El viernes fui a la presentación de Yo también soy una mosca, una bella crónica de Esteban Serrano publicada por Vinilo Editora. (Hago ya el paréntesis para decir que me parece un hallazgo de Vinilo este sello “Sencillos - Un relámpago de lectura”, de libros de no ficción cortos, directos, para leer en una o dos sentadas.)
Al libro de
Esteban lo leí en dos sentadas en un día. Como la ida y la vuelta, y podría ir
por ahí el comentario porque es una crónica de un viaje, el que hizo Esteban
con un grupo de amigos de toda la vida al famoso show del Indio Solari en
Olavarría. Pero no va por ahí el comentario. El comentario se ve influido por
la presentación: yo sentí en la presentación del libro de Esteban, e intuyo que
Esteban un poco también, lo mismo que él sintió en aquel viaje. La extrañeza
por lo extraño y la extrañeza por lo más familiar.
Esteban cuenta en Yo también soy una mosca ese viaje hacia
una ceremonia de una religión que no es la suya. Va un poco convencido por los
amigos, y un poco por no querer perderse algo de esa tribu. (El famoso FOMO, fear of missing out). Como explica hacia
el final del libro respecto de unos campamentos que hacen con esos amigos y sus
hijos: “Prefiero ir sin querer ir que escuchar después, por años, historias en
las que no participé”. (p. 70) Esteban va a Olavarría para no perderse un
momento de su pequeña tribu, a pesar de que nunca le gustaron los Redondos, un
fenómeno cultural que es antes que cualquier otra cosa, quizás, una religión
tribal. Esteban va a Olavarría como miembro de su mini-tribu a infiltrarse en
otra tribu mayor. Va munido de una Moleskine y dos marcadores Edding para
registrar, como observador participante, esa celebración religiosa.
La presentación
del libro de Esteban el viernes fue, también, una celebración religiosa. Estaba
Esteban, el receptor de ese sacramento que es la presentación de un libro, un
poco como el bautismo de un hijo; estaban Matías Bauso y Santiago Llach como
oficiantes (con dos textos muy bellos); y estábamos los feligreses, una
comunidad, una tribu. Yo participo del mundo Llach hace más de 10 años y,
recién llegado a Buenos Aires después de un año y medio, más un año más de
pandemia, para mí fue un reencuentro con esa tribu. Veía caras conocidas,
saludaba a algunas con un movimiento de cabeza, a otras con besos y abrazos,
trataba de recordar nombres. Por un lado me sentía auténticamente parte, y
luego me preguntaban “¿estás escribiendo?” o “¿qué estás escribiendo?” o
charlaba con editoras o escritores sobre libros de la tribu, recientes o por
venir, y dudaba respecto de si realmente pertenezco o no a esa tribu.
Esteban, que me
quiere bien, me dedicó el libro diciendo que soy un escritor. Pero yo dudo,
todo el tiempo, si soy eso. Dudo si pertenezco a esa tribu, me pregunto si
ellos me ven como parte de ellos, si soy parte de ese nosotros. Cuando los
oficiantes hablaban, y comentaban con sensibilidad Yo también soy una mosca, Esteban ponía su mirada lo más lejos
posible, queriendo, creo yo, que el momento terminara, queriendo no escuchar
más todos esos halagos a su persona y a su obra.
El artista, algo
que Esteban sin duda es, siente esa extrañeza de ser parte y no ser parte de la
vida, de ser uno más, de no ser nada extraordinario, y al mismo tiempo de no
ser del todo parte, mirando de afuera, como una mosca, la propia vida en la que
uno está inserto: “Soy una manifestación de una sola persona. Un espectador. Un
extraterrestre” (p. 27). Y Yo también soy
un mosca es, mucho más que la crónica de un viaje, de un grupo de amigos o
de un recital, una manifestación de esa curiosidad por la propia existencia, de
la mirada de un artista sobre esa deformidad (para usar una palabra
Serranesca), que es la vida. Es un pequeño libro enorme que estoy seguro que
volveré a leer unas cuantas veces en los próximos años.
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