lunes, 25 de julio de 2022

Desierto

 


Leí Echo Burning, el octavo libro en la lista de la saga de Jack Reacher, por Lee Child.

Lo mejor del libro es el agradecimiento del inicio, donde Child dice: “La gente piensa que escribir es un oficio individual, solitario. Están equivocados. Es un juego de equipo y yo tengo mucha suerte de tener a personas encantadoras y talentosas de mi lado cada vez que soy publicado.” Más allá de la prosa (les aseguro que no es mucho mejor en inglés), para mí esto prueba mi hipótesis de que hace un par de libros atrás este tipo tiene ayuda y que esto es una empresa.

Habiendo dicho esto, en Echo Burning me di cuenta de quién era el malo bastante antes que de costumbre, pero donde me engañó Child es en el costado amoroso: dos veces.

Como siempre, hay algo casi cómico en cómo le llegan los problemas al bueno de Reacher, que sigue siendo un poco como las excusas argumentales de la pornografía. En este caso, se estaba escapando de un problema menor, se pone a hacer dedo en la ruta y de la nada termina envuelto en un caso fuerte. No solo eso: un caso que de casualidad lo lleva a un segundo pero que al final, vaya coincidencia, se resuelven al mismo tiempo, porque el malo de uno es el malo del otro, que había ocurrido 20 años antes. Menos verosímil que un campeonato de Independiente en 2022. También, como de costumbre, el misterio dura unos pocos días, como para que Reacher pueda seguir vagando por el mundo.

Lo que sí tiene este libro es un poco de ternura, con una chiquita de 5 o 6 años a quien queremos. Está bien, debería ser fácil para casi cualquiera escribir una chiquita de 6 años en peligro y hacerla querible, pero la hizo y hasta estuve cerca de emocionarme en un momento que la niña tiene miedo.

Echo Burning ocurre en el desierto, y como en el desierto es posible, un día cada tanto, tras una de esas lluvias torrenciales como se ve al final del libro, la ocurrencia mágica de una flor, en este libro aparecen momentos casi poéticos: “ojos negros incongruentes” (p. 82) y una mujer que se ve pequeña y fuera de lugar “como una orquídea en una pila de basura” (p. 91).

Pero lo que me molestó en Echo Burning es el momento Hercule Poirot. El mundo del policial tiene básicamente dos formatos. El policial inglés es un juego intelectual, donde hay que descubrir las pistas que le permitan al detective descubrir intelectualmente cómo ocurrió la cosa, que solo pudo ocurrir de determinada manera dados los hechos conocidos. En este formato, en el que quizás los nombres más conocidos son los de la autora Agatha Christie y su detective Hercule Poirot, un gordo belga que no podría atrapar en la vida ni a una mosca, la cosa termina con la situación Poirot: el tipo junta a todos los involucrados en un salón, preferentemente con vista a las begonias y las petunias y con té y sándwiches de pepinos para los personajes, y explica todo. En el otro formato básico, el del policial negro, hay un detective que vive en la vida real, a quien le pegan y le disparan, y que usa un poco el intelecto y mucho más el cuerpo hasta que resuelve la situación. Bueno, acá Reacher, que en teoría es del mundo del policial negro, aunque siempre piensa mucho y generalmente un poco de más, en el sentido de inverosimilitud, termina sentándose en un living con todos los involucrados hasta que el malo se hace cargo de su maldad y la cosa se resuelve. Eso para mí debería estar penado por ley.

Bueno, los dejo que estoy en la mitad del próximo porque sigue siendo droga.


Originales de las citas

“People think that writing is a lonely, solitary trade. They’re wrong. It’s a team game, and I’m lucky enough to have charming and talented people on my side everywhere I’m published. Accordingly, if you ever worked on or sold one of my books, this one is dedicated to you” (l. 32).

“Thick corn-colored hair tied back in a ponytail, incongruous dark eyes wide open and staring at him” (P. 82).

“She looked small and out of place in the yard, like an orchid in a trash pile” (p. 91).


lunes, 18 de julio de 2022

Lectura fragmentada

 


Leí Park City, New and Selected Stories, de Ann Beattie. Pero probablemente no es una buena manera de leer Ann Beattie porque es una recopilación de cuentos. No está bien leer tantos cuentos seguidos del mismo autor. No es justo.

