martes, 26 de diciembre de 2017

Lecturas 2017

  • Durante 2017 leí 39 libros, el máximo desde que llevo este blog de lecturas y casi 10 libros por arriba del promedio 2012-2016.
  • La rareza del año es que leí mucho no ficción: 14 libros, 36% del total. ¿Será casualidad o tendencia?
  • Atento a una búsqueda consciente, leí muchas mujeres en español: 27% de lo leído fue en esa categoría, cuando el promedio 2012-2016 era de apenas 5%. De ellas, las que más me gustaron fueron Romina Paula y Julia Moret. El porcentaje de varones pasó de un promedio de 85% a 60% en este año.
  • De un autor leí tres libros (Cormac McCarthy), de tres leí dos (Pedro Mairal, Romina Paula y Alice Munro).
  • Abajo la lista completa.

Cormac McCarthy, Blood Meridian: sangre.
Alice Munro, Runaway: genia.
Nick Hornby, The Complete Polysyllabic Spree: lecturas.
Gabriela Cabezón Cámara, Romance de la negra rubia: no es lo mío.
Kazuo Ishiguro, Nocturnes: me aburrió y después ganó el Nobel.
Romina Paula, Agosto: amé. 
Jeffrey Eugenides, Middlesex: genial.
Laura Alcoba, La casa de los conejos: no es lo mío.
Cormac McCarthy, Suttree: ¿habré leído demasiado Cormac?
Mariana Enríquez, Los peligros de fumar en la cama: no es lo mío.
Tobias Wolff, In Pharaoh’s Army: genio.
Klaus Gallo, Las invasiones argentinas: me encantó.
Paul Beatty, The Sellout: momentos geniales.
Sergio Sinay, ¿Para qué trabajamos?: superó expectativas.
Michael Chabon, Telegraph Avenue: genio.
Mercedes Güiraldes, Nada es como era: durísimo…
Jonathan Safran Foer, Everything is Illuminated: genial.
Elliott Chaze, Black Wings has my Angel: meh.
Neil MacGregor, Germany: Memoirs of a Nation: espectacular.
Doris Lessing, The Good Terrorist: no me gustó.
John Steinbeck, Of Mice and Men: por algo es un clásico.
Pedro Mairal, Maniobras de evasión: hermoso.
Laura Escliar, Los motivos del lobo: no me volvió loco.
Henry Miller, Tropic of Cancer: me aburrió.
Corinne Maier y Anne Simon, Marx, Freud & Einstein: muy divertido.
Alice Munro, Dance of the Happy Shades: amé.
Cormac McCarthy, The Gardener’s Son: qué lindo leer guiones.
Siri Hustvedt, What I loved: no amé.
Helena Rovner y Eugenio Monjeau, La mala educación: importante.
Raymond Chandler, The Long Goodybye: te amo con todo mi corazón, Raymond.
Julia Moret, La música que llevamos adentro: ¿lo mejor que leí en el año?
Abraham Lincoln, The Gettysburgh Address and Other Writings: genio. 
James M. McPherson, The Battle Cry of Freedom: librazo.
Magalí Etchebarne, Los mejores días: muy lindo y triste.
Pedro Mairal, Salvatierra: paz.
Silvina Giaganti, Tarda en apagarse: genia y amiga.
Romina Paula, Acá todavía: amé (un poco menos que Agosto).
Martín Wilson, El que no salta es un inglés: salta salta salta.
Martín Sivak, El salto de papá: valiente.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Escritura curativa


Leí El salto de papá, de Martín Sivak, “el texto del hijo que ha extendido el duelo durante un cuarto de siglo” (p. 301), y me gustó, aunque menos de lo que parece haberle gustado a otros. Matías Buaso, por ejemplo, lo pone segundo en su lista de los mejores libros de no ficción de 2017, donde pone primero a uno que me gustó más (el de Julia Moret) y quinto a otro que también me gustó más (el de Pedro Mairal).
Más allá de los gustos, El salto de papá es sin duda un libro muy interesante, básicamente por dos razones. La primera es, por decirlo así, accesoria al libro, y es que es una entrada muy especial a la historia argentina desde más o menos 1970 a 1990. Por la vida de Jorge Sivak pasaron una serie de personajes que hacen a esa Argentina: desde artistas amigos como Daniel Viglietti, Chico Buarque o Mario Benedetti, a personajes de la política como Carlos Spadone, Néstor Lorenzo, José Luis Manzano, Fernando Sokolowicz, Mohamed Alí Seineldín, Bernardo Grinspun, Enrique Gorriarán Merlo, Julio Mera Figueroa, el general Lanusse y tantos más. A mí, en particular, me parece más interesante aún porque nací el mismo año que el autor y viví parte de esa historia; recuerdo tratar de entender, desde afuera, ese “caso Sivak” que Martín sufría desde adentro. Además, soy hincha del mismo equipo: Bochini fue un personaje importante de mi niñez también, aunque no lo conocí en esa época; y estuve en la cancha en un partido contra Racing de Córdoba con incidentes que recuerda Sivak, por ejemplo.
La otra razón va más al fondo del asunto: para cualquier hijo es difícil escribir sobre el padre; es difícil imaginar cuanto más difícil debe ser escribir sobre un padre tan larger than life como Jorge Sivak y cuanto más aún si ese padre se suicidó. El libro es sobre este hijo y este padre y también sobre todos los hijos y todos los padres. No es casualidad que el autor haya empezado a escribirlo cuando nació su propio hijo (“El nacimiento me tiró por la cabeza la ausencia de mi tío y de mi papá.” - p. 70) Y el descubrimiento, de alguna manera, que hace el autor es que su padre nunca pudo lidiar con el propio padre. Entre el mandato paterno y la muerte del hermano, Jorge Sivak se vio obligado a ser empresario aunque, como le contara al autor un ex empleado, “A tu papá no le gustaban los negocios. (...) A tu papá le gustaba la gente, hablar con la gente” (p. 262-263); aunque fuera “un imán para negocios inviables” (p. 110)
En el libro Martín hace un poco lo que Jorge no pudo: pensar sobre el padre, quererlo y separarse a la vez, lo que parece más fácil de lo que verdaderamente es. Hacer esto requiere siempre algo de valentía, y más en este caso. Por eso, todo lo que no me gustó del libro resulta bastante secundario si se piensa en el libro como el proceso mismo en el que el autor está haciendo eso, con honestidad y valentía: “¿Por qué papá se tiró por la ventana y nos dejó huérfanos? (...) Empecé este libro con la pretensión candorosa de creer que así cerraría su historia; en realidad, apenas pude continuar nuestras historias de otra manera.” (p. 300)

