The Brooklyn Follies quedó entre otro Auster y un Julian Barnes.
The Brooklyn
Follies, de Paul Auster, es, como su nombre lo indica, un disparate. Una novela
que empieza con la oración "Estaba buscando un lugar tranquilo donde
morir. (...) Un final silencioso para mi vida triste y ridícula" (p. 1), pero que pasa a ser una aventura a la que no le falta nada: un viaje para el
norte, otro para el sur, una sobrina que aparece y desaparece, un travesti HIV
positivo, lesbianismo sorpresivo y muchas, muchas cosas más.
No son pocas
las cosas que me molestaron de la novela. La primera es la implausibilidad, si
se me permite la palabra, de la trama en general. Hay también inverosimilitudes
más pequeñas, más puntuales: uno que escucha una conversación atrás de una
puerta (y después nos cuenta todo), una mujer que busca, totalmente desprotegida,
a un hombre, en un acto de arrojo que el pasado no parecía suponer posible, un
hombre controlador que deja escapar sin lucha a la esposa que dominaba, etc.
Leí algunas
críticas para ver si alguien se había animado a criticar en serio a Auster, un
consagrado, a quien hace tiempo leí mucho, por esta novela. Y lo que vi en un par de críticas es que critican
al narrador y personaje principal, Nathan Glass (sí, hay nombres que parecen
indicar cosas sobre los personajes: hay un Glass que es un poco un espejo, un
Wood que es noble, un Minor que es pequeño y un Dryer que es seco). Nathan
parece buena onda pero a mí me pareció insufrible: un yanqui progre
insoportable, con su moralina permanente, siempre del lado de la corrección
política (ya sea hablando del sufrimiento en los Balcanes, de los republicanos
malos que están a punto de tomar EE.UU. o de los derechos de los homosexuales).
Un narrador que dice: "Los bienes raíces son la religión oficial de New
York, y su dios lleva un traje gris a rayas y el nombre de Guita, Sr. Más-y-Más
Guita." (p. 280) Un narrador que busca ser literario y sólo consigue ser
pomposo, como cuando dice que "no hay cómo escapar a la desdicha que acecha a
la tierra" (p. 189). Un narrador que en la página 2 critica a su única
hija por no hablar más que con generalidades y lugares comunes y que pasa a
registrar un lugar común tras otro por 300 páginas.
Nathan es un
vendedor de seguros jubilado, y su libro es digno de eso, de un amateur que
empieza a escribir a los 60. ¿Debe felicitarse a Auster por haber logrado un libro
suficientemente ridículo como para poder haber sido escrito por ese narrador? Porque
además de la implausibilidad, de las inverosimilitudes, de que hay líneas de la
trama que quedan en el aire y de la moralina, esa moralina insoportable, es un libro demasiado directo y
literal, en el que por momentos los personajes parecen demasiado concientes de todo; como
Harry, que dice que trata de no ser un bribón pero no lo consigue: "Hay un
diablillo adentro mío, y si no dejo que salga cada tanto para que haga alguna
travesura, el mundo simplemente se torna demasiado aburrido." (p. 125)
Entre la
identidad (como la de unos cuantos bribones) y la pura fortuna ("Todos los hombres contienen
varios hombres dentro suyo, y la mayoría de nosotros rebota de un ser a otro
sin saber jamás quiénes somos" - p. 122-123), Nathan termina haciendo una
defensa del hombre común: se le ocurre que cada una de esas historias pequeñas,
de hombres pequeños, como la suya, deben ser registradas, escritas en forma de
biografía o de novela. Al final, sin embargo, este gran disparate de novela para ser justamente una refutación de esa idea. Probablemente sea mejor evitar leer y escribir novelas como la de Nathan.
Originales de las citas usadas
"I was looking for a quiet place to die. (...) A
silent end to my sad and ridiculous life." (p. 1)
"Real estate is the official religion of New
York, and its god wears a gray pin-striped suit and goes by the name of Cash,
Mr. More-and-More Cash." (p. 280)
"there is no escape from the wretchedness that
stalks the earth." (p. 189).
"There's an imp inside me, and if I don't let him
out to male some mischief now and then, the world just gets too damned dull."
(p. 125)
"All men contain several men inside them, and
most of us bounce from one self to another without ever knowing who we
are." 122-123.
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