vergonzoso): 11 de los 31 libros son novelas de la serie de Jack Reacher de Lee Child. Casi un tercio de lo leído ha sido de esa dudosa calidad.

Hablando de calidad, esto es lo que más disfruté del año:

Esta es finalmente mi rabia, libro de poemas de mi amiga personal Noelia Torres;

Yo también soy una mosca, de mi también amigo personal Esteban Serrano, alias @cienperros;

El papel preponderante del oxígeno y La última fiesta, de Ángeles Salvador;

Hasta que no haya nada, de José Santamarina; y

Small things like these, de Claire Keegan, genia.

¿Qué nos deparará 2023? Comienza con mucho varón en español y rioplatense, releyendo Levrero y enfilando a terminar, finalmente, con las obras completas de Borges.

jueves, 15 de diciembre de 2022

Un tren a ningún lado

 


Desde que rearmé la biblioteca que me quedó después de dos mudanzas, la de los libros que más quiero, hace unos meses, la miro con ganas, queriendo releer todo. El fin de semana largo del 8 de diciembre viajaba a Uruguay para un casamiento y decidí llevar la trilogía involuntaria de Mario Levrero, que leí hace tanto tiempo que todavía no tenía este blog, este blog que ya nadie lee y que cada vez siento más absurdo.

La trilogía involuntaria comienza con La ciudad, que comienza con un epígrafe de Kafka que marca el tono de lo que se viene. Un diálogo en el que alguien dice que ve una ciudad y otra persona responde poniendo en duda que el primero esté viendo una ciudad, diciendo que apenas se ven “contornos imprecisos en la niebla”. A lo largo del libro (¿la novela?), nada nunca será preciso: los edificios no responden a la forma que tienen los edificios, los mapas no son mapas o lo son de lugares irreconocibles, los libros tienen palabras que no son palabras, letras que no son letras. Por ejemplo, pero esto es válido para casi cualquier descripción: “aquella pared parecía de mármol, o tal vez de azulejos, aunque es probable que no se tratara de ninguna de estas cosas”. (p. 135)

La ciudad sigue durante cuatro días a un protagonista cuyo nombre desconocemos. Comienza en una casa que “no había sido habitada ni abiertas sus puertas y ventanas durante muchos años” (p. 21), y lo sigue en busca de cosas que nunca encuentra y encontrando cosas que no busca. Un viaje en un camión misterioso, una ciudad que no parece una ciudad, una empresa que no hace ni vende nada, la búsqueda infructuosa de una mujer, Ana, y el regreso, inverosímil, desde una estación de tren en medio de la nada, en zorra, hasta otra estación y, finalmente, en un tren con destino a Montevideo (único momento en el libro en el que se nombra a algo conocido de la realidad).

¿Qué es real y qué no lo es en el libro? En tres o cuatro ocasiones el protagonista nos cuenta de sus sueños, pero la impresión general es que todo el relato puede ser el de un sueño. Las cosas tienen la imprecisión general, la ausencia de bordes definidos y el aura absurda de los sueños. Y, sobre todo, la concepción del tiempo de los sueños, de relojes derretidos: “Fue en ese momento que descubrí el temor que me dominaba. ¿Cuánto tiempo hacía que vivía preocupado por lo imprevisto? Quizá desde que salí de la casa, en busca del almacén; quizá desde mucho tiempo atrás, o desde siempre” (p. 51). La mirada externa de lo mismo se da cuando el protagonista se mira a un espejo: “la imagen reflejada se parecía tan poco a la que guardaba de mí mismo en mi memoria que realmente me asustó” (p. 81). (Juntando el epígrafe y los sueños, Borges describió a Kafka como "escritor de pesadillas" - Textos cautivos, t. IV, p. 288). 

La ciudad puede pensarse como una rescritura surrealista de la famosa alegoría de la caverna de Platón. El protagonista vive como dentro de la caverna. A oscuras. Sin saber dónde va ni para qué. Quiere regresar a esa casa húmeda del comienzo sin saber para qué. Como dice Ana, el camino tiene poco sentido porque “de todos modos no llegaremos nunca a ninguna parte” (p. 38). Este gran sueño, o esta pesadilla leve, o abrumadora, como una metáfora del absurdo de la vida.

El libro tiene tres tipos de personajes: quienes esperan algo con una fe incomprensible (como Giménez); quienes representan papeles que parecen estar ahí solo para completar lo que ve nuestro protagonista, como los personajes secundarios de un parque temático; o quienes vagan sin saber a dónde van ni por qué. No parece haber volición o posibilidad creadora (de hecho, el sexo se intuye como deseo pero no se concreta). Giménez pregunta al protagonista qué ha sacado en limpio y él responde “que, evidentemente, en el mundo hay muchas cosas que no comprendo. (...) que cada día que pasa voy comprendiendo menos.” Agregando después ya fuera del diálogo: “Desde que había salido de aquella casa -no; más bien desde que había llegado, o tal vez desde mucho tiempo atrás- no había hecho otra cosa que andar perdido en un mar inmenso, que lo abarcaba todo” (p. 79).

lunes, 14 de noviembre de 2022

Sentencias

 


Leí La última fiesta, de Ángeles Salvador, de quien también leí tardíamente su otra novela, El papel preponderante del oxígeno.

La última fiesta es una novela sobre la corrupción o sobre la responsabilidad, que quizás es lo mismo. Leí medio mal la novela, de una forma muy entrecortada, y tardé semanas en sentarme a escribir sobre ella. Voy a decir poco: que es una voz tremenda, con sentencias duras, que te cuenta y te convence de una manera de mirar la vida; que es un mirada muy divertida y con bella ironía de la politiquería argentina, del mediopelismo vernáculo; que es una narración tremenda y directa, intercalada de menúes de comidas de los personajes y de audios de WhatsApp de personajes secundarios que tejen por detrás.

Pero me quedo con las sentencias. Acá van algunas:

El deseo: “Yo empezaba a darme cuenta de que era hermoso ver a un hombre volverse loco, hacer, marcar, pedir a gritos ejecutar su novedad, sus fantasías prostibularias, y entonces ese más, que no dejaba de ser iniciático y premonitorio a la vez, ese más que se repitió durante todo aquel verano, era entre Guillermo y yo un pacto por corromper” (p. 29).

Los perros: “me empecé a encariñar con ellas, por costumbre y porque me hicieron la típica emboscada tierna de los perros” (p. 40).

La palabra: “La palabra es primero.” (p. 41).

Los hombres: “Les cuento un secreto que vale guita: casi todo político soñó con ser un crack, pero no se le dio, por rotura de ligamentos, por procedencia de clase, por morfón.” (p. 79).

Las mujeres: “si cada mañana no me plancho el pelo doy uruguaya de Rocha” (p. 100).

Los hombres (bis): “El trillizo abre grandes los ojos y me muestra lo que quería que mirara: una verga común.” (p. 151).

