sábado, 4 de julio de 2020

Cinco poemas


Leí La rosa profunda, con lo que releí parte de El oro de los tigres: diez poemas de El oro... se repiten en La rosa…, creo que uno solo con alguna modificación. La edición se contentó con constatar que los repetidos habían sido publicados anteriormente. Estas cosas en una buena edición de obras completas no deberían pasar. Acá van apuntes sobre cinco poemas que me gustaron particularmente.

“Soy” incluye una cantidad de típicos tópicos borgeanos (el espejo, el laberinto, el tiempo, el hermano que es el otro, el no ser hombre de armas) para construir un poema que habla, creo yo, de que la vida sigue siendo un misterio: “Soy el que pese a tan ilustres modos / de errar, no ha descifrado el laberinto / singular y plural, arduo y distinto, / del tiempo, que es de uno y es de todos.” Genialidad acá: “no hay otra venganza que el olvido / ni otro perdón.” (p. 100)

“Simón Carbajal” es otro poema que disfruté mucho. Comienza siendo la descripción de un personaje en un campo, Simón Carbajal, que era el domador, el encargado de matar los tigres. Como muchos cuentos de Borges, cuenta cómo le llegó la historia (en este caso a partir del padre del narrador, que era tropero). Tras describir el oficio de Carbajal con cierto detalle (“El blanco vientre / quedaba expuesto. El animal sentía / que el acero le entraba hasta la muerte”), ese tigre pasa a ser todos y ese particular oficio pasa a tener algo de universal. “Siempre estaba matando al mismo tigre / inmortal. No te asombre demasiado / su destino. Es el tuyo y es el mío, / salvo que nuestro tigre tiene formas / que cambian sin parar”. (p. 105) Cada quien tiene su tigre.

En “Brunburh, 937 A.D.” vuelve el borgeanísimo tema del hombre que mata a otro hombre, pero en este caso el hombre que mata en batalla le escribe a la mujer del muerto. Me pareció bello. “En vano lo esperarás, mujer que no he visto”, le dice, “En la hora del alba, / tu mano desde el sueño lo buscará. / Tu lecho está frío.” (p. 113)

En “All your yesterdays”, como en “El otro”, Borges visita el tema de los múltiples pasados posibles, de las infinitas vidas posibles de vivir y de cuanto hace eso a la identidad. “Quiero saber de quién es mi pasado. / ¿De cuál de los que fui?” Que es también el misterio por aquello en que nos hemos convertido. “Soy los que ya no son. Inútilmente / soy en la tarde esa perdida gente.” (p. 119)

En “Mis libros” (p. 123) vuelve a expresar esa idea de que lo describen más los libros que ha leído que los que ha escrito, que es antes un lector que un escritor. Personalmente, al leer “Mis libros (que no saben que existo) / son tan parte de mí como este rostro” sentí angustia por haber dejado mi biblioteca casi entera al alquilar mi casa. Siento que aunque los míos tampoco saben que existo, los abandoné. Sigue: “pienso que las palabras esenciales / que me expresan están en esas hojas / que no saben quién soy, no en las que he escrito.” Lo cual, en mi caso, es obviamente mucho más cierto que en el de Borges. Y concluye: “Mejor así. Las voces de los muertos / me dirán para siempre” y ahí, la verdad, es que no le creo a Georgie, creo que es falsa modestia.


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