lunes, 30 de julio de 2018

Una vida pequeña



Leí Stoner, una hermosa novela que pasó desapercibida tras su publicación en 1965 y que fue redescubierta a principios de este siglo, cuando tuvo cierto éxito. Está bien que lo haya tenido: es una novela de una tristeza hermosa, que se lee muy bien y que nos cuenta algo y nos interroga, que no es para nada trivial en los temas que plantea.
Stoner cuenta la historia de William Stoner, nacido en 1891 en Missouri, único hijo de una pareja que vivió del y para el campo durante toda su vida: “Sus vidas habían sido gastadas trabajando sin alegría, sus voluntades rotas, sus inteligencias adormecidas. Ahora estaban en la tierra a la que habían dedicado sus vidas; y lentamente, año tras años, la tierra los tomaría.” (p. 110) Antes de eso, un oficial municipal le había dado al padre de Stoner la idea de que el joven se inscribiera en la escuela agrícola de una universidad cercana. Stoner ingresa a la Universidad de Missouri en 1910 con el objetivo de estudiar agricultura y volver al campo, pero allí se cruza con algo nuevo y su vida se ve alterada por un amor inesperado: no con una mujer, sino con la literatura.
Su mentor es un viejo profesor de literatura, Archer Sloane, a quien Stoner terminará pareciéndose (aunque nunca se nos dice bien por qué Sloane terminó como terminó.) Sloane se da cuenta de que Stoner está destinado a enseñar literatura, que allí hay amor: “'¿No entiende sobre usted mismo aún? Usted va a ser maestro. (…) Es amor, Sr. Stoner’, dijo alegremente Sloane. ‘Usted está enamorado. Es así de sencillo’.” (p. 19) Amor y trabajo son los dos grandes temas de Stoner, una novela que, de allí en más, nos contará esta vida pequeña, la vida de un profesor universitario menor en una universidad menor.
Hay amor por ese trabajo, por la literatura y por enseñar, más allá de momentos de mayor y de menor intensidad. Stoner es un idealista, como le dice su amigo Dave Masters en los comienzos de su carrera: “tenés la mancha, la vieja enfermedad. Pensás que hay algo acá, algo que puede ser encontrado.” (p. 30) Y algo de ese idealismo es lo que le pone un freno a su carrera. Así y todo, Stoner persevera con la tozuda ética protestante de sus padres granjeros, y sigue adelante a pesar de sus humildes éxitos laborales y de sus rotundos fracasos en el amor: “Al mes supo que su matrimonio era un fracaso; al año había dejado de tener esperanza de que mejorara.” (p. 75) Su esposa le hace la guerra una y otra vez y Stoner claudica siempre, entregando en el camino su escritorio, su casa, y hasta a su única hija, Grace, hija única como sus padres. Todo intento de relacionamiento humano parece destinado al fracaso; de la mayoría de los personajes principales se habla en algún momento de su soledad: de Stoner (p. 14), de su mujer Edith (p. 54), de su mentor Sloane (p. 91) y de su némesis Lomax (p. 100) Y cuando finalmente parece descubrir el amor, termina sacrificándolo en el altar del trabajo, claudicando una vez más.
Stoner claudica una y otra vez. Se entrega y sigue adelante, y hasta encuentra a veces cierta alegría en ese seguir adelante, incluso cuando le quitan una y otra vez aquello que más ama. Desde la página 100 ya no aparece más la palabra “soledad” y empieza a aparecer la palabra “tristeza” una y otra vez. Esa tristeza estoica, esa futilidad, está muy bien contada, con una prosa sencilla y directa, con un tono desapasionado, aunque quizás con demasiada claridad del personaje, que parece por momentos demasiado consciente de lo que le está pasando. “Le daba un placer sombrío e irónico la posibilidad de que el escaso conocimiento que había logrado adquirir le hubiera llevado a este aprendizaje: que en el largo plazo todas las cosas, incluso el propio conocimiento que le permitía saber esto, eran inútiles y vacías, y que al final disminuían hacia una nada que no alteraban." (p. 184-185)
Hacia el final de su vida, Stoner se pregunta si su vida fue un éxito o un fracaso. (Pregunta que podríamos reformular así: ¿la literatura salvó o condenó a Stoner?) Por un lado, piensa, no logró sostener mucho la amistad que siempre buscó; su matrimonio fue un fracaso total y cuando tuvo amor “renunció a él”. (p. 285) Pero más tarde califica a esos pensamientos de “mezquinos, indignos de la vida que había vivido.” (p. 287) Es fácil conmiserar con Stoner y darle la razón con esto último. Pero así como Stoner se perdona a él mismo, Stoner perdona siempre a sus adversarios y hasta a esa esposa que nunca estuvo de su lado. Stoner fue menos feliz de lo que pudo haber sido porque claudicó una y otra vez, y sentimos pena por él pero también algo de bronca. Stoner fue muy lejos desde el campo de Missouri hasta la universidad; aprendió mucho, escribió y enseñó a otros, pero fue triste, dejó ir al amor y a su hija. Por eso, creo, esa pequeña vida terminó siendo una vida pequeña.