La corrupción: “Así vivimos la tercera ola de amor de nuestra pareja. La primera ola, el verano. La segunda ola, la noche gourmandise, y la tercera ola, la tajada. Pensábamos que era merecida, es decir, que estaba mal pero estaba bien.” (p. 183).

La tecnología: “Pusieron mis dos vibradores en la mesa del comedor al lado de mi iPad y de la pava eléctrica que les había prestado Fina”. (p. 194).

El matrimonio: “Tenía que comenzarlo y tenía que pedirle piedad, las dos cosas a la vez. Pero como ella nunca tuvo marido no la creí capaz de manejar esa ambigüedad.” (p. 259).

Las mujeres (bis): “entonces solo me dediqué a hacer comentarios maliciosos sobre ella, su ropa, su cara, su estatura inacabada.” (p. 267).

La responsabilidad: “Todos los días en la cárcel del arrepentimiento son así: melancólicos y sin ningún respeto por el destino. La culpa es siempre de uno.” (p. 269).

sábado, 22 de octubre de 2022

Un orden posible

Después de mucho tiempo, retomé Borges: porque me propuse leerlo todo y me queda el tomo IV; porque no sabía qué leer; porque siempre se sacan cosas de Borges, porque da un orden posible a la literatura.

Retomé Borges y leí Prólogos, con un prólogo de prólogos, que es obviamente una colección de prólogos escritos por Borges a libros de otros autores. Lo peor del libro es la organización, en orden ortográfico. En el barrio de Belgrano hay un lugar que se llama El Museo del Whisky, armado por un loco que compró y coleccionó whiskies por años; en el bar y restaurante está (o estaba al menos) la mejor carta de whiskies de Argentina, sin duda alguna; y luego tiene un museo, una serie de salones donde se exhibe una colección verdaderamente impresionante de whiskies, pero organizada por orden alfabético. Un horror, pensé cuando lo vi: el orden obvio para una exhibición de whisky es geográfico, porque las distintas zonas productoras de Escocia y del mundo tienen características especiales. Bueno, los prólogos en este libro se organizaron por orden alfabético, resultando que uno pasa de la prosa de un Borges de los 20 a uno de los 60 y de las temáticas de los 40 a la de los 70 en una carilla. Este no es el orden que buscamos en Borges. La lógica hubiera sido el orden cronológico o quizás uno de tradiciones. Como en otros momentos, como decía acá, al leer “El escritor argentino y la tradición”, de 1953, incluido en la colección Discusión, de 1932, no animarse a editar al maestro es un error. Me parece irónico entonces su comentario sobre Henry James, un poco quejoso, por el hecho de que “La edición definitiva de su obra abarca treinta y cinco volúmenes revisados minuciosamente por él” (p. 99).

Fuera de ese comentario, lo que queda es decir que hay textos que me interesaron más o menos; que en general es difícil leer prólogos de libros o autores que no he leído; y que siempre hay genialidades, o puntas para ordenar lecturas. Acá van algunas citas y apuntes.

“El prólogo, cuando son propicios los astros, no es una forma subalterna del brindis; es una especie lateral de la crítica.” (p. 14)

Miren qué linda manera hablar del progreso argentino, en prólogo referencia a Hilario Ascasubi: “Le tocaron en suerte aquellos años del principio y del caos, no tan lejanos en el tiempo y casi inconcebibles ahora, en que el hombre compartía la tierra con la antigua soledad y la hacienda brava, y que nos dejan una sensación de multiplicidad y vértigo, ya que en aquel desmantelado escenario cada uno tenía que ser muchos” (p. 22).

Hermoso anacronismo sobre Carlyle: “Más importante que la religión de Carlyle es su teoría política. Los contemporáneos no la entendieron, pero ahora cabe en una sola y muy divulgada palabra: nazismo.” (p. 40).

Maravillosa reescritura del aforismo sobre pintar la aldea y el mundo, sobre Santiago Dabove: “Una vez nos dijo, sonriendo, que disponía de todos los materiales para redacción de una gran novela, porque siempre había vivido en Morón; Mark Twain pensaba lo mismo del Mississippi, cuyas anchas y oscuras aguas había surcado tantos años como piloto, y quizá todas las variedades humanas estén representadas en cualquier lugar del planeta y quizá en cada hombre” (p. 53).

Belleza: “la más recatada y firme pasión de los argentinos, la amistad varonil” (p. 66).

Siempre del lado correcto en lo más importante: antifascista, cotrarrio al antesimitismo, anti-peronista, claro, etc. Hablando de Carlos M. Grünberg, “Mester de judería”, en un libro publicado en 1940: “el antisemitismo no se libra de ser ridículo” (p. 78) y “documento legible y lúcido de este aciago ‘tiempo de lobos, tiempo de espadas’ cuya bárbara sombra continental -y quizá planetaria- vastamente se cierne sobre nosotros” (p. 80).

Sobre Pedro Henríquez Ureña: “Maestro es quien enseña con el ejemplo una manera de tratar con las cosas, un estilo genérico de enfrentarse con el incesante y vario universo” (p. 85).

El comentario central sobre el Martín Fierro, en distintos prólogos: que el objetivo de Hernández era político, que para ello buscó crear un gaucho genérico y que se le escapó un personaje único: “el gaucho maltratado y quejoso que hubiera convertido [sic] al esquema fue poco a poco desplazado por uno de los hombres más vívidos, brutales y convincentes que la historia de la literatura registra. (...) la voz del protagonista se impuso a los fines circunstanciales del autor” (p. 93).

Encuentra en Sarmiento el comienzo de nuestra tradición o de lo que debería ser nuestra tradición: “Ningún espectador argentino tiene la clarividencia de Sarmiento. (...) Sabe que nuestro patrimonio no debe reducirse a los haberes del indio, del gaucho y del español; que podemos aspirar a la plenitud de la cultura occidental, sin exclusión alguna. Negador del pobre pasado y del ensangrentado presente, Sarmiento es el paradójico apóstol del porvenir. (...) Sarmiento es el primer argentino, el hombre sin limitaciones locales” (p. 129).

Hablando de Macbeth: “la duda -que es uno de los nombres de la inteligencia-” (p. 138).

Belleza, hablando de Swedenborg, dice que los personajes de La Divina Comedia “Viven entregados a la política, en el sentido más sudamericano de la política; es decir, viven para conspirar, mentir e imponerse” (p. 152).

Solo puede haber borradores, dice Borges, con una coma entre sujeto y predicado: “El concepto de texto definitivo, no corresponde sino a la religión o al cansancio” (p. 157).