lunes, 11 de diciembre de 2017

Saltar, flotar



Leí El que no salta es un inglés, la ópera prima de Martín Wilson. Creo que su segundo libro, Qué paja ir al centro, me gustó más. Pero acá está también todo lo que hace que esté bueno leer a Wilson: su verdad, su tono y su mirada.
El libro, que es una cosa rara, ni una novela ni una colección de poesía ni una selección de cuentos pero un poco de las tres, empieza con esta oración: “Mi vida es una mentira.” (p. 5) Estoy seguro de que hay mucho en el libro que no es verdad, pero también que acá hay verdad. Que Wilson cuenta su verdad y es una verdad que, además, me resulta muy familiar en muchas cosas; vivimos en un mundo parecido, en un lugar parecido, y nos escapamos de él de maneras parecidas (el fútbol, las palabritas).
Hablando de su hermano cuenta eso de él mismo. De cómo se escapó. “Él no se escapó, el escapista fui siempre yo. Me escapé de cerca, quedándome en el lugar en el que nací por casualidad, yendo y viniendo, haciéndome argentino, saltando para no ser inglés, siguiendo a Boca Juniors y cuidando al borracho.” (p. 21) El libro cuenta esa verdad suya con ese tono. Los mejores momentos del libro, y son varios, son aquellos en los que cuenta su dolor, su verdad, con una liviandad abrumadora. Quizás le quedó de la estirpe inglesa el stiff upper lip, la resistencia a dramatizar lo cotidiano.
Wilson va caminando por la vida y nos cuenta lo que ve. “A casa volví caminando. Fueron casi cuarenta minutos observando vidas, departamentos, casas, árboles, autos, motos, cosas que uno ve cuando camina, pájaros, palomas, semáforos, parejas, hojas en el suelo, hojas bailando en un remolino de viento.” (p. 56) Nos cuenta lo que ve afuera y lo que ve adentro. Y en esa caminata y esa liviandad está lo mejor y lo peor del libro. A veces parece que le falta un poco de trabajo, que podría haber construido más. Y puede ser que me guste más el Wilson de los poemas interminables en los blogs en Facebook en los mails. Pero me pregunto si esto no es un poema enorme de cincuenta páginas. Y si el punto no es justamente esa liviandad para mirar la vida, como una hoja arremolinada, ver la verdad a los ojos como cuando se miente (“Una vez, un viejo que conocí en el bar El Odeón jugando al truco me dijo que para mentir hay que mirar bien a los ojos” - p. 8), pero sin perder esa mirada liviana, que solo parece inocente y despreocupada.

lunes, 4 de diciembre de 2017

Tener una vida


Leí Acá todavía, de Romina Paula, de quien también leí Agosto, que creo que me gustó más. Acá todavía es como una instantánea de una chica, Andrea, en un período muy especial de la vida en el que tiene que decidir de alguna manera si va a crecer o no, si va a terminar de salir de ese capullo que es la familia de origen y hacer algo. Las dos grandes preguntas son sobre la pareja (eso que armamos cuando salimos de eso que se desarma) y la voluntad (eso que hacemos cuando ya no hay quién nos diga qué hacer). Y creo que las respuestas a ambas preguntas quedan abiertas, como tiene que ser para una chica de esa edad (y como es, más o menos, para todos, o al menos para muchos.)
La novela está dividida en dos partes: “Todavía” y “Acá”. En la primera Andrea acompaña al padre en el hospital del que no saldrá vivo. Asistimos, así, a la destrucción final de una familia que ya estaba (casi) rota, como (casi) todas. En la segunda parte, además de enterrar al padre, hay una especie de proyección pero que no termina de decidirse. La proyección en una nueva pareja parece artificial: “Decidir brindarle de repente todo y el tiempo a un perfecto desconocido, a un advenedizo, un nadie, darle todo porque sí, porque huelan mis partes y las tuyas, olámonos, chupémonos, lamámonos, ¿qué podía tener eso de tan especial?” (p. 39)
Andrea nos va contando su pasado, sus amores o enamoramientos, y la vemos perseguir, a su manera, otros objetos de deseo. Pero en el fondo la búsqueda es más interna, como si un otro fuera necesario para encontrarse a uno mismo: “un novio/a, ¿no es lo más parecido a un interlocutor constante de la propia vida, otro que acredita que uno, en efecto, está vivo y que, por ende, tiene continuidad? (...) Todos o la mayoría necesitamos que alguien nos oiga al caer, que diga qué ruido hicimos, para acreditar que hemos sido.” (p. 133) Ahí la cuestión de la pareja se liga con la de la voluntad, el deseo de desplegarse en la vida. Algo que a Andrea le cuesta, que parece no terminar de lograr. Y se pregunta: “el ambiguo derrotero de la voluntad; ¿es acaso algo de lo que se hace o de lo que se deja de hacer? ¿Uno consigue que algo suceda emprendiendo acciones que lo conduzcan hacia la meta, o deseando y atrayendo la meta hacia sí?” (p. 123-124)
Lo notable de la novela es la mirada de la vida interna de esta chica, con una sensibilidad que abruma, y con un tono y un sonido extraordinarios. En un momento se torna medio mágico, sobre todo en la parte uruguaya, que tiene algo del Levrero de la trilogía involuntaria; pero lo que no para nunca es ese tono íntimo, interior, y esa pregunta sobre sí misma y sobre cómo salir de ese lugar en que todavía está. Y un poco así la dejamos a Andrea, que está ahí todavía, basculando, sin decidirse. Como le dice al hermano: “viste que opino bien, lo único que no puedo es tener una vida yo, aparentemente.” (p. 130)

