lunes, 26 de noviembre de 2018

Hombres con miedo



Mi anteúltima lectura fue Freedom from Fear, deDavid Kennedy, una historia de EE.UU. durante la Depresión y la Segunda Guerra Mundial. De ahí anoté dos libros clásicos para leer: The Grapes of Wrath, de John Steinbeck, que creo haber leído en el secundario; y The Naked and the Dead, de Norman Mailer, que nunca había leído hasta ahora. El primero relata la experiencia de la Depresión, el segundo la de la guerra: David Kennedy la define como “una de las más apasionantes de todas las novelas de la Segunda Guerra Mundial” (p. 813). No sé si eligiría “apasionante” o “atrapante” (“gripping”) pero ciertamente es notable.
Como se ve en el libro de Kennedy, Depresión y Guerra están conectadas por muchos lados. En la novela de Mailer también se lo ve. Mailer describe la experiencia de un pelotón durante una campaña en particular de la guerra del Pacífico; esos hombres que pelean en una selva espantosa son hombres forjados por esa experiencia atroz; hombres que sufrieron y que están preparados para sufrir y obedecer. Como dice Red de Hennessey: “Era tan chico. De los que hacen ahora, todos los chicos querían cumplir las reglas.” (p. 13) O como lo dice más cínicamente el general a cargo de la campaña: “Una nación pelea bien en proporción a la cantidad de hombres y material que tiene. Y la otra ecuación es que el soldado individual de ese ejército es un soldado más efectivo cuanto más pobre haya sido su nivel de vida en el pasado.” (p. 174)
Uno de los temas del libro es lo iguales y lo diferentes que son los hombres en guerra. El ejército une hombres de distintos ámbitos de la vida, religiones, capacidad, nivel educativo, fortaleza física, y hay una paradoja en lo iguales y lo disímiles que son al mismo tiempo. Desde el general al último soldado del pelotón, Mailer va describiendo qué mueve a cada uno. Hay cinismo arriba: “Si el castigo es proporcional a la ofensa en alguna medida el poder se diluye. La única manera en la que generás la actitud correcta de temor reverencial y obediencia es a través de un poder inmenso y desproporcionado” (p. 324). Y hay cinismo abajo, en la resistencia de un sargento a un teniente, en la resistencia de un soldado a su sargento. Cada uno vive lo suyo como único aunque sea universal, como en un flashback a dos amantes que “progresan en el canal más antiguo del mundo y el más engañoso, ya que están seguros de que es exclusivo de ellos” (p. 486).
Los une la fragilidad, la exposición, y los diferencia la manera de decirlo y procesarlo. Un soldado, Red, lo vive así: “Red se estaba dando cuenta, con sorpresa y shock, como si estuviera viendo un cadáver por primera vez, de que un hombre era en realidad una cosa muy frágil.” (p. 216) El teniente Hearn, un hombre inteligente, culto e introspectivo, lo dice así: “Su jeep doblaría en la curva, sería alcanzado por una docena de balas a la vez, y ese sería el final de su historia pequeña de idas a tientas sin foco y de insatisfacciones sin importancia. Y con él de manera igualmente fortuita podría perderse un hombre que puede llegar a ser un genio [el general], un bobo sobrecrecido como Dalleson y un joven chofer nervioso que probablemente fuera un fascista en potencia. Así. Doblando en una curva en el camino.” (p. 108)
Los une el sinsentido de la guerra, que es el sinsentido de la vida a la enésima potencia. Y el sufrimiento, como el de los que llevan a un herido durante días, en medio de la selva y a través de montañas. “Lo llevaban y lo llevaban y no se moría. Su estómago había sido abierto al medio, había sangrado y se había cagado, había nadado en las olas plomizas de la fiebre, había soportado todas las torturas de la litera tosca, el terreno desigual, y así y todo Wilson no había muerto. Así y todo lo llevaban. Había un significado ahí y Goldstein lo buscaba con pesadez, su mente palpitando como las piernas absurdas de un hombre que persigue un tren que ya ha perdido.” (p. 673) Eso de llevar me recordó a otro gran libro de soldados en guerra, The things theycarried, de Tim O’Brien, sobre Vietnam; y ahora que lo pienso, imagino que en el título de O’Brien hay una cita a Mailer.
El libro se hace, por momentos, largo y duro, difícil de leer. ¿Pero no será un poco la idea? ¿Transmitir al lector una fracción mínima de toda la incomodidad y dolor, de ese sufrimiento sin fin aparente? Es verdad que se puede transmitir también con muchas menos palabras, como, por ejemplo, con el clásico poema de Wilfred Owen. Pero hay algo en las páginas interminables que te llevan a querer dejar el libro, quiero irme de acá, te decís, como me dije la primera vez que leí 1984 y no pude pasar las escenas de tortura; quiero irme como todos los hombres de ese pelotón querían irse, salvo un loco. Y en parte eso se construye con el largo, y en parte con una sucesión de terceras primeras no del todo distinguibles de terceras puras, donde el lenguaje y el nivel de abstracción y los sentimientos varían de hombre en hombre y de página en página. Con una prosa generalmente directa y llana, pero con momentos poéticos, con metáforas originales, como la baranda de una escalera que se inclina “como el cadáver de un barco que se pudre en la arena” (p. 608) o: “Todos los cañones de la flota invasora dispararon con dos segundos de diferencia, y la noche se sacudió y tembló como un gran tronco hundiéndose en las olas.” (p. 19) Pero al final el libro se termina. La guerra de los soldados del pelotón no, salvo para quienes han muerto. “La patrulla concluyó, pero igual tenían tan poco para anticipar. Los meses y años por delante eran muy palpables para ellos. Seguían en la cinta sin fin; la miseria, el aburrimiento, el horror dislocado… Ocurrirían cosas y el tiempo pasaría, pero no había esperanza ni anticipación.” (p. 702)