Mirada Tocquevilliana de Whitman: “Whitman se impuso la escritura de una epopeya de ese acontecimiento histórico nuevo: la democracia americana. (...) Mi epopeya no puede ser así; tiene que ser plural, tiene que declarar o presuponer la incomparable y absoluta igualdad de todos los hombres. (...) Ejecutó con felicidad el experimento más audaz y más vasto que la historia de la literatura registra” (p. 163-164).

lunes, 10 de octubre de 2022

Respirar


 

Cuando murió Ángeles Salvador sentí que moría una amiga aunque creo que nunca la conocí. Digo creo porque dimos vuelta por el mismo mundito, porque nos cruzamos algunas palabras por Twitter, y nos habremos cruzado en eventos de la logia del sensei de Talcahuano. Cuando murió me entristecí por todos los amigos que tuvimos en común y que escribieron cosas tan lindas sobre ella, por sus hijos y por sentir que me había perdido de conocer a una persona muy especial.

Tenía pendiente hace un buen tiempo leerla. Siempre supe que la leería pero por alguna razón nunca me llegaba el momento. La semana pasada fui a una librería para comprarle libros a una amiga que vive fuera de la Argentina y se me ocurrió llevarle los dos libros de Belén y el de José Santamarina. Pero después, cuando me di cuenta de que yo no tenía qué leer, me bajé El papel preponderante del oxígeno al Kindle.

Lo leí en uno o dos días y sentí que por momentos su ritmo desaforado y ajustado me dejaba sin aliento, pero sentí también al mismo tiempo el aire de libertad de una voz que sale al mundo a decir lo que quiere. El papel del oxígeno es su absoluta necesidad para la vida y también, quizás, su falta que nos aprieta y nos marca el camino.

El papel preponderante del oxígeno es la historia de una mujer que se hace mujer en el menemismo, donde todo parece cambiar: “Nos cambiaron las características del teléfono, las siglas de las empresas de servicios, las puertas de los ascensores, los almacenes por los chinos, el cajero por los cajeros, los artículos de la constitución, el horizontal por el zapping, la taradez por la ironía” (l. 385). 

Una mujer que se hace un lugar como peluquera, desde donde comienza a entender el funcionamiento de las clases en Argentina: “Un sábado me citó en su casa para peinarla por su segundo casamiento, con el contador del gimnasio, un exrugbier del CASI, un hermoso club de ricos tradicionales, de ricos buenos, donde nadie juega voley” (l. 188). 

Y que aprende a ser mujer: “Ni me compré la licuadora de la que todos hablan, ni me fui a Europa; yo aprendí a hacer el corte en cinco capas, desmechado, aprendí a mentir, a no sufrir pensando en el Big Bang y a garchar. Garché como una loca, porque las locas garchan bien, en silencio, en departamentos y en quintas, en discotecas, en escritorios. Con la convicción inaudita de una geisha, la delicadeza emocionada de una hambrienta y el desamor de una mucama” (l. 392).

El libro es duro y tierno a la vez, cínico y romántico: “En planta baja el asco pugnaba con el amor, como quien dice la realidad con el engaño” (l. 877) y siento que eso pasa durante el libro. Al final se pone más oscuro y me cuesta procesar la última parte. 

Solo puedo decir que me quedaron ganas de seguir leyendo, seguir recibiendo la prosa de Salvador como oxígeno, sentir luz después de salir a la superficie, abrir los y respirar con la boca bien abierta.

lunes, 26 de septiembre de 2022

Bildungsroman encubierto


Leí hasta que no haya nada, de José Santamarina, un escritor al que sigo desde hace años y de quien esperaba hace años su ópera prima.

hasta que no haya nada es un Bildungsroman escondido en una colección de cuentos pero sobre todo es un libro hermoso, especialmente si viviste los noventa desde su sector, que es mi sector, de la sociedad argentina.

Hubo un momento durante el gobierno de Macri en el que la gente repetía una y otra vez que era un gobierno de chicos del Newman. Yo me hacía el ofendido y decía: no es cierto, también somos unos cuantos los del San Andrés.

Santamarina, que no fue parte del gobierno de Macri, arrancó su primaria en el Newman justo diez años después de que yo la hiciera en el San Andrés: sus grados coincidían con los años, desde 1991 a 1997, como los míos desde 1981 a 1987.

(Me hicieron notar hace unos meses que mis apuntes de lectura hablan cada vez más de mí y menos de los libros. Quizás con algunos libros me animo a escribir más lo que me hacen ellos a mí, lo cual entiendo que debería interpretarse como un gesto de amor.)

Digo que hasta que no haya nada es un Bildungsroman escondido detrás de una colección de cuentos porque así, en cuatro textos sin continuidad, nos cuenta cómo es que aquel chico que en 1981 entraba a esa escuela se convirtió en este hombre que escribe hoy.

El primero de los textos, “Como recuperar una pestaña cerrada”, es más una novella que un cuento corto. Comienza con José de chiquito y termina con José a los treinta y pico, viendo con naturalidad y perplejidad que uno de sus amigos de entonces es un padre de cuatro niños y que él mismo está evaluando la compra de una Thermomix.

En el medio pasan los temas que construyen ese pasaje: el colegio que lo formó, la clase social, su clase social, la religión, la música, el grupo de amigos, las muertes, el miedo, la memoria, los 90, la escritura. El miedo.

¿Qué es un escritor? Una persona desdoblada, que se guarda cosas, que tiene una vida interna que es “un texto paralelo escribiéndose adentro, queriendo salir” (p. 25). Es alguien que recuerda, que se anima “a revisitar, a bancarse uno mismo en el pasado” (p. 67).

Crecer es que los recuerdos se alejen y escribir es ayudar a dejarlos atrás: “Hay un momento indefinido en que la mente empieza a traer las mismas escenas, con la misma precisión con que las trajo siempre, pero las cosas empiezan a quedar más lejos. (...) Pareciera que las que quedan son las importantes y que las otras son las prescindibles, pero capaz que no. (...) Me parece que escribo para que esas también se pierdan. Que ponerle palabras a las cosas es perseguir la ilusión de que lo que importa ya no importe. Que escribo para dejar las cosas atrás” (p. 114).

El texto que le sigue, “Arial verde sobre fondo rosa fluorescente”, es un cuento hermoso que hace doble click sobre un momento más acotado durante la adolescencia. Y sobre la muerte.

Escrito en segunda persona, el cuento había sido publicado en Nenes bien, donde era claramente de un orden de calidad distinto a los relatos que lo acompañaban. Los temas repiten a muchos de la novella anterior, incluyendo el miedo, la clase, el rugby, la vergüenza y la inhibición, pero sobre todo el tema de la muerte.

Como en todo Bildungsroman, Eros y Tánatos juegan.

El otro cuento propiamente dicho del libro es “La línea T”, donde José sale de la universidad y entra al mundo laboral con la comodidad de la gente de nuestra clase y prosigue la búsqueda, en teatro y en terapia, de su propia voz.

