lunes, 27 de agosto de 2018

Embajador

Manu Ginobili fue, sin lugar a dudas, el mejor basquetbolista argentino de la historia. Y sin duda está entre los mejores deportistas argentinos de cualquier disciplina; en qué lugar no importa, la discusión no tiene sentido, pero que está ahí arriba con los más grandes no hay dudas.
Como bien dice JeffMcDonald en este artículo del San Antonio Express, que algún diario argentino debería conseguir permiso para publicar (el que lo haga, yo se lo traduzco gratis), Manu no será el mejor jugador de la historia de San Antonio; ese, claramente, es Tim Duncan; pero sí el más querido y el más distinto. Nunca habrá alguien como él, dice Jeff, y tiene razón.
Tuve la suerte y la claridad mental y la locura de ir a verlo unas cuantas veces. La primera vez que fui escribí esto, de lo cual no estoy muy orgulloso. Pero ese artículo llegó a los ojos de Jane Anne Craig, maestra de escuela texana jubilada y fanática de los Spurs y de Manu. Jane me escribió y me dijo: la próxima vez que vengas chiflá. Volví, chiflé, y ella me metió en la fila para el autógrafo. Cuando Jane me dijo que me acercara a Manu para una foto, él me miró y me preguntó “¿estás con ella?” y después le dijo a ella “she’s the ambassador from Argentina”.

Foto de Jane Anne Craig (@janieannie)

Jane – gracias Jane, por mí y por las decenas de argentinos a quienes ayudaste – es un ejemplo de algo muy fuerte en San Antonio: es gente muy amable, que te hace sentir como en casa, los Spurs son una familia, dice Jane. Un poco por eso, hoy tengo como amigo en Facebook a J. Sanford, el que hacía de la voz del estadio en San Antonio. Y un poco por eso tengo esta foto que sigue: la última vez que fui a San Antonio, Jane me presentó a Tony Morano, un fotógrafo que trabaja para los Spurs. Hablamos un rato con Tony, le conté que me gusta la fotografía y que después del partido me iba para un parque nacional a sacar fotos. Después vino Manu, nos pusimos a hablar y Tony sacó esta foto y me la mandó. (Sí, ya sé, parece que estoy enamorado pero me la banco y la subo igual.)

Foto de Tony Morano.

Manu es el Spur más querido, además de por su juego impresionante y creativo, porque es el último boy scout: todos dicen que es un gran compañero, gran esposo, gran padre. Como dice McDonald en ese artículo, si hay un premio que Manu debió haber ganado y no ganó es el Magic Johnson, el premio al que mejor atiende a la prensa. Y si lo hubiera, también al que mejor atiende a sus fans: como me decía Jane, los argentinos podemos ser un poco intensos, y “ese hombre es un santo”. Como quedó perdido en la anécdota de la foto de arriba, ese día Manu me vino a saludar a mí. Ya nos habíamos saludado un par de días antes y ese día no lo quería molestar porque era un partido chivo, pero el vino solito a charlar conmigo.
Una anécdota que pinta entero cómo fue Ginobili con sus hinchas ocurrió la vez que fui a un partido con hija#1. Ella no sabía mucho quién era Manu, pero ahí estábamos, haciendo cola esperando que apareciera para firmarle una remera. Y de pronto se escuchó “¿hay alguien de Argentina por acá?”. Era Manu; hija#1 saltaba para tratar de llamar la atención y decía “yo, yo”, y Manu seguía “¿dónde, dónde?” haciendo que buscaba a alguien con la mirada, e hija#1 seguía “yo, yo”, hasta que Manu se empezó a reír, se acercó a ella y le firmó la remera. Miles de argentinos lo vieron en San Antonio y en muchas otras ciudades y siempre estuvo, siempre respondió. No es fácil. 

Foto: Instagram de San Antonio Spurs.

Aunque hay argentinos difíciles, como decía Jane, la embajadora argentina a San Antonio, Manu siempre mostró la mejor versión de nosotros mismos; como dice Perantuono acá, es el argentino que queremos ser: competitivo pero honesto, creativo pero jugador de equipo, amable, inteligente. Su retiro le va a quitar visibilidad, pero no dudo que seguirá siendo un gran embajador para los argentinos. Siempre le estaré agraecido por las alegrías deportivas - el zapallazo contra Serbia, todo Atenas, Indiannapolis, la volcada contra Bosh en la final de 2014... - y por lo bien que se portó siempre personalmente conmigo, pero sobre todo por esa capacidad de representar sin buscarlo mucho de lo mejor que tenemos los argentinos.