Originales de las citas usadas
“Their lives had been expended in cheerless labor, their wills broken, their intelligences numbed. Now they were in the earth to which they had given their lives; and slowly, year by year, the earth would take them.” (p. 110)
 “'Don’t you understand about yourself yet? You’re going to be a teacher. (…) It’s love, Mr Stoner’, Sloane said cheerfully. ‘You’re in love. It’s as simple as that’.” (p. 19)
“He took a grim and ironic pleasure from the possibility that what little learning he had managed to acquire had led him to this knowledge: that in the long run all things, even the learning that let him know this, were futile and empty, and at last diminished into a nothingness they did not alter.” (p. 184-185)
“you have the taint, the old infirmity. You think there’s something here, something to find.”  (p. 30)
“Within a month he knew his marriage was a failure; within a year he stopped hoping it would improve.” (p. 75)
“He dimly recalled that he had been thinking of failure – as if it mattered. It seemed to him now that such thoughts were mean, unworthy of what his life had been.” (p. 287)

viernes, 20 de julio de 2018

Frágil



Black Water, de Joyce Carol Oates, es una novela corta y notable, una ficción creada a partir de un hecho real (el famoso accidente de Ted Kennedy en Chappaquiddick), pero bien separada de él.
Una chica, Kelly Kelleher, conoce en una fiesta por el 4 de Julio a El Senador. Durante el día, Kelly y El Senador se conocen: hablan, caminan por la playa y él la besa, ella lo ve jugar al tenis, él se le acerca sin que ella se dé cuenta y le da un beso en la espalda, se atraen. Llegada la noche, se van juntos - aunque ella pensaba quedarse a dormir en la casa de su amiga, donde se desarrollaba la fiesta - en el Toyota alquilado por El Senador, que venía tomando parejo (cada uno lleva un vodka tonic en la mano, ambos para él). El Senador toma un atajo (“Creo que estamos perdidos, Senador”, le dice ella - p. 61), pierde el control del auto llegando a un puente, el auto cae a un arroyo y se hunde, él logra escapar, ella no, y la novela está hecha de los recuerdos de ella ahí abajo, en el auto, rodeada de agua negra, los recuerdos del día y de los momentos importantes de su vida, “Mientras el agua negra llenaba sus pulmones, y ella moría”, como se repite por lo menos cinco veces durante el texto.  
Una de las características principales del texto es ese recurso de la repetición. Además de esa frase del final, se repite la pregunta de Kelly: “¿Me voy a morir? - ¿así?” (p. 3, 6, 48) y se repiten los pensamientos: ahí abajo, en el auto, rodeada de agua negra, Kelly vuelve a pensar a sus padres, a un antiguo amante (otro hombre mayor), el intento de suicidio de una compañera, una escena de chica con su abuelo. Esa repetición permanente, ese volver a lo mismo, y el ritmo de una prosa que parece emular el fluir del agua, nos ponen ahí abajo, encerrados con ella, cada vez con menos aire.
Y nos preguntamos por qué. ¿Por qué muere Kelly, a sus 28 años, ahí abajo rodeada de agua negra mientras El Senador sobrevive? En parte es inexplicable, es pura contingencia: “lo impensable se convirtió, simplemente, en historia, como tanto que parece impensable se convierte, simplemente, en historia, por lo tanto pensable” (p. 42); porque fue a esa fiesta a pesar de que “había tenido otras invitaciones.” (p. 17) Pero también porque ella decidió subir a ese auto, “Diciendo sí aunque ella había visto cómo había venido tomando El Senador” (p. 136), porque su respuesta a otra pregunta que se repite durante el texto - “¿Estoy lista? - es una aventura” (p. 60) - fue afirmativa.
¿Por qué dijo sí? Porque no se atrevió a decir que no a un hombre fuerte, a un hombre como su padre y su viejo amante. Porque “¿sabés que sos la chiquita de alguien, no?” (p. 45); porque “acaso no le había advertido su propia madre que ningún hombre tolera que una mujer lo ponga en ridículo, no importa con cuánta verdad hable no importa cuánto él la ame.” (p. 99) Porque ni siquiera podía pensar en su deseo por sobre el de ese hombre fuerte ideal, su padre, El Senador: “sintió el sacudón del deseo: no su deseo, sino el del hombre. (...) Sintió también, una vez que le volvió el aliento, esa conocida oleada de culpa - he logrado que me desees, ahora no te puedo rehusar.” (p. 115)
El libro (de 1992, mucho antes del me too y de tanto más) se torna así en una gran advertencia para las chicas (y para sus padres) de lo fácil que resulta ser lastimadas por los hombres. “No quiero lastimarte, Kelly, espero que lo sepas” (p. 46) le dice el amante que tanto la lastimó. Y la madre nada pudo hacer para evitar aquello ni esto, lo del auto, a pesar de que “cuando me dieron a vos, en el hospital cuando naciste y supe que eras una nena (...) me juré que nunca dejaría que lastimaran a mi hija”. (p. 118) No hay una denuncia a los hombres, no hay un juicio - lo cual imagino podrían criticar muchos hoy aunque yo creo que es lo que le da justamente mayor fuerza a la novela - hay una advertencia de algo que parece casi predestinado. Y por eso la dedicatoria, “a las Kellys”, las chicas frágiles y vulnerables.