Finalmente, “Una silla en el aire”, un texto de no ficción, es un doble click sobre la decisión de convertirse en escritor (si existe tal cosa). “Yo ya intuía que eso no se puede explicar. Que las experiencias alrededor de una inclinación tan íntima y molesta como la escritura son intransferibles” (p. 209).

Además, hábilmente identifica una tradición propia, la tradición literaria del Newman, y mata al padre, Juan Forn, diciéndole: así se escribe desde el Newman, y no como lo hacías vos. Así, directo, derecho, sin vergüenza; o con vergüenza pero sin ocultamientos. “Escribir es decir, todas las veces, acá estoy yo. Levantar la mano no para pedir permiso sino para tomar la palabra” (p. 236).

Ser escritor también es traicionar y poner límites a la traición. Tras un primer éxito público con la escritura, el padre no queda del todo feliz y José se da cuenta de “que iba a tener que caminar en puntas de pie para evitar los deslices, para cuidarlos y cuidarme, para no ningunear nunca el amor ni la vida en tres dimensiones pero igual perseguir la pulsión desleal que tiene toda escritura” (p. 217).

Darse cuenta que se es escritor, que la escritura lo encontró, es darse cuenta de que hay que encontrarse con el pasado y desencontrarse con la comprensión de ese pasado.

Y da miedo, claro. Esa emoción recorre los cuatro textos, está presente en los cuatro textos; lo dice más claro quizás en “Como recuperar una pestaña cerrada” (“A los diez años, igual que a los veinte, igual que a los treinta, el miedo no está hecho de miedo sino de pensar. Alcanza con ubicar un deseo, ponerse un objetivo o encarar una tarea y preguntarse si uno puede, si no va a salir lastimado: la pregunta ya es el miedo” - p. 42).

En miedo está presente en los cuatro porque el Bildungsroman encubierto es, en este caso, cómo se convirtió en un hombre y un escritor, pero no por sacarse los miedos de encima, sino por aprender a convivir con ellos. Porque “A la escritura, como a la música, como al sexo, como al mar, se entra pensando que uno sabe quién es y se sale no teniendo ni idea” (p. 238).

Un libro hermoso hasta que no haya nada. Compren y lean. Yo ahora comenzaré mi espera del próximo libro de José.

lunes, 19 de septiembre de 2022

Cada vez más difícil

 


El bueno de Jack Reacher estaba tomando un café en Manhattan y de pronto queda involucrado en otro lío más. Una esposa y una hija desaparecidas, una ex esposa muerta, un grupo de mercenarios, una hermana en busca de justicia, una ex agente del FBI que años después no puede dejar atrás un caso, un tipo demacrado y su santa hermana. Terminé The Hard Way, de Lee Child, hace un par de semanas; no hice el apunte de lectura rápido y ahora no tengo mucho para decir. Sé que lo leí rápido, que me entretuvo. Que por momentos me molestó la inverosimilitud. Que se me hace cada vez más difícil seguir con la saga. Y me dejé algunas notas.

1) De nuevo el caso le cae de casualidad total. Inverosimilitud de base.

2) Muestra típica del ritmo del lenguaje de Child: “He was addicted to risk. He always had been. No point in denying it. It made him who he was”. / “Era un adicto al riesgo. Siempre lo había sido. No tenía sentido negarlo. Lo convertía en lo que era" (p. 57).

3) Argentina presente; Reacher husmea unos cajones: “There were phone books on them, and manuals for firearms, and a one-volume history of Argentina, and a book called Glock: The New Wave in Combat Handguns”. / “Adentro había agendas telefónicas, y manuales de armas de fuego, y una historia de Argentina de un tomo, y un libro con el título Glock: la nueva tendencia en armas cortas de combate” (p. 91).

4) Cada vez más, la serie es cómica. Diálogo: “Is this what you did? In the FBI? In your brainstorming sessions?” “Absolutely. Didn’t you?” “I was an MP. I was lucky to find anyone with a brain to storm” / “¿Esto hacían? ¿En el FBI? En sus tormentas de ideas?” “Totalmente. ¿Ustedes no?” “Yo era PM. Necesitaba suerte para encontrar a alguien con ideas, pero a lo sumo una garúa” (p. 130).

5) Reacher describe Londres: “It was like the oldest parts of downtown Manhattan lopped off at the fifth floor and compressed in size and therefore heated up in speed but also somehow cooled down in temper and made more polite. Reacher smiled.” / “Era como las partes más viejas del downtown de Manhattan cortado a la altura del quinto piso y comprimido y por lo tanto con más temperatura en velocidad pero también de alguna manera más frío en carácter y hecho más amable. Reacher sonrió” (p. 262).

6) Una rareza: el libro no termina con Reacher alejándose a pie, sino con un epílogo un año más tarde.


lunes, 12 de septiembre de 2022

Recuerdo

 



Leí Varia imaginación, de Sylvia Molloy.

Leí Varia imaginación, de Sylvia Molloy, y al terminar fui a Twitter, puse una foto del libro y un texto con un análisis muy erudito: puse “guau”.

La primera oración del libro: “En vísperas de partir a Buenos Aires, me llega la noticia de que la casa de mis padres ya no está” (p. 9). La última oración del libro: “Estoy en Buenos Aires, me digo, estoy en casa de mis padres. No, no me he ido. Está refrescando, mejor que entre” (p. 73).

En el medio: una conciencia que va y viene, yendo del presente al pasado y por geografías varias; una memoria en ejercicio permanente, hurgando recuerdos, una imaginación que los trabaja. Algunos temas que se repiten: abusos; homosexualidad; nazis, en Europa y en Argentina; judíos y antisemitismo, en Europa y en Argentina; estar y no estar en una geografía, en un pasado emocional, en una familia, en Buenos Aires; estar y ser en distintos idiomas. Pero, sobre todo, se repite el verbo “recordar”, a veces conjugado con un “no” delante, pero siempre poniendo en juego la memoria.

Son los temas de Molloy, como lo que leí en Desarticulaciones, en en breve cárcel, en El común olvido. Molloy es siempre Molloy, no cambia nada; está siempre escrito maravillosamente. Pero leí este libro en un momento muy especial, lo que me llevó a pensar que los libros se pueden leer de manera muy distinta según el momento del lector. Molloy puede ser siempre ella, pero nunca leemos el mismo libro dos veces, porque nuevas aguas corren sobre nosotros, como diría Heráclito.

Leí Varia imaginación poco después de la muerte de Molloy. Cerré el libro, con ese estar en Buenos Aires, en casa de sus padres, y pensé es el libro de su muerte, de volver menos a casa de los padres que a la casa del padre. Pero el libro se publicó en 2003, casi veinte años antes de la muerte de Molloy.

