martes, 15 de noviembre de 2016

El Cercas que me gusta



Leí El vientre de la ballena y ese no es el Cercas que me gusta. No estoy del todo seguro de si me gusta demasiado el otro Cercas; bah, en verdad, lo que me pasa con el otro Cercas, el de esos textos que son ficción y no ficción al mismo tiempo, es que me gusta mucho y me molesta mucho al mismo tiempo. Este Cercas, el de una ficción más tradicional, no me gusta mucho, aunque claramente es un tipo inteligente que puede decir cosas como esta: “en el fondo todas las ciudades se parecen. Quizá con una sola excepción, que es Nueva York, porque Nueva York no quiere parecerse a nadie, mientras que todas las ciudades quieren parecerse a Nueva York.” (p. 18)
El vientre de la ballena no tiene esa cosa que hemos terminado de identificar con Cercas, la visibilidad permanente del hecho de la escritura, sino que es una novela, un cruce entre una novela de ideas y una comedia de campus. Tomás, nuestro narrador, escucha de su mentor en la carrera de Letras la contraposición entre los personajes de destino (los héroes trágicos que viven pensando en lo que deben lograr, mirando al futuro) y los personajes de carácter (personajes que narrativamente no van a ningún lado a quienes no les pasa nada y que justamente por ello pueden vivir el presente con plenitud). Y hacia el final de la novela Tomás se termina dando cuenta de que en los meses que relata la novela le pasa justamente algo en línea con esa contraposición. No es la única vez en que algo aparece ahí puesto para que un personaje utilice eso más adelante en el argumento (pasa algo en esa línea con la discusión en torno de dos películas de cine). Además de esta sobre explicación, hay algo de la trama que no tiene mucho sentido; en palabras de Tomás, “no pude evitar sentirme el protagonista de una tragicomedia indigna”. (p. 210) y por momentos sentí cargada a la prosa, a veces demasiado adjetivada, y a veces se nota demasiado la búsqueda de una musiquita que, por otro lado, muchas veces logra, porque Cercas escribe bien, de eso no hay duda.
Leí y terminé la novela no sólo porque era el único libro que tenía en un viaje largo en avión. También porque hay muchos momentos divertidos e inteligentes, como la cita de Nueva York, como cuando dice que “Pocas pasiones sobreviven a la profesionalización de quien las experimenta” (p. 123) o como cuando pone en medio de una tertulia literaria al novelista Javier Cercas: al narrador, Cercas le cae mal y terminan discutiendo. Cuando más cerca está de enamorar la novela es con los personajes trágicos, patéticos, como Vicente Mateos, cosa que también me pasó con Soldados de Salamina; Cercas logra emocionar en esos momentos. Como nota al pie, me digo que el hecho de que una librera amiga me lo haya recomendado como lo mejor de Cercas me demuestra que mi amiga librera y yo leemos distinto, lo cual no deja de ser algo hermoso, porque como conclusión me digo que para mí esto no es el Cercas que le gusta a la gente.

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