lunes, 20 de noviembre de 2017

No se apaga más


Leí Tarda en apagarse, la hermosa colección de poemas de Silvina Giaganti, genia y amiga. No me animo a decir demasiado porque sé poco de poesía y porque seguramente el prólogo de Santiago Llach sea mucho más inteligente y profundo. Así que van unos apuntes sueltos:
1. Es hermoso leer poesía. Es hermoso leer poesía porque es un género evocativo. Si un poema está bueno hace cosas con vos. Evoca cosas de una manera distinta que la prosa, más directa y más indirecta a la vez. Cuando un poema habla de un amor, de un padre o de un barrio, el lector piensa en su amor, su padre y su barrio. Un poema es un texto que se escribe en muchas líneas separadas por enters y esa linealidad que hace perder la linealidad hace que las palabras lleguen como emociones, pero también que las palabras lleguen como palabras o sonidos porque en el poema está la sensibilidad potenciada de la forma y por esta razón también es hermoso leer poesía.
2. Los libros de poesía se terminan rapidísimo pero no se terminan nunca. Ya leí dos veces de corrido el libro de Silvina y además algunos poemas los volví a leer y estoy seguro de que volveré a leer el libro de corrido muchas veces y que voy a volver una y otra vez. Los libros de poemas buenos como el de Silvina no se terminan nunca porque en esa rotura de los enters y en esa evocación que despierta en el lector el poema se vuelve a hacer cada vez en el lector. El poema lo termina de hacer el lector cada vez, lo reconstruye con lo que evoca en uno cada vez. Todo está en movimiento por siempre allí.
3. El movimiento. En estas lecturas del libro de Silvina me llamó la atención el movimiento. En el primer poema nos dice: “me estaba preparando para un movimiento / que ahora veo no termina nunca. / A los 20 me fui de casa / porque del barrio hay que irse rápido.” El movimiento tiene un origen definitivo (el barrio, los padres): “las chicas con las que quise todo / fueron mi movilidad intelectual ascendente” desde unos padres muy distintos. Pero el destino es poco claro: “De madrugada, una se levanta, se viste y se va / en fade, como la vida.” Y la vida se describe en otro lado como “este barro”. Todo el tiempo la narradora trae y lleva cosas, figuradas o reales: una novia que dijo “que siempre me llevaba con ella” o un momento en que ella se lleva una vieja camisa de su padre. “Las nubes / se mueven lentas, como me gustaría / moverme a mí” y la idea es “crecer, volver a pasar / por el mismo lugar / sin hacerse tanto daño.” La vida es como un gran movimiento que no termina, que va de un lado que conocemos pero que no llega a ningún lado,  se trata de moverse lento para estar mejor en ese mismo lugar desde el que nos fuimos, hasta que algo se apaga.
4. Tarde en apagarse. En Brooklyn la colilla de un cigarrillo “tarda en apagarse”. Y me preguntó qué es lo que tarda en apagarse. ¿El deseo? ¿El amor? ¿La esperanza? ¿La vida? Mientras haya movimiento quizás hay algo encendido. Mientras haya poemas para leer y releer algo habrá encendido, algo tardará en oscurecer.
5. Compren el libro de Silvina. Léanlo. Una y mil veces. Tenganlo por ahí. No lo guarden en la biblioteca. Que esté por ahí. No pesa nada y es hermoso y está vivo y no se apaga más.

lunes, 13 de noviembre de 2017

El fluir de la historia


Leí Salvatierra, de Pedro Mairal, que más que un libro es un río: por su fluidez y continuidad, por ser a la vez una unidad y algo creado por diversas vertientes.
Salvatierra relata los esfuerzos de dos hombres por poner en valor la obra de su padre, que es lo mismo que la vida del padre. Juan Salvatierra, un humilde y mudo empleado de correos de un pequeño pueblo de Entre Ríos, había pintado su vida durante sesenta años en un lienzo interminable al que Mairal se refiere una y otra vez en términos que lo asimilan a un río. Son rollos y rollos de lienzo, en orden cronológico y con perfecta fluidez entre uno y otro, en los que Salvatierra narraba su propia vida: “Yo creo que él concebía su tela como algo demasiado personal, como un diario íntimo, como una autobiografía ilustrada. Quizá debido a su mudez, Salvatierra necesitaba narrarse a sí mismo. Contarse su propia experiencia en un mural continuo. Estaba contento con pintar su vida; no necesitaba mostrarla. Vivir su vida era, para él, pintarla.” (p. 28) Al morir la mujer de Salvatierra, dos años después del padre, los hijos descubren en un galpón semi abandonado “La vida entera de un hombre. Todo su tiempo ahí ovillado, escondido.” (p. 19)
Empieza allí la aventura de completar la unidad de la obra (porque faltaba un año entero, 1961) y de ponerla en valor; esto es, lograr exponerla en forma completa. Y en el relato de esta aventura, como en un río, en el que se mezclan las aguas de cientos de arroyos, de la lluvia, de lo que los humanos tiramos allí, se van mezclando temas que Mairal trata con la calma de un río caudaloso. Uno es el de la unidad entre una obra, una geografía y una vida; para Salvatierra hay una continuidad entre las tres. Así como se dice (aparentemente sin verdad) que los esquimales tienen cuarenta palabras para la nieve, para un entrerriano como Salvatierra (y como Mairal por adopción), todo es río. El lienzo es la vida de Salvatierra y es su geografía y su obra: Salvatierra sería así una gran metáfora de la literatura como biografía, como el ejercicio de narrarse a uno mismo. Tanto que la realidad, por momentos, parece imitar al arte: “En el camino vi uno de esos cielos que pintaba Salvatierra. (…) Muchas veces me pasa que, al ver algo, sé cómo lo hubiera pintado él.” (p. 99)
En esta línea, en un momento de la lectura me pareció que Mairal hablaba de César Mermet, un poeta que nunca publicó en vida y en cuya obra Mairal y sus compañeros del taller de Grillo Della Paolera vieron “más que una cara, el verdadero rostro de una identidad plasmada en el papel. (…) ahí estaba el verdadero cuerpo de César Mermet, el cuerpo inmortal, la palabra hacia la cual él se había transustanciado.” (De Maniobras de evasión, “La poesía del hombre invisible”, p. 96/97) Salvatierra puede leerse como un gran homenaje a Mermet; uno y otro vivieron para el arte sin pedirle al arte nada más que ser vehículo de expresión sobre la propia vida.
La geografía aparece en el lienzo, pero también en pequeñas imágenes de un pueblo de provincia. Imágenes que a mí me remitieron, por momentos, al Levrero de Dejen todo en mis manos, del interior uruguayo que es tan parecido por momentos a Entre Ríos, como cuando una señora “se sopapeó un mosquito que tenía en el antebrazo.” (p. 90) Pero sobre todo, la geografía, el río, aparece en el tono mismo de la prosa, en un fluir constante que es siempre el mismo y distinto, como el fluir constante de las generaciones.
Porque Salvatierra es también y quizás fundamentalmente un libro sobre el padre. En la revisión del lienzo interminable los hijos descubren a su padre y a la mirada que el padre tuvo sobre ellos. (“Me impresionó que Salvatierra pensara tanto en mí. Me impresionó verme a través de sus ojos, porque se notaba cuánto le había dolido que me fuera.” - p. 103) El narrador se pregunta “¿Quién había sido mi padre?” (p. 142) y al hacerlo se pregunta por él mismo, porque “Uno ocupa esos lugares que los padres dejan en blanco. Salvatierra ocupó ese margen alejado de las expectativas ganaderas de mi abuelo. Se adueñó de la representación, de la imagen. Yo me quedé con las palabras que la mudez de Salvatierra dejó de lado.” (p. 151) Al final del día, el fluir de la historia, de padres a hijos, es la vida misma y el arte posible, o el mismo arte y la vida posible.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Una manera distinta de entender la vida