Originales de las citas usadas
“I think we’re lost, Senator”. (p. 61)
“As the black water filled her lungs, and she died.” (p. 103, 109, 138, 148, 154)
“Am I going to die? - like this?” (p. 3, 6, 48)
“the unthinkable became, simply, history, as so much that seems unthinkable becomes, simply, history, thus thinkable” (p. 42)
“She’d had other invitations.” (p. 17)
“Saying yes though she’d seen how The Senator had been drinking.” (p. 136)
Am I ready? - it’s an adventure.” (p. 60)  
you know you’re somebody’s little girl don’t you? (p. 45)
“had her own mother not warned her no man will tolerate being made a fool of by any woman no matter how truthfully she speaks no matter how much he loves her.” (p. 99)
“she felt the jolt of desire: not her desire, but the man’s. (...) Feeling too, once she caught her breath, that familiar wave of anxiety - I’ve made you want me, now I can’t refuse you.” (p. 115)
“I don’t want to hurt you, Kelly, I hope you know that”. (p. 46)
“when they gave me to you, in the hospital when you were born, and I knew you were a girl (...) I vowed I would never let my daughter be hurt”. (p. 118)

lunes, 16 de julio de 2018

Democracia



Siguiendo con el proyecto de leer toda la Historia Oxford de EE.UU., leí Empire of Liberty: A History of the Early Republic, 1789-1815, de Gordon S. Wood. Empire of Liberty es mucho más arduo que su antecesor, The Glorious Cause: da más cosas por sentadas, es un poco más teórico, tiene menos casos particulares o pequeñas biografías que ayudan a anclar ideas en personas de carne y hueso y, al mismo tiempo, quizás no suficientemente esquematizado para que un lector amateur se quede con lo principal rápidamente. Quizás, también, porque lo que tiene para contar es tan extraordinario.
Lo ocurrido en América del Norte entre 1789 y 1815 es realmente extraordinario. Al comenzar el período, un país recién nacido de una guerra colonial llevada adelante por un grupo de colonias con mucho en común pero separadas, quizás tan separadas como Santiago de Chile, Buenos Aires, Montevideo y el Alto Perú, luchaba por sobrevivir como país y como república. Y luchaba en un contexto difícil: por un lado, tenía las presiones de tres grandes estados europeos (Gran Bretaña en Canadá, España en la Florida y Louisiana, y Francia en Louisiana), y de los americanos nativos en el Oeste. Por otro lado, esta consolidación nacional y política debía darse en uno de los contextos ideológicos más convulsionados de la historia a partir de la Revolución francesa; y en parte por esto último, en un contexto de guerra permanente. (“Entre 1792 y 1815, excepto por algunos armisticios breves, Europa estuvo desgarrada por una feroz lucha por la dominación entre la Francia revolucionaria y después Napoleónica y sus muchos enemigos europeos, especialmente Gran Bretaña. Se convirtió en la guerra global sostenida más larga de la historia moderna”. - p. 620)