Leí Varia imaginación poco tiempo después de volver a Buenos Aires tras un año y medio afuera y pienso que es un libro sobre el exilio, sobre irse, sobre no poder irse. Sobre el pánico del emigrado de sentir que puede desaparecer el pasado anclado en una geografía y en una memoria, que la memoria se puede esfumar como la foto de Marty McFly en Volver al futuro. Quizás es el libro de mi regreso, pienso, como si el libro de Molloy hubiera sido escrito para mí; el libro me habla a mí. Qué maravilla sentir eso, esa comunión con un libro.

Así que sí, como decía en Twitter: guau. Que en paz descanses, Sylvia Molloy. Gracias por todo lo que nos diste. Tu memoria vivirá en quienes te sigamos leyendo.

lunes, 5 de septiembre de 2022

Lo que viene, lo que viene

 


Leí “The Metaverse: And How it Will Revolutionize Everything”, de Matthew Ball, quizás el libro más completo (por ahora) de uno de los temas de moda en el mundo de la tecnología y los negocios. El libro es una excelente introducción a una cuestión que muy probablemente termine afectando mucho a mucho de lo que hacemos. 

¿Qué es el metaverso? O, más bien: ¿qué será el metaverso? La definición de Ball es la siguiente: “Una red interoperable a escala masiva de mundos virtuales representados en 3D que pueda ser experimentado de manera sincrónica y persistente por un número en los hechos ilimitado de usuarios con una sensación de presencia individual, y con continuidad de datos tales como identidad, historia, derechos, objetos, comunicaciones y pagos” (p. 29). Esta definición significa que es algo que será posible en el futuro pero que no existe hoy; hoy hay mundos virtuales en 3D, pero en general no son interoperables (o solo de manera limitada), cuesta mucho escalarlos en cantidad de usuarios y como norma no hay persistencia (o también solo de manera limitada).

¿Existirá alguna vez y será tan influyente como algunos creen? El primer gran mensaje de Ball es que sí y sí: que tomará tiempo, pero llegará, y que, como dice el título, revolucionará todo. De hecho, la primera oración del libro dice: “Frecuentemente la tecnología produce sorpresas que nadie predice. Pero los desarrollos más grandes y fantásticos son a menudo anticipados décadas antes.” (p. viii) Internet, de hecho, fue anticipada en la década de 1930 y hasta relativamente poco (crash de las punto com, por ejemplo) había quienes creían que no tendría efectos demasiado importantes en la sociedad y la economía. “La internet móvil existe desde 1991 y fue predicha mucho antes. Pero fue solo a finales de la década de 2000 que el mix requerido de velocidades inalámbricas, dispositivos inalámbricos y aplicaciones inalámbricas habían avanzado al punto en que todo adulto del mundo desarrollado -y dentro de una década, la mayoría de las personas en la tierra- querrían tener y podrían comprar un smartphone y un plan de banda ancha. Esto a su vez llevó a una transformación en los servicios de información digital y en la cultura humana en general.” (p. 12)

Para Ball, el metaverso llegará y será el sucesor de internet. Un sucesor más inmersivo y más 3D (es decir, más parecido a la vida real y menos parecido a estar mirando una pantalla). Tras una primera sección en la que Ball define el metaverso, en la segunda parte analiza qué debe pasar para que se pueda construir el metaverso. En primer lugar, tiene que haber grandes avances en las tecnologías básicas que lo hacen posible, incluyendo: la conectividad y el poder de computación que permitan el intercambio masivo de datos que implican mundos 3D sincrónicos para usuarios ilimitados; los motores de mundos virtuales; y el hardware. Pero también en cosas que están entre tecnologías y reglas y consensos: la interoperabilidad, con convenciones y estándares para que los datos puedan viajar entre dispositivos y plataformas diversas; y las vías de pago, donde ya se juega una de las batallas más importantes del metaverso. 

“Poco sorprendentemente, ya hay una pelea para convertirse en la vía de pago dominante en el metaverso. Más aún, puede argumentarse que esta pelea es el campo de batalla central del metaverso, y potencialmente también su mayor impedimento.” (p. 167) En este campo, una de las discusiones centrales sobre la internet de hoy (el poder de las grandes plataformas móviles, Google y Apple) se desliza hacia el metaverso. Se trata, fundamentalmente, de las conductas abusivas frente a desarrolladores y usuarios (que se quedan con 30% de los ingresos, que las aplicaciones no pueden pasarse a otros dispositivos, etc.), conductas que, para Ball, frenan la inversión en el metaverso, reducen los ingresos de las compañías más innovadoras e impide el desarrollo de tecnologías que tienden a la interoperabilidad, clave para el metaverso, como el uso de blockchain. El jardín cerrado, utopía de Apple, es la muerte del metaverso. En palabras de Ball: “Las políticas de Apple y Google limitan no solo el potencial de crecimiento de las plataformas de mundos virtuales, sino también de internet en términos generales” (p. 193).

Ball está convencido de que, a la larga, el metaverso llegará; que las políticas se irán ajustando en beneficio de dos grupos básicos, los desarrolladores y los usuarios; y que llegará por el impresionante nivel de inversiones, que permitirá el desarrollo de las tecnologías, y porque las nuevas generaciones las adoptarán cada vez más naturalmente. En la tercera sección, Ball piensa en las áreas de aplicación (aceptando que es imprevisible el desarrollo que puede venir), y destaca el campo de la educación (uno de los campos importantes donde menos crecimiento de productividad se ha visto en las últimas décadas); los negocios de “estilo de vida” (ejercicio, terapias varias, citas); entretenimiento, con la posibilidad de generar experiencias que agreguen interactividad al cine o a los deportes, por ejemplo; sexo y trabajo sexual; moda y publicidad; en la industria y en ingeniería, arquitectura y construcción, y en medicina y salud. En términos más generales, sostiene que el “arco del metaverso” será similar al de internet: “En términos generales, ayudará al crecimiento de la economía global, aún cuando achique algunas de sus partes (bienes raíces comerciales, quizás). Al hacerlo, aumentará la proporción digital de la economía global, como así también la proporción del metaverso dentro de la parte digital”. (p. 272)

El segundo gran mensaje de Ball es que los efectos de la llegada del metaverso no serán necesariamente buenos o malos; que los mejores o peores efectos de la tecnología -desde la utopía de un mundo armónico perfectamente conectado a la distopía de un mundo controlado por una o dos grandes empresas que sabrán todo de todos nosotros- dependerán en gran medida de cómo se implemente esto; y que todos tenemos algo que decir al respecto como ciudadanos, consumidores y por nuestros distintos papeles en la sociedad. Una cita larga con esta idea:

