miércoles, 25 de marzo de 2015

En la historia

Tobias Wolff, Old School, Vintage (2003)

“No se puede vivir en un mundo sin historias” (p. 131) dice Tobias Wolff en Old School, otra historia de cómo un chico se convierte en escritor, una novela que habla todo el tiempo sobre la literatura. Por esas razones debería haberla odiado, pero me pasó todo lo contrario: la amé. La amé porque a pesar de ser una novela que habla de la literatura y de cómo se escribe, lo hace con una historia que es una historia, y no sólo una excusa para hablar de literatura. (Y sí, qué lindo encontrar una gran lectura después de una insatisfactoria.)
La historia se desarrolla en un colegio privado de vieja escuela, un colegio en el que se valora especialmente la literatura, en parte porque es un reino de igualdad: "ser un escritor era escaparse de los problemas de la sangre y la clase. Los escritores formaban una sociedad propia por fuera de la jerarquía común. Esto les daba el poder que no podía dar el privilegio - el poder de crear imágenes del sistema del que se apartaban, y así de poder juzgarlo." (p. 24)
Al narrador eso le venía bien, porque era un alumno becado en medio de hijos del privilegio, aunque ocultara esa diferencia: "por años venía escondiendo a mi familia en silencios calculados y pistas y evasiones vagas, sugiriendo otra familia en su lugar." (p. 93) El motivo principal del libro es esta duplicidad suya (y de otros personajes), duplicidad que sólo puede ser cerrada con la literatura (y en este caso, irónicamente, con una impostura). "¿Cómo empezás a escribir con la verdad? (...) Sacarte de encima la simulación es derrocar a un maestro duro, el temor de exponerte a vos mismo." (p. 126) En esta línea, la única literatura verdadera es aquella de la que, al final del día, el autor puede decir: "Cualquiera que leyera esa historia sabría quién soy." (p. 127) Así, lo que un personaje admira de un cuento que es fundamental en la trama es no sólo su arte sino que es un "inventario hecho sin pestañar del egoísmo y la duplicidad. Era difícil decir la verdad así." (p. 186)
El tema de la literatura se trata también en un nivel más directo porque aparecen en la escuela, en un ciclo de visitas de escritores, Robert Frost, Ayn Rand (la más satirizada) y Ernest Hemingway. (Frost aparece defendiendo la forma por sobre todo: “Ese tipo de dolor sólo puede ser contado en forma. Quizás sólo exista en forma. La forma es todo.” - p. 53) Y aunque para ser escritor haya que decir la verdad y dejar atrás la duplicidad, no hay un camino único para ser escritor, se puede ser un escritor siendo un "forajido" o un "banquero". "Para un escritor no hay tal cosa como una vida ejemplar. Es un hecho que algunos escritores trabajan bien desde el fondo de una botella. Los forajidos generalmente escriben tan bien como los banqueros, aunque más brevemente. Algunos escritores prosperan como yuyos oportunistas escondiéndose entre los ciudadanos, otros bancándosela en algún u otro tipo de desierto." (p. 156) También hay, en el libro, quien declara a la literatura algo demasiado "frívolo": "Sólo te corta de los demás y te hace egoísta y la verdad es que no hace ningún bien." (p. 163)
Toda la historia de duplicidad es contada desde la mirada compasiva del narrador, una mirada comprensiva con los demás personajes y con él mismo. La forma sigue esa compasión, es un especie de susurro constante, un tono que nunca choca, una construcción de sonido como en capas sucesivas. Como decía Frost, ningún contenido puede soportar la falta de forma, y Wolff cuenta esta historia sobre gente dedicada a contar historias con delicadeza, sensibilidad y compasión.


Originales de las citas usadas
“Stories, though - one could not live in a world without stories.” (p. 131)
“Maybe it seemed to them, as it did to me, that to be a writer was to escape the problems of blood and class. Writers formed a society of their own outside the common hierarchy. This gave them the power not conferred by privilege - the power to create images of the system they stood apart from, and thereby to judge it.” (p. 24)
“for years now I had hidden my family in calculated silences and vague hints and dodges, suggesting another family in its place.” (p. 93)
“How do you begin to write truly? (...) To strip yourself of pretense is to overthrow a hard master, the fear of giving yourself away”. (p. 126)
“Anyone who read this story would know who I was.” (p. 127)
“He admired its art but was most affected, and in fact discomfited, by its unblinking inventory of self-seeking and duplicity. It was hard to tell the truth like that.” (p. 186)
“Such grief can only be told in form. Maybe it only exists in form. Form is everything.” (p. 53)
“For a writer there is no such thing as an exemplary life. It’s a fact that certain writers do good work at the bottom of a bottle. The outlaws generally write as well as the bankers, though more briefly. Some writers flourish like opportunistic weeds by hiding among the citizens, others by toughing it out in one sort of desert or another.” (p. 156)
“Too frivolous. Know what I mean? It just cuts you off and makes you selfish and doesn’t really do any good.” (p. 163)