Democracia de hombres blancos



Leí What Hath God Wrought: The transformation of America, de Daniel Walker Howe. Es el volumen de la Oxford History of the U.S.A. correspondiente al período 1815-1848; como el período anterior, es un sánguche de muchas cosas con tapas de dos guerras: en el período anterior las tapas son las guerras de independencia y la guerra de 1812 (ambas contra Gran Bretaña), y en el actual la de 1812 y la guerra con México que termina en 1848. Con esta lectura concluyo así el período 1763-1896, o sea, básicamente el primer siglo de vida de este curioso experimento. (Los anteriores fueron The Glorious Cause, 1763-1789, Empire of Liberty, 1789-1815, Battle Cry of Freedom, 1848-1865 y The Republic for which it stands, 1865-1896.)
¿Qué pasó entre 1815 y 1848 en la historia de EE.UU.? Lo primero que salta a la vista mirando un mapa es la impresionante extensión territorial hacia el sudoeste (en detrimento de los nativos), anexando Florida (en detrimento de los españoles), Texas, Nuevo México y California (en detrimento de México) y lo que son hoy los estados de Washington y Oregon en el noroeste (en acuerdo con Gran Bretaña). Acá te lo cuentan con mapas. Desde ya, no fue casualidad ni (únicamente) el resultado de inocentes migrantes en busca de tierra: “como todos los imperios, el americano requirió para llegar a existir de deliberación consciente y de acción gubernamental enérgica para lidiar contra reivindicaciones de propiedad rivales. La política de poder, la diplomacia y la guerra fueron tan parte del ‘destino manifiesto’ de los EE.UU. como las carretas cubiertas.” (p. 707)
El segundo tema importante del período está muy relacionado con la extensión territorial: este es el período en el que se cimentó el racismo en EE.UU. Hasta esta época, la esclavitud era considerada una “institución peculiar” destinada a desaparecer más o menos naturalmente. Con la llegada del algodón como parte de la gran revolución industrial que comenzaría a tomar fuerza surgió la necesidad de ampliar la esclavitud en el sur y hacia el oeste; y, por lo tanto, apareció una defensa ideológica de la institución basada en el racismo. Esto se relaciona con la extensión territorial al menos de tres maneras. Por un lado, el racismo justifica el exilio forzado / genocidio de los nativos que ocupaban tierras que podían ser ocupadas por el algodón. En segundo lugar, una ideología racista (y un partido político nacido en esta época) justifica la idea de la extensión territorial y el “destino manifiesto”: “La supremacía blanca se mantuvo como central a la Democracia Jacksoniana durante todo el segundo sistema de partidos (...) Prácticamente todos los aspectos de la visión política Demócrata apoyaban la supremacía blanca y la esclavitud de una u otra manera” (p. 510). Finalmente, la extensión territorial hacia el Oeste suma tensión a la división entre Norte y Sur, entre la sección esclavista y la no esclavista: ¿se permitirá o no la esclavitud en los nuevos territorios ocupados? En esta cuestión está uno de los gérmenes de la Guerra Civil.
En tercer lugar, “la religión cristiana continuó siendo un elemento de magnitud imponderable en la vida y pensamiento americanos, simultáneamente progresista y conservador.” (p. 836) Lo que se se llama el “segundo gran despertar” religioso produjo, además de un gran resurgimiento religioso, “un libre mercado en materia religiosa” (p. 172). La religión está presente en todo: en la idea de la supremacía blanca pero también en el abolicionismo y en otras campañas morales (contra el alcohol, por los derechos de la mujer, etc.); en la idea de progreso económico y social y en un concepto central al período que es el de mejora. Contra la visión demócrata de la extensión territorial se oponía una visión Whig de mejora cualitativa de los territorios bajo control a través de obras de infraestructura patrocinadas por el Estado federal. Los demócratas no sólo se oponían porque preferían extender el territorio sino porque querían mantener débil al Estado federal frente a los estados, en gran medida en defensa de la esclavitud, y por eso el Sistema Americano que proponía Henry Clay (un gran proyecto de infraestructura e institucional) sólo fue implementado en pequeñas partes. Y el concepto de mejora, que también llegaba a lo personal, tenía una connotación religiosa y moral. “Ya fuera individual o colectiva, la palabra ‘mejora’ tenía un sigificado moral además de físico; constituía una obligación, un imperativo. Muchos americanos, rurales y urbanos, pobres o de clase media, abrazaron la ética de la mejora material e intelectual.” (p. 244)
Finalmente, todo esto se da en el marco de una economía en expansión sobre todo porque agregaba factores de producción (tierra y trabajo). Pero también porque comenzaba a tomar impulso la revolución industrial; y porque durante el período comienza la doble revolución del transporte y las comunicaciones: “mejor transporte y comunicaciones facilitaban no sólo el movimiento de bienes e ideas sino también la libertad personal individual.” (p. 242) Para nosotros, que vivimos en un mundo sin distancia, es muy difícil entender en su debida magnitud el tremendo efecto del ferrocarril y del telégrafo en la guerra contra la "tiranía de la distancia". Es un período de crecimiento económico pero sin una mejora tan clara de la calidad de vida (bajan tanto la expectativa de vida como la altura promedio de la gente) y con crisis fuertes en 1819 y con una depresión entre 1837 y 1843. Pero la triple revolución (industrial, de transportes y de comunicaciones) iba a llevar a cierta centralización, a la creación de un mercado nacional y, en última instancia, a una definición sobre el gran tema pendiente, el de la eslavitud, que se daría en el período siguiente con mucho sufrimiento:
“La identidad nacional americana había resistido crisis, su economía se había recuperado de diversos pánicos y su sistema político había manejado exitosamente repetidas transferencias de poder en paz. El surgimiento de partidos políticos de masas y la votación popular de electores presidenciales probó ser compatible con la estabilidad e hizo a la república de varones blancos incrementalmente más democrática. Pero la supremacía de los varones blancos aún prevalecía en todos lados.” (p. 836) Como muestra la historia americana desde entonces, la resolución de la cuestión de la esclavitud en el período subsiguiente no acabaría, ni mucho menos, con el procesamiento del racismo que se consolidó en este período para justificarla.