Originales de las citas usadas
“He was such a kid. The way they turned them out now, all the kids wanted to obey the rules.” (p. 13)
“A nation fights well in proportion to the amount of men and materials it has. And the other equation is that the individual soldier in that army is a more effective soldier the poorer his standard of living has been in the past.” (p. 174)
“If punishment is at all proportionate to the offense, then power becomes watered. The only way you generate the proper attitude of awe and obedience is through immense and disproportionate power.” (p. 324)
“in the complicated, relished, introspective web of young lovers, or more exactly, young petters, they progress along the oldest channel in the world and the most deceptive, for they are certain it is unique to them”. (p. 486)
“Red was realizing with surprise and shock, as if he were looking at a corpse for the first time, that a man was really a very fragile thing.” (p. 216)
“Their jeep would round the bend, be hit by a dozen bullets at once, and that would be the end of his petty history of unfocused gropings and unimportant dissatisfactions. And with him quite as casually would be lost a man who might be a genius, and an overgrown oaf like Dalleson, and a young nervous driver who was probably a potential Fascist. Like that. Turning a curve in the road.” (p. 108)
“They were carrying him on and on, and he would not die. His stomach had been ripped apart, he had bled and shit, wallowed through the leaden swells of fever, endured all the tortures of the rough litter, the uneven ground, and still Wilson had not died. They still carried him. There was a meaning here and Goldstein lumbered after it, his mind pumping like the absurd legs of a man chasing a train he has missed.” (p. 673)
“the banister is broken and yaws over undependably like the carcass of a ship rotting on the sands.” (p. 608)
“All the guns of the invasion fleet went off within two seconds of each other, and the night rocked and shuddered like a great log foundering in the surf.” (p. 19)
“The patrol was over and yet they had so little to anticipate. The months and years ahead were very palpable to them. They were still on the treadmill; the misery, the ennui, the dislocated horror . . . Things would happen and time would pass, but there was no hope, no anticipation.” (p. 702)

