lunes, 31 de agosto de 2020

Cuando llega la noche

 

Leí Historia de la noche y no me pasó casi nada. En el epílogo, Borges dice que “Un hecho cualquiera (...) puede suscitar la emoción estética. La suerte del poeta es proyectar esa emoción, que fue íntima, en una fábula o en una cadencia. La materia de que dispone, el lenguaje, es, como afirma Stevenson, absurdamente inadecuada.” (p. 223) La proyección desde aquella emoción a este lector fue mínima. En parte puede ser por la inadecuación del lenguaje, en parte por inadecuación del lector o del poeta; en parte, quizás, porque somos personas de sensibilidades diferentes.

“Como ciertas ciudades, como ciertas personas, una parte muy grata de mi destino fueron los libros”, dice en la misma página Borges, y muchos de los poemas hablan de esa pasión. Yo leo y escribo, pero mi relación con los libros es, evidentemente, menos íntima. Uno de tantos poemas de esta colección sobre libros es “Alejandría, 61 A.D.”, donde Borges presenta de otra manera su tesis sobre la literatura como algo colectivo, desligado de individuos concretos: “Las vigilias humanas engendraron / los infinitos libros. Si de todos / no quedara uno solo, volverían / a engendrar cada hoja y cada línea, / cada trabajo y cada amor de Hércules, / cada lección de cada manuscrito.” (p. 183) También son sobre libros o sobre la literatura “Metáforas de ‘Las mil y una noches’”, “Alguien”, “Un escolio”, “Ni siquiera soy polvo” y tantos más.

“Milonga de un forastero”, en cambio, vuelve al viejo tema borgiano del enfrentamiento de dos cuchilleros por el enfrentamiento mismo: “Nunca se han visto la cara / no se volverán a ver; no se disputan haberes / ni el favor de una mujer.” (p. 201) Le sigue “El condenado”, otro duelo, pero mágico y esta vez por una razón (una mujer) y con estos adjetivos: “inmovil atardecer”, “solitario almacén”, “puñal imposible”. (p. 203) (Se me ocurre este ejercicio de escritura: escriba cinco adjetivos; escriba cinco sustantivos; junte sustantivos con adjetivos; junte las parejas en un relato).

Hay poemas mucho más personales. Quizás de los más personales que recuerdo haber leído en Borges. Esto lo marca ya la “Inscripción” inicial, con una elaborada dedicatoria a María Kodama. “Gunnar Thorligsson (1816-1879)” parece hablar de Islandia y de la literatura para terminar en un beso. “Things that might have been” se pregunta por distintos contrafácticos para terminar con “El hijo que no tuve” (p. 207) En “Manuel Peyrou” hay una línea con dos hipálages exquisitas - “el café insomne y el propicio vino” (p. 213) - y termina con una declaración de amor al amigo: “hemos hablado de un querido amigo / que no puede morir. Que no se ha muerto.” (p. 214) “The thing I am” junta la cuestión de la identidad con sus antepasados y con su condición de escritor: “Soy al cabo del día el resignado / que dispone de un modo algo distinto / las voces de la lengua castellana / para narrar las fábulas que agotan / lo que se llama la literatura.” (p. 215)

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