“Es aquí donde los temores de un metaverso distópico parecen sensatos más que alarmistas. La mera idea del metaverso significa que una parte cada vez mayor de nuestra vida, trabajo, tiempo libre, tiempo, patrimonio, felicidad y relaciones sucederán dentro de mundos virtuales, y no tan solo extendidos o apoyados por dispositivos y software digitales. Será un plano de existencia paralelo para millones, y hasta miles de millones, de personas, que se sentará sobre nuestras economías digitales y físicas, uniéndolas. Como resultado, las compañías que controlen estos mundos virtuales y sus átomos virtuales probablemente serán más dominantes que aquellas que hoy lideran la economía digital. El metaverso también hará más agudos a muchos de los difíciles problemas de la existencia digital actual, tales como derechos de datos, seguridad de datos, desinformación y radicalización, el poder de las plataformas sobre la regulación, el abuso y la infelicidad de los usuarios. (...) Mientras las mayores corporaciones del mundo y las start-ups más ambiciosas persiguen el metaverso, es esencial que nosotros -usuarios, desarrolladores, consumidores y votantes- entendamos que tenemos agencia sobre nuestro futuro y la habilidad para resetear el statu quo. Sí, el metaverso puede parecer abrumador y atemorizante, pero también ofrece la posibilidad de acercar a la gente, transformar industrias que durante demasiado tiempo han resistido a la disrupción y que deben evolucionar, y de construir una economía global más equitativa.” (p. 16-17)


Originales de las citas usadas

“A massively scaled and interoperable network of real-time rendered 3D virtual worlds that can be experienced synchronously and persistently by an effectively unlimited number of users with an individual sense of presence, and with continuity of data, such as identity, history, entitlements, objects, communications, and payments.” (p. 29)

“TECHNOLOGY FREQUENTLY PRODUCES SURPRISES that no one predicts. But the biggest and most fantastical developments are often anticipated decades in advance.” (p. viii)

“This is the arc of all technological transformations. The mobile internet has existed since 1991, and was predicted long before. But it was only in the late 2000s that the requisite mix of wireless speeds, wireless devices, and wireless applications had advanced to the point where every adult in the developed world—and within a decade, most people on earth—would want and be able to afford a smartphone and broadband plan. This in turn led to a transformation of digital information services and human culture at large.” (p. 12)

“Unsurprisingly, there is already a fight to become the dominant “payment rail” in the Metaverse. What’s more, this fight is arguably the central battleground for the Metaverse, and potentially its greatest impediment, too.” (p. 167)

“The policies of Apple and Google limit the growth potential not only of virtual world platforms, but also the internet at large.” (p. 193)

“The arc of the Metaverse will be broadly similar. Overall, it will help grow the global economy, even as it shrinks parts of it (commercial real estate, perhaps). In doing so, digital’s share of the global economy will increase, as will the Metaverse’s share of digital’s share.” (p. 272)

“It is here that fears of a Metaverse dystopia seem fair, rather than alarmist. The very idea of the Metaverse means an ever-growing share of our lives, labor, leisure, time, wealth, happiness, and relationships will be spent inside virtual worlds, rather than just extended or aided through digital devices and software. It will be a parallel plane of existence for millions, if not billions, of people, that sits atop our digital and physical economies, and unites both. As a result, the companies that control these virtual worlds and their virtual atoms will likely be more dominant than those who lead in today’s digital economy. The Metaverse will also render more acute many of the hard problems of digital existence today, such as data rights, data security, misinformation and radicalization, platform power and regulation, abuse, and user happiness. (...) As the world’s largest corporations and most ambitious start-ups pursue the Metaverse, it’s essential that we —users, developers, consumers, and voters— understand that we have agency over our future and the ability to reset the status quo. Yes, the Metaverse can seem daunting and scary, but it also offers a chance to bring people closer together, to transform industries that have long resisted disruption and that must evolve, and to build a more equal global economy.” (p. 16-17)


lunes, 29 de agosto de 2022

Uno solo, uno más

 


Leí One Shot, novela 11 de 28 de la serie de Jack Reacher, por Lee Child. Y voy a protestar un poco aunque estoy a pocas páginas de terminar la novela 12. Es un papelón ya esto que estoy haciendo con mi historial de lectura y con mi blog. Pero como nadie me lee lo hago igual -enorme non sequitur-.

En todo caso, me pregunto qué puedo decir de One Shot que no haya dicho ya, o que diferencie a esta novela de las demás, y no se me ocurre mucho. De hecho, tuve que releer mis notas y subrayados del Kindle para recordar de qué iba esta, y tenemos, una vez más, como positivo que el caso no le cae a Reacher del cielo: en esta novela, como en pocas otras, el caso está conectado con la propia historia de Reacher; con algo o alguien de su pasado. Esto le da algo de verosimilitud por lo menos a la oportunidad; y está bueno, porque después tenemos problemas de inverosimilitud importantes. Por ejemplo, la composición de la banda de los malos no tiene ninguna lógica: si sos una empresa de la construcción corrupta difícilmente seas al mismo tiempo un equipo militar sofisticado. Y ni hablar de la banda que arma Reacher para la batalla final contra ellos, compuesta por dos ex militares, una periodista y una abogada.

Lo que podemos decir de positivo -y esto lo vengo viendo en las últimas- es que las novelas van ganando en humor. Y no solo el humor del ridículo, de clichés tan grandes que te hacen gracia, como me pasó hace un par de semanas al volver a ver la Top Gun original, sino de humor voluntario, en parte por diálogos divertidos (lo que a su vez refuerza mi teoría de que en cierto momento, Jack Reacher se convirtió en una empresa, con talento pago). Ejemplo, un diálogo con una chiquita que lo quiere engañar: “‘No me molesta ver sangre’, dijo ella. “Estoy segura que te encanta’, dijo Reacher. ‘Una semana cada cuatro te da un gran alivio’.” (p. 115) Otro: “Por experiencia, Reacher sabía que había pueblos en los que había más calles con nombres de árboles que árboles propiamente dichos.” (p. 155)

Es indefendible que lo siga leyendo, pero ahí voy, qué voy a hacer. En mi mesa de luz me está esperando un libro muy bueno sobre la historia de las relaciones exteriores de EE.UU., el tomo cuatro de las obras completas de Georgie y el último de Molloy antes de morir. Y yo sigo bajándome Reachers al Kindle. Y como un jonkie, me digo uno solo, uno solo más y vuelvo a leer libros de verdad.

lunes, 15 de agosto de 2022

Del lado de la justicia

 

Leí Persuader, de Lee Child, libro número diez de la larga serie de Jack Reacher y uno de los peores, al menos hasta aquí.

