lunes, 28 de diciembre de 2020

Historia adolescente

Leí Normal People, de Sally Rooney, una novela de dos adolescentes rotos que tratan de arreglárselas para parecer o ser normales. La novela sigue a Marianne y Connell durante cuatro años, de 2011 a 2015, entre que terminan el secundario en una ciudad pequeña del interior de Irlanda y los primeros años en la universidad en Dublín.

Normal People se lee sin parar. Con capítulos relativamente cortos, siempre fechados, escritos en el presente, y una prosa directa, con oraciones cortas y casi sin adornos, Normal People se lee muy fácil y muy rápido, porque uno quiere saber qué les pasa a estos chicos. Es divertida y no es irrelevante, habla de cosas interesantes. Habiendo dicho eso, la novela me dejó un poco con sabor a poco. La relación de Connell y Marianne va y viene, desde lo romántico a la amistad y vuelta. Los dos están un poco rotos, quizás ella más que él, los dos vienen de familias con problemas, los dos parecen anormales, y la relación entre ellos claramente tiene algo de anormal. Para mi gusto, sin embargo, la reflexión sobre qué es ser gente normal está subexplorada: ¿Connell y Marianne son particularmente anormales? ¿La normalidad tiene que ver con el contexto y la mirada de los otros? ¿Todos los adolescentes son anormales, se sienten anormales y anhelan la normalidad y ajustarse mejor al contexto? Además, la historia es divertida pero a veces un poco obvia (problemas de comunicación menores resultan en problemas de fondo demasiado importantes, como en las peores comedias románticas); y nunca me terminó de involucrar emocionalmente, no me conmovió. La forma directa está bien, pero a veces me dejó gusto a poco y, por otra parte, en distintos momentos me pareció sobre-explicado (por ejemplo, p. 44 y p. 93)

En definitiva, me parece una novela inacabada, casi adolescente, que no llegó a la mayoría de edad. Una linda historia para leer en la playa, y sin dudas divertida, pero no me parece digna de tantos premios y nominaciones como los que recibió.

 

Algunas citas:

“He carried the secret around like something large and hot, like an overfull tray of hot drinks that he had to carry everywhere and never spill.” (p. 22) “Llevaba consigo el secreto como una cosa grande y caliente, como una bandeja demasiado cargada con bebidas calientes que tenía que llevar a todos lados sin derramar.”

“From a young age her life has been abnormal, she knows that. But so much is covered over in time now, the way leaves fall and cover a piece of earth, and eventually mingle with the soil. Things that happened to her then are buried in the earth of her body.” (p. 240-241) “Su vida había sido anormal desde una edad temprana, ella sabe eso. Pero ahora hay tanto cubierto en el tiempo, como las hojas que caen y cubren un pedazo de suelo y con el tiempo se mezclan con la tierra. Las cosas que le pasaron a ella entonces se sepultan en la tierra de su cuerpo.”

“There’s something frightening about her, some huge emptiness in the pit of her being. It’s like waiting for a lift to arrive and when the doors open nothing is there, just the terrible dark emptiness of the elevator shaft, on and on forever.” (p. 247) “Hay algo de ella que asusta, como un enorme vacío en el pozo de su ser. Es como esperar que llegue un ascensor y cuando se abren las puertas no hay nada ahí, solo el terrible y oscuro vacío del agujero del ascensor, por siempre jamás.”

sábado, 19 de diciembre de 2020

Otra odisea

 


Leí Alias Grace, de Margaret Attwood (genia), novela en la que se reconstruye como obra de ficción un doble asesinato ocurrido a mitad de siglo XIX en Canadá. En la realidad y en la ficción, la protagonista, una empleada doméstica irlandesa de 16 años, es acusada y condenada (junto con el encargado de los establos James McDermott) por el asesinato de su patrón Thomas Kinnear y de su amante Nancy Montgomery.

La novela se estructura a partir de las entrevistas que le hace a Grace en la prisión un joven médico, Simon Jordan; Jordan se está especializando en salud mental y es contratado por un comité que quiere que Grace, condenada a prisión perpetua, sea perdonada. Cada parte de la novela comienza con textos históricos sobre el caso y textos literarios de la época, para luego usar ya textos ficticios que incluyen cartas de los distintos protagonistas, las narraciones de Grace al Dr. Jordan, otras narraciones de Grace que no ocurren en esas entrevistas y secciones en tercera persona (a veces más tercera primera que otras) siguiendo al propio Jordan. Me recuerda a las distintas voces oficiales y personales que usó Belén López Peiró en Por qué volvías cada verano. Ese uso de distintas perspectivas subjetivas permite mantener en la ficción (como en la realidad) la indefinición respecto de qué ocurrió realmente y de quién es realmente Grace: una pobre inocente no muy inteligente e injustamente condenada; una mujer malvada e hipersexualizada que llevó a McDermott a matar por ella; una “histérica” en el sentido del siglo XIX, que atrae a los hombres pero rechaza atemorizada el contacto sexual, o con otros problemas mentales (desde amnesia hasta doble personalidad). Esa incógnita me mantuvo atrapado de principio a fin, y cerca del fin Attwood confirma que esa era la idea al hacer decir a Grace, respecto de otra cosa: “Es extraño saber que podés llevar dentro tuyo o una vida o una muerte pero no saber cuál de ellas.” (p. 459)

Además de la cuestión de la identidad, de quién es cada uno, de qué nos constituye como personas individuales (si algo nos constituye como tal), Attwood ataca una gran variedad de temas en la novela a modo de preguntas, nudos que deja ahí por si uno quiere desanudar. Hay una pregunta sobre el género y el lugar de la mujer: “algunos la llamaban la maldición de Eva pero ella pensaba que era estúpido, y que la verdadera maldición era tener que aguantarse las tonterías de Adán, quien apenas surgía algún problema le tiraba toda la culpa a ella.” (p. 164) También sobre la culpabilidad y la inocencia, sobre la moral sexual, sobre la relación entre los empleadores y el personal de servicio: “Ellos eran criaturas débiles e ignorantes, aunque fueran ricos, y la mayoría de ellos no podían prender un fuego ni aunque tuvieran los pies congelados, porque no sabían cómo, y era sorprendente que pudieran sonarse las propias narices o limpiarse sus propios traseros, eran por su naturaleza tan inservibles como un pito en un cura”. (p. 158) Attwood usa los sueños de los personajes y a veces eso implica dudar sobre vigilia y sueño, sobre qué es real y qué no; como dice Jordan, “mi estudio de Grace Marks tuvo un giro tan desconcertante que me cuesta determinar si yo mismo estaba despierto o dormido”. (p. 423)

Ligado con la cuestión de la identidad - ¿quién es Grace? ¿quién es Jordan? - está la de la memoria y el olvido. Al principio de la novela, Grace se pregunta sobre los álbumes que hacen las jovencitas de la sociedad para ser recordadas: “No entiendo por qué todas tienen tantas ganas de ser recordadas. ¿De qué les servirá? Hay algunas cosas que todos deberían olvidar, de las que no debería volver a hablarse jamás.” (p. 26) Más cerca del final, Jordan se pregunta si no “somos también - predominantemente - lo que olvidamos.” (p. 406) Y esto se liga también con lo que más me interesó de la novela, que es Grace como narradora. En una carta, el Dr. Bannerling, que había atendido a Grace en el manicomio un tiempo en que ella estuvo allí, le dice a Jordan: “haría bien en taparse los oídos con cera, como Ulises obligó a hacer a sus marineros para escapar de las Sirenas” (p. 71) Pero Grace no es una de las sirenas: Grace es Ulises. Grace es quien viajó de Irlanda a América, quien sobrevivió a pesar de toda su historia y quien luego la cuenta, como le conviene en cada caso y a cada interlocutor. En un momento Grace recuerda una canción y dice: “Yo sé que la había recordado mal (...) pero no veía por qué no podía hacer que saliera mejor; y mientras no le dijera a nadie lo que estaba en mi mente, no había nadie para hacerme responsable o para corregirme.” (p. 238) De la misma manera, la vemos acomodar la historia que le narra a Jordan (y luego a Walsh) para mantener su interés: “usted estaba tan interesado como el Sr. Walsh en saber sobre mis sufrimientos y adversidades en la vida (...) Yo me daba cuenta cuando su interés amainaba, porque su mirada se dispersaba; pero me daba gran alegría cada vez que yo lograba sacar algo que le interesara.” (p. 457)

Esas historias nos constituyen; como dice Grace: “hoy debo seguir con mi historia. O la historia debe seguir conmigo, llevándome adentro de ella, en el camino que debe recorrer, derecho hasta el final”. (p. 298) Grace parece decirnos que somos, quizás, la historia que contamos sobre nosotros o las historias que contamos sobre nosotros, lo que decidimos recordar y lo que decidimos olvidar.