lunes, 12 de noviembre de 2018

Nace un gigante



Después de saltearme el volumen de 1896-1929, el período que probablemente más me interesa, porque el libro todavía no se publicó, seguí con el proyecto de leer la Oxford History de EE.UU. completa con Freedom from Fear: The American People in Depression and War, 1929-1945, de David M. Kennedy. Es, sin duda, un esfuerzo monumental, por la magnitud de los cambios ocurridos y porque hacia el final del período EE.UU. pasa a tomar una escala global que no tenía al comienzo. A diferencia de muchos de los otros volúmenes, a este le faltó un poco más de historia “desde abajo”: es una historia escrita mucho más desde los líderes, quizás en parte por la naturaleza de los problemas y en otra parte porque sabemos más de esas historias que lo que sabemos de la gente de, por ejemplo, 1776. Digo, cualquiera de nosotros tiene más información de lo que vivió un soldado americano en la segunda guerra que en la guerra civil a través del cine, la literatura, etc.
El primer tema que quiero destacar es el de la centralidad de la primera guerra mundial como nudo explicativo de todo lo que vendría después. El ascenso de Hitler, Mussolini e incluso de Stalin y la búsqueda de revancha de Alemania y, así, el surgimiento de la segunda guerra, son consecuencia directa de la primera. (De hecho, el libro empieza contando en qué andaban al final de la primera guerra los personajes principales de la segunda: Hitler, Churchill, Stalin y Roosevelt.) También explica, en parte, la búsqueda de expansión de Japón y su deseo de una “Asia para los asiáticos” y, así, de la guerra del Pacífico, que fue “una guerra en paralelo, peleada en simultáneo con el conflicto en Europa pero casi nunca tocándolo de manera directa.” (p. 809) La primera guerra también está involucrada causalmente con el surgimiento de la Depresión a través del problema de las reparaciones alemanas y de las deudas de los aliados.
En segundo lugar, el libro me sirvió para terminar con dos mitos. El primero es el del New Deal. Lo que yo tenía en la cabeza era algo así: que había sido un programa más o menos consciente en línea con el por entonces novedoso keynesianismo y que su aplicación más o menos metódica sacó a Estados Unidos de la Depresión. Pues ni uno ni lo otro; ni fue tan consciente ni fue exitoso en terminar con la Depresión, cosa que ocurrió sólo con el advenimiento de la guerra en la medida en que los recursos económicos de EE.UU. se ponían en marcha para convertirse en el “arsenal de la democracia”.
La Depresión fue pavorosa: “En 1933 el producto bruto nacional había caído a la mitad de su nivel de 1929” (p. 163). Eso generó una miseria nunca antes ni después vista en EE.UU., capturada notablemente por Lorena Hickok en reportes al gobierno y a Eleanor Roosevelt. “La nación más rica de la historia, la altiva ciudadela de la eficiencia capitalista, que hacía sólo cuatro años era el modelo de una prosperidad aparentemente perpetua, la tierra del orgullo de los peregrinos, de sueños de inmigrantes y fronteras invitantes, EE.UU. yacía tensa e inmóvil, un páramo de devastación económica.” (p. 133) La respuesta, sin embargo, no fue monolítica; de hecho, en 1938, ya en la segunda presidencia de Roosevelt, todavía había un debate dentro del gobierno entre los “equilibradores del presupuesto contra los gastadores, los conciliadores con las empresas y generadores de confianza contra los reguladores y anti-monopolistas.” (p. 356)
El New Deal tenía tres objetivos más o menos alineados y en conflicto: “reforma social, realineamiento político y recuperación económica”. (p. 117) El New Deal fue casi nada exitoso en la recuperación económica; algo exitoso en el realineamiento político, en el sentido que potenció a los sindicatos y los asoció al partido Demócrata, pero sin lograr desplazar dentro del partido a los conservadores del Sur. Y, sobre todo, fue muy exitoso en la reforma social a través, fundamentalmente, de la Social Security Act de 1935, pero también por un conjunto de regulaciones que darían más seguridad y equidad al funcionamiento del capitalismo. “El patrón se puede resumir en una sola palabra: seguridad - seguridad para individuos vulnerables (...) para capitalistas y consumidores, para trabajadores y empleadores, para grandes empresas y granjas y propietarios y banqueros y constructores también.” (p. 365)
El segundo mito fue el de la segunda como “la guerra buena”. Sin duda, fue “buena” en el sentido de que del otro lado estaba Hitler. Y fue “buena” para EE.UU. en tanto, a su fin, quedaba como única gran potencia y con el campo abierto para una prosperidad de años para su gente. Mientras el resto de las poblaciones civiles de los países beligerantes sufrían, “La mayoría de los americanos nunca habían estado tan bien” (p. 646); al terminar la guerra EE.UU. tenía más o menos la mitad de la capacidad industrial del mundo, producía más del doble del petróleo que el resto del mundo combinado y mucho más (l. 14678); y a la salida de la guerra comenzaría un notable proceso de crecimiento. Todo eso es cierto, pero los americanos, dice Kennedy, también prefirieron pensar en “la guerra buena” y olvidarse un poco de lo otro. De lo que tardaron en oponerse a Hitler y de lo poco que colaboraron con los judíos; de cómo pusieron material a disposición de la guerra mientras Rusia ponía millones de muertos; de la bestialidad que supieron adoptar en la guerra del Pacífico, que pusieron a miles de ciudadanos americanos de origen japonés en campos de concentración y que pelearon segregando a los negros; de cómo “mancillaron los estándares morales de su nación con los bombardeos terroristas en los últimos meses de la guerra (...) [y con] la incineración de cientos de miles de japoneses ya derrotados, primero en ataques incendiarios y después con explosiones nucleares”. (l. 14660)
Finalmente, dos grandes consecuencias adicionales del período para EE.UU., relacionadas entre sí. Una es la ganancia de importancia del estado federal en la vida económica, política y social. Si al principio del período el gobierno federal era “un cuerpo distante, tenue y sin movimiento en el firmamento político” (p. 30), desde el New Deal “los americanos comenzaron a suponer que el gobierno federal no tenía sólo un papel, sino una responsabilidad importante, en asegurar la salud de la economía y el bienestar de los ciudadanos.” (p. 377) Ese hecho, traído por la Depresión y el New Deal, se agigantó con la necesaria centralización durante la guerra. Y se prolongó después en la medida que ocurrió el segundo gran cambio: el fin del tradicional aislamiento internacional de EE.UU. Para Kennedy, ese aislacionismo es una de las causas de la guerra: Alemania, Italia y Japón podrían haber sido detenidos antes y con menos sufrimiento con otra política exterior, pero eso era (¿prácticamente?) imposible dado el aislacionismo general de la sociedad americana y de su dirigencia, que hasta Pearl Harbour le ataba las manos al presidente para actuar. En 1918, el Congreso vetó el ingreso de EE.UU. a la Liga de las Naciones propuesta por Woodrow WIlson. En 1945, en cambio, EE.UU. no se retiraría del mundo, ni lo haría, por lo menos, hasta ahora.