Extraordinariamente, el país no sólo sobrevivió y sobrevivió unido y como república, sino que al mismo tiempo se produjo una profunda democratización. Nada de esto era obvio. Muchas veces en el período hubo líderes pensando en que sus estados se separaran de la unión, y “Muchos americanos en la década de 1790 tomaban en serio la posibilidad de que en EE.UU. se desarrollara algún tipo de monarquía”. (p. 74)
Tampoco era obvio el proceso democratizador, el hecho de que el antiguo régimen pasara a ser cosa del pasado y que todos los americanos fueran iguales por nacimiento. (“Hacia el comienzo del siglo diecinueve mucho de lo que quedaba de la jerarquía tradicional del siglo dieciocho estaba derruida - quebrada por cambios sociales y económicos y justificado por el compromiso republicano a la igualdad.” - p. 347) Esto fue fruto del triunfo de la Ilustración, en gran medida gracias a la “revolución jeffersoniana”, llevada a cabo irónicamente por un esclavista como era Jefferson (al igual que Madison y Washington y tantos más). Y también por el hecho de que “los federalistas inevitablemente capitularon la autoridad nacional de gobierno sin pelea - y fue su disposición a capitular lo que permitió que la transición histórica fuera tan pacífica.” (p. 304) Pero sobre todo por una contingencia: “Que la Revolución Americana ocurriera en el apogeo de lo que más tarde se conocería como la Ilustración hizo toda la diferencia: la coincidencia transformó lo que de otra manera hubiera sido una mera rebelión colonial en un evento histórico global que prometía (...) un futuro nuevo no sólo para los americanos sino para toda la humanidad.” (p. 37)
Hacia el final del período, Estados Unidos se había duplicado en tamaño (con la adición de Louisiana, parte de la Florida y territorios hacia el Oeste) y en población. Más importante, su sociedad había sido “dramáticamente transformada. Los americanos, o al menos los del Norte, eran más igualitarios, más emprendedores y tenían más confianza en sí mismos que en 1789.” (p. 701) Los Estados Unidos eran el “único faro del republicanismo que permanecía en un mundo completamente monárquico” (p. 701) y ahora miraba ya no hacia el Este sino al Oeste. Esos americanos, en una sociedad ahora igualitaria, fueron “la generación que imaginó el mito del sueño americano” (p. 732) y del “self-made man” (p. 714). Quedaba en el horizonte, eso sí, un gran conflicto a resolver. “La Guerra Civil fue el clímax de una tragedia que estaba prefigurada desde los tiempos de la Revolución. Sólo con la eliminación de la esclavitud podría esta nación, que Jefferson había llamado ‘la mejor esperanza en el mundo’ para la democracia, al menos comenzar a satisfacer su gran promesa.” (p. 738) Pero había ocurrido algo extraordinario, para EE.UU. y para el mundo, que desde entonces tuvo en su menú de opciones políticas, este invento, hasta entonces inexistente, de una república democrática y liberal en un territorio amplio.