 

Otras citas

“in this world you have to take your bits and ends of kindness where you can find them, as they do not grow on trees.” (p. 129-130) “en este mundo hay que tomar los pedacitos de amabilidad de donde los encuentres, porque no crecen en los árboles.”

“The difference between a civilized man and a barbarous fiend - a madman, say - lies, perhaps, merely in a thin veneer of willed self-restraint.” (p. 142) “La diferencia entre un hombre civilizado y un malvado bárbaro – un loco, digamos – yace, quizás, meramente en una fina capa de auto-control voluntario.”

“there are many dangerous things that may take place in a bed. It is where we are born, and that is our first peril in life; and it is where the women give birth, which is often their last. And it is where the act takes place between men and women (...) and some call it love, and others despair, or else merely an indignity which they must suffer through. And finally beds are what we sleep in, and where we dream, and often where we die.” (p. 161) “hay muchas cosas peligrosas que ocurren en una cama. Es donde nacemos, y ese es nuestro primer peligro en la vida; y es donde las mujeres dan a luz, que es muchas veces su último. Y es donde ocurre el acto entre hombres y mujeres (...) y algunos lo llaman amor, y otros desesperación, o meramente una indignidad que deben sufrir. Y finalmente las camas son donde dormimos, y donde soñamos, y muchas veces donde morimos.”

“It is alarming how quickly one descends into squalor.” (p. 288) “Es alarmante lo rápido que uno desciende a la mugre.”

“having a mistress (...) is worse than having a wife. The responsibilities involved are wightier, more muddled.” (p. 363) “tener una amante (...) es peor que tener una esposa. Las responsabilidades involucradas son más pesadas, más embarulladas.”

 

Originales de las citas usadas

“It is strange to know you carry within yourself either a life or a death, but do not know which one.” (p. 459)

“some called it Eve’s curse but she thought that was stupid, and the real curse of Eve was having to put up with the nonsense of Adam, who as soon as there was any trouble, blamed it all on her.” (p. 164 )

“They were feeble and ignorant creatures, although rich, and most of them could not light a fire if their toes were freezing off, because they didn’t know how, and it was a wonder they could blow their own noses or wipe their own backsides, they were by their nature as useless as a prick on a priest”. (p. 158)

“my study of Grace Marks took such an unsettling turn at the last, that I can scarcely determine whether I myself was awake or asleep.” (p. 423)

“I don’t know why they are all so eager to be remembered. What good will it do them? There are some things that should be forgotten by everybody, and never spoken of again.” (p. 26)

“‘Perhaps,’ says Simon, ‘we are also - preponderantly - what we forget.’” (p. 406)

“you would do well to stop your ears with wax, as Ulysses made his sailors do, to escape the Sirens” (p. 71)

“I knew I’d remembered it wrong, and the real song said the pig was eat and Tom was beat, and the went howling down the street; but I didn’t see why I shouldn’t make it come out in a better way; and as long as I told no one of what was in my mind, there was no one to hold me to account, or correct me”. (p. 238)

“you were as eager as Mr. Walsh us to hear about my sufferings and my hardships in life (...) I could tell when your interest was slacking, as your gaze would wander; but it gave me joy every time I managed to come up with something that would interest you.” (p. 457)

“today I must go on with the story. Or the story must go on with me, carrying me inside it, along the track it must travel, straight to the end”. (p. 298)

martes, 1 de diciembre de 2020

La duplicidad de la literatura

 


En la línea de terminar - algún día, probablemente cuando la pandemia sea apenas un recuerdo torcido - las obras completas de Jorge Luis Borges, estuve leyendo Siete Noches (1980). Es un gran título Siete Noches para un libro o para una película: uno se puede imaginar un viaje de siete noches o un amor de siete noches. Y algo de eso hay, porque son siete conferencias, siete viajes, en las que Borges habló de algunos de sus grandes amores, obsesiones o tormentos: “La Divina Comedia”, “La pesadilla”, “Las mil y una noches”, “El budismo”, “La poesía”, “La cábala” y “La ceguera”.

Leo por acá y por allá que las conferencias fueron dictadas en 1977, y luego Borges las editó con Roy Bartholomew y se publicaron en 1980. Aparentemente, Bartholomew le leía los párrafos a Borges hasta siete veces hasta que finalmente el hombre aprobaba. El resultado son textos que parecen orales sin todos los vicios de la oralidad, que es, al fin de cuentas, otra manera de decir literatura. Las conferencias se pueden escuchar en este link, pero suenan mucho mejor en papel.

Algunas ideas se repiten en distintas conferencias. Una es que los libros son cosas vivas que se transforman con el tiempo y las nuevas lecturas: “la Comedia (...) será enriquecida por cada generación de lectores” (p. 228); “Las mil y una noches no han muerto. El infinito tiempo de Las mil y una noches prosigue su camino.” (p. 263); “Cambiamos incesantemente y es dable afirmar que cada lector de un libro, que cada relectura, cada recuerdo de esa relectura, renuevan el texto. También el texto es el cambiante río de Heráclito.” (“La poesía”, p. 278) Esta idea es central a Borges en tanto él era, ante todo, un lector y alguien que reescribía lo leído (y su propia obra) una y otra vez. Borges fue seguramente el mejor lector de Borges.

Otra idea o concepto es la centralidad de lo estético, que aplica tanto a los sueños como al propio idioma. Su primera conclusión en “La pesadilla” es “que los sueños son una obra estética, quizá la expresión estética más antigua.” (p. 253) El propio lenguaje es eso cuando uno lo desnaturaliza; esto es, cuando mira un lenguaje desde afuera, no como nativo. “El lenguaje es una creación estética. (…) Al estudiar un idioma, uno ve las palabras con lupa, piensa esta palabra es fea, ésta es linda, ésta es pesada. Ello no ocurre con la lengua materna, donde las palabras no nos parecen aisladas del discurso.” (p. 281)

La tercera idea no sé si Borges la expresa en algún lugar o si es una idea mía (a veces ocurre…) y es la duplicidad del concepto borgeano de la literatura. Mirándola del lado del escritor, la literatura es, quizás como los sueños, una manera de procesar las desventuras de vivir: “Siempre he sentido que mi destino era, ante todo, un destino literario; es decir, que me sucederían muchas cosas malas y algunas cosas buenas. Pero siempre supe que todo eso, a la larga, se convertiría en palabras, sobre todo las cosas malas, ya que la felicidad no necesita ser transmutada: la felicidad es su propio fin.” (p. 307) “Un escritor, o todo hombre, debe pensar que cuanto le ocurre es un instrumento; todas las cosas le han sido dadas para un fin y esto tiene que ser más fuerte en el caso de un artista. Todo lo que le pasa, incluso las humillaciones, los bochornos, las desventuras, todo eso le ha sido dado como arcilla, como material para su arte; tiene que aprovecharlo.” (p. 311) Del otro lado, sin embargo, del lado del lector, la literatura es puro placer y felicidad: “la idea de la lectura obligatoria es una idea absurda: tanto valdría hablar de felicidad obligatoria. (...) he enseñado a mis estudiantes a que quieran la literatura, a que vean en la literatura una forma de felicidad.” (p. 282)

Perlitas:

·  “El encanto es, como dijo Stevenson, una de las cualidades esenciales que debe tener el escritor. Sin el encanto, lo demás es inútil.” (p. 229)

·       “la amistad es nuestra pasión argentina” (p. 233)

·       darme cuenta que nightmare es la “yegua de la noche” (p. 246)

·       “¿Qué es la magia? La magia es una causalidad distinta.” (p. 260)

martes, 24 de noviembre de 2020

Otro libro abandonado

Estuve leyendo el Rosas de John Lynch. ¿Qué explica esa decisión? Un poco el hecho de que mi hija mayor me había pedido ayuda para entender el período de Rosas, que estaba estudiando para el colegio. Otro poco el hecho de que tenía la cuestión gaucha en la cabeza por haber leído esos dos libros tan distintos que son El gaucho Martín Fierro y La vuelta de Martín Fierro. Y un poquito más porque allí el libro me saltó de la biblioteca de la casa que estoy alquilando, como me había ocurrido con Red Storm Rising. Y me pasó con Rosas lo mismo que con aquella novela: no lo pude terminar, lo dejé. Y esta vez ya no pienso que lo haya dejado porque el libro sea malo, ya tengo que pensar que algo me pasa a mí, que he aprendido a dejar libros, pero que no suelo hacerlo. Es verdad que la pandemia ha destruido mis hábitos de lectura, que se apoyaba en esa hora y media de transporte público que tenía todos los días. Pero me debe estar pasando algo como lector, también; se me ocurre que las dificultades de concentración tienen que ver con la incertidumbre que reina hoy en mi vida y en la de tantos otros, un poco en suspenso en este año extraño. En todo caso, lo más lindo de la experiencia fue encontrarme en los agradecimientos con Ezequiel Gallo, querido profesor que dirigió mi tesis.


lunes, 16 de noviembre de 2020

Segundas partes

Yo no sé si los expertos están de acuerdo con esto, pero La vuelta de Martín Fierro me parece un libro separado y distinto del primero y, como suele pasar con las secuelas, me parece mucho peor que la primera parte, Elgaucho Martín Fierro.