lunes, 16 de marzo de 2015

Dudas

Eudora Welty, The Collected Stories, Harcourt

Cada vez que me aburro con un libro, cada vez que dejo un libro, empiezo a dudar: ¿me perdí algo? ¿No estaré preparado aún? Los cuentos completos de Eudora Welty me aburrieron, y no es que me aburrieron en la página 400 después de leer tres libros completos; me aburrieron en la página 87 antes de terminar el primero de cinco libros recogidos.
Los cuentos son el microcosmos de la vida: pequeñas situaciones en pequeños pueblos en el sur de EE.UU., contar el detalle más pequeño, no ir nunca a la generalidad. Como en "Petrified man", un cuento que se cuenta a través de dos escenas en el horario fijo de peluquería de la Sra. Fletcher los lunes a las 10. En dos escenas, en dos conversaciones entre la Sra. Fletcher y su peluquera Leota y dos o tres personas más que están ahí en la peluquería, nos cuentan otras cosas. Y sí, me encanta la pequeña metáfora minúscula, como la voz de la Sra. Carson en otro cuento, que era tan triste "como los ruidos más suaves de un gallinero al anochecer" ("Mrs. Carson was going on in her sad voice, sad as the softest noises in the henhouse at twilight." - p. 5); o cuando la chica de "Why I live at the P.O." se levanta de la mesa enojada: "Así que empujé mi servilleta por el aro de servilleta y dejé la mesa." ("So I pulled my napkin straight back through the napkin ring and left the table." - p. 47) Pero no me alcanzó, me aburrió, quizás porque estoy buscando otra cosa, quizás porque ya entendí que se puede hacer esto con Carson McCullers, con Flannery O'Connor, con Sherwood Anderson y quizás ya es suficiente por un tiempo.
Quizás vuelva, más adelante, a ver qué pasa.

lunes, 2 de marzo de 2015

Reconstruir la caída

Juan Gabriel Vásquez, El ruido de las 
cosas al caer Alfaguara, 2011. 

"¿Usted lleva un diario, Antonio?" (p. 66), le pregunta un médico al protagonista de El ruido de las cosas al caer (Juan Gabriel Vásquez), una novela que, como dice mi amigo H., es una memoria escondida en una novela. (H. generalmente defiende la memoria, a mí me gusta más la ficción: porque a veces es más fácil decir la verdad escondiéndose e inventando.) Antonio empieza un diario, pero más que nada comienza a recorrer un camino guiado por una certeza: "Quiero saber." (p. 125)
Antonio busca saber por qué le había ocurrido lo que le había ocurrido, y eso lo lleva a una historia mayor: "nadie que viva lo suficiente puede sorprenderse de que su biografía haya sido moldeada por eventos lejanos, con poca o ninguna participación de sus propias decisiones." (p. 213) Esos eventos lejanos son sobre todo la violenta historia de Colombia en los ochenta (que también habrán moldeado en parte a mi amigo P., quien me recomendó este libro precisamente por cómo habla de aquella época.)
La novela está muy bien construida, bien estructurada en seis capítulos cada uno con su propia personalidad, y en torno a dos contraposiciones. Entre Antonio y Laverde, de quien dice al comienzo "Este hombre no ha sido siempre este hombre. Este hombre era otro hombre antes." (p. 29), lo cual será válido para él, y de allí la necesidad de saber qué había pasado. Y la contraposición entre su esposa Aura (quien no vivió aquellos años violentos) y Maya, la llave para Antonio de mucho del conocimiento que busca. Mientras tanto, el lenguaje es suave pero no tan meloso como el de aquel otro colombiano (un personaje dice por allí de Cien años de soledad que "el español es muy difícil y todo el mundo se llama igual", p. 161) pero con algo de esa poesía del realismo mágico, como cuando describe un auto abandonado como "un animal muerto al que se le ha llenado la piel de gusanos." (p. 236) o cuando dice que "la tristeza llenaba la cabina del Nissan como el olor de nuestras ropas mojadas" (p. 239). Se construye, finalmente, con el leitmotiv de las caídas: de los personajes, de los aviones, de Colombia.
La reconstrucción de ese pasado, de esa caída, se hace suavemente, las heridas quedan sanadas y expuestas a la vez, y el futuro abierto en una novela que se lee muy bien y con placer.