Cuando viajé a Escocia leí una historia de Escocia y cuando viajé a Italia leí A Concise History of Italy de Christopher Duggan. Mi investigación previa para saber qué leer sobre Italia fue corta; seguramente habrá mucho más para leer, pero cuando uno quiere saber un poco de un tema generalmente es una buena idea ir a las Oxford Histories o, como en este caso, a las Cambridge Concise Histories.
La historia de Italia según Duggan es verdaderamente
concisa (no así la de Escocia de Devine): en unas 300 páginas te da un
pantallazo general. El problema, claro, es que con Italia nada es muy
“general”, todo es más bien particular. (Me hice acordar a mí mismo de esta
cita de Lorrie Moore: “Marriage, she felt, was a fine arrangement generally,
except that one never got it generally. One got it very, very specifically.”) La
historia de Italia es, sobre todo, responder a la pregunta de si existe tal
cosa como una Italia general o si no son más fuertes las particularidades
regionales. Dice Duggan en el prefacio: “Si existe algún hilo temático en este
libro es el del problema de la ‘construcción nacional’. Italia comenzó a
existir en 1859-60 más por accidente que por diseño.” (l. 144)
Los países europeos grandes se fueron creando bastante
antes que Italia: España, Francia, Inglaterra, se formaron siglos antes y
poderosas fuerzas (las coronas absolutistas) fueron forjando una unidad de lo
diverso. Italia y Alemania llegaron tarde, consolidándose ambos países en
1870 con la Guerra Franco-Prusa. Pero Alemania (leí
este libro que es maravilloso) tenía por lo menos al lenguaje unificado
alrededor de Lutero. Ciento cincuenta años después de la unificación italiana,
y a pesar de la RAI y la Serie A y la Nazionale, aún hoy siguen sobreviviendo
una gran cantidad de dialectos (se estima que hacia 1860 apenas hablaba
“italiano” 2,5 por ciento de la población; p. 28).
La historia es tan particular, con regionalismos, con
poderes extranjeros (España, Francia, Austria) que por momentos dominan grandes
partes del territorio, que ni siquiera es fácil establecer una periodización
clara. Podría ser la siguiente:
año 27 a.c. a 500 d.c.: algo parecido al imperio
romano;
500 a 1860-1870: fragmentación política con gran
injerencia de poderes externos, terminando en la unificación "por accidente";
de 1870 a 1925: monarquía constitucional liberalizante
(si no liberal);
1925-1945: fascismo (aunque técnicamente la monarquía
persistió hasta 1947);
1945-hoy: república italiana, pero primero con unos 30
años de dominio de una Democracia Cristiana que en la manera de contarla de Duggan me hizo acordar al PRI y al peronismo; y desde la década de 1990 algo muy distinto, con un fortalecimiento de nuevo de lo particular.
Si algo persiste durante todo este tiempo es la
dificultad de definir ciertos valores y principios. Hay un gran cambio, que es
el salto de desarrollo producido tras la Segunda Guerra Mundial, asociado en
gran medida al ingreso al Mercado Común Europeo, a la Unión Europea y en definitiva euro.
“A mediados de la década de 1950 Italia seguía siendo en muchos aspectos un
país subdesarrollado. (...) Hacia mediados de la década de 1960 Italia había
dejado de ser un país atrasado” (p. 264). Por lo demás, hay una gran continuidad
en la incapacidad de ciertas definiciones clave: “Como ha subrayado
repetidamente la historia de los dos siglos precedentes, en muchos sentidos la
mayor dificultad que ha confrontado a Italia fue la de establecer claramente
los valores y principios sobre los que debería construirse el estado. Desde el Risorgimento,
las discusiones sobre la nación italiana se habían movido, muchas veces con
alta tensión, alrededor de las demandas en competencia de religión y
secularismo, intereses públicos y privados, centralización y autonomías
locales, libertad y autoridad, derechos y obligaciones, Norte y Sur - para
mencionar apenas unas pocas de las categorías en lucha” (p. 305). En eso, en
gran medida, sigue.
Originales
de las citas
“In so far as a single thematic thread exists in this
book, it is that of the problem of ‘nation building’. Italy came into being in
1859–60 as much by accident as by design. Only a small minority of people
before 1860 seriously believed that Italy was a nation, and that it should form
a unitary state; and even they had to admit that there was little, on the face
of it, to justify their belief: neither history nor language, for example,
really supported their case.” (l. 144)
“In the mid-1950s Italy was still in many regards an
underdeveloped country. Highlight (Yellow) | Page 264 By the mid-1960s Italy
was no longer a backward country. Industry had boomed, with investments in
manufacturing rising by an average of 14 per cent a year between 1958 and 1963.”
(p. 264)
“As the history of the preceding two centuries had
repeatedly underlined, in many ways the greatest difficulty confronting Italy
was to establish clearly the values and principles upon which the state should
be built. Since the Risorgimento, discussions about the Italian nation had
moved, often in a fraught fashion, around the competing claims of religion and
secularity, public and private interests, centralisation and local autonomy,
freedom and authority, rights and duties, North and South – to name but a few
of the contending categories.” (p. 305)