martes, 24 de noviembre de 2020

Otro libro abandonado

Estuve leyendo el Rosas de John Lynch. ¿Qué explica esa decisión? Un poco el hecho de que mi hija mayor me había pedido ayuda para entender el período de Rosas, que estaba estudiando para el colegio. Otro poco el hecho de que tenía la cuestión gaucha en la cabeza por haber leído esos dos libros tan distintos que son El gaucho Martín Fierro y La vuelta de Martín Fierro. Y un poquito más porque allí el libro me saltó de la biblioteca de la casa que estoy alquilando, como me había ocurrido con Red Storm Rising. Y me pasó con Rosas lo mismo que con aquella novela: no lo pude terminar, lo dejé. Y esta vez ya no pienso que lo haya dejado porque el libro sea malo, ya tengo que pensar que algo me pasa a mí, que he aprendido a dejar libros, pero que no suelo hacerlo. Es verdad que la pandemia ha destruido mis hábitos de lectura, que se apoyaba en esa hora y media de transporte público que tenía todos los días. Pero me debe estar pasando algo como lector, también; se me ocurre que las dificultades de concentración tienen que ver con la incertidumbre que reina hoy en mi vida y en la de tantos otros, un poco en suspenso en este año extraño. En todo caso, lo más lindo de la experiencia fue encontrarme en los agradecimientos con Ezequiel Gallo, querido profesor que dirigió mi tesis.


lunes, 16 de noviembre de 2020

Segundas partes

Yo no sé si los expertos están de acuerdo con esto, pero La vuelta de Martín Fierro me parece un libro separado y distinto del primero y, como suele pasar con las secuelas, me parece mucho peor que la primera parte, Elgaucho Martín Fierro.

La ida es mucho más sencilla. Hay básicamente un narrador, el propio Martín Fierro, que canta sus pesares. Cuando Cruz se presenta, uno puede imaginar que el propio Fierro nos relata lo que dijo Cruz. La excepción es al final, cuando aparece un narrador anónimo. Podría pensarse que estamos todos en una pulpería y hay un cantor o recitador que hace la voz de Fierro, la de Cruz y la del narrador anónimo.

En la vuelta esto es todo más complejo: tenemos cinco narradores (Fierro, sus dos hijos, el hijo de Cruz y el anónimo) que se van intercalando en el uso de la palabra en una pulpería. Comienza Fierro en los cantos I al XI; le siguen el hijo mayor (XII), el menor (XIII a XIX), el anónimo (XX), el hijo de Cruz, Picardía (XXI-XXVIII), el anónimo (XXIX) y la payada entre Cruz y Fierro (XXX). Hasta acá, podemos pensar que están todos en una pulpería, pero después (XXXI) el narrador cuenta que Fierro y los tres muchachos se van y acampan al lado de un arroyo; luego Fierro les da sus consejos (XXXII) y el narrador cierra (XXIII). Estos últimos cantos pierden la verosimilitud del marco de la pulpería (salvo que imaginemos a todo como una obra de teatro, pero entonces tampoco se sostiene el marco de la pulpería).

El segundo gran problema es la verosimilitud del nuevo Fierro. Hasta el canto X, Fierro relata algo que continúa la ida. Cuenta cómo fueron con Cruz a las tolderías “Recordarán que con Cruz / para el desierto tiramos; / en la pampa nos entramos, / cayendo por fin del viaje / a unos toldos de salvajes, / los primeros que encontramos.” (199-204) Ahí quedan prisioneros de los indios, que los mantienen separados por dos años, muy a su pesar (esto de Kohan es buenísimo): “No pude tener con Cruz / ninguna conversación; / no nos daban ocasión, / nos trataban como agenos: / como dos años lo menos / duró esta separación.” (397-402) Fierro relata un malón y la muerte de viruela de Cruz, a quien llora como Aquiles a Patroclo: “Cual más, cual menos, los criollos / saben lo que es la amargura; / en mi triste desventura / no encontraba otro consuelo / que ir a tirarme en el suelo / al lao de su sepultura.” (955-960) Finalmente, Fierro sale a la ayuda de una cautiva y termina matando a un indio “no podía, por de contado, / escaparme de otra suerte / sino dando al indio muerte / o quedando allí estirado.” (1185-1888) Ello lo obliga a volver: “Dende ese punto era juerza / abandonar el desierto / pues me hubieran descubierto, / y, aunque lo maté en pelea, / de fijo que me lancean / por vengar al indio muerto.” (1371-1376).