La ida es mucho más sencilla. Hay básicamente un narrador, el propio Martín Fierro, que canta sus pesares. Cuando Cruz se presenta, uno puede imaginar que el propio Fierro nos relata lo que dijo Cruz. La excepción es al final, cuando aparece un narrador anónimo. Podría pensarse que estamos todos en una pulpería y hay un cantor o recitador que hace la voz de Fierro, la de Cruz y la del narrador anónimo.

En la vuelta esto es todo más complejo: tenemos cinco narradores (Fierro, sus dos hijos, el hijo de Cruz y el anónimo) que se van intercalando en el uso de la palabra en una pulpería. Comienza Fierro en los cantos I al XI; le siguen el hijo mayor (XII), el menor (XIII a XIX), el anónimo (XX), el hijo de Cruz, Picardía (XXI-XXVIII), el anónimo (XXIX) y la payada entre Cruz y Fierro (XXX). Hasta acá, podemos pensar que están todos en una pulpería, pero después (XXXI) el narrador cuenta que Fierro y los tres muchachos se van y acampan al lado de un arroyo; luego Fierro les da sus consejos (XXXII) y el narrador cierra (XXIII). Estos últimos cantos pierden la verosimilitud del marco de la pulpería (salvo que imaginemos a todo como una obra de teatro, pero entonces tampoco se sostiene el marco de la pulpería).

El segundo gran problema es la verosimilitud del nuevo Fierro. Hasta el canto X, Fierro relata algo que continúa la ida. Cuenta cómo fueron con Cruz a las tolderías “Recordarán que con Cruz / para el desierto tiramos; / en la pampa nos entramos, / cayendo por fin del viaje / a unos toldos de salvajes, / los primeros que encontramos.” (199-204) Ahí quedan prisioneros de los indios, que los mantienen separados por dos años, muy a su pesar (esto de Kohan es buenísimo): “No pude tener con Cruz / ninguna conversación; / no nos daban ocasión, / nos trataban como agenos: / como dos años lo menos / duró esta separación.” (397-402) Fierro relata un malón y la muerte de viruela de Cruz, a quien llora como Aquiles a Patroclo: “Cual más, cual menos, los criollos / saben lo que es la amargura; / en mi triste desventura / no encontraba otro consuelo / que ir a tirarme en el suelo / al lao de su sepultura.” (955-960) Finalmente, Fierro sale a la ayuda de una cautiva y termina matando a un indio “no podía, por de contado, / escaparme de otra suerte / sino dando al indio muerte / o quedando allí estirado.” (1185-1888) Ello lo obliga a volver: “Dende ese punto era juerza / abandonar el desierto / pues me hubieran descubierto, / y, aunque lo maté en pelea, / de fijo que me lancean / por vengar al indio muerto.” (1371-1376).

En el canto XI vemos una transición; mientras se prepara para cantar su hijo mayor, Fierro hace un raconto de su biografía: que estuvo diez años padeciendo (tres en la frontera, dos como matrero y cinco con los indios) y que se encontró con sus hijos. Este Fierro parece el mismo de la ida: Fierro nunca trabajó, mató, robó y huyó, y regresó no porque entendió los beneficios de la civilización sino porque mató una vez más y debió escapar. Este Fierro me parece el verdadero, y el de los consejos del canto XXXII me parece otro, sin que haya un arco narrativo, una progresión que me lo justifique; no entiendo cómo ahora puede decir “El trabajar es la ley” (4649), “Respeten a los ancianos” (4697), “obedezca el que obedece / y será bueno el que manda” (4719-4720), “pero el hombre de razón / no roba jamás un cobre” (4729-4730) y “El hombre no mate al hombre / ni pelée por fantasía” (4733-4734). ¿Quién es este boy scout y dónde está Fierro?

Los capítulos anteriores, los que relatan sus hijos y el de Cruz, no varían demasiado en los tópicos. Cada uno relata su sufrimiento (quien más sufre mejor es, como si se tratara de un concurso nacional de la victimización); y siempre el Estado y la ley están en contra de ellos: el hijo mayor va a la cárcel por un crimen que no cometió; desaparece la herencia del menor; como dice Picardía “la ley se hace para todos, / mas sólo al pobre le rige. // La ley es tela de araña, / en mi inorancia lo esplico: / no la teme el hombre rico, / nunca la tema el que mande, / pues la ruempe el bicho grande / y sólo enrieda a los chicos.” (4233-4240) ¿Cómo se explica ahora la moralina de Fierro? El Martín Fierro debería terminar con la ida o, a lo sumo, al terminar el canto X de la vuelta. Si tengo energía, voy a leer comentaristas a ver si alguien está de acuerdo pero mientras voy a seguir leyendo el Rosas de Lynch porque todo tiene que ver con todo.

lunes, 2 de noviembre de 2020

Lecturas alquiladas

 


La casa en la que estoy viviendo temporalmente por quién sabe cuánto tiempo tiene muchos libros en bibliotecas desordenadas. Hay muchas cosas en italiano y sobre Italia y los italianos en Argentina; detecté unos cuantos libros sobre Malvinas; hay muchos libros de management, y hay literatura de la buena y de la no tanto. Un día, pasando por una de las bibliotecas, me llamó la atención un lomo, el de Red Storm Rising, de Tom Clancy. Recordé haberlo leído prácticamente en dos días un verano en casa de un amigo y desde entonces cada vez que pasaba por ahí me decía “quizás lo agarro”. Finalmente, después de tantas lecturas culturosas, de tanta Ilíada y Odisea, Borges y José Hernández, me dije dale que va y empecé a leerlo. Le puse ganas y leí como 70 páginas pero la verdad es que no tenía sentido seguir. Es malo, es muy malo. No hay una metáfora, no hay un personaje desarrollado, está lleno de clichés – sobre todo clichés americanos sobre el funcionamiento de la Unión Soviética, claro – y ni siquiera te atrapa la trama. Primero pensé: es pura trama, ya no me interesa la pura trama, no vale la pena seguir. Después pensé: no existe tal cosa como pura trama o, más bien, nada que sea pura trama puede funcionar, necesitás algo más, un personaje, una música, una idea. Ahora me dieron ganas de leer The Hunt for Red October, que me pareció de chico la mejor de Clancy, o eso creo recordar. Pero no lo vi por acá, lo que sí vi es el Rosas de Lynch, y quizás esa sea mi próxima lectura de alquiler.

lunes, 26 de octubre de 2020

El que no llora no mama

 

El año pasado, pensando en emigrar, me puse a leer a Borges. Decidí leer las obras completas, de principio a fin, y avancé mucho en ese camino, empezando por acá y llegando hasta acá. Pero ese camino también lleva para atrás, así que me anoté en los cursos de lectura de La Ilíada y La Odisea, y recuperé de mi biblioteca el Facundo y el Martín Fierro. Estos días estuve leyendo el Martín Fierro y me es imposible no leerlo políticamente (y anacrónicamente), como una enunciación de dos tendencias muy negativas de la historia argentina: individualmente, la posición de víctima y falta de responsabilidad individual; colectivamente, una mirada totalmente negativa del Estado, de lo público, de lo colectivo.

En la ida, quizás el verdadero Martín Fierro, un gaucho canta sus pesares. Martín Fierro tenía una buena vida (“Yo he conocido esta tierra / en que el paisano vivía / y su ranchito tenía / y sus hijos y mujer… / Era una delicia el ver / cómo pasaba sus días” - 133-138) pero ese pasado de oro se vino abajo: “pero ha querido el destino / que todo aquello acabara”  (251-252) El culpable de todo eso no es él sino, principalmente, el Estado. El juez de paz lo “tomó entre ojos” por no votar (343) y es reclutado para la milicia; allí, el coronel lo hace “trabajar en sus chacras” (418). Luego sufre: “a pie y mostrando el umbligo, / estropiao, pobre y desnudo. / Ni por castigo se pudo / hacerse más mal conmigo.” (661-666). Martín Fierro se escapa como desertor y vuelve al pago, donde ya no quedaba nada: “Volvía al cabo de tres años / de tanto sufrir al ñudo, / resertor, pobre y desnudo” (1003-1005) Pero claro: “No hallé ni rastro del rancho, / ¡sólo estaba la tapera!” (1009-1008)

Al volver, triste, cae en el alcohol y mata a un negro en un baile (1235-1238) y luego mata a otro gaucho (1305). Fierro se convierte en un prófugo, un gaucho matrero, y trata de culpar de eso al Estado, al poder, poniéndose en lugar de víctima: “Él anda siempre juyendo, / siempre pobre y perseguido; / no tiene cueva ni nido, / como si juera maldito; / porque el ser gaucho… ¡barajo! / el ser gaucho es un delito.” (1319-1324) Fierro vaga como matrero hasta que una cuadrilla lo alcanza; él se defiende solo (se resiste a la autoridad, claro), hasta que el moreno Cruz da el salto: “y dijo ‘Cruz no consiente / que se cometa el delito / de matar ansí un valiente!’.” (1624-1626)

