Leí El vientre de la ballena y ese no es el
Cercas que me gusta. No estoy del todo seguro de si me gusta demasiado el otro
Cercas; bah, en verdad, lo que me pasa con el otro Cercas, el de esos textos
que son ficción y no ficción al mismo tiempo, es que me gusta mucho y me
molesta mucho al mismo tiempo. Este Cercas, el de una ficción más tradicional,
no me gusta mucho, aunque claramente es un tipo inteligente que puede decir
cosas como esta: “en el fondo todas las ciudades se parecen. Quizá con una sola
excepción, que es Nueva York, porque Nueva York no quiere parecerse a nadie,
mientras que todas las ciudades quieren parecerse a Nueva York.” (p. 18)
El vientre de la ballena no tiene esa cosa que
hemos terminado de identificar con Cercas, la visibilidad permanente del hecho
de la escritura, sino que es una novela, un cruce entre una novela de ideas y
una comedia de campus. Tomás, nuestro narrador, escucha de su mentor en la
carrera de Letras la contraposición entre los personajes de destino (los héroes
trágicos que viven pensando en lo que deben lograr, mirando al futuro) y los
personajes de carácter (personajes que narrativamente no van a ningún lado a
quienes no les pasa nada y que justamente por ello pueden vivir el presente con
plenitud). Y hacia el final de la novela Tomás se termina dando cuenta de que
en los meses que relata la novela le pasa justamente algo en línea con esa contraposición.
No es la única vez en que algo aparece ahí puesto para que un personaje utilice
eso más adelante en el argumento (pasa algo en esa línea con la discusión en
torno de dos películas de cine). Además de esta sobre explicación, hay algo de
la trama que no tiene mucho sentido; en palabras de Tomás, “no pude evitar
sentirme el protagonista de una tragicomedia indigna”. (p. 210) y por momentos sentí
cargada a la prosa, a veces demasiado adjetivada, y a veces se nota demasiado
la búsqueda de una musiquita que, por otro lado, muchas veces logra, porque
Cercas escribe bien, de eso no hay duda.
Leí y
terminé la novela no sólo porque era el único libro que tenía en un viaje largo
en avión. También porque hay muchos momentos divertidos e inteligentes, como la
cita de Nueva York, como cuando dice que “Pocas pasiones sobreviven a la
profesionalización de quien las experimenta” (p. 123) o como cuando pone en
medio de una tertulia literaria al novelista Javier Cercas: al narrador, Cercas
le cae mal y terminan discutiendo. Cuando más cerca está de enamorar la novela
es con los personajes trágicos, patéticos, como Vicente Mateos, cosa que
también me pasó con Soldados de Salamina;
Cercas logra emocionar en esos momentos. Como nota al pie, me digo que el hecho
de que una librera amiga me lo haya recomendado como lo mejor de Cercas me
demuestra que mi amiga librera y yo leemos distinto, lo cual no deja de ser
algo hermoso, porque como conclusión me digo que para mí esto no es el Cercas
que le gusta a la gente.
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