Antes de empezar a escribir sobre Los mejores días, el libro de Magalí Etchebarne que terminé de leer hace unos días, leí el texto de la contratapa que escribió Inés Acevedo. Acevedo empieza diciendo que son “cuentos sobre mujeres sabias” y eso me llamó la atención, porque a mí me pareció que son cuentos sobre mujeres que se enamoran de los tipos equivocados. ¿Toda mujer se enamora del hombre equivocado? Puede ser, y puede que en entender eso esté la sabiduría de Etchebarne o de su libro, pero no de sus personajes, que no parecen poder hacer nada al respecto. Acevedo destaca una oración que yo subrayé siete veces en mi lectura: “Un hombre, me dijo una vez mi mamá, es un animal pequeño que se ve inmenso.” Y eso parece sabio. Pero la cita viene así: “Algunas mujeres educan a las otras para que en el futuro estas cuiden a sus hombres de sí mismos y reciban con entereza la rabia que despierta eso. Un hombre, me dijo una vez mi mamá, es un animal pequeño que se ve inmenso.” (p. 107) Y eso parece menos sabio.
En otro cuento, la tía del novio le dice a la heroína que “no es fácil vivir con un hombre” y después ella reflexiona: “Cuando aparecen las madres, las tías, las hermanas, es cuando realmente me meto. Como si adivinaran el futuro, guardando el manual de instrucciones del hijo. Pienso que saben antes que nosotros cómo va a salir todo.” (p. 49) Las chicas de Etchebarne andan un poco así, a tientas por la vida, impotentes frente a los actores que son los varones: “papá daba brazadas adentro de una nube, pero la nube y papá estaban dentro de una pecera que nosotras podíamos mirar desde afuera como gigantes, con fascinación, con pánico y con desesperación.” (p. 34) Las mujeres que saben son las otras, las que miran de afuera. Mirando hacia adelante sólo hay intuición: “Debe ser así, como hicieron ellos, que uno arma una familia. Encuentra un suelo y un olor, y se agarra como un bicho a la cosa amada. Más tarde, a todo eso lo llamamos destino.” (p. 47) Y ni siquiera sabemos muy bien qué paso mirando hacia atrás: “A veces el pasado son cajas adentro de otras cajas que uno va abriendo a medida que se las encuentra en la memoria y adentro tiene un mensaje. Pero a veces no hay ningún mensaje, a veces no dicen nada. Y mirar para atrás es como apagar la luz.” (p. 65)
Ese ir hacia adelante a tientas, a intuiciones y corazonadas, tiene algo animal. Un hombre es un animal pequeño que se ve inmenso. A lo largo del libro hay una y otra vez referencias al mundo animal y Etchebarne parece resaltar el lado más animal, menos racional, más intuitivo o instintivo, olfativo más que visual, del ser humano. Vivimos en la oscuridad y, paradójicamente, aunque las mujeres ven un poco más igual están como en el asiento del acompañante, susurrando advertencias al varón. “En el matrimonio, dice mi mamá, las mujeres somos esos hombres en la pista de aterrizaje, haciendo señales, juegos con las manos para que bajen a tierra para que lleguen bien, para que sepan hasta dónde. Una función muy útil y medio suicida.” (p. 74)
No me quiero pelear con Acevedo para decir que a mí también me gustó mucho el libro de Etchebarne aunque no veo sabiduría en esas chicas. Quiero decirles, a esas chicas, que se despierten, que dejen a esos tipos que no las quieren bien. Pero quizás si digo que me gustó de una manera distinta a la manera en que le gustó a Acevedo estoy hablando mejor aún del libro, ¿no? Porque el libro es hermoso. Es como un poema de cien páginas en donde vemos pedazos de los corazones humeantes de estas chicas, fragmentos de situaciones de relaciones fragmentadas astilladas desgarradas y todo de una manera hermosa, con metáforas únicas, con una música arrulladora y donde nada se resuelve del todo, y así parece una manera distinta de entender la vida: de nuevo, más intuitiva e irracional, como un perro hermoso.

lunes, 30 de octubre de 2017

Historia y contingencia



Nuestra historia de lecturas está, como la historia del mundo, sujeta a condiciones estructurales y a las fuerzas de la contingencia. Hace décadas, de chiquito, me trajeron de un viaje réplicas de mapas y documentos de la Guerra Civil Americana; hace unos años compré un librito con escritos de Lincoln; hace unos meses a una hija le asignaron leer su biografía; hace unas semanas le pregunté a Mark Healey (@HealeyParera) qué libro recomendaba como historia general del período y así llegué a The Battle Cry of Freedom, de James McPherson.
The Battle Cry of Freedom es un librazo de historia sobre un período complejísimo de esa nación tan compleja como es Estados Unidos. Los libros generales sobre episodios como estos son dificilísimos de escribir; uno quiere al mismo tiempo mantener una narrativa más o menos cronológica pero al mismo tiempo tratar en profundidad los temas más complejos que se relacionan con los eventos. McPherson logra hacerlo, perdiéndose (para un neófito) bastante poco de lo narrativo. El libro se lee increíblemente bien, y aprendemos sobre las economías de los beligerantes, las cuestiones jurídicas y constitucionales, la formáción de los ejércitos, los armamentos y tácticas, los generales, la medicina y miles de cuestiones más.
A los no americanos nos cuesta entender la magnitud y complejidad de esta guerra que duró más de 4 años y que mató a más soldados americanos que todas las demás guerras sumadas, unos 360.000 yanquis y unos 260.000 confederados. Y lo que la hace más difícil de entender es su doble característica de guerra de pueblos (con conscripción y movilización total) y guerra política (con fines políticos que van cambiando, con elecciones mientras se seguía peleando, con decisiones judiciales y casos de derechos civiles, y hasta con comercio entre beligerantes semi-aceptado por los gobiernos).
La causa principal fue estructural: “La cuestion de la esclavitud probablemente hubiera causado tarde o temprano un enfrentamiento entre el Norte y el Sur”. Social, política y económicamente era imposible mantener una sociedad esclavista y otra de hombres libres unidas por siempre. Pero la guerra no nació para abolir la esclavitud ni era esa un objetivo de guerra del Norte ni de Lincoln, quien “se había movido de a poco hacia la izquierda durante la guerra, desde la no emancipación a una emancipación limitada con colonización y después hasta emancipación universal con sufragio limitado.”
El desarrollo fue cambiante y complejo, con escenarios múltiples, cambios tecnológicos y el preludio a la movilización total de las guerras del siglo XX. De hecho, durante la propia contienda se produce una transición desde una guerra parecida a las napoleónicas hacia algo cada vez más similar a la primera guerra mundial (trincheras y atrición). McPherson comenta pero pone en duda las principales explicaciones de la victoria del Norte: la mayor fortaleza económica, tamaño y capacidad industrial del Norte; la supuesta desunión de los confederados; la idea de que habría habido un mejor liderazgo civil y militar en el Norte. Al final del día, sin embargo, el resultado fue contingente: “en diversos momentos críticos durante la guerra los resultados podrían haber sido totalmente diferentes. (…) La victoria del Norte y la derrota del Sur en la guerra no puede ser entendida sin la contingencia que pendía de cada campaña, de cada batalla, de cada elección, cada decisión durante la guerra.” Contingencia muchas veces relacionada con errores; una y otra vez los generales se equivocan, desaprovechan oportunidades, mandan a miles de soldados a la muerte sin posibilidades, en parte, pero no sólo, debido a el increíble amateurismo de buena parte de la dirigencia civil y militar.
Una curiosidad de la historia es que resultados contingentes pueden tener consecuencias profundas y duraderas. El triunfo del Norte no significó nada más (nada menos) que el fin de la secesión y de la esclavitud sino que significó “una transformación más amplia de la sociedad y la política norteamericana”. Hubo un “cambio radical del poder del Sur al Norte” y cambió sustancialmente el gobierno: “La vieja república federal en la cual el estado nacional raramente tocaba al ciudadano promedio a través del correo dio lugar a una unidad política más centralizada que cobraba impuestos a las personas de forma directa y que creó una administración de ingresos para hacerlo, llamaba a hombres a las armas a través de la conscripción, expandió la jurisdicción federal de las cortes, creó una moneda nacional y un sistema nacional de bancos y estableció la primera agencia nacional para el bienestar social”. La guerra civil forjó la economía, las instituciones y hasta el partido y la ideología (“el partido Republicano, con su ideología de capitalismo compettivo, egalitario y de trabajo libre”) que preparían a los Estados Unidos para, medio siglo más tarde, sacarle el rol de imperio a Gran Bretaña.
Pudo ser de otra manera. Nuestras vidas también pueden ser diferentes.