Luego Cruz le cuenta a Martín Fierro su historia (cantos X al XII), que es prácticamente la misma. Hay un pasado de oro (“Grandemente lo pasaba / con aquella prenda mía / viviendo con alegría / como la mosca en la miel. / ¡Amigo, qué tiempo aquél! / ¡La pucha que la quería!” - 1765-7770). Y ese pasado glorioso se cae por culpa del poder, de la corrupción, de la arbitrariedad de la autoridad: un comandante le trata de robar su mujer, hay un enfrentamiento, mata a un hombre y tiene que huir: “Alcé mi poncho y mis prendas / y me largué a padecer / por culpa de una mujer / que quiso engañar a dos. / Al rancho le dije adiós, / para nunca más volver.” (1873-1878) Ambos personajes matan, y ambos aducen que fueron llevados a ello por culpa de otros. Para ambos, la vida es sufrimiento; dice Cruz: “Amigazo, pa sufrir / han nacido los varones; / éstas son las ocasiones / de mostrarse un hombre juerte, / hasta que venga la muerte / y lo agarre a coscorrones.” (1687-1692).

Los dos hombres tan parecidos (“astilla del mesmo palo” al decir de Fierro, 2144) se van juntos para el desierto. Pero antes Fierro nos presenta su antropología: Dios hizo distinto al hombre porque le dio “el corazón” (2160), “el entendimiento” (2166) y “le dio al hombre más tesoro / al darle una lengua que habla” (2171-2172) “Pero tantos bienes juntos / al darles, malicio yo / que en sus adentros pensó / que el hombre los precisaba, / que los bienes igualaban / con las penas que le dio.” (2179-2184) (Imposible no recordar a La Ilíada, c. XXIV, v. 521: "Los dioses condenaron a los míseros mortales a vivir en la tristeza, y solo ellos están libres de cuitas. En los umbrales del palacio de Zeus hay dos toneles de dones que el dios reparte: en el uno están los males y en el otro los bienes.” Y hay muchas otras similitudes en estos cantos épicos nacionales.)

Leyendo Borges, en algún momento se me ocurrió hacer un ensayo con tres puntos: Sarmiento, la dicotomía civilización y barbarie y el intento “civilizador”; Borges como el testigo del triunfo de la barbarie, Argentina llegando a su destino sudamericano; Mairal como el punto final, la Argentina regresando a Europa en El año del desierto. Esa idea de ensayo olvidaba a Fierro; uno de los primeros héroes de la literatura argentina, Fierro ya deja la civilización para adentrarse en el desierto bárbaro. Mientras parte de la tradición argentina veía al Estado como civilizador y ponía la mirada en el futuro, otra parte, ya en 1872, veía al Estado como destructor de individuos y ponía la mirada en el pasado, en un pasado glorioso que después podemos todos llorar. Ese llanto es permanente y casi universal, más allá de que los liberales pongan ese pasado glorioso en 1880-1914, los peronistas tradicionales en 1945-1955 y los kirchneristas en 2003-2011. En el Martín Fierro no hay proyecto colectivo, el Estado es corrupción y opresión; ni hay proyecto individual más que el de huir y llorar a ese pasado que ya no está, ese paraíso perdido.

lunes, 19 de octubre de 2020

De padres e hijos


Terminamos La Ilíada y seguimos con su secuela, La Odisea, también en equipo y con el liderazgo de Santiago Llach, un viaje quizás menos intenso pero seguramente más amable que el de Ulises.

La Odisea relata el trabajoso regreso de un héroe (Odiseo o Ulises, rey de Ítaca) de la guerra de Troya a su tierra, la ciudad griega de Ítaca; y lo que pasa en esa ciudad durante su ausencia y con su llegada. Todo esto, a su vez, está de alguna manera digitado por Zeus como un juez, Poseidón que opera contra Odiseo y Palas Atenea que lo apoya.

De un lado, en el regreso, a Odiseo le pasa de todo. (Esto es, claro, si le creemos a Odiseo, como veremos después). Odiseo y sus compañeros salen de Troya, llegan a Ismaro donde tiene dos batallas; luego a Lotofagia donde son drogados; en la isla de los Cíclopes son atrapados (y algunos comidos) por Polifemo. Luego pasan por Eolia y por Lestrigonia (de donde solo logra partir una nave) y por Eea (donde Odiseo es “retenido” por Circe), van al Hades (el lugar donde van los espíritus de los muertos), vuelven a Eea, pasa por las sirenas (apenas unos párrafos de esto tan recordado), por Escila y Caribdis, comen lo que no debían en Tinacria y son castigados, de manera que Odiseo llega solo a Ogigia, donde otra vez es “retenido” por una mujer sobrehumana, Calipso. (Uso las comillas porque Odiseo por momentos parece bastante contento de ser retenido, porque ambas, según cuenta Odiseo lo quisieron para marido y le ofrecieron la inmortalidad. Si nos olvidamos de los dioses, todo esto podría leerse como un esposo y padre que duda, y mucho, de si regresar o no a la casa. Y más aún si dudamos de Odiseo, como debemos hacer, como diré más tarde.) Finalmente, Odiseo es liberado por Calipso y termina en la tierra de los feacios, que finalmente lo llevan tranquilamente a Ítaca.

Mientras tanto, en Ítaca, desde hacía unos cuantos años los Pretendientes, hijos de la nobleza de Ítaca y alrededores, intentaban casarse con Penélope, la esposa de Odiseo y madre de Telémaco, y abusaban de la hospitalidad de estos. Penélope les daba largas diciéndoles, famosamente, que se casaría con alguno de ellos al terminar una tela que tejía de día y destejía de noche, ardid que es luego descubierto. Cuando comienza el libro, Penélope está en problemas, los Pretendientes llevan años allí y Telémaco está en el umbral de la adultez. A partir de una sugerencia de Palas Atenea, Telémaco viaje en busca de noticias de su padre (quizás también de apoyos), lo que lleva a los Pretendientes a intentar matarlo. Cuando regresa a Ítaca, su padre también regresó, y juntos matan a todos los Pretendientes y a quienes les fueron desleales en una matanza sangrienta. Odiseo se reencuentra primero con Penélope y luego con su padre, Laertes y, cuando los padres de los Pretendientes buscan una venganza (quizás también reconquistar el poder), los tres varones del linaje se enfrentan a ellos hasta que Palas Atenea y Zeus imponen la paz. (Termino y veo que me quedo sin aliento al resumir todo en dos párrafos...)

Lo que más me impresiona de La Odisea es que se pueda ver de tantas maneras distintas aún ciñéndose al texto. (Si uno va más allá del texto y se mete más en la mitología, en los simbolismos, etc., las interpretaciones son quizás ilimitadas.) La Odisea puede verse al menos de las siguientes maneras: (1) como una historia de aventuras, un rey que vuelve de la guerra;  (2) una historia de amor, con un hombre que hace cualquier cosa por volver al hogar y una mujer que lo espera contra todo pronóstico; (3) un thriller político; ante el vacío creado por la ausencia, un grupo usurpa el poder, que luego es reconquistado por el rey, quien a su vez rechaza un contra-ataque; (4) una historia sobre el valor de la literatura, con Odiseo como un gran narrador que usa los relatos para dar sentido (y a veces forma) a la realidad; (5) el primer Bildungsroman de la historia, que cuenta como Telémaco se hizo hombre; (6) un tratado psicológico sobre las identidades masculinas.

Bueno, sí, exagero con lo de “tratado psicológico”, pero mi mirada quizás un poco básica y literal del texto tiene que ver con estas últimas dos opciones: La Odisea es ante todo un libro sobre lo que se transmite de padres a hijos, de cómo se construye la identidad a partir del padre y de la lealtad que se le debe al padre. (Si fuera culto, seguramente tendría que hacer una comparación con Edipo Rey pero no me da el cuero. Y si fuera osado, hablaría de mi padre enfermo y de no tener descendencia masculina).

