martes, 28 de abril de 2015

Un faro


En el arte de tapa de la edición que tengo de Antarctica, colección de cuentos de Claire Keegan, hay un faro. En los quince cuentos que siguen, Keegan es eso, un faro que ilumina por oleadas distintos aspectos de la vida de sus personajes: las pequeñas tristezas, las apuestas peligrosas, los esfuerzos por mantener la respetabilidad ("Ella siempre tenía buena ropa de cama en caso de que se enfermara y que no quisiera que el doctor o el cura anduvieran diciendo que tenía sábanas gastadas." - p. 142) y los ocasionales actos de rebelión.
Once de los quince cuentos tienen como protagonistas a mujeres, y una proporción similar ocurre en partes rurales de Irlanda (el resto en distintos lugares de EE.UU.) Me gustaron más los cuentos de esas mujeres irlandesas, muchas veces atrapadas o encerradas: físicamente en "Antarctica", emocionalmente en "Love in the Tall Grass", biológicamente en "Quare Name for a Boy". A veces se logran rebelar (si no escapar), como la madre de "Men and Women" y la hermana de "Sisters". Esas mujeres tratan de entender el mundo y su lugar en él, como la niñera que dice "Pequeñas cosas, para eso sirven los padres, hasta donde puede ver. Cosas prácticas. Cómo atarte los cordones y ajustarte el cinturón de seguridad." (p. 45) O la hija más chica que dice "Así es la cosa en nuestra casa, todos saben cosas pero hacen como si no las supieran." (p. 50) Otra: "¿'Tus padres no duermen en la misma cama?' dijo con una voz de genuino asombro. Y ahí fue cuando sospeché que nuestra familia no era normal." (p. 130)
Keegan ilumina esos recovecos de la consciencia con detalles de escenas de todos días, el foco puesto en un color, en una textura, en un aroma. La hija describe a la madre: "Sus nuevos zapatos de tacos altos dicen clapeti-clap-clap sobre el piso patinoso y su pollera roja brilla." (p. 131) Casi sentimos los billetes en las manos: "Él era liberal con su dinero, lo llevaba arrugado en sus bolsillos como recibos viejos, no alisaba los billetes ni cuando los entregaba." (p. 6) "Él olía a cerveza y aftershave Polo y la niñera sintió el frío salir de su traje de lana de calidad." (p. 43) La memoria emotiva que despierta un sonido: "Escucha las ranas croando y por alguna razón recuerda el tock, tock, del alambrado eléctrico allá en casa." (p. 45) Todo eso, además, con metáforas o comparaciones como "El agua está más fría que un sueño roto" (p. 23) o "Y el olor, como un dormir pegajoso" (p. 79). En definitiva, una colección maravillosa de cuentos que se leen en silencio y que despiertan ganas de abrazar a sus personajes.


Originales de las citas usadas
"She always keeps good bed-linen in case she'll get sick and she wouldn't want the doctor or the priest saying her sheets are patched." (p. 142)
"Small things, that's what fathers are for, far as she can see. Practicalities. How to tie your shoelaces and buckle your seat belt." (p. 45)
"That's the way it is in our house, everybody knowing things but pretending they don't." (p. 50)
"'Your parents don't sleep in the same bed?' she said in a voice of pure amazement. And that was when I suspected that our family wasn't normal." (p. 130)
"Her new high-heeled shoes say clippety-clippety on the slippy floor and her red skirt is flaring." (p. 131)
"He was free with his money, kept it crumpled in his pockets like old receipts, didn't smooth the notes out even when he was handing them over." (p. 6)
"He smelled of beer and Polo aftershave and the au pair felt the cold off his good wool suit." (p. 43)
"This water is colder than a broken dream." (p. 23)
"She listens to the frogs ribbuting and for some reason remembers the tock, tock of the electric fence back home." (p. 45)
"And the smell, like sleep gone sticky." (p. 79)

miércoles, 22 de abril de 2015

Long-don

Hago el apunte para no perder la costumbre de escribir sobre lo que leo, aunque no me haya gustado. Leí muchas novelas históricas en una época y me encantaban. Con James A. Michener aprendí de forma entretenida mucho de la historia de Colorado, la bahía de Chesapeake, Polonia, Texas, Sudáfrica y quizás otros lugares más. Traté de hacer lo mismo con London, de Edward Rutherfurd, pero no me enganchó, a pesar de que siempre me gustó la historia inglesa y de que tenía un viaje por delante a esa ciudad. Lo dejé más o menos llegando al tercio del libro. Demasiado largo y sin personajes que me engancharan. Lo bueno es que en el viaje compré Antarctica, de Claire Keegan, que me está encantando: ya viene el apunte.