Igual, obviamente, me lo devoré en un par de días porque tiene ese ritmo que no para y porque es divertido. Es divertido porque querés saber cómo se va a resolver y porque el nivel de cliché ya es gracioso: como cuando dice “I’m not a quitter” (“Yo no abandono”, p. 211); o más adelante, en la misma línea, “Fui derrotado muchas veces. [Pero a nosotros nunca nos lo muestran...] Pero nunca había abandonado y listo. Nunca. Ni una vez. Si abandonaba ahora, me quemaría por el resto de mi vida. Jack Reacher, el que abandona. Se las tomó cuando la cosa se puso peluda.” (p. 258)

Como en Without Fail, el anterior de la serie, el dato positivo es que acá el caso no le cae del aire al bueno de Jack. Acá él ve a alguien del pasado, investiga, y eso levanta alertas en cierta gente y ahí queda involucrado. La inversosimilitud, al igual que en el anterior, es que queda involucrado en medio de una unidad oficial (en el anterior era el Servicio Secreto y acá es la DEA), y que los profesionales dejan que este civil (ex militar, pero civil), intervenga de manera totalmente ilegal. Reacher mata gente a mansalva y nunca pasa nada porque está del lado del bien. También hay un altísimo nivel de inverosimilitud con la chica del libro (y gracioso un poco por el cliché y la inverosimilitud, como en una película porno, comparación que he hecho ya demasiadas veces), una profesional que de pronto empieza a darle besos, a prestarle su 9 milímetros (¡cualquiera!) y a acostarse con él. 

Pero lo peor de todo es el primer capítulo, donde Child engaña. No se puede mentirle al lector; se le puede ocultar información, pero no dar información falsa. En página 16 Reacher nos dice que dispara al mismo tiempo que se da cuenta de que el blanco al que le dispara es un policía, pero en el capítulo siguiente nos enteramos de que él ya lo sabía, de que estaba todo preparado así. Una mentira al lector. Eso es ilegal.

Lo mejor del libro es que nos dicen finalmente por qué el bueno de Jack se convirtió en policía y lo hace en línea con la tradición de las novelas de detectives; los detectives tienen que estar de alguna manera del lado de la justicia. Le preguntan por qué quiso ser policía y responde: “Simplemente estoy hecho de esta manera. Los canas ponen las cosas en su lugar. (...) No es que me importe tanto el chiquitito. Simplemente odio al grandote. Odio a las personas grandes creídas que creen que se pueden salir con la suya” (p. 540-541). Y eso está bien, y está bien dicho, me parece. En personaje. Y me gusta eso de “poner las cosas en su lugar” (“put things right”); el mundo tiene cierto equilibrio, hay malos que rompen ese equilibrio, y hay buenos que lo restauran, they put ir right, esa es la utopía de la novela de detective y por eso la amamos, porque a diferencia de la realidad, las cosas vuelven a su lugar, al lugar de la justicia.

 

Originales de las citas

"I had been beaten many times. But I had never just quit. Not once. Not ever. If I quit now, it would eat me up the rest of my days. Jack Reacher, quitter. Walked away when the going got tough." (p. 258)

“That’s not really an answer. Why did you want to be a cop in the first place?” I shrugged. “It’s just the way I am. Cops put things right.” (p. 540)

"I don’t really care about the little guy. I just hate the big guy. I hate big smug people who think they can get away with things.” (p. 541)


lunes, 8 de agosto de 2022

Historias pequeñas

 


Leí Small Things Like These, novella de Claire Keegan, genia de quien leímos Antarctica, una colección de cuentos sublime. Keegan cuenta Irlanda como nadie, y en Small Things Like These lo hace con una historia pequeña que es parte de una historia grande.

La historia grande es la de las Magdalene Laundries, instituciones donde la Iglesia Católica confinaba a mujeres que habían cometido el crimen de embarazarse fuera del matrimonio. Pero la novella no se mete en la historia grande; es tan solo un relato de unos días cerca de una Navidad en la década de 1980 en los que un padre de tres hijas se encuentra con esa realidad frente a frente, esa realidad individualizada en su propia historia personal y en el encuentro con una chica de la lavandería de su pueblo. Frente a eso, Furlong debe tomar la decisión de asistir cristianamente a la mujer o someterse a las instituciones religiosas y sociales que intentan ocultar ese horror.

¿Qué es mejor? ¿Proteger a una mujer no muy distinta de sus hijas? “Se imaginaba a sus hijas creciendo y madurando, saliendo al mundo de los hombres. Ya había visto ojos de varones siguiendo a sus niñas.” (p. 12) ¿O seguir las normas imperantes, no meterse? Su propia mujer le dice: “‘¿A dónde nos lleva pensar tanto’, dijo. ‘Pensar solo nos lleva para abajo’. Estaba tocando los botoncitos aperlados de su camisón, agitada. ‘Si querés avanzar en la vida, hay cosas que tenés que ignorar, así podés seguir adelante’.” (p. 31) E incluso: “‘Solo las personas sin hijos pueden darse el lujo de ser descuidados’” (p. 32). Otra señora le dice, a la irlandesa, no te metás: “Pausó y luego lo miró de la manera en que las mujeres enormemente prácticas miran a veces a los hombres, como si no fueran para nada hombres sino niños tontos. Eileen había hecho lo mismo más de una vez, quizás más que unas varias veces.” (p. 59)

¿Qué es honrar a sus hijas, defender a esta chica abandonada como una hija más, como una hermana de sus hijas, o bajar el copete y, así, no poner en riesgo su situación dentro del pueblo, la posibilidad de que sus hijas vayan a la escuela a la que hay que ir, que maneja también la iglesia? ¿Aliado o padre?

En esta novella de unas 70 páginas, Keegan describe Irlanda con una musicalidad luminosa y oscura. ¡Suena tan bien Keegan! En página 48 hay una descripción de los feligreses en misa que vale todo el libro. Es una maga del ritmo, maestra de la puntuación: “Mágicamente, entonces, las calles parecían cambiar y tomar vida bajo los largos haces de bombitas multicolores que se mecían, placenteramente, en el viento sobre sus cabezas”. (p. 16)

Y en medio de esas descripciones y esa cadencia acompañamos al pobre Furlong, el único personaje varón de cierta importancia, hijo de madre soltera, padre, aliade, luchando por salir adelante, en medio del frío invierno irlandés. Vemos esa gran historia desde su pequeña historia, desde su necesidad de decidir. Y así la ficción cumple no sólo con la función de acompañarnos con momentos bellos, sino que logra también hacer carne esas grandes historias, desde la subjetividad que permite entender un lugar, todos los lugares. Es hermosa Small Things Like These, hermosa y lúgubre y triste y distante y esperanzadora.


Originales de las citas 

"He imagined his girls getting big and growing up, going out into that world of men. Already he’d seen men’s eyes following his girls" (p. 12).

"‘Where does thinking get us?’ she said. ‘All thinking does is bring you down.’ She was touching the little pearly buttons on her nightdress, agitated. ‘If you want to get on in life, there’s things you have to ignore, so you can keep on’" (p. 31).

"It’s only people with no children that can afford to be careless’" (p. 32).

"She paused then and looked at him the way hugely practical women sometimes looked at men, as though they weren’t men at all but foolish boys. More than once, maybe more than several times, Eileen had done the same" (p. 59).