Originales de las citas usadas
“like all empires, the American one required conscious deliberation and energetic government action to bring it into being, to deal with previous occupants and competing claims to ownership. Power  politics, diplomacy, and war proved as much a part of America’s “manifest destiny” as covered wagons”. (p. 707)
“White supremacy remained central to Jacksonian Democracy throughout the second party system (…) Virtually every aspect of the Democratic political outlook supported white supremacy and slavery in particular one way or another”. (p. 510)
“the Christian religion remained an enduring element of imponderable magnitude in American life and thought, simultaneously progressive and conservative”. (p. 836)
“America enjoyed a free marketplace in religion”. (p. 172)
“Whether individual or collective, the word “improvement” had a moral as well as a physical meaning; it constituted an obligation, an imperative. Many an American, rural as well as urban, poor as well as middle-class, embraced the ethos of material and intellectual improvement.” (p. 244)
“improved transportation and communications facilitated not only the movement of goods and ideas but personal, individual freedom as well.” (p. 242)
“America’s national identity had weathered crises, its economy had recovered from panics, and its political system had successfully managed repeated peaceful transfers of power. The rise of mass political parties and popular voting for presidential electors had proved compatible with stability and made the white male republic incrementally more democratic. But white male supremacy still prevailed everywhere.” (p. 836)