Originales de las citas usadas
“The slavery issue would probably have caused an eventual showdown between North and South”.
“He had moved steadily leftward during the war, from no emancipation to limited emancipation with colonization and then to universal emancipation with limited suffrage.”
“at numerous critical points during the war things might have gone altogether differently. (…) Northern victory and southern defeat in the war cannot be understood apart from the contingency that hung over every campaign, every battle, every election, every decision during the war.”
“These results signified a broader transformation of American society and polity”.
“radical shift of political power from South to North.”
“The old federal republic in which the national government had rarely touched the average citizen except through the post-office gave way to a more centralized polity that taxed the people directly and created an internal revenue bureau to collect these taxes, drafted men into the army, expanded the jurisdiction of federal courts, created a national currency and a national banking system, and established the first national agency for social welfare”.
“The accession to power of the Republican party, with its ideology of competitive, egalitarian, free-labor capitalism, was a signal to the South that the northern majority had turned irrevocably toward this frightening, revolutionary future.” 

lunes, 23 de octubre de 2017

Tiempo gato

desde hace unos buenos días en verdad desde hace semanas o quién sabe cuánto
se me ocurrió esta idea de hacer un caligrama un poema más o menos
así con la forma de un reloj de arena que va de a poco, así,
perdiendo su caudal y justo antes de venir acá leí al
meses se murió mi papá
entonces me prometí
hacer todo el
tiempo
lo  que me
hiciera feliz. si
me divierte viajar viajo.
si me divierte estar solo estoy solo.
si me divierte  estar con amigos todo el día estoy
con amigos todo el día y si quiero salir y comer, salgo y como.
hay que hacer lo más que se pueda porque esto se acaba y se acaba mucho
más rápido de lo que uno piensa. lo único que nos llevamos es lo que vivimos.”

martes, 17 de octubre de 2017

Citas




Hace unos años, en una librería en Houston, Texas, me encontré un librito con escritos de Lincoln. Estaba barato, lo compré, y cuando llegué a Buenos Aires lo dejé en la mesa de luz por años. Cada tanto leía y releía el discurso más famoso de la historia, el discurso de Gettysburg con sus 272 palabras, y lo volvía a dejar ahí. Hace unas semanas, hija#3 me dijo que tenía que leer una biografía de Lincoln así que busqué el librito y le leí el discurso de Gettysburg. Cuando terminé me dijo: “sos un pesado pero te quiero igual”, lo que no deja de ser lindo, creo. El punto es que me asumí pesado y me puse a leer todo el libro y entonces me di cuenta de que sé mucho menos de la Guerra de Secesión de lo que me gustaría, así que ahora estoy con eso. La próxima reseña seguramente será sobre The Battle Cry of Freedom, de James McPherson. Mientras tanto, acá van algunas citas de Lincoln.

“that government of the people, by the people, for the people, shall not perish from the earth.” / “que el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo, no desaparezca de la tierra”. (Gettysburg Address; p. 2; 1863)
“As a nation of freemen, we must live through all time, or die by suicide.” / “Como una nación de hombres libres, debemos vivir por todos los tiempos o morir por suicidio”(Address before the Young Men’s Lyceum of Springfield, Illinois, 1838. p. 4)
“Let reverence for the laws (...) become the political religion of the nation”. / “Que la reverencia a las leyes (…) se convierta en la religión política de la nación”(Address before the Young Men’s Lyceum of Springfield, Illinois, 1838, p. 10).
“Is it unreasonable, then, to expect, that some man possessed of the loftiest genius, coupled with ambition sufficient to push it to its utmost stretch, will at some time, spring among us? And when such a one does, it will require the people to be united with each other, attached to the government and laws, and generally intelligent, to successfully frustrate his designs.” / “¿Es acaso poco razonable, entonces, esperar que algún hombre de la más encumbrada genialidad, asociada con una ambición tan grande que lo lleve a empujarla a su máxima posibilidad, aparezca entre nosotros? Y cuando aparezca, requerirá que las personas estén unida unas con otras, apegadas al Estado y a las leyes, y con inteligencia, para lograr frustrar sus designios.” (Address before the Young Men’s Lyceum of Springfield, Illinois, 1838. p. 13)
“The legitimate object of government, is to do for a community of people, whatever they need to have done, but can not do, at all, or can not, so well do, for themselves - in their separate, and individual capacities.” / “El objetivo legítimo del Estado es hacer para una comunidad de personas todo aquello que necesiten que se haga pero que no pueden hacer, o que no pueden hacer bien, por sí mismos, en sus capacidades individuales y separadas.” (Thoughts on government, 1854. p. 17)
“A house divided against itself cannot stand. I believe this government cannot endure, permanently half slave and half free.” / “Una casa dividida en contra de sí misma no puede sostenerse. Creo que este Estado no puede durar permanentemente mitad esclavo y mitad libre.” (“A house divided” speech, 1858. p 21)

