Me salió quince pesos. Ahora está entre Fante y Fitzgerald.
Los
especialistas coinciden en que uno de los temas principales de The Sound and
the Fury, de William Faulkner, es el tiempo. Así, resulta interesante el
hecho de que yo haya tardado tres semanas en terminar esta novela de menos de
400 páginas. El tiempo que llevó a la familia Compson a la
decadencia, el tiempo que el hijo con problemas mentales Benjy no logra
comprender, el tiempo desfasado de Caddy, la hija con la que los tres hermanos
están obsesionados, se manifiesta en mi lectura en otro detalle: en la primera
hoja del libro, en lápiz negro, algún librero hace años anotó que el precio del
libro era $15,90. No recuerdo cuándo ni dónde compré este ejemplar, de la
colección Vintage, pero sí tengo la imagen de este libro en la biblioteca que
tenía en mi habitación en la casa de mis padres, hace casi veinte años.
Todo
esto parece una introducción para decir que la novela es muy difícil. Hace dos
semanas, mi amigo Mike me vio leyéndolo y me dijo que sí, que la había leído,
pero que le había parecido "hard work". Le dije que era la tercera o
cuarta vez que la había empezado y que estaba a punto de volver a dejarla.
"No podés", me dijo en su español con fuerte acento americano,
"ya pasaste lo peor". Era verdad, ya había pasado lo peor. La novela
cuenta la decadencia de la familia Compson en cuatro capítulos: en el primero,
el narrador es Benjy, un hombre de más de 30 con severos problemas mentales.
Como tal, no distingue el paso del tiempo, y toda la historia de la familia
aparece en su narración mezclada, como un presente continuo, y el capítulo se
hace casi ilegible. El segundo capítulo es la narración de más o menos lo
mismo, pero 18 años antes, por Quentin, el hermano mayor. También es un
capítulo difícil de leer, porque es el fluir de conciencia de un hombre que
está a punto de suicidarse. El tercer capítulo, de vuelta en 1928, lo narra
Jason Compson IV, el hermano despreciable y despreciado, cuya narración es
interesada y agresiva, pero al menos coherente. Allí el libro se hace más
sencillo, pero uno ya está agotado. El último capítulo, también narrado desde
1928, es responsabilidad de un narrador omnisciente y por primera vez tenemos
una alegría desde lo formal, tenemos metáforas e imágenes, tenemos atención al
detalle y tenemos una estructura narrativa.
¿Valió
la pena? Difícil decirlo. Quizás, más adelante, pueda leerlo de nuevo y darme
cuenta. Con más furia que placer, lo terminé, con ayuda de un libro de notas.
Como para nosotros, los lectores, el tiempo pasa para todos los personajes de
Faulkner: algunos no logran entenderlo y otros no logran sobrellevarlo; sólo
unos pocos, como el ama de llamas Dilsey, logran enfrentar la vida con
entereza. "'Nah te preocupé', dijo Dilsey. 'El principio yo lo vi, e ahora se veo el final'." (p. 344)
Original de la cita
"Never you mind," Dilsey said. "I seed
the beginnin, en now I sees de endin." (p. 344)
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