Lo que leí incluye la colección Park City, de 1998, y cuentos seleccionados de cinco compilaciones anteriores: Distortions (1976); Secrets and Surprises (1978); The Burning House (1982); Where You’ll Find Me and Other Stories (1986); y What Was Mine (1991). Ahora pienso que tendría que haber leído los ocho cuentos de Park City y parar ahí. Porque uno no puede leer 36 cuentos del mismo autor uno tras otro y no empalagarse. Es muy difícil decir algo coherente de todo esto, hacer una lectura ordenada. En parte porque ya no me acuerdo mucho de lo que leí al principio, porque el primer cuento lo debo haber leído hace dos meses.

Igual voy a decir que es muy buena Ann Beattie. Que buscaré leer algo más, y leerlo mejor. Beattie me hace acordar a Lorrie Moore pero más sorprendente, un poco más difícil, pero menos poética. Eso dije por Twitter estando quizás en un cuarto del libro y hoy creo que lo puedo seguir diciendo. Hay muchas cosas que me recuerdan a Lorrie, pero no puedo indicar muy bien qué. (Releo las notas que hice en el Kindle y los subrayados y pienso que lo de menos poético quizás habría que revisarlo: “Her loft is painted the pale yellow of the sun through fog.” (p. 276); “Su loft está pintado del amarillo pálido del sol a través de la niebla”; “Now she was working in a bank in Boston and taking a night-school course in poetry. Poetry or pottery?” (p. 355) que no voy a traducir porque qué hago con pottery y poetry.)

Si hay una característica que podría usar para describir muy en general a Beattie, a esto que leí al menos, la palabra que me viene a la cabeza es fragmentación. A veces más que cuentos los textos me parecen viñetas. Como si se abriera una ventana a la vida de una persona, una pareja, un grupo de personas. Una ventana que se abre y se cierra en momentos un poco arbitrarios. Y lo segundo es que en general es central la preocupación por el vínculo, por los vínculos entre personas, que en general, de nuevo, son siempre también como fragmentados. Cortados. Dificultosos. Pero claro, uno no debería hablar tan en general de algo tan particular.

(Lo cual me recordó a esta cita de Lorrie: “Marriage, she felt, was a fine arrangement generally, except that one never got it generally. One got it very, very specifically. (...) With its sweet, urgent beginnings, and grateful, hand-holding end, marriage was always its worst in the middle: it was always a muddle, a ruin, an unnavigable field.” (“Real Estate”, de Birds of America, 1998). Que es el mismo año de Park City.

Tiro y traduzco algunas citas de acá:

Una maestra de adolescentes dice: “I discussed with them hormones, insecurity, the male tendency not to ask for directions, and the glass ceiling.” (p. 6) “Discutí con ellas sobre las hormonas, la inseguridad, la tendencia masculina a no pedir instrucciones de viaje y sobre el techo de cristal.”

“Gloomily, I turn off my light. Just a couple of nights before, I had considered becoming Carl’s wife. Agreeing to a child. Marrying the charismatic carpenter. The odor of the woman’s perfume is still in my nose. It lingers, and I can’t quite manage a sneeze. I sniff, instead, but my lone tear can’t be inhaled. I wipe it away and turn on my side.” (p. 30) “Apesadumbrada, apago la luz. Un par de noches atrás, me preguntaba si casarme con Carl. Aceptar tener un hijo. Casarme con el carpintero carismático. El olor del perfume de la mujer aún en mi nariz. Perdura, y no termino de lograr estornudar. Resuello, en vez, pero mi lágrima solitaria no puede ser inhalada. Me la limpio y giro hacia mi lado”.

“He is a sort of servant, he supposes—but who among us cannot see himself as that, from time to time, if not with depressing regularity?” (p. 72) “Es un tipo de sirviente, supone -¿pero quién de entre nosotros puede no verse así, de tiempo en tiempo, si no con deprimente regularidad?”

“Patricia—that was her name—went with me on business trips, met me for lunches and dinners, and was driving my car when it went off the highway.” (p. 237) “Patricia, así se llamaba, venía conmigo en viajes de negocios, me encontraba para almuerzos y cenas y estaba manejando el auto cuando voló de la autopista.”

Hay un cuento con “Learning to fall” como título. Me parece un gran título: aprendiendo a caer. Una vez fui a una clase de Aikido y durante toda la clase solo me enseñaron a caer. Me dijeron que por muchas clases eso sería el objetivo: aprender a caer. Muy japonés.