Originales de las citas usadas
“From 1792 to 1815, except for some brief armistices, Europe was torn apart by a ferocious struggle for dominance between revolutionary and later Napoleonic France and her many European enemies, especially Great Britain. It became the longest sustained global war in modern history.” (p. 620)
“Many Americans in the 1790s took seriously the prospect of some sort of monarchy developing in America.” (p. 74)
“By the early nineteenth century much of what remained of traditional eighteenth-century hierarchy was in shambles—broken by social and economic changes and justified by the republican commitment to equality.” (p. 347)
“With no real alternative to the people’s will, the Federalists inevitably surrendered the national ruling authority in 1801 without a fight—and it was their willingness to surrender that made the historic transition so peaceful.” (p. 304)
“That the American Revolution occurred at the height of what later came to be called the Enlightenment made all the difference: the coincidence transformed what otherwise might have been a mere colonial rebellion into a world-historical event that promised, as Richard Price and other foreign liberals pointed out, a new future not just for Americans but for all humanity.” (p. 37)
“Not only had the United States doubled in size, but its older eighteenth-century society, especially in the North, had been dramatically transformed. Americans, or at least the Northerners among them, were more egalitarian, more enterprising, and more self-confident than they had been in 1789. (...) the only beacon of republicanism remaining in a thoroughly monarchical world.” (p. 701)
“These ambitious, risk-taking entrepreneurs, who were coming into their own by the second decade of the nineteenth century, were the generation that imagined the myth of the American dream.” (p. 732)
“The Civil War was the climax of a tragedy that was preordained from the time of the Revolution. Only with the elimination of slavery could this nation that Jefferson had called ‘the world’s best hope’ for democracy even begin to fulfill its great promise.” (p. 738)

sábado, 7 de julio de 2018

Lectura mundialista



Leí Cerrado por fútbol, de Eduardo Galeano, un poco porque me lo regalaron, otro poco porque me daba fiaca ir a cambiarlo y un poquito más porque, sí, me gusta mucho el fútbol y estamos en medio de un mundial y me gustaría, como hacía el autor, poner en la puerta de casa un cartelito que diga “cerrado por fútbol” y emerger un mes después. Por otro lado, había muchas razones para no leer este libro, empezando por el hecho de que es un libro póstumo, que suele ser indicio de algo no del todo terminado, y siguiendo por la postura ideológica del autor. Y atento a lo que digo: no me molesta la ubicación ideológica sino la postura ideológica, su permanente bajada de línea desde una supuesta superioridad moral.
Las dos cosas me molestaron. La bajada de línea ideológica desde el prólogo a cargo de Ezequiel Fernández Moores, de cuya producción por lo general me privo justamente por eso. Y lo inacabado y repetitivo del material bastante rápido también, repetitivo dentro del mismo libro y con ese otro libro de fútbol de Galeano que recuerdo haber leído con alegría de adolescente, El fútbol a sol y sombra, quizás, también, porque era más joven, me bancaba más las bajadas de línea y sí, estaba más a la izquierda de lo que estoy hoy.
Así y todo, encontré cosas que me gustaron. Por ejemplo, que no deje de señalar los defectos de Maradona en su defensa cerrada del personaje; es el “ídolo generoso y solidario”, pero también “una síntesis ambulante de las debilidades humanas”. Me gusta también la explicación del personaje: “Maradona fue condenado a creerse Maradona y obligado a ser la estrella de cada fiesta, el bebé de cada bautismo, el muerto de cada velorio.” (p. 30-31) “Desde que la multitud gritó su nombre por primera vez, cuando tenía dieciséis años, el peso de su propio personaje le hace crujir la espalda.” (p. 33) Galeano le perdona a Maradona hasta que haya defendido a Menem.
Hay un texto muy lindo (“El lector”) en el que un lector se le acerca a Soriano y le habla de un partido ficticio inventado por el gordo como si hubiera ocurrido de verdad. Hay, cada tanto, una imagen poética agradable: como el público atontado tras el Maracanazo como “un pueblo tallado en piedra” (p. 49), o un jugador, Zizinho, “hecho de música”. (p. 53) Está muy bien un díptico de Pelé y Garrincha en 1958; y quizás el mejor texto sea “Pelé y los suburbios de Pelé”, una especie de crónica a la “Frank Sinatra has a cold” de Gay Talese pero con el manager de Pelé, publicado originalmente en Nosotros decimos no (1989). Me parece que está bien la idea de que el fútbol tiene que entrar de alguna manera en la Historia porque es una expresión cultural que toca muy fuerte la vida de millones. Pero si alguien quisiera leer sobre fútbol no le daría a leer esto sino, mucho antes, Crónicas canallas, de SantiagoLlach, o Fever Pitch, de Nick Hornby, entre otras cosas.