Cuando comienza, Telémaco está solo en el palacio; su madre se oculta y se desespera de no tener a un hombre que la proteja de los Pretendientes, que “se mofaban de Telémaco y le zaherían con palabras”. (II, 323) Animado por Atenea, Telémaco emprende un viaje investigativo, iniciático o diplomático en busca del padre. A ojos de un lector contemporáneo, el viaje no parece demasiado exitoso, pero lo es: Antínoo, jefe de los Pretendientes dice “¡Gran proeza ha realizado orgullosamente Telémaco con ese viaje! ¡Y decíamos que no lo llevaría a efecto! (...) De aquí en adelante comenzará a ser un peligro para nosotros” (IV, 663) y luego tratarán de asesinarlo. Los Pretendientes califican al viaje de “gran proeza” (XVI, 346) y dicen que al volver del viaje “él sobresale por su consejo e inteligencia y nosotros no nos hemos congraciado totalmente con el pueblo.” (XVI, 375). Era un niño de quien se mofaban todos y al volver del viaje y encontrarse con el padre, “todo el pueblo lo contemplaba con admiración”. (XVII, 64) Dice que ya no es un niño (XVIII, 228) y al poco tiempo lo vemos poniendo freno a los Pretendientes (XVIII, 410; XX, 267; XX, 315) Y hasta manda a la madre a tejer; Telémaco es ahora (hasta que se revele Odiseo) el hombre de la casa: “Vuelve a tu habitación, ocúpate de las labores que te son propias, el telar y la rueca” (XXI, 350)

A la progresión de Telémaco se le superpone la progresión nominal del linaje: Telémaco empieza solo contra los Pretendientes. Después llega Odiseo y son dos contra ellos; el canto XXI termina con esta hermosa imagen: Odiseo “hizo con las cejas una señal. Y Telémaco, el caro hijo del divinal Odiseo, ciñó la aguda espada, asió su lanza y, armado de reluciente bronce, se puso de pie al lado de la silla, junto a su padre.” (XXI, 432) Y hacia el final se juntan con Laertes y los tres, abuelo, padre e hijo, se enfrentan a las fuerzas enemigas. Esa foto, de los tres juntos entrando a la batalla, me recordó a la escena de las Crónicas Canallas de Santiago Llach (un libro sobre el futbol como algo transmitido y que une a padres e hijos) en la que abuelo, padre e hijo paran en una ruta a hacer pis en la banquina. Dice Laertes: “¡Qué día este para mí, amados dioses! ¡Cuán grande es mi júbilo! ¡Mi hijo y mi nieto rivalizan en ser valientes!” (XIV, 514) No es casualidad que cuando Odiseo va al Hades y se encuentra con el alma de Aquiles, éste le pregunte por su hijo y por su padre: “dime si [mi hijo] fue a la guerra para ser el primero en las batallas, o se quedó en casa. Cuéntame también si oíste del eximio Péleo, y si conserva la dignidad real” (XI, 492). Y, finalmente, hay una historia secundaria que se cuenta muchas veces: la de Agamenón. Al volver de Troya, Agamenón es asesinado por el Egisto, el amante de su mujer Clitemnestra, y vengado luego por su hijo Orestes. Ser leal al linaje es la clave de la masculinidad y que puedan decir de uno: “De tal padre eres hijo”. (IV, 206) (El tema de la lealtad es uno más de los temas importantes del texto.)

La otra lectura, cara a los literatos, es la de La Odisea como alegato literario, donde Ulises aparece como un gran narrador. Los personajes de La Odisea narran; cuando Telémaco visita a Néstor, éste le cuenta de Troya: “Padecimos infortunios sin cuento. ¿Cuál de los mortales hombres podría referirlos?” (III, 114), pregunta, haciéndole un guiño a Homero, el que parece poder contarlo todo. Odiseo en más de una oportunidad ensalza a los aedos, a los poetas; le dice al aedo de los feacios: “¡Demódoco! Más que a hombre alguno te reverencio, porque el don que posees lo recibiste de la Musa, hija de Zeus, o te lo concedió Apolo.” (VIII, 487) Más tarde dice: “No creo que haya nada tan agradable como escuchar al aedo” (IX, 5) Y solo el aedo y el heraldo sobreviven a la matanza de los Pretendientes en Ítaca. Escuchar historias deleita el alma: como dice Eumeo, “Estas noches son inmensas, hay en ellas tiempo para dormir y tiempo para deleitarse oyendo relatos”. (XV, 392)

Pero Odiseo no solo escucha; él es el gran narrador de La Odisea. Primero, Odiseo le relata a los feacios todos sus dramas para regresar a casa en los cantos IX a XII. Después, al llegar a Ítaca, Odiseo cuenta historias falsas, para usar la sorpresa contra los Pretendientes, inventando un pasado a Eumeo el porquerizo y a Penélope; luego hace lo mismo, aunque por un tiempo menor, con Laertes, a pesar de no haber ya necesidad para hacerlo. Ese tercer relato “mentiroso” no tiene objetivo, y nos hace dudar incluso del supuesto relato “real” hecho a los feacios. Como hizo en Troya dentro del caballo, Odiseo se esconde, se disfraza siempre. Y con esas fantasías él opera sobre la realidad. De hecho, cuando uno piensa en Ulises, su gran arma es esa, la mentira o, para decirlo de otra manera, la capacidad de engañar a los otros; es experto en ardides. Apenas llega a Ítaca, se encuentra con Atenea (que viene también disfrazada) y le empieza a relatar una fantasía sobre cómo llego allí; y ella le contesta riendo: “Astuto y falaz habría de ser quien te aventajara en cualquier clase de engaños, aunque fuese un dios el que te saliera al encuentro. ¡Temerario, invencionero, incansable en el dolo!” (XIII, 291) Odiseo es un gran narrador; como le dice Eumeo a Penélope, Odiseo parece un poeta: “Como se contempla al aedo, que, instruido por los dioses, les canta a los mortales deleitosos relatos, y ellos no se sacian al oírle cantar, así me tenía transportado”. (XVII, 518)

Odiseo usa cosas ciertas y falsas para crear relatos que parecen verdaderos – “De tal suerte forjaba su relato cosas falsas que parecían verdaderas” (XIX, 203) – y al hacerlo opera sobre la realidad (reconquista su lugar en Ítaca y conserva a su esposa, no como Agamenón); y nos habla de la realidad, de lo que es ser un hombre y de cómo eso se relaciona con ser hijo y con ser padre. Y quizás por eso, por todo lo que significa esto, es que esta sea probablemente la lectura más larga desde que tengo este blog: el camino del lector puede ser trabajoso, sin duda, pero lo es mucho menos cuando se lo hace en compañía.

sábado, 19 de septiembre de 2020

El comienzo de todo

 


Estuve leyendo La Ilíada, y la leí en equipo, en uno de los talleres de lectura que coordina mi sensei, Santiago Llach. La experiencia está en el podio de las mejores cosas que he hecho este año. En La Ilíada, en Homero, es donde empezó toda esta cosa que llamamos la literatura - y por qué no la cultura - de Occidente. Así que una lectura más o menos bien hecha está bueno hacer. Y hacerla así, con algo de guía y con muchos otros lectores que aportan sus conocimientos y miradas, es genial. Muchos de mis compañeros leyeron mucho mejor que yo, con todo tipo de bibliografía complementaria que enriquecía la discusión. Santiago diría, además, que resalta una vez más el hecho de que la literatura no es algo individual sino colectivo; se escribe con otros, se lee con otros. Así, por otra parte, se “leía” La Ilíada: se juntaba gente alrededor de un fuego y alguien la recitaba.

La novela – llamémosla así - relata un incidente particular de la Guerra de Troya, cuando una confederación de griegos intentaba doblegar a los troyanos y sus aliados. El incidente particular es que un día el rey de los griegos, Agamenón, le quita injustamente una recompensa al soldado más importante de su tropa, Aquiles. Como respuesta, Aquiles se encoleriza y decide no pelear - e incluso favorecer a sus enemigos, en lo que para un moderno podría constituir traición. A partir de allí se suceden muchos eventos (ante la ausencia casi total, durante la mayor parte del libro, del personaje principal, Aquiles) hasta que esa ira estalla con la muerte de su amigo más cercano. La ira se redirige entonces hacia los enemigos, y Aquiles decide pelear. Aquiles pelea y vence; derrota a Héctor, el gran caudillo troyano; pero no cesa su ira, que dura un tiempo más. Hasta que Aquiles afloja, se conduele del enemigo muerto y de sus deudos, y finalmente depone su ira. El libro termina allí, sin resolución de la guerra, pero con resolución de la cuestión clave, que es lo que le ocurre al protagonista.

En medio de todo esto, La Ilíada trata algunos temas fundamentales, temas que aún siguen con nosotros. El libro es, de alguna manera, una reflexión sobre el misterio de la vida, sobre la pobreza del hombre para entender y entenderse; un reflejo de las ambivalencias y las contradicciones que nos aquejan a todos por igual. Esa ambivalencia está en todos lados: en guerreros que un día son cobardes y al otro día valerosos; en Helena, la supuesta causa de la guerra, que está dividida en sus afectos; en Aquiles que por momentos se plantea la opción de seguir o no su destino; y muchísimos etcéteras. Está, incluso, en el poeta, que dice: “Decidme ahora, Musas que poseéis olímpicos palacios y como diosas los presenciáis y conocéis todo, mientras que nosotros oímos tan solo la fama y nada cierto sabemos, cuáles eran los caudillos y los príncipes de los dánaos.” (c.II, v. 484) Ese “nosotros” ahí puede representar a los poetas y los escritores, o a los filósofos, a los científicos, a todos: los humanos buscamos siempre entender, entre las sombras, como en la famosa alegoría platónica de la caverna.