"Magically, then, the streets seemed to change and come alive under the long strands of multi-coloured bulbs which swayed, pleasantly, in the wind above their heads" (p. 16).

lunes, 1 de agosto de 2022

Pase lo que pase

 


Leí Without Fail, el noveno libro (en orden cronológico) de la saga de Jack Reacher, por Lee Child.

Lo mejor del libro es que, por primera vez desde que Reacher ya no es policía militar, hay una razón lógica para el involucramiento de Reacher. Como debe ser en el mundo del policial negro: hay un problema, entonces alguien busca al investigador. El problema no le cae al detectives porque va caminando por la calle, sino que alguien tiene un problema y busca al tipo que tiene que solucionarlo. Y en este caso, por primera vez, alguien busca y encuentra a Reacher.

Al principio tiene sentido. Reacher es (entre otras cosas) un asesino, y lo busca el Secret Service para que haga una auditoría. Mi principal problema con este libro es que, después de eso, se da algo que en alguna medida se da en casi todos los libros pero peor acá: al final el único que labura bien es Reacher (y su colega Neagley) y todos los demás, aunque son profesionales, son entre flojitos y un desastre. En este caso, la líder del equipo de protección, que supuestamente es una súper profesional (lo dice Reacher, así que debe serlo) tiene la piel muy delgada, duda de sí misma, y hasta se asusta porque alguien habría entrado a su casa (¡vamos, nena, tenés entrenamiento y una 9 mm!) Todos, FBI, Servicio Secreto, etc., parecen amateurs y hasta le ceden a este tipo de afuera un espacio que no le corresponde. Un poco como en House of Cards, donde todos los políticos son unos ingenuos de cuarta y el personaje de Spacey es el único cínico, acá son todos chapuceros menos Reacher. Es aburrido así. En El Padrino Vito es mejor que los demás y Michael también; como son mejores, ganan, pero pierden batallas y sufren derrotas profundas.

* Después de un libro entero sin sexo, Reacher vuelve a acostarse con una mujer hermosa. Siempre huelen re bien las mujeres de Reacher.

* Hay una pista muy obvia a la que llegan por casualidad pero que no miran durante días.

* Una aparición poética, una bala cruza el cuello de una mujer: “Cayó y dejó en el aire detrás suyo su sangre como un signo de interrogación” (p. 251). “She went down and left her blood in the air behind her like a question mark.”

* Tengo un proyecto (bah, una idea de proyecto) de escribir sobre el uso de los sueños en Cormac McCarthy. Bueno, creo que en este libro por primera vez Child lo hace soñar a Reacher.

* Hay dos momentos de cierta emoción; una con Froehlich y una con Nagley. Hay alguien metiéndole emoción a la serie en p. 253 y p. 374.

Bueno: voy a hacer detox unas semanas con otras cosas y en un rato vuelvo con el diez porque esto es así, pase lo que pase, parece, tendré que seguir.

lunes, 25 de julio de 2022

Desierto

 


Leí Echo Burning, el octavo libro en la lista de la saga de Jack Reacher, por Lee Child.

Lo mejor del libro es el agradecimiento del inicio, donde Child dice: “La gente piensa que escribir es un oficio individual, solitario. Están equivocados. Es un juego de equipo y yo tengo mucha suerte de tener a personas encantadoras y talentosas de mi lado cada vez que soy publicado.” Más allá de la prosa (les aseguro que no es mucho mejor en inglés), para mí esto prueba mi hipótesis de que hace un par de libros atrás este tipo tiene ayuda y que esto es una empresa.

Habiendo dicho esto, en Echo Burning me di cuenta de quién era el malo bastante antes que de costumbre, pero donde me engañó Child es en el costado amoroso: dos veces.

Como siempre, hay algo casi cómico en cómo le llegan los problemas al bueno de Reacher, que sigue siendo un poco como las excusas argumentales de la pornografía. En este caso, se estaba escapando de un problema menor, se pone a hacer dedo en la ruta y de la nada termina envuelto en un caso fuerte. No solo eso: un caso que de casualidad lo lleva a un segundo pero que al final, vaya coincidencia, se resuelven al mismo tiempo, porque el malo de uno es el malo del otro, que había ocurrido 20 años antes. Menos verosímil que un campeonato de Independiente en 2022. También, como de costumbre, el misterio dura unos pocos días, como para que Reacher pueda seguir vagando por el mundo.

Lo que sí tiene este libro es un poco de ternura, con una chiquita de 5 o 6 años a quien queremos. Está bien, debería ser fácil para casi cualquiera escribir una chiquita de 6 años en peligro y hacerla querible, pero la hizo y hasta estuve cerca de emocionarme en un momento que la niña tiene miedo.

Echo Burning ocurre en el desierto, y como en el desierto es posible, un día cada tanto, tras una de esas lluvias torrenciales como se ve al final del libro, la ocurrencia mágica de una flor, en este libro aparecen momentos casi poéticos: “ojos negros incongruentes” (p. 82) y una mujer que se ve pequeña y fuera de lugar “como una orquídea en una pila de basura” (p. 91).

Pero lo que me molestó en Echo Burning es el momento Hercule Poirot. El mundo del policial tiene básicamente dos formatos. El policial inglés es un juego intelectual, donde hay que descubrir las pistas que le permitan al detective descubrir intelectualmente cómo ocurrió la cosa, que solo pudo ocurrir de determinada manera dados los hechos conocidos. En este formato, en el que quizás los nombres más conocidos son los de la autora Agatha Christie y su detective Hercule Poirot, un gordo belga que no podría atrapar en la vida ni a una mosca, la cosa termina con la situación Poirot: el tipo junta a todos los involucrados en un salón, preferentemente con vista a las begonias y las petunias y con té y sándwiches de pepinos para los personajes, y explica todo. En el otro formato básico, el del policial negro, hay un detective que vive en la vida real, a quien le pegan y le disparan, y que usa un poco el intelecto y mucho más el cuerpo hasta que resuelve la situación. Bueno, acá Reacher, que en teoría es del mundo del policial negro, aunque siempre piensa mucho y generalmente un poco de más, en el sentido de inverosimilitud, termina sentándose en un living con todos los involucrados hasta que el malo se hace cargo de su maldad y la cosa se resuelve. Eso para mí debería estar penado por ley.

Bueno, los dejo que estoy en la mitad del próximo porque sigue siendo droga.


Originales de las citas

“People think that writing is a lonely, solitary trade. They’re wrong. It’s a team game, and I’m lucky enough to have charming and talented people on my side everywhere I’m published. Accordingly, if you ever worked on or sold one of my books, this one is dedicated to you” (l. 32).

“Thick corn-colored hair tied back in a ponytail, incongruous dark eyes wide open and staring at him” (P. 82).

“She looked small and out of place in the yard, like an orchid in a trash pile” (p. 91).