En el canto XI vemos una transición; mientras se prepara para cantar su hijo mayor, Fierro hace un raconto de su biografía: que estuvo diez años padeciendo (tres en la frontera, dos como matrero y cinco con los indios) y que se encontró con sus hijos. Este Fierro parece el mismo de la ida: Fierro nunca trabajó, mató, robó y huyó, y regresó no porque entendió los beneficios de la civilización sino porque mató una vez más y debió escapar. Este Fierro me parece el verdadero, y el de los consejos del canto XXXII me parece otro, sin que haya un arco narrativo, una progresión que me lo justifique; no entiendo cómo ahora puede decir “El trabajar es la ley” (4649), “Respeten a los ancianos” (4697), “obedezca el que obedece / y será bueno el que manda” (4719-4720), “pero el hombre de razón / no roba jamás un cobre” (4729-4730) y “El hombre no mate al hombre / ni pelée por fantasía” (4733-4734). ¿Quién es este boy scout y dónde está Fierro?

Los capítulos anteriores, los que relatan sus hijos y el de Cruz, no varían demasiado en los tópicos. Cada uno relata su sufrimiento (quien más sufre mejor es, como si se tratara de un concurso nacional de la victimización); y siempre el Estado y la ley están en contra de ellos: el hijo mayor va a la cárcel por un crimen que no cometió; desaparece la herencia del menor; como dice Picardía “la ley se hace para todos, / mas sólo al pobre le rige. // La ley es tela de araña, / en mi inorancia lo esplico: / no la teme el hombre rico, / nunca la tema el que mande, / pues la ruempe el bicho grande / y sólo enrieda a los chicos.” (4233-4240) ¿Cómo se explica ahora la moralina de Fierro? El Martín Fierro debería terminar con la ida o, a lo sumo, al terminar el canto X de la vuelta. Si tengo energía, voy a leer comentaristas a ver si alguien está de acuerdo pero mientras voy a seguir leyendo el Rosas de Lynch porque todo tiene que ver con todo.

lunes, 2 de noviembre de 2020

Lecturas alquiladas

 


La casa en la que estoy viviendo temporalmente por quién sabe cuánto tiempo tiene muchos libros en bibliotecas desordenadas. Hay muchas cosas en italiano y sobre Italia y los italianos en Argentina; detecté unos cuantos libros sobre Malvinas; hay muchos libros de management, y hay literatura de la buena y de la no tanto. Un día, pasando por una de las bibliotecas, me llamó la atención un lomo, el de Red Storm Rising, de Tom Clancy. Recordé haberlo leído prácticamente en dos días un verano en casa de un amigo y desde entonces cada vez que pasaba por ahí me decía “quizás lo agarro”. Finalmente, después de tantas lecturas culturosas, de tanta Ilíada y Odisea, Borges y José Hernández, me dije dale que va y empecé a leerlo. Le puse ganas y leí como 70 páginas pero la verdad es que no tenía sentido seguir. Es malo, es muy malo. No hay una metáfora, no hay un personaje desarrollado, está lleno de clichés – sobre todo clichés americanos sobre el funcionamiento de la Unión Soviética, claro – y ni siquiera te atrapa la trama. Primero pensé: es pura trama, ya no me interesa la pura trama, no vale la pena seguir. Después pensé: no existe tal cosa como pura trama o, más bien, nada que sea pura trama puede funcionar, necesitás algo más, un personaje, una música, una idea. Ahora me dieron ganas de leer The Hunt for Red October, que me pareció de chico la mejor de Clancy, o eso creo recordar. Pero no lo vi por acá, lo que sí vi es el Rosas de Lynch, y quizás esa sea mi próxima lectura de alquiler.