lunes, 9 de octubre de 2017

Heroína de la empatía


El 27 de septiembre empecé, en el Retiro-Tigre, La música que llevamos adentro, de Julia Moret. Lo sé porque tuitié que estaba en eso y que leyendo los agradecimientos y el prólogo ya me había emocionado dos veces. Emocionado de sentir lágrimas detrás de los ojos, de sentir que se me agarrotaba la garganta. Al día siguiente tuitié: “Me estás matando @JuliMoret. Tu libro es impresionante.” Finalmente, el 2 de octubre tuitié: “Tu libro es muy muy hermoso, @JuliMoret. Es emocionante y divertido e importante. Es tuyo y universal.”
El libro es un relato, en primerísima persona, de una mujer que va descubriendo que su hijo tiene síndrome de Asperger; y que va descubriendo qué es eso, qué significa eso para ella como madre, esposa, mujer, hermana, hija. Es, como dice Santiago Llach en el prólogo, “una historia fascinante de shock familiar y redención, un thriller de las emociones íntimas, un testimonio de todo lo que somos capaces de hacer los seres humanos.” (p. 19) Un libro que empieza con una madre con miedo a qué le dirán en el colegio otras madres y maestras sobre su hijo, que se comporta distinto a los demás: “Trato de no hacer contacto visual con ninguna madre para no habilitar la charla. (...) Estoy al límite de la autocompasión”. (p. 54) Y que termina con una mujer que quiere ayudar a otras madres de chicos con Asperger y a todos los chicos con Asperger. Una madre que empieza buscando en las librerías “un libro testimonial (…) que sea desde el punto de vista de la madre. Quiero un libro que me cuente qué siente una mujer, una madre como yo” (p. 173) y que termina escribiéndolo. Por eso no está mal la etiqueta que le da Llach en el prólogo de “superheroína de la empatía”. (p. 18)
Pero no es un libro para madres de chicos con Asperger. Hay sin duda algo totalmente subjetivo: nadie más es como Julia Moret. Pero hay algo mucho más general sobre qué significa ser madre, qué es ser mujer, esposa y todo lo demás. Moret se pregunta todo el tiempo cómo vivimos, en esa realidad que nos toca; preguntas como: “¿Eso es ser padre? ¿Esperar a que un hijo crezca?” (p. 31) “¿No hacen eso las familias?” (p. 97) “¿No hacen eso las parejas?” (p. 106) “¿No es eso quererse?” (p. 230) Hay cosas muy específicas de ser madre de un chico con Asperger, como la dificultad de la vida social del chico (“mi hijo tiene un amigo y lo cuidamos como si fuera un Quinquela heredado de mi abuela Nina.” - p. 71) Y otras que son comunes a todos: “Paso el peine fino y quiero gritar de la cantidad de piojos que estoy sacando. Me pregunto qué estará haciendo en este momento Scarlett Johansson.” (p. 315) (Necesitamos un poema largo sobre la lucha de la madre contra los piojos. Ahí se juega una desigualdad de género olvidada.) Es ahí donde el libro deja de ser sólo de Moret y pasa a hablar de algo universal, de cómo todos buscamos acomodarnos a esta cosa rara que es la vida (y cómo muchos de nosotros lo hacemos en parte a través de andar leyendo a otros y escribiendo para otros).
Como muestran las últimas dos citas, Moret apela frecuentemente al humor. Estuve al borde del llanto mil veces: con comentarios o preguntas del hijo; con detalles sobre cosas que ven o preguntan los padres o hermanas de Moret sobre su hijo. Sobre lo que ella misma puede preguntarse y permitirse decir y desear respecto de su hijo. Me emocionó mucho todo el juego con el marido y me sentí identificado con esa torpeza que tenemos a veces (siempre) para cuidar a las madres. Pero Moret vuelve una y otra vez al humor y lucha contra la autovictimización. De nuevo, esto es válido para la madre de un chico con Asperger y para todos. “Las madres y los hijos son como las almendras del helado: no se eligen, te tocan y listo.” (p. 62) Ante eso no sirve ni victimizarse ni negar las dificultades propias sino enfrentar esta cosa rara con el corazón abierto, con humor y con empatía hacia los otros que van por este camino. Por eso, además de lo más concreto de ser una madre de un chico con Asperger, por eso este es un libro importante.

lunes, 2 de octubre de 2017

Hasta siempre


Volví a leer la novela que más veces leí. ¿Tres, cuatro, cinco, seis? Ni idea, qué importa. No me canso nunca de ver El Padrino y no me canso nunca de leer El largo adiós, de Raymond Chandler. Y dejé de escuchar a Dolina, a mis 18 o 20 años, cuando lo escuché desdeñar a Chandler aduciendo que al fin de cuentas sólo escribía novelas de detectives. 
Una particularidad de esta lectura es que la hice a los 42 años, a la misma edad que tiene en la novela su héroe, Philip Marlowe, el detective privado por antonomasia. Como dice Marlowe de su cliente en la novela, Terry Lennox, es imposible no amar a Marlowe. Marlowe es todo lo que debe ser un hombre: fuerte, decidido, valiente, independiente, culto sin snobismo (describe “decoraciones por Duhaux en el último simbolismo subfálico”-  p. 18), caballero sin afectación, irónico sin que eso lo convierta en insensible. Marlowe está en el mundo para ayudar a otros con sus problemas pero siempre buscando que prevalezca la verdad y la justicia. La ciudad es un mundo desordenado y hostil, y él está ahí para ponerle un poco de orden y justicia, para compensar un poco. Al lado de Marlowe somos todos poca cosa pero, al mismo tiempo, de Marlowe aprendemos que hay que intentarlo igual; aunque nos fajen o nos cueste, hay que intentar poner orden y humanidad en el medio del caos. Marlowe nació en un pueblo chico y nos dice que le podría haber ido bien allá. Nos pinta una vida de rico de pueblo chico y concluye: “Quedatela vos, querido. Yo me quedo con la ciudad grande sórdida sucia y torcida.” (p. 249) Podría haberme quedado afuera pero me vine a dar una mano.
El tema principal de la novela es esa ética; es la defensa de una forma de vida ajustada a la justicia y la verdad en un mundo difícil y desordenado en el cual a muchos malos les va muy bien. No es un superhéroe, el bien no siempre triunfa, pero cada tanto el detective puede compensar. Otro tema es el adiós, la despedida. Muchos de los personajes pierden cosas en la novela y tienen que hacer duelos, pero no todos lo logran. Ni Eileen Wade ni Lennox ni Roger Wade. Marlowe tiene que soltar a Lennox y también a Linda. Con Lennox hace todas las cosas sentimentales que él le pide en su carta, y dijo su adiós “cuando valía de verdad (...) cuando era triste solitario y final.” (p. 378) Y con Linda razona que “Los franceses tienen una expresión. Los hijos de puta tienen una expresión para todo y siempre tienen razón. Decir adiós es morir un poco.” (p. 365) Así que además de todo lo demás, Marlowe es el más maduro de todos los personajes, el que lidia con el dolor y la pérdida como un adulto.
El otro gran tema es uno de los grandes tema de la vida del autor, aquello a lo que el autor no pudo decirle adiós: el alcohol. La novela comienza, los problemas de Marlowe comienzan, justamente por el alcohol: “siempre es un error interferir con un borracho” (p. 4). Y los dos hombres que crean el conflicto central, por decirlo así, son borrachos. El alcoholismo cambia todo: “Un hombre que puede tomar mucho en alguna ocasión sigue siendo el mismo hombre que era sobrio. Un alcohólico, un alcohólico de verdad, no es para nada el mismo hombre. No podés predecir con seguridad nada que tenga que ver con él salvo que será una persona que nunca antes conociste.” (p. 181)
El argumento puede ser un poco demasiado complejo, y en algún momento una cosa que a Marlowe le tarda un tiempo hoy nos parece obvia. También es verdad que hoy, después de todas las novelas de detectives que leímos y todas las películas de detectives que vimos, el tono puede parecer un poco cliché. Es como escuchar la voz en off de La pistola desnuda, esa voz de primera persona dura y rasposa, irónica y canchera. Pero hay que recordar que si no fue el primero, Chandler es de los primeros. Y sobre todo, que nadie lo hace como él, con su riqueza de lenguaje y su humor y su ritmo. Para mí Chandler es un genio de la metáfora, una metáfora corrida y original: “El oleaje tiene la tranquilidad de una señora vieja cantando en la iglesia” (p. 37); “...dijo en una voz hecha con lo que usan para forrar las nubes de verano” (p. 95); “yo pertenecía a Idle Valley como una cebolla perla en un banana split” (p. 98); “Pasó una hora como una cucaracha enferma”.(p. 137).
A este paladín de la justicia no le decimos nunca adiós sino siempre hasta pronto: y si a los 20 la leí queriendo convertirme en un hombre como Marlowe, espero no pensar dentro de veinte años "qué equivocado está este muchacho".

