lunes, 13 de agosto de 2012

Esa cosa llamada matrimonio



La semana pasada leí El matrimonio, de Marina Mariasch, y cuando lo terminé lo leí de nuevo. Una de las cosas copadas de las novelas chiquititas (esta se autoproclama nouvelle), como Bonsái, de Zambra, es que se pueden leer y releer en un par de días. Nadie se pone a releer Ana Karenina apenas la termina, pero novelas como estas sí se puede.

Como Zambra, Mariasch hace poesía y esta es su primera novela y eso se ve o, más bien, se escucha, se siente. Aunque los significados a veces se oscurecen en un armado algo críptico, el lenguaje siempre fluye, las palabras hacen su propio juego aunque “lo estético no puede ser desgajado limpiamente de un sistema simbólico que aparece enredado en la trama.” (p.26) Las metáforas, las imágenes, el lenguaje siempre cuidado, tallado, muestran y esconden la anatomía de un matrimonio; la primera oración del libro no está puesta allí en vano: “En las relaciones de pareja lo esencial está oculto y debe permanecer así para los principales interesados.” (p. 7)

Mariasch construye todo esto a partir de esos juegos poéticos que surgen de situaciones muy prosaicas. El lavado de la ropa sucia puede hacer al equilibrio mismo de la pareja: “Lavo su ropa, todavía, para que él la encuentre limpia a la hora que venga. La semana que viene, la ropa tendrá otro perfume, el olor dulce y fuerte de los lavaderos automáticos.” (p. 49) Las madres en la puerta del colegio hacen a la competencia intergénero: “Al final del camino, la puerta del colegio. Un cúmulo de femineidades juega a la mamá, miss simpatía y elegancia casual. (...) Se jura no perder la batalla contra los ojos de las otras madres que buscan el defecto. Corte y confección de los figurines ideales.” (p. 13) Buscar un hijo en la casa de un amiguito rico despierta preguntas sobre las elecciones realizadas y sus consecuencias: “Confort. Confort. Confort. El confort es ajeno. No es para mí. (...) [Las torres] se repliegan sobre mí amenazantes y me dicen en voz grave al unísono, como un trío de bajos: Pudiste pertenecer aquí. Pudimos ser tus esclavas y que nuestros motores obedezcan mecánicamente a los deseos del tacto de tus yemas.” (p. 15/16) El supermercado despierta cuestiones de género y de ingresos: “Madres de azul marino abarrotan productos en sus changuitos, llenos, sin medida, sin restricción. Saben lo que quieren, saben lo que quieren sus varones, no vacilan. Suman sin hacer la cuenta.” (p. 27)

En el camino, surge una reflexión muy sensible sobre el amor (“El amor no necesita educación, se aprende sólo con no tenerlo.” - p. 37); sobre el género, sobre qué significa ser mujer en una pareja y en una familia y sobre lo extraña que puede ser nuestra propia existencia tras tomar determinados caminos: “Atraviesa el campo minado de los juguetes tirados. Es hora de poner orden en su vida. Control, diseño, planificación.” (p. 11) Finalmente, hay también una mirada crítica a la masculinidad, pero no la crítica obvia, sino una mirada inteligente que puede interpelar a muchos varones. En definitiva, un libro que es cierto que no es fácil, pero que convoca por la estética y por lo que ésta ayuda a descubrir: una mirada sensible y culta y bella sobre esa cosa que llamamos matrimonio.

3 comentarios:

  1. gran libro, hermoso y triste.
    Guada.

    ResponderEliminar
  2. Parece interesante. Lo vota leer.

    ResponderEliminar
  3. Sí, Guada, hermoso y triste y te hace pensar. A leerlo, Anónimo, a leerlo.

    ResponderEliminar