Originales de las citas usadas 
“The Pacific War was a parallel war, fought simultaneously with the conflict in Europe but almost never touching it directly.” (p. 809)
“Gross national product had fallen by 1933 to half its 1929 level.” (p. 163)
“History's wealthiest nation, the haughty citadel of capitalist efficiency, only four years earlier a model of apparently everlasting prosperity, land of the pilgrims' pride, of immigrant dreams and beckoning frontiers, America lay tense and still, a wasteland of economic devastation. (p. 133)
“For nearly five more months the debate within the administration churned on, pitting budget-balancers against spenders, business conciliators and confidence-builders against regulators and trust-busters.” (p. 356)
“these three purposes—social reform, political realignment, and economic recovery—flowed and counterflowed through the entire history of the New Deal.” (p. 117)
“That pattern can be summarized in a single word: security—security for vulnerable individuals, to be sure, as Roosevelt famously urged in his campaign for the Social Security Act of 1935, but security for capitalists and consumers, for workers and employers, for corporations and farms and homeowners and bankers and builders as well.” (p. 365)
“Most Americans had never had it so good.” (p. 646)
“on how they had sullied their nation’s moral standards with terror bombing in the closing months of the war (…) the incineration of hundreds of thousands of already defeated Japanese, first by fire raids, the by nuclear blast”. (l. 14660)
“a general unconcern in American culture for the federal government, which remained a distant, dim, and motionless body in the political firmament.” (p. 30)
“ever after, Americans assumed that the federal government had not merely a role, but a major responsibility, in ensuring the health of the economy and the welfare of citizens. That simple but momentous shift in perception was the newest thing in all the New Deal, and the most consequential too.” (p. 377)