Originales de las citas usadas
“decorations by Duhaux in the latest subphallic symbolism.” (p. 18)
“You take it, friend. I’ll take the big sordid dirty crooked city.” (p. 249)
“So long, amigo. I won’t say goodbye. I said it to you when it meant something. I said it when it was sad and lonely and final.” (p. 378)
“The French have a phrase for it. The bastards have a phrase for everything and they are always right. To say goodbye is to die a little.” (p. 365)
“it’s always a mistake to interfere with a drunk.” (p. 4)
“A man who drinks too much on occasion is still the same man as he was sober. An alcoholic, a real alcoholic, is not the same man at all. You can’t predict anything about him for sure except that he will be someone you never met before.” (p. 181)
“The swell is as gentle as an old lady singing hymns.” (p. 37)
“she said in a voice like the stuff they use to line summer clouds with”. (p. 95)
“I belonged on Idle Valley like a pearl onion on a banana split.” (p. 98)
“An hour crawled by like a sick cockroach.” (p. 137)


lunes, 25 de septiembre de 2017

Educar para el desarrollo


Leí con mucho gusto La mala educación. ¿Qué pasó con la escuela en la Argentina?, de mi amiga Helena Rovner y Eugenio Monjeau. El libro es, ante todo, un alegato a encarar en serio la cuestión educativa, después de años en los que, en palabras de Mariano Narodowski en el prólogo, no mandaron “la exigencia, el pensamiento crítico y la igualdad de oportunidades en el ámbito educativo, sino la superficialidad y lo políticamente correcto”. (p. 20) Y la importancia de ese alegato se sostiene en la convicción sarmientina de que nada es más importante que la educación para construir un país desarrollado y con oportunidades. 
Efectivamente, “es antes que nada un libro ideológico. (...) La parte central del texto es una defensa de ideas liberales en el ámbito de la educación” (p. 12) y un enjuiciamiento de lo que el “progresismo” hizo o dejó de hacer con la educación. Los autores dicen que “las orientaciones educativas autoidentificadas como latinoamericanistas, o como de izquierda (...) cubrieron los cargos disponibles durante distintas gestiones en las carteras educativas de gobiernos nacionales y provinciales”. (p. 79) Y que los resultados fueron lamentables: “La educación en democracia solo mejoró la cobertura educativa básica (...) pero sigue siendo incapaz de retener a los más vulnerables cuando traspasan el difícil umbral de la adolescencia, y sistemáticamente demuestra impartir una educación de peor calidad entre los más pobres y los que viven en zonas más remotas y aisladas.” (p. 78-79) El kirchnerismo es en esta línea algo así como la frutilla del postre, la “fase superior del progresismo”.
En segundo lugar, el libro es un buen inventario de los problemas que afronta la educación en Argentina. Los “déficits más graves (...) En el nivel primario (...) un proceso constante de migración del sistema público al privado. (...) En el nivel secundario, los problemas de eficiencia educativa y de inequidad son alarmantes (...) el ausentismo escolar argentino es el más elevado de entre los países evaluados por la OCDE (...) La calidad educativa (...) no cesa de descender (...) las universidades argentinas producen menos egresados que sus pares brasileñas o chilenas”. (p. 60-63) Al mismo tiempo, los autores son claros en que la prioridad es el nivel secundario.
Rovner y Monjeau no explican cómo podemos resolver todos estos problemas, lo cual tampoco pedimos. Pero sí dan un argumento general sobre la salida posible, que pasa antes que nada por fortalecer a los usuarios de la educación, a las familias, con información útil y confiable (frente a la “era de oscurantismo estadístico” que significó el kirchnerismo - p. 51) El argumento básico, central al libro, es el del contrato social educativo roto, lo que genera la dinámica perversa de la migración al sistema privado, lo que hace que cada vez menos gente demande cambios. “Una gestión comprometida con el futuro del país debería hacer dos cosas: en primer lugar evitar que la gente tome la opción de salida de la educación pública; en segundo lugar, fortalecer los mecanismos de los que eligen la opción de la voz.” (p. 105) Eso implica que “Los gestores de la educación tienen que empezar a ser públicamente responsables” (p. 126) y “debilitar la opción de salida a la vez que se fortalece la de voz. Para ello, son fundamentales la autonomía escolar y poner al docente en el centro”. (p. 151)
Pedir a los autores que avancen mucho más allá que esto en la posibilidad y mecanismo del cambio es imposible. (Tampoco pedimos estar de acuerdo en todo, y no estoy de acuerdo con el tratamiento que dan al tema Ecuador, pero no es algo central al argumento del libro y ya lo he discutido con la autora.) Lo importante es que es un libro que explica bien los problemas centrales de la educación en Argentina, y lo hace con buena prosa, explicando simple, con ritmo y hasta humor. Nos queda claro, al final, que “El sistema educativo argentino, después de décadas y experimentos fallidos, educa a pocos, y los educa mal.” (p. 227) Y nos da una idea del camino del cambio: “el paso inicial para recomponer un contrato social educativo es admitir que las cosas sí son tan malas como parecen, y volver a los reclamos básicos.” (p. 229)

