En año nuevo, en Londres, cuatro personas suben a un edificio
popular para el suicidio con la intención de saltar. Ahí se encuentran,
empiezan a hablar y comienza la novela.
A long way down, de Nick Hornby, es un gran libro, construido con las cuatro
voces, en un registro casi oral, de los cuatro personajes principales: Martin, una estrella de segunda de
la tele caída en desgracia; Maureen, una señora que dedicó su vida a un hijo
discapacitado; JJ, un joven músico americano no demasiado talentoso; y Jesse,
una estudiante quemada por una tragedia familiar. A pesar de la situación que los une, la novela es menos sobre la angustia y el suicidio que sobre lo que
nos liga a la vida a pesar de sus dificultades, y lo que nos liga son casi
siempre vínculos con otros seres humanos. Como dice Jess, en un pasaje difícil
de traducir porque tiene un juego de palabras, "La mayoría de la gente
tiene una cuerda que los ata a alguien, y esa cuerda puede ser larga o puede
ser corta. (Ser corta. Ser parte. ¿Entendés?)" (p. 184)
Cada uno llega a la situación a su propia manera. Como dice Martin
al comienzo, "Una mala, tras otra mala, tras otra mala hasta que no te lo
bancás más y te vas a un estacionamiento de muchos pisos en el autito familiar
con un pedazo de tubo de caucho." (p. 9) O Jess: "Me sentía muy
bajoneada, además. Tenía ese sentimiento terrible que te agarra cuando te das
cuenta de que estás atrapada con quien sos, y que no hay nada que puedas hacer
al respecto." (p. 208)
Como de costumbre, Hornby habla de cosas profundas sin que
parezca, apelando al humor y generando imágenes diferentes. Como cuando Martin
dice que si sus "palabras estuvieran un poco más cansadas dejarían de
tener la energía para reptar hacia arriba por mi garganta y fuera de mi boca.
Me las podía imaginar serpenteando para atrás hasta el lugar desde donde habían
venido." O cuando JJ se pregunta: "¿Cómo pueden las personas, tipo,
no putear? ¿Cómo es posible? El habla está llena de baches donde simplemente
tenés que poner un 'carajo'. Te digo quienes son los tipos más admirables del
mundo: los presentadores de televisión. Si yo fuera eso, estaría tipo, "Y
los hijos de puta volaron el puto avión de lleno a las Torres Gemelas. ¿Cómo
evitarlo, si sos un ser humano? Quizás no son admirables. Quizás son robots
zombies." (p. 146) O cuando Jess
se da cuenta de que una conversación está yendo hacia mal puerto: "Es como
un carrito de supermercado con una rueda torcida, porque todo el tiempo estoy
pensando, Debería ser fácil avanzar con esto, pero todo lo que digo simplemente
me lleva en la dirección equivocada." (p.
293)
Lo cierto es que a pesar de las distintas historias, todos llegan
a una situación límite. Porque la vida es dicífil y porque, como dice JJ,
"Una cosa que me enseñaron los últimos dos años es que no hay nada que no
puedas cagar si intentás con suficiente esfuerzo". Y la vida te lleva a
tomar decisiones y eso es siempre difícil. Dice Maureen: "No sé ustedes,
pero yo no siempre quiero poder elegir. Podés terminar pasando de un canal a
otro, sin mirar ningún programa como corresponde. No sé cómo logran soportarlo
las personas que tienen televisión por cable." (p. 173) Al final, ese
encuentro fortuito arriba del edificio desde el que se suicidarían les dio un
grupo de pertenencia, vínculos que los ligan al mundo, y una nueva perspectiva
sobre la vida. Dice Maureen al final del libro, desde esa azotea: "A lo
lejos podías ver las luces de esa gran rueda de la fortuna cerca del río, el
London Eye. (...) '¿Se está moviendo esa cosa o no?',
dijo Martin. 'No me puedo dar
cuenta'. La miramos por un rato
largo, tratando de descifrarlo. Martin
tenía razón. No parecía que se
estuviera moviendo, pero debería estar moviéndose, supongo." (p. 333)
Originales de las citas
"Most people have a rope that ties
them to someone, and that rope can be short or it can be long. (Be long.
Belong. Get it?)" (p. 184)
"Bad thing upon bad thing upon bad
thing until you can't take it anymore, and then it's off to the nearest
multistory car park in the family hatchback with a length of rubber
tubing." (p. 9)
"I felt low, too. I had that terrible
feeling you get when you realize that you're stuck with who you are, and
there's nothing you can do about it." (p. 208)
"If my words became any wearier, they
would no longer have the energy to crawl up my throat and out of my mouth. I
could imagine them slithering back down to where they'd come from." (p.
136)
"How do people, like, not curse? How
is it possible? There are all these gaps in speech where you just have to put a
'fuck'. I'll tell you who the most admirable people in the world are:
newscasters. If that was me, I'd be like, 'And the motherfuckers flew the
fucking plane right into the Twin Towers'. How could you not, if you're a human
being? Maybe they're not admirable. Maybe they're robot zombies." (p. 146)
"So the whole conversation is going
right off course. It's like a supermarket trolley with a wonky wheel, because
all the time I'm thinking, This should be easy to push along, and everything I
say just takes me in the wrong direction." (p. 293)
"One thing the last couple of years
has taught me is that there's nothing you can't fuck up if you try hard
enough." (p. 171)
"I don't know about you, but choice
isn't always what I want. You can end up flicking between one channel and
another, not watching either program properly. I don't know how people with the
cable television cope." (p. 173)
"In the distance we could see the
lights on that big Ferris wheel down by the river, the London Eye. (...) 'Is
that thing actually going round?', said Martin. 'I can't tell'. We stared at it
for a long time, trying to work it out. Martin was right. It didn't look as
though it was moving, but it must have been, I suppose." (p. 333)
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