El hombre es un pobre ser. Como dice el propio Zeus (¡y se lo dice a unos caballos!) “no hay un ser más desgraciado que el hombre, entre cuantos respiran y se mueven por la tierra.” (c. VII, v. 450) Aquiles afloja la ira, interpreto yo, cuando se da cuenta de ello. En el último canto, Aquiles llora junto con el padre de su enemigo muerto y se da cuenta de que son iguales porque son igualmente miserables; le dice: “toma asiento en esta silla; y aunque los dos estemos afligidos, dejemos reposar en el alma las penas, pues el triste llanto para nada aprovecha. Los dioses condenaron a los míseros mortales a vivir en la tristeza, y solo ellos están libres de cuitas. En los umbrales del palacio de Zeus hay dos toneles de dones que el dios reparte: en el uno están los males y en el otro los bienes.” (c. XXIV, v. 521) Esos toneles pueden representar la fortuna, pero también, creo yo, que toda fuerza y emoción (como todo dios) tiene su contraria. Todos los héroes griegos son fallidos, todos los humanos lo somos. La Ilíada nos trata de enseñar a vivir con esto, es el primer libro de autoayuda.

El segundo gran tema y ligado al anterior es el de libertad versus destino. La Ilíada a veces es pensada como un manual de ética de los griegos antiguos, de cómo vivir la vida, así como la literatura en general puede pensarse como una aproximación a cómo vivimos los humanos. Del libro puede extraerse así una idea básica del sistema de creencias de los griegos antiguos, donde hay una gran cantidad de dioses con características divinas y humanas, donde lo real y lo fantástico se cruzan, y lo divino y lo humano también. De hecho, los dioses a veces tienen sexo con humanos y procrean, y hasta el mismo Aquiles es hijo de un humano (Peleo) y una diosa (Tetis). A veces se dice que Zeus sabe todo lo que va a pasar, pero no es el dios cristiano todopoderoso; Zeus es medio caprichoso, cambia de opinión, se divierte con el sufrimiento humano, los dioses se pelean entre sí, etc. Pero otras veces parece que los humanos tienen un umbral de libertad.

La pregunta por el libre albedrío, tan compleja para los criados bajo el cristianismo, parece presente acá también. Y la veo por lo menos en dos momentos. En casi toda la obra, se dice que Aquiles está predestinado a morir en esta guerra, después de alcanzar la gloria. Pero en un momento él dice: “Mi madre, la diosa Tetis, de plateados pies, dice que el hado ha dispuesto que mi vida se diera de una de estas dos maneras: Si me quedo a combatir en torno de la ciudad troyana, no volveré a la patria, pero mi gloria será inmortal; si regreso, perderé la noble fama, pero mi vida será larga”. (c. IX, 420) Así, el período de la cólera de Aquiles, cuando no pelea, podría ser el período en el que, como Cristo en la versión Scorsese / Kazantzakis, duda. La otra ocasión es en el canto XXIV: los dioses se enojan con Aquiles, que está deshonrando el cadáver de Héctor y se plantean la posibilidad de sacárselo (como ocurrió en otros momentos del libro con otros cadáveres). Pero Zeus prefiere darle a Aquiles la oportunidad de hacerlo él mismo (v. 104). Esta pequeña secuencia puede interpretarse como Zeus ordenando o disponiendo que algo suceda de una forma, pero es difícil ponerse en el lugar de la predestinación. Los griegos tenían en los propios dioses una dosis de ambigüedad: Zeus era longividente pero las cosas sucedían tras discusiones entre los dioses y decisiones de los hombres, que pueden ir contra de los dioses y de su destino (aunque no sin las consecuencias que ello depara). Yo creo que Aquiles tenía la opción, y elige, tras haber sido malvadísimo, hacer lo correcto.

Desde aquellos momentos remotos a hoy, los humanos hemos encontrado millones de maneras de hacer estos equilibrios y pensar estas cosas. Descubrimos curas para enfermedades, podemos destruir ciudades enteras de un plumazo, producir a Homero, Shakespeare, Borges, Beethoven, Miguel Ángel y al holocausto. Somos todo eso junto, todo eso roto, y a la noche, solos, cuando solo hay silencio y oscuridad, nuestra mente se llena de ruidos de metales opacos y nos preguntamos a los tropezones qué hacemos acá, cómo vivimos, qué hacer y qué no, qué sentido tiene todo esto. Después amanece, nos juntamos con otros, armamos historias, y nos ayudamos con ellas para ir hacia un lugar desconocido; sabiendo siempre, como Aquiles y Héctor y todos los que vinieron desde entonces, que nos vamos a morir, y que la única cuestión que queda es cómo vivir hasta entonces.

lunes, 14 de septiembre de 2020

Literatura intelectual


Pregunté qué había que leer de Houllebecq y mi amigo F. me dijo - y me prestó - Las Partículas Elementales. Después, hablando del libro, su mujer francesa, gran lectora, lo retó y le dijo que me tendría que haber recomendado La Carte et le Territoire.

No me gustó Las Partículas Elementales, y está bien que no te guste. No te tiene que gustar, te tiene que desagradar, te tiene que hacer pensar, te tiene que doler un poco. La novela es la historia de dos medios hermanos, Michel y Bruno, hijos de una madre hippie de los 60 que los abandona. Los dos quedan emocionalmente rotos. Michel queda incapaz de sentir emociones a pesar de ser exitoso en su campo (la biología molecular): “De repente tuvo el presentimiento de que su vida entera iba a parecerse a ese momento. Se movería entre las emociones humanas, y a veces estaría muy cerca de ellas; otros conocerían la felicidad o la desesperación; pero nada de eso tendría que ver jamás con él, ni podría alcanzarle.” (p. 86) Bruno es un profesor mediocre, adicto al sexo, que busca pero nunca logra conectar emocionalmente con nadie.

Al lado de esta trama personal está la trama social o cultural, en la que vemos a un Occidente sin corazón y sin religión, con una mirada muy pesimista sobre el animal humano: “Occidente ha terminado sacrificándolo todo (su religión, su felicidad, sus esperanzas y, en definitiva, su vida) a esa necesidad de certeza racional”. (p. 274) Es una sociedad rota que solo busca certezas racionales y potenciar el deseo (y concluye potenciando la insatisfacción): “la mutación metafísica operada por la ciencia moderna conlleva la individuación, la vanidad, el odio y el deseo. En sí, el deseo, al contrario que el placer, es fuente de sufrimiento, odio e infelicidad.” (p. 161) Hacia el final, las dos tramas confluyen, el drama personal de los hermanastros y sus posibles parejas (Annabelle y Christiane) y el final de esa sociedad rota, a través de los descubrimientos de Michel.

Es, claramente, una novela muy inteligente y muy bien construida, con un collage de tonos, desde los diálogos entre los hermanos a momentos que suenan casi como un documental sobre la historia de Michel (incluso con algunos párrafos con comentarios de determinadas especies animales que parecen sacadas de National Geographic). Me costó ese tono, en parte también porque se me mezcla con la traducción; se me hace difícil leer traducciones españolas, que siento siempre muy distantes. Pero al final del día, no me gustó el libro porque este tipo de literatura tan intelectual no es lo que más me intriga.

 

Otras citas

“una belleza extrema, una belleza que sobrepasa por mucho la seductora frescura habitual de las adolescentes, produce un efecto sobrenatural y parece presagiar invariablemente un destino trágico.” (p. 60)

“Un examen mínimamente exhaustivo de la humanidad debe tener en cuenta necesariamente este tipo de fenómenos. En la historia siempre han existido seres humanos así. Seres humanos que trabajaron toda su vida; que dieron literalmente su vida a los demás con un espíritu de amor y de entrega; que sin embargo no lo consideraban un sacrificio; que en realidad no concebían otro modo de vida más que el de dar su vida a los demás con un espíritu de entrega y de amor. En la práctica, estos seres humanos casi siempre han sido mujeres.” (p. 92)

“Por lo general divorciadas, casi nunca podían contar con esa conyugalidad - cálida o miserable - cuya desaparición habían acelerado todo lo posible.” (p. 107)

“Los hombres que envejecen solos son mucho menos dignos de compasión que las mujeres en la misma situación. Ellos beben vino malo, se quedan dormidos, les apesta el aliento; se despiertan y empiezan otra vez; y se mueren bastante deprisa. Las mujeres toman calmantes, hacen yoga, van a ver a un psicólogo; viven muchos años y sufren mucho. Tienen el cuerpo débil y estropeado; lo saben y sufren por ello. Pero siguen adelante, porque no logran renunciar a ser amadas.” (p. 141)

“¿cómo iba a sobrevivir una sociedad sin religión?” (p. 163)

“En medio de esa enorme porquería, de esa carnicería permanente que era la naturaleza animal, el amor maternal - o el instinto de protección; en fin, cualquier cosa que insensiblemente y paso a paso llevaba al amor maternal - representaba la única sombra de devoción o altruismo.” (p. 165)

“Uno puede enfrentarse a los acontecimientos de la vida con humor durante años, a veces muchos años, y en algunos casos puede mantener una actitud humorística casi hasta el final; pero la vida siempre nos rompe el corazón.” (p. 296)

lunes, 7 de septiembre de 2020

En una vitrina

 


Releí, después de mucho tiempo, The Catcher in the Rye, de J. D. Salinger y quedé anonadado con lo buena que es, de cuánto mejor es de lo que la recordaba (y tenía un muy buen recuerdo). Hace unos años decía de la otra gran obra maestra de Salinger, sus Nine Stories, que quizás habría que leerla todos los años, como The old man and the Sea; a Catcher hay que releerlo y releerlo. Como un caleidoscopio, como la vida misma, las perspectivas son todo: releer a Catcher con hijas entrando a la adolescencia es muy distinto (y aterrador) que leerlo durante aquel período o en esa etapa intermedia en la que pensás que la adolescencia es cosa del pasado.