“It is Nicholas’s birthday. Last year he was alive, and we took him presents” (p. 298). “Es el cumpleaños de Nicholas. El año pasado estaba vivo y le trajimos regalos.”

lunes, 11 de julio de 2022

Antropología del yo

 


El viernes fui a la presentación de Yo también soy una mosca, una bella crónica de Esteban Serrano publicada por Vinilo Editora. (Hago ya el paréntesis para decir que me parece un hallazgo de Vinilo este sello “Sencillos - Un relámpago de lectura”, de libros de no ficción cortos, directos, para leer en una o dos sentadas.)

Al libro de Esteban lo leí en dos sentadas en un día. Como la ida y la vuelta, y podría ir por ahí el comentario porque es una crónica de un viaje, el que hizo Esteban con un grupo de amigos de toda la vida al famoso show del Indio Solari en Olavarría. Pero no va por ahí el comentario. El comentario se ve influido por la presentación: yo sentí en la presentación del libro de Esteban, e intuyo que Esteban un poco también, lo mismo que él sintió en aquel viaje. La extrañeza por lo extraño y la extrañeza por lo más familiar.

Esteban cuenta en Yo también soy una mosca ese viaje hacia una ceremonia de una religión que no es la suya. Va un poco convencido por los amigos, y un poco por no querer perderse algo de esa tribu. (El famoso FOMO, fear of missing out). Como explica hacia el final del libro respecto de unos campamentos que hacen con esos amigos y sus hijos: “Prefiero ir sin querer ir que escuchar después, por años, historias en las que no participé”. (p. 70) Esteban va a Olavarría para no perderse un momento de su pequeña tribu, a pesar de que nunca le gustaron los Redondos, un fenómeno cultural que es antes que cualquier otra cosa, quizás, una religión tribal. Esteban va a Olavarría como miembro de su mini-tribu a infiltrarse en otra tribu mayor. Va munido de una Moleskine y dos marcadores Edding para registrar, como observador participante, esa celebración religiosa.

La presentación del libro de Esteban el viernes fue, también, una celebración religiosa. Estaba Esteban, el receptor de ese sacramento que es la presentación de un libro, un poco como el bautismo de un hijo; estaban Matías Bauso y Santiago Llach como oficiantes (con dos textos muy bellos); y estábamos los feligreses, una comunidad, una tribu. Yo participo del mundo Llach hace más de 10 años y, recién llegado a Buenos Aires después de un año y medio, más un año más de pandemia, para mí fue un reencuentro con esa tribu. Veía caras conocidas, saludaba a algunas con un movimiento de cabeza, a otras con besos y abrazos, trataba de recordar nombres. Por un lado me sentía auténticamente parte, y luego me preguntaban “¿estás escribiendo?” o “¿qué estás escribiendo?” o charlaba con editoras o escritores sobre libros de la tribu, recientes o por venir, y dudaba respecto de si realmente pertenezco o no a esa tribu.

Esteban, que me quiere bien, me dedicó el libro diciendo que soy un escritor. Pero yo dudo, todo el tiempo, si soy eso. Dudo si pertenezco a esa tribu, me pregunto si ellos me ven como parte de ellos, si soy parte de ese nosotros. Cuando los oficiantes hablaban, y comentaban con sensibilidad Yo también soy una mosca, Esteban ponía su mirada lo más lejos posible, queriendo, creo yo, que el momento terminara, queriendo no escuchar más todos esos halagos a su persona y a su obra.

El artista, algo que Esteban sin duda es, siente esa extrañeza de ser parte y no ser parte de la vida, de ser uno más, de no ser nada extraordinario, y al mismo tiempo de no ser del todo parte, mirando de afuera, como una mosca, la propia vida en la que uno está inserto: “Soy una manifestación de una sola persona. Un espectador. Un extraterrestre” (p. 27). Y Yo también soy un mosca es, mucho más que la crónica de un viaje, de un grupo de amigos o de un recital, una manifestación de esa curiosidad por la propia existencia, de la mirada de un artista sobre esa deformidad (para usar una palabra Serranesca), que es la vida. Es un pequeño libro enorme que estoy seguro que volveré a leer unas cuantas veces en los próximos años.