lunes, 20 de agosto de 2018

Civilización y barbarie


Acabo de terminar de ver The Vietnam War, un documental de 10 episodios y 18 horas de duración, y es una de las cosas más conmovedoras que he experimentado como lector. Lo escribo así en Twitter y alguien - @GustArballo - me felicita por el comentario. Respondo que sí, que es como leer, en parte porque terminé de leerlo y sentí la necesidad de escribir sobre lo que me pasó, como hago con cada libro que leo hace algunos años y, así, soy uno de los pocos seres humanos que aún tienen un blog.
Me va a ser imposible hacer de esto una reseña, como hago con los libros, porque no fui tomando notas como hago en los márgenes de los libros; no fui subrayando y anotando; y sé de cine mucho menos de lo que sé de libros, que de por sí es bastante poco. Pero siento que tengo que dejar algo por escrito. Lo cual puede ser, al fin de cuentas, una nueva autoreferencia, la segunda en dos párrafos de este texto (¿esta es la tercera?)
El documental es extraordinario por muchas razones. Primero, obviamente, por el material de origen: una guerra que duró, para los vietnamitas, prácticamente 30 años (1945-1975); y que tuvo todo tipo de condimentos desde lo puramente militar, lo político doméstico (lo que ocurría al interior de cada país), lo geopolítico, lo ideológico, el choque de civilizaciones distintas y las millones de historias personales, concretas, de quienes fueron formados, deformados y destruidos por esa guerra. (Historias como la de Tim O’Brien, que aparece en el documental y de quien leí el impresionante What they carried). En segundo lugar, por el material fílmico y fotográfico: los periodistas tuvieron un grado de acceso a esa guerra que quizás nunca antes tuvieron ni tendrán; ves entrevistas a soldados en medio de la batalla y no podés creer que eso sea real. Viste tantas películas y series de Vietnam que te cuesta terminar de caer en la cuenta que esos cuerpos son reales. Tercero, por lo que los realizadores hacen con eso, la genialidad con la que cuentan la historia y las historias de algunos de los que estuvieron ahí, historias que me llevaron una y otra vez a las lágrimas. 
Esto no puede ser una reseña pero igual dejo tres apuntes sobre tres momentos que me conmovieron. El primero es con la historia de Hal Kushner, un cirujano, mayor del ejército, que es prisionero de guerra durante años. Al contar su liberación, relata que lo llevan a un avión y que ahí le dicen qué querés, tenemos todo lo que quieras, y el tipo dice que pidió una Coca Cola con hielo molido y en el momento que lo dice, que dice algo tan simple como “a coke with crushed ice” se le quiebra la voz. Porque así de fácil es, a veces, así de finito es lo que nos separa de la inhumanidad, lo que nos conecta con nuestras vidas. De eso habla el segundo momento, con Matt Harrison, un oficial que dice que “la pátina de la civilización es muy fina (…) una y otra vez vi a un buen muchacho joven, de Huron, South Dakota, que allá en Huron ayudaba a las viejitas a cruzar la calle y que iba a la iglesia todos los domingos. (…) No hacía falta mucho tiempo para que esa pátina de civilización se erosionara y ahora era capaz de hacer cosas que simplemente son inhumanas”. Y el tercero es, hacia el final, cuando se ve y se discute sobre el memorial en Washington, y me vino a la mente el recuerdo de llegar al memorial del Holocausto en Berín, perderme en medios de esos pilotes y sentir la opresión, la angustia, total.

lunes, 13 de agosto de 2018

Posición de lectura



“Para Fer, que lo disfrutes y sigas, si es posible, leyéndome”, inscribió en una copia de Veteranos de la guerra del día su autor, Pablo Ottonello, en @CespedesLibros. Cuando hice mi lectura de su primer libro publicado, Quiero ser artista, dije que era un “chico del que vamos a leer mucho”. Es imposible hacer una lectura de un libro de Pablo sin hablar de leer y escribir. Y de él escribiendo y otros leyéndolo, porque esa es su posición en el mundo. Y está bien: le falta mucho para llegar a los 40 y ya publicó tres libros (leí dos), tiene por lo menos uno en track de publicación y quién sabe cuántos más listos para encontrar quién quiera publicarlos.
El narrador de Veteranos de la guerra del día tiene una posición parecida, aunque seguramente exagerada. Parece vivir únicamente para hacer arte de la experiencia. Al entablar una conversación con un veterano reflexiona: “No voy a perderme un personaje tan singular como este viejo. Pongo atención, esto puede ser útil.” (p. 119) Esta es su posición en el mundo, una posición que es en el fondo amoral: sólo le importa el resto del mundo en tanto él pueda convertirlo en escritura (o en cine). No hay acción de su parte fuera de eso. Si ve a un chico comiendo colillas de cigarrillos no hace nada para impedirlo: lo mira, lo registra, para usarlo. Por eso, el libro es por momentos “la historia de la modesta fortuna de su padre/mi suegro. Me encantan las sagas familiares.” (p. 101) y por momentos parece un estudio preliminar para hacer esa novela o, mejor, esa película.
Otra manera de hablar del libro. Una tapa del sandwich es el comienzo. La primera oración y el cierre de esa primera sección: “La mejor tecnología es la buena memoria. (...) Lo mejor es contarme por escrito, más tarde, lo visto y oído. Que por algo resistió.” (p. 11) La otra tapa del sandwich es la oración del final: “Visto desde afuera todo es tan simple.” (p. 200) En el medio, el registro de este narrador sin nombre, un guionista de cine, de una estadía en un hotel termal junto a la familia de su pareja. El registro de lo visto, lo oído, los olores, los sabores. El narrador no hace, registra lo que ocurre en ese hotel que es comparado con un cuartel, un hospital, una cárcel. Hace falta un registro sutil, compenetrado, desde abajo, antropológico, de observador participante, para entender los detalles; desde arriba es todo muy simple, desde abajo y adentro todo es más complejo, menos claro. Así, el libro es una tercera cosa: ni la historia de esa familia ni los apuntes para ello sino una reflexión sobre los usos de la literatura como registro y como mecanismo para entender la complejidad de la vida.
Todo eso está hecho con inteligencia, con precisión, con una mirada ácida sobre todo lo que ocurre en ese hotel y sobre cómo vive esa clase alta argentina que se dice clase media. Y con momentos de belleza, como esa imagen de dos paisanos descansando sobre el techo de una casa de campo en medio de una inundación: “Se ponían a tomar mate ahí y a mirar cómo atardecía sobre la llanura inundada.” (p. 131-132) Por todo esto, así como es difícil hablar de los libros de Ottonello sin pensar en leer y escribir y los usos de la literatura, es difícil también pensar que no lo vayamos a seguir leyendo.