La adolescencia es el gran tema de Catcher; el narrador es un chico de 17 años, Holden Caulfield, que relata “estas cosas de locos que me pasaron cerca de la última Navidad antes de que me viniera bastante para abajo y tuviera que venir acá y tomármela más tranquilo.” (p. 1) Holden cuenta tres días de locos pero mucho más: cuenta los momentos dramáticos de su vida (la muerte de un hermano, el suicidio de un ex compañero en un colegio, sus dificultades frente a la sexualidad) y cómo todo eso concluye en esos tres días y finalmente con él internado en una institución psiquiátrica. Es notable cómo construye Salinger ese relato, con flashbacks permanentes, de una manera totalmente creíble. El relato suena como el relato de un adolescente; pasaron casi 70 años y sigue sonando como un adolescente; y suena verosímil cómo Holden va sacando en determinados momentos temas del pasado que ilustran esa vida y que van creando el personaje, su historia y la novela misma. Es increíble cómo logra eso Salinger.

El segundo comentario que quiero hacer es sobre el equívoco. El título del libro viene de un equívoco muy bien logrado y que es clave para esa urdimbre de la que hablaba arriba. El domingo a la mañana, cuando por un momento el lector puede imaginar que lo del sábado fue un exceso y que el narrador se puede encaminar, Holden ve a un chico caminando por la calle cantando una canción: “If a body catch a body coming through the rye”, escucha. A la noche, cuando Holden ya se ve mucho más deshilachado y va a la casa de sus padres a ver a su hermanita, ella le pregunta qué quiere hacer y él responde que se imagina siendo alguien que atrapa a chicos que están cayendo, como en la canción. Ahí Phoebe le aclara que el poema de Burns no dice “If a body catch a body” (si una persona atrapa a otra persona) sino “If a body meet a body” (una persona o un cuerpo se encuentra con otro). Con esa imagen del guardián en el centeno, del que atrapa a chicos en caída para que no se lastimen, Holden está, primero, proyectando: lo que quiere, en verdad, es que alguien lo rescate a él. (Unos minutos antes, Holden recordaba el suicidio de un compañero que se tiró de una ventana en la escuela, James Castle, y que un maestro, el Sr. Antolini, lo cubrió con su abrigo.)

Además, está diciendo algo más; el poema de Burns tiene una obvia lectura sexual y en el libro hay muchas ocasiones donde vemos que la sexualidad es un área muy problemática para él. Mucho antes, Holden nos había dicho que “El sexo es algo que simplemente no entiendo. Lo juro por Dios, no lo entiendo.” (p. 63) y hay varias instancias donde nos hacen dudar de su inclinación sexual. Es decir que con el equívoco Holden está diciendo que quiere ser rescatado y que quiere resolver esa cuestión central en la adolescencia. Como si fuera poco, de esa visita a Phoebe, Holden va a lo del Sr. Antolini, que le dice que está yendo hacia “una caída terrible de algún tipo, una caída terrible” (p. 186), y luego se pone en juego una vez más la duda sobre la sexualidad de Holden.

No es la única vez en la que Holden proyecta; ese mecanismo se repite en la escena en la que espera a Sally Hayes en el Biltmore; está mirando a todas las chicas preparadas para sus citas y piensa: “De cierta manera era más o menos deprimente, también, porque te quedabas pensando qué carajo les iría a pasar a todas ellas. Cuando terminaran la escuela y la universidad, digo.” (p. 123) Además de entender su sexualidad, Holden está intentando pensarse hacia adelante. También está tratando de entender y aceptar todo eso extraño y feo de la vida. Como le dice el Sr. Antolini, “te vas a dar cuenta de que no sos la primera persona en estar confundida o asustada e incluso asqueada por la conducta humana”. (p. 189) Es decir, está, además, haciendo el duelo por el fin de la infancia. La otra metáfora genial de Holden, además del guardián en el centeno, es cuando recuerda las vitrinas del Museo de Ciencia Natural, que son las mismas de siempre, y dice: “Algunas cosas deberían quedarse siempre igual. Debería poderse meterlas en una de esas cajas de vidrio enormes y dejarlas solitas. Ya sé que es imposible, pero igual es un bajón.” (p. 122)

Leer The Catcher in the Rye como padre de niñas que entran en la adolescencia es querer, por un rato, construir esas vitrinas.

 

Originales de las citas usadas

“I’ll tell you about this madman stuff that happened to me around last Christmas just before I got pretty run-down and had to come out here and take it easy.” (p. 1)

“Sex is something I just don’t understand. I swear to God I don’t.” (p. 63)

“I have the feeling that you’re riding for some kind of a terrible, terrible fall.” (p. 186)

“you’ll find you’re not the first person who was ever confused and frightened and even sickened by human behavior.” (p. 189)

“Certain things they should stay the way they are. You ought to be able to stick them in one of those big glass cases and just leave them alone. I know that’s impossible, but it’s too bad anyway.” (p. 122)

“In a way, it was sort of depressing, too, because you kept wondering what the hell would happen to all of them. When they got out of school and college, I mean.” (p. 123)

lunes, 31 de agosto de 2020

Cuando llega la noche

 

Leí Historia de la noche y no me pasó casi nada. En el epílogo, Borges dice que “Un hecho cualquiera (...) puede suscitar la emoción estética. La suerte del poeta es proyectar esa emoción, que fue íntima, en una fábula o en una cadencia. La materia de que dispone, el lenguaje, es, como afirma Stevenson, absurdamente inadecuada.” (p. 223) La proyección desde aquella emoción a este lector fue mínima. En parte puede ser por la inadecuación del lenguaje, en parte por inadecuación del lector o del poeta; en parte, quizás, porque somos personas de sensibilidades diferentes.

“Como ciertas ciudades, como ciertas personas, una parte muy grata de mi destino fueron los libros”, dice en la misma página Borges, y muchos de los poemas hablan de esa pasión. Yo leo y escribo, pero mi relación con los libros es, evidentemente, menos íntima. Uno de tantos poemas de esta colección sobre libros es “Alejandría, 61 A.D.”, donde Borges presenta de otra manera su tesis sobre la literatura como algo colectivo, desligado de individuos concretos: “Las vigilias humanas engendraron / los infinitos libros. Si de todos / no quedara uno solo, volverían / a engendrar cada hoja y cada línea, / cada trabajo y cada amor de Hércules, / cada lección de cada manuscrito.” (p. 183) También son sobre libros o sobre la literatura “Metáforas de ‘Las mil y una noches’”, “Alguien”, “Un escolio”, “Ni siquiera soy polvo” y tantos más.

“Milonga de un forastero”, en cambio, vuelve al viejo tema borgiano del enfrentamiento de dos cuchilleros por el enfrentamiento mismo: “Nunca se han visto la cara / no se volverán a ver; no se disputan haberes / ni el favor de una mujer.” (p. 201) Le sigue “El condenado”, otro duelo, pero mágico y esta vez por una razón (una mujer) y con estos adjetivos: “inmovil atardecer”, “solitario almacén”, “puñal imposible”. (p. 203) (Se me ocurre este ejercicio de escritura: escriba cinco adjetivos; escriba cinco sustantivos; junte sustantivos con adjetivos; junte las parejas en un relato).

