lunes, 27 de mayo de 2024

Una nación sin estado

 


El 22 de febrero pasado, en un Cabify yendo a Ezeiza rumbo a Escocia, compré por Kindle una historia de esa nación que no es país, o que siendo país no tiene estado, The Scottish Nation: A Modern History, por T. M. Devine, probablemente el historiador escocés más reconocido. Terminé el libro recién el 3 de mayo, más de dos meses después de concluida mi visita, y no sólo porque tiene más de mil páginas (15 horas y 32 minutos de lectura, según Kindle). Entre otras cosas, perdí mi Kindle (fui uno de los tontos por los cuales las aerolíneas nos insisten en cada vuelo que no dejemos objetos personales a bordo, en ese mensaje repetitivo que nos hace pensar "¿quién es el boludo que deja sus cosas en el avión?", y sí, el boludo fui yo). Recuperé el Kindle a los pocos días, no sin cierto costo, y después (sigo con las excusas) estuve de viaje con pocos tiempos de lectura y se me cruzó una seria (supongo que ya haré una lectura como hice de The Wire). Pero sí, hay que decirlo: el libro resultó tedioso. Me pregunto ahora por qué no lo dejé y no estoy del todo seguro. Conspira contra esta lectura, además, el hecho de que, al perder el Kindle, di de baja el aparato en mi cuenta de Amazon y ahora, al volver a registrarla, veo que por alguna razón no se me guardaron los subrayados y las notas que hice. 

El libro no es tedioso sólo por su largo sino también por su estructura. El libro tiene cuatro partes cronológicas (1700-1760, 1760-1830, 1830-1939 y 1939-2007) y dentro de cada parte hay capítulos relativamente temáticos. Al hacer esto, sin embargo, el autor se ve obligado a retomar temas ya tratados en capítulos anteriores y se pone repetitivo. Estoy seguro de que compré el libro equivocado. Que, queriendo comprar algo así como la Breve historia contemporánea de la Argentina de Luis Alberto Romero, un libro de divulgación para gente que no quiere profundizar demasaido, terminé comprando algo más parecido a la colección Ariel de historia argentina. El libro es claramente el libro de un académico, y eso me gusta, presenta las versiones más tradicionales y trae las nuevas investigaciones que las matizan o las cambian. Pero se me hizo excesivo. Quizás ya no estoy para leer libros académicos. 

¿Qué sí me dejó, en términos bien amplios? Primero, que durante la gran mayoría de los más de 300 años de historia conjunta de Escocia dentro del Reino Unido, entre 1707 y hoy, esta fue una asociación vista positivamente por la mayoría de los escoceses. Más allá de los primeros años, cuando se mezcla la cuestión de los jacobitas, y un período abierto con el gobierno de Margaret Thatcher, el tema de la independencia escocesa es casi inexistente. En parte, nos dice Devine, esto tiene que ver también con la existencia del imperio británico, que abrió mientras existió una anchísima avenida de crecimiento personal para los escoceses. La unión tuvo un gran consenso durante siglos, aún cuando “no significara que la Escocesidad se hubiera evaporado en ningún sentido” (p. 957). (¿De qué otra manera traducirían Scottishness?)

Segundo, los escoceses son al capitalismo y la ilustración liberal lo que los uruguayos son al fútbol: una nación con un impacto totalmente desproporcionado a su tamaño. La ilustración escocesa incluyó a personajes de la talla de Adam Smith, David Hume, Adam Ferguson, James Mill, Robert Burns, Walter Scott. Escocia tenía uno de los menores niveles de analfabetismo del mundo gracias a su red de escuelas parroquiales, y sus universidades (Saint Andrews, Glasgow, Edimburgh, Aberdeen) eran reconocidas internacionalmente. Además, los escoceses llevaron eso al mundo de la economía. Escocia jugó un papel clave en la revolución industrial a través de figuras como James Watt y en sectores como hierro y acero pero, sobre todo, y a partir de ellos, de construcción naval y de máquinas herramientas. Hacia el comienzo de la Primera Guerra Mundial, según Devine, en la zona del Clyde se producía no sólo un tercio del tonelaje naval total de Gran Bretaña sino un quinto del tonelaje mundial. 

Tercero, las reformas de Thatcher, tan necesarias para revivir a una economía estancada, fueron el comienzo de la idea contemporánea de una independencia escocesa. Hacia 1980, el Partido Conservador había prácticamente desaparecido de Escocia. El clivaje regional se hizo tan claro que, ante reformas tan radicales, no quedaba más que pensar que a Escocia se le estaba imponiendo una forma de sociedad que no era la que ella quería. Después de años de cierto alineamiento, el socio mayor quería algo que el menor no quería, y eso podía verse como una imposición. Lo que movió de nuevo la idea de independencia fue “la imposición de políticas sociales y económicas inaceptables por el gobierno de Thatcher por el cual Escocia no había votado”. (p. 957)

Finalmente, muy menor, como todo nacionalismo el escocés es hasta cierto punto una invención. Y así, con mucho dolor leí que buena parte de las imágenes asociadas con Escocia (el kilt, el tartan, etc.) es un poco un invento o más bien una reinvención o una exageración. Y algo irónica: porque se tomó como definición de lo escocés cosas que venían de la zona más retrógrada de Escocia, los Highlands: “esos símbolos tradicionales de la identidad escocesa, el kilt, el tartan y las gaitas, son de origen en las Highlands. (...) fue una de esas regiones [rurales], las Highlands, la más pobre y más subdesarrollada de todas, la que proporcionó los principales emblemas de identidad cultural al resto del país. Una sociedad urbana había adoptado una cara rural.” (p. 349) 

 

Sea como sea: qué lindo es ganarle a los ingleses.



 Originales de las citas

“But this political consensus did not mean that ‘Scottishness’ had in any sense evaporated.” (p. 957)

“the imposition of unacceptable social and economic policies by the Thatcher government for which Scotland had not voted”. 957

“those traditional symbols of Scottish identity, the kilt, the tartan and the bagpipes, are of Highland origin. (...) it was one of these [rural] regions, the Highlands, the poorest and most underdeveloped of all, that provided the main emblems of cultural identity for the rest of the country. An urban society had adopted a rural face.” (p. 349)