lunes, 11 de julio de 2022

Antropología del yo

 


El viernes fui a la presentación de Yo también soy una mosca, una bella crónica de Esteban Serrano publicada por Vinilo Editora. (Hago ya el paréntesis para decir que me parece un hallazgo de Vinilo este sello “Sencillos - Un relámpago de lectura”, de libros de no ficción cortos, directos, para leer en una o dos sentadas.)

Al libro de Esteban lo leí en dos sentadas en un día. Como la ida y la vuelta, y podría ir por ahí el comentario porque es una crónica de un viaje, el que hizo Esteban con un grupo de amigos de toda la vida al famoso show del Indio Solari en Olavarría. Pero no va por ahí el comentario. El comentario se ve influido por la presentación: yo sentí en la presentación del libro de Esteban, e intuyo que Esteban un poco también, lo mismo que él sintió en aquel viaje. La extrañeza por lo extraño y la extrañeza por lo más familiar.

Esteban cuenta en Yo también soy una mosca ese viaje hacia una ceremonia de una religión que no es la suya. Va un poco convencido por los amigos, y un poco por no querer perderse algo de esa tribu. (El famoso FOMO, fear of missing out). Como explica hacia el final del libro respecto de unos campamentos que hacen con esos amigos y sus hijos: “Prefiero ir sin querer ir que escuchar después, por años, historias en las que no participé”. (p. 70) Esteban va a Olavarría para no perderse un momento de su pequeña tribu, a pesar de que nunca le gustaron los Redondos, un fenómeno cultural que es antes que cualquier otra cosa, quizás, una religión tribal. Esteban va a Olavarría como miembro de su mini-tribu a infiltrarse en otra tribu mayor. Va munido de una Moleskine y dos marcadores Edding para registrar, como observador participante, esa celebración religiosa.

La presentación del libro de Esteban el viernes fue, también, una celebración religiosa. Estaba Esteban, el receptor de ese sacramento que es la presentación de un libro, un poco como el bautismo de un hijo; estaban Matías Bauso y Santiago Llach como oficiantes (con dos textos muy bellos); y estábamos los feligreses, una comunidad, una tribu. Yo participo del mundo Llach hace más de 10 años y, recién llegado a Buenos Aires después de un año y medio, más un año más de pandemia, para mí fue un reencuentro con esa tribu. Veía caras conocidas, saludaba a algunas con un movimiento de cabeza, a otras con besos y abrazos, trataba de recordar nombres. Por un lado me sentía auténticamente parte, y luego me preguntaban “¿estás escribiendo?” o “¿qué estás escribiendo?” o charlaba con editoras o escritores sobre libros de la tribu, recientes o por venir, y dudaba respecto de si realmente pertenezco o no a esa tribu.

Esteban, que me quiere bien, me dedicó el libro diciendo que soy un escritor. Pero yo dudo, todo el tiempo, si soy eso. Dudo si pertenezco a esa tribu, me pregunto si ellos me ven como parte de ellos, si soy parte de ese nosotros. Cuando los oficiantes hablaban, y comentaban con sensibilidad Yo también soy una mosca, Esteban ponía su mirada lo más lejos posible, queriendo, creo yo, que el momento terminara, queriendo no escuchar más todos esos halagos a su persona y a su obra.

El artista, algo que Esteban sin duda es, siente esa extrañeza de ser parte y no ser parte de la vida, de ser uno más, de no ser nada extraordinario, y al mismo tiempo de no ser del todo parte, mirando de afuera, como una mosca, la propia vida en la que uno está inserto: “Soy una manifestación de una sola persona. Un espectador. Un extraterrestre” (p. 27). Y Yo también soy un mosca es, mucho más que la crónica de un viaje, de un grupo de amigos o de un recital, una manifestación de esa curiosidad por la propia existencia, de la mirada de un artista sobre esa deformidad (para usar una palabra Serranesca), que es la vida. Es un pequeño libro enorme que estoy seguro que volveré a leer unas cuantas veces en los próximos años.

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