lunes, 18 de septiembre de 2017

Lo que no amé


No amé What I loved, de Siri Hustvedt. Me gustaron las primeras páginas, su ritmo y su cadencia, me gustó la calidad del lenguaje y por momentos me enganché por lo que me pareció que la novela parecía ser, antes de que se desviara. Pero nunca me terminé de creer al narrador, un historiador del arte viejo y casi ciego que en un par de meses redacta la historia de su vida con una precisión envidiable. Pero sobre todo, bah, no, sobre todo no, porque no hay nada posible si no le creemos al narrador; además, digo, la novela me pareció demasiado ambiciosa en los temas que quiere desarrollar, y entonces sentí que se iba deshilachando. Entre literatura de los vínculos, novela de ideas y thriller psicológico, para mí no terminó siendo nada de esto y me resulta difícil ahora entender cómo logré terminarla - porque es larga.
Uno de los grandes temas del libro, el que perfectamente podría haber sido el único, el que me enganchó, es el de los límites entre una persona y otra, las fronteras, dónde empieza y termina cada persona. Cómo nuestras vidas y nuestras emociones se entrelazan y se confunden con las de otros. La estructura principal de la novela se desarrolla sobre un pentágono de adultos: Leo (el narrador, profesor de historia del arte) y su mujer Erica (crítica literaria); su amigo Bill (artista plástico) y su primera mujer Lucille (poeta) y su segunda mujer Violet (historiadora de la cultura). Los hijos, Mathew (de Leo y Erica) y Mark (de Bill y Lucille), completan el grupo de los personajes principales. Esa falta de límites claros se ve en las relaciones, se ve en el arte de Bill, en los escritos de los demás y hasta en una pequeña imagen: un transformer (¿es esto o es lo otro?) en el suelo después de una escena importante. Pero sobre todo, la historia de Leo se ve en la imagen del cajón de su escritorio donde guarda objetos que le recuerda lo que amó, “era un lugar para registrar lo que había perdido.” (p. 191) Ahí está toda su vida y sus afectos mezclados en un pequeño espacio, y reordenando los objetos Leo tiene la ilusión de reordenar su vida.
Me hubiera gustado una novela más escueta y concentrada en ese tema y simbolizada en ese cajón. La imagen de un cajón de los recuerdos es hermosa para estructurar la historia de una vida. Pero el cajón no tiene nada que ver con el arte ni con las enfermedades mentales, que son otros dos grandes ejes conceptuales de la novela. El del arte me pareció francamente aburrido; la historia de los cinco se escribe en parte con sus obras artísticas o académicas; y leer dos o tres páginas sobre una muestra de arte inexistente es un bodrio, además de requerir un esfuerzo de imaginación abrumador, por lo menos para mí. Hay algo de esnobismo intelectual también, en ese retrato de la Nueva York intelectual y artística. Como cuando el narrador remarca que la forma en que habla Violet varía al hablar de Mark: “En todos los demás temas, ella hablaba como siempre, fácilmente y con fluidez, cerrando cada oración con un punto final, pero Mark la ponía vacilante, y sus palabras quedaban colgando sin finales.” (p. 183) ¿Qué ser humano puede hacer una observación como esa y, sobre todo, recordarla algo así como cinco años después?
Las enfermedades mentales comienzan con el tema de tesis de Violet (la histeria en el siglo XIX) y siguen con su segundo tema de estudio (la anorexia en el siglo XX). Además, el hermano de Bill sufre una enfermedad mental y el libro termina como un thriller psicopatológico / criminal. Este giro ocupa buena parte de la segunda mitad del libro y es ahí donde fui perdiendo cada vez más el interés y ahora, mirando hacia atrás, me cuesta entender cómo seguí adelante.

Originales de las citas usadas
The drawer “was a place to record what I missed.” (p. 191)
“On every other topic, she spoke as she always did, easily and fluently, rounding off her sentences with periods, but Mark made her hesitant, and her words were left hanging without ends.” (p. 183)

lunes, 11 de septiembre de 2017

Jardines rotos

Crece la sección McCarthy de mi biblioteca.

Leí The Gardener’s Son, un guión escrito por Cormac McCarthy, uno de mis novelistas favoritos, en 1975. El guión fue un encargo del director Richard Pearce, quien lo filmó paraPBS.
Leer guiones es siempre un gran ejercicio. La primera vez que leí un guión fue para traducirlo del español al inglés; un amigo productor necesitaba una versión en inglés de un guión para buscar inversores y me contrató para hacerlo. El guión era de un muy buen autor/director argentino, y me resultó muy útil para llevar algo de eso a la narrativa: concentrarse en imágenes y diálogo, no escribir la vida interna de los personajes sino mostrarla. McCarthy hace mucho de eso en su narrativa, y en un guión mucho más. Es un gran ejercicio.
Basado en una historia real ocurrida en el sur de EE.UU. en 1876, el guión habla de un pueblo que gira alrededor de un molino de algodón. El viejo dueño, que muere al principio de la historia, tenía ideas progresistas que incluían el embellecimiento del pueblo, y por eso tenía contratado a un jardinero (McEvoy padre). El hijo del jardinero pierde una pierna en un accidente del que no sabemos nada, deja un trabajo de oficina en el molino y deja el pueblo. Vemos también al hijo del dueño, que no es tan progresista, haciendo una propuesta indecente a una hija de McEvoy. En el segundo acto, años después, el hijo del jardinero regresa: su madre murió, su padre ya no arregla jardines sino que trabaja en el molino y los jardines se vinieron abajo. Como dice un veterano: “Ya no importan tanto los jardines por acá. Los jardines siempre son lo primero que se pierde.” (p. 42) El hijo va a las oficinas del molino, se encuentra con el nuevo dueño y lo mata. Sus abogados lo convencen de que no hable mal del muerto, de su recurrente acoso a mujeres y es condenado a la pena de muerte.
Lo más llamativo del guión es lo que no se dice: por qué mata el hijo del jardinero al hijo del dueño. En la entrada de Wikipedia del guión se habla del enojo del asesino por el comportamiento capitalista del asesinado, pero eso no surge directamente del libro. No sabemos tampoco si el accidente por el que el asesino perdió su pierna se relaciona con el asesinado; ni si sabía que su hermana había sido acosada por él. No sabemos tampoco si el consejo del abogado tenía como objetivo beneficiar al cliente o sólo a la familia del muerto. Así y todo, suponemos que no hubo justicia. Entre la declaración del abogado (“Si los hombres no fueran más justos que Dios no habría justicia en este mundo. En todos lados donde miro veo a hombres tratando de corregir las injusticias con los que los dejó Dios”) y el sufrimiento del padre, nos quedamos con el corazón roto del viejo jardinero.

Originales de las citas usadas
“Not big on gardens here no more. Gardens is always the first thing to go.” (p. 42)
“If men were no more just than God there’d be no peace in this world. Everywhere I look I see men trying to set right the inequities that God left them with.” (p. 68)