Hay poemas mucho más personales. Quizás de los más personales que recuerdo haber leído en Borges. Esto lo marca ya la “Inscripción” inicial, con una elaborada dedicatoria a María Kodama. “Gunnar Thorligsson (1816-1879)” parece hablar de Islandia y de la literatura para terminar en un beso. “Things that might have been” se pregunta por distintos contrafácticos para terminar con “El hijo que no tuve” (p. 207) En “Manuel Peyrou” hay una línea con dos hipálages exquisitas - “el café insomne y el propicio vino” (p. 213) - y termina con una declaración de amor al amigo: “hemos hablado de un querido amigo / que no puede morir. Que no se ha muerto.” (p. 214) “The thing I am” junta la cuestión de la identidad con sus antepasados y con su condición de escritor: “Soy al cabo del día el resignado / que dispone de un modo algo distinto / las voces de la lengua castellana / para narrar las fábulas que agotan / lo que se llama la literatura.” (p. 215)

lunes, 24 de agosto de 2020

Por qué no me apasiona Borges

 

Leí Borges and His Fiction. A Guide to His Mind and Art, de Gene H. Bell-Villada, un utilísimo manual introductorio a la obra y vida de Jorge Luis Borges. Aunque seguramente existan muchas más aproximaciones, algunas quizás más originales o novedosas, que la de este profesor nacido en Haití, el libro es una guía muy útil para entender la genialidad de Borges, además de contar de alguna manera cómo llegó Borges a ser Borges y dar algunas ideas de su influencia posterior. Particularmente, en mi caso, me ayudó además a entender mejor por qué no logro que Borges me apasione.

El argumento central es sencillo. Borges hubiera sido otro escritor más de los márgenes salvo, básicamente, por dos libros: Ficciones y El Aleph. Allí reside su genialidad que es, a su vez, consecuencia de una etapa peculiar de su vida, desde aproximadamente 1937 a 1955. Ahí se combinan elementos de su propia vida (la muerte de su padre, el accidente que lo lleva al borde de la muerte, la necesidad de trabajar en un trabajo alienante) y del contexto (crecimiento del fascismo/caída del liberalismo en el mundo, surgimiento del peronismo/caída del liberalismo anglófilo en Argentina) para llevarlo a escribir esas obras maestras que son, de alguna manera, una respuesta a ese mundo. Una literatura de la desazón por las posibilidades de la mente, del arte, del hombre, frente a un mundo imposible. Borges es, así, casi una casualidad.

“Lo que también falta de la prosa tardía de Borges es un tema general (...) prácticamente todos los principales cuentos de Borges muestran objetivos, ambiciones, deseos e ideales de la mente humana que entran ineludiblemente en un conflicto inútil con un mundo social o natural más amplio y su indiferencia. (...) esta es la visión profundamente pesimista de Borges sobre las fortalezas y capacidades de largo plazo del pensamiento humano, un regalo precioso y maravilloso (...) que es tan pequeño e impotente como admirable y complejo. La presencia dominante de este tema mayor en los escritos de Borges de la década de 1940 sin duda refleja su propia situación durante aquella década. (...) Por lo contrario, cuando Borges gana fama y prestigio internacional y cuando su existencia dejó de estar marcada por un gran conflicto personal y político, parece haber dejado en el pasado esta mirada oscura de la inteligencia humana atrapada en sus elevadas aspiraciones, empequeñecida, frustrada, atribulada o contrariada de otra forma por fuerzas exteriores a ella misma - y su arte subsecuentemente perdió también toda profundidad de sentimiento.” (p. 266-267)

El libro está dividido en tres partes. La primera, llamada “Los mundos de Borges”, pone a Borges en contexto biográfico e histórico. Su historia personal, su lugar en la sociedad argentina, su particular formación y “Lo que hizo Borges para la ficción en prosa”. Sobre las contribuciones de Borges, Bell-Villada dice que “Borges es uno de los principales innovadores literarios del siglo veinte, un verdadero originador y descubridor, un maestro artesano y un hacedor meticuloso, un hombre cuyas invenciones verbales han efectivamente alterado, tanto en las Américas como en Europa, las guías para escribir, leer y juzgar la ficción en prosa.” (p. 42) Más específicamente, sus contribuciones son “su perfeccionamiento de un estilo de prosa superior; su elevación de los géneros policial y de suspenso a nivel de arte elevado; su reintroducción del humor a la ficción hispánica; su restauración de lo fantástico a un lugar central y aceptable en la literatura imaginativa; su síntesis de nuevas formas narrativas en las que el realismo y la fantasía, la ficción y el ensayo se combinan hábilmente; y, por supuesto, el hecho de haber escrito algunos cuentos excelentes y memorables.” (p. xiv)

La segunda parte (“Las ficciones de Borges”) va directamente a la obra. Esta parte representa casi dos tercios del libro. Más interesante, los dos libros centrales (Ficciones y El Aleph) representan casi toda esta segunda parte y casi 60% del libro. Esta segunda parte es súper útil como guía de lectura, como acompañante ante cada cuento de estas obras centrales. La tercera parte tiene un brevísimo resumen de su obra posterior, un capítulo (que a mí me resulta poco interesante) que indaga sobre literatura y política y un capítulo que lo “defiende” frente a la crítica de ser un autor de alguna extranjero o extranjerizante. Incluso en su momento de mayor universalismo, dice Bell-Villada, Borges es un autor argentino: “La mejor escritura de Borges - universalista y cosmopolita pero también porteña en su mirada - surge de un hombre cuyas raíces se afincan profundamente en el pasado de su país.” (p. 12)

¿Y por qué no me vuelve loco? Bell-Villada responde a esa pregunta que me hago yo. En parte, me molesta el Borges filosófico con ese idealismo que me parece, muchas veces, infantil. Pero sobre todo, me parece que le falta vida, pasión, ganas, deseo, por fuera de los libros. Subrayo esto, por ejemplo: “Borges no elimina la afectividad; retiene la emoción humana pero la reserva exclusivamente para el punto culminante de la narrativa, lustrándola, refinándola, relativizándola y dándole la forma que el contexto requiere.” Esto me parece discutible; no encuentro en Borges mucha emoción salvo ese pesimismo fundamental, esa tristeza, sobre las capacidades de la mente o de la literatura. Y no es casualidad, sino algo intrínseco a su originalidad. Dice Bell-Villada: “La descripción del personaje, considerado tradicionalmente como la incumbencia esencial de la narrativa en prosa, es de importancia menor para Borges. (...) la quintaesencia, el punto de partida de un cuento de  Borges no es ni la trama ni un personaje sino una idea intrigante, incluso un sofisma ingenioso. (...) Como los cuentos de Borges se refieren más a circunstancias generales o a argumentos lógicos que al movimiento de eventos causado por humanos o la individualidad psicológica, es una consecuencia lógica que su ficción tenga mucho en común con la forma del ensayo.” (p. 58) A mí me gusta esto, pero me gustan mucho más los libros sobre personajes y tramas; los que me hablan de vínculos, de distintas maneras de vivir la vida; y la peculiar forma de vivir la vida de Borges, adentro de libros y bibliotecas y de problemas abstractos, me parece no solo un poco aburrida sino, en el fondo, un poco infantil.

 

Originales de las citas usadas

“Also missing in Borges’s late prose is a certain grand theme (...) virtually all of Borges’s major stories show the aims, ambitions, desires, and ideals of the human mind that enters into ineluctable and hopeless conflict with a wider social or natural world and its indifferent ways. (...) this is Borges’s profoundly pessimistic view of the long-range strengths and capabilities of human thought, a precious, wondrous gift (...) that is as puny and impotent as it is admirable and complex. The dominant presence of this larger theme in Borges’s writings from the 1940s no doubt reflects his own situation during that decade (...) In contrast, when Borges gained international fame and prestige, and when his existence ceased being one of major personal and political conflict, he seems to have puty behind him this dark picture of human intelligence trapped in its highest aspirations, dwarfed, frustrated, beleaguered, or otherwise set upon by forces outside itself - and his art subsequently lost all depth of feeling as well.” (p. 266-267)

“Borges is one of the foremost literary innovators of the twentieth century, a true originator and discoverer, a master artisan and meticulous maker, a man whose verbal inventions have effectively altered, in both the American and in Europe, the guidelines for writing, reading, and judging prose fiction.” (p. 42)

“Borges’s genuine contributions to the literary and artistic realms, namely, his perfecting of a superb prose style; his raising of the detective and suspense genres to the level of high art; his reintroduction of humor into Hispanic fiction; his restoring of the fantastical to a central and reputable place in imaginative literature; his synthesizing of new narrative forms in which realism and fantasy, fiction and essay are skillfully combined; and, of course, his having written some great and lasting short stories.” p. xiv

“Borges’s greatest writing - universalist and cosmopolite but also porteño in outlook - issues from a man whose roots lie deep in his country’s past.” (p. 12)

“Borges does not eliminate affectivity; he retains human emotion but reserves it exclusively for the high point of the narrative, polishing it, refining it, relativizing and shaping it to the context.” (p. 46)

 “The portrayal of character, traditionally thought of as the essential business of prose narrative, is of minor importance to Borges.” (p. 57) “the quintessence, the point of departure in a Borges story is not plot or character but an intriguing idea, even a clever sophistry. (...) Since Borges’s stories deal more with general circumstances and logical arguments than with the movement of human-caused events or psychological individuality, it only follows that his fiction should have much in common with the essay form.” (p. 58)