lunes, 6 de agosto de 2018

Politizado


Mi amigo @cienperros, escritor y dibujante, me prestó Quai D’Orsay. Crónicas diplomáticas, una novela gráfica de Abel Lanzac y Christophe Blain sobre un intelectual o escritor, Arthur Vlaminck, que es contratado por el ministro de Relaciones Exteriores (Alexandre Taillard de Vorms) para escribir sus discursos.
La novela es genial, mostrando muchas de las cosas que le pueden pasar a cualquier (más o menos) intelectual que se incorpora a la política a aportar el fruto de su pensamiento. Lo que pasa se ve rápidamente: en poco tiempo el pedido inicial del ministro para que se sume al equipo (“lo necesito a bordo. Le confío lo más importante: ¡el lenguaje!”) pasa a la sensación, una vez adentro, de que no le presta mucha atención a sus aportes, que apenas lee lo que le pasa. Nadie como un político para hacer sentir a otro que es imprescindible cuando no está en su barco y superfluo cuando ya está a bordo.
Las caricaturas de los personajes están geniales: el ministro megalómano, expansivo y psicopatón; el jefe de gabinete super-estresado que resuelve todo a pesar de las equivocaciones del ministro y la inoperancia de los otros funcionarios  si tan solo lo dejan trabajar, y que le dice al nuevo escriba: “Usted es el único aquí que tiene el cerebro más o menos funcional. Los nuestros ya están seriamente dañados.” Los burócratas que llegan siempre tarde a todo (como le dice el ministro a un funcionario que le presenta un memo: “Gracias, hombre. Con usted estamos seguros de ser informados en tiempo real de lo que pasó ayer.”). Los funcionarios obsesionados por cuidar su pequeña quinta. Y obviamente, el escritor inseguro, que trata de comprender e interpretar al ministro, a quien por momentos ve como un genio: es “El ejército de lo irreal. Se inventa tres o cuatro conceptos sin saber muy bien lo que se va a decir. Y lo repite por doquier hasta que todo el mundo lo acepte sin comprender exactamente lo que quiere decir.” “Pero oye, ese tipo es insoportable. Lo que dice es solo humo”, le dice la novia, y Arthur, sin negar, responde: “Lo curioso es que funciona. El tío subyuga”.
Efectivamente, después de un tiempo Arthur ya tiene el cerebro estropeado. Cuando se pone a trabajar en medio de sus vacaciones, la novia le pregunta si no está exagerando: “no van a despedirte porque te hayas ido de vacaciones”, le dice; y él responde “No me van a despedir. Me convertiré en un puto fantasma de ese gabinete.” Lanzac y Blain nos muestran todo eso mientras nos cuentan una historia de intriga internacional donde muestran también, con bastante ironía, la difícil situación de Francia respecto de EE.UU., mezcla de aires de superioridad intelectual y tradición diplomática con inferioridad estratégica fáctica. Aunque las novelas gráficas me dejan muchas veces con ganas de más, de ver más en profundidad a esos personajes, pueden ser muy divertidas y una ayuda para pensar más en términos de imágenes y diálogos.