martes, 27 de junio de 2017

Somos memoria


Por si alguno no se ha dado cuenta (comienzo que implica el supuesto de que hay alguien que me lee, y que hay alguien que hace una lectura de mis lecturas, por decirlo así), tengo una suerte de proyecto de lectura en la línea de la literatura norteamericana del siglo XX (y XXI). Por algún lado tengo un documento de Word con el listado de autores americanos que “tengo que leer”, construido a base de las lecturas de cursos de literatura y una gran entrevista de Philip Roth (acá la entrevista y acá mi lectura de un libro sobre el mismo tema del que hablo acá). Entonces este año en un viaje entré a una librería y pregunté qué tenía que leer de Joyce Carol Oates y de Jonathan Safran Foer, dos de los (muchos) pendientes: no me acuerdo qué me dijeron de Joyce (si alguien quiere proponer, bienvenidx), pero sí que no lo tenían; y me recomendaron Everything is Illuminated, que terminé de leer estos días.
Everything es una gran novela sobre la memoria, sobre el Holocausto y sobre ese hilo genético pero sobre todo de valores y sí, de memoria compartida, que nos hace lo que somos. El libro relata el viaje a Ucrania de un escritor, Jonathan Safran Foer, en busca de la mujer que habría salvado a su abuelo de los nazis, y no hay manera de hacerlo sin escribir toda la historia de su familia, que es lo mismo que la historia de la shtetl, la aldea, de origen. Ese viaje cruza a otra familia, los trabajadores de la agencia de turismo que lo trasladan y le traducen: el hijo, Sasha, nació como el héroe en 1977; el abuelo, nos enteramos cuando todo sea iluminado, también estaba presente cuando llegaron los nazis a la zona del shtetl; el padre violento es producto de aquella violencia: los eslabones de las dos cadenas están conectados, todo está conectado y eso será iluminado, como las siluetas de los sobrevivientes con el fuego de la aldea.
El libro se construye con tres tipos de textos: los textos de Sasha relatando la visita del héroe y la investigación en busca de aquella señora; los textos de Jonathan reconstruyendo la historia de la aldea y de su familia; y las cartas de Sasha (y una del abuelo de Sasha) a Jonathan discutiendo esa cosa que están escribiendo entre los dos.
Las partes de Sasha están escritas en un inglés que aparenta ser traducción del ucraniano y así, desde la primera página, el libro tiene toda una reflexión sobre la escritura y el lenguaje. Hay un excelente diálogo entre Sasha y Jonathan sobre por qué se escribe, un diálogo con más dudas que certezas:
“¿Por qué querés escribir?” “No sé. Antes pensaba que era para lo que había nacido. No, nunca pensé de verdad eso. Es sólo algo que se dice. (...) Suena terrible. Barato.” “No suena ni terrible ni barato.” “Es tan difícil expresarse.” “Entiendo eso.” “Quiero expresarme.” “Lo mismo es verdad para mí.” “Estoy buscando mi voz.” “Está en tu boca.” “Quiero hacer algo de lo que no me avergüence.” “¿Algo de lo que estés orgulloso, ¿sí?” “Ni siquiera. Sólo quiero no sentirme avergonzado.” (...) “¿Escribís libros porque tenés algo para decir?” “No.” (p. 69-70)
Al final, Jonathan parece decir que escribe por lo mismo que es: por la familia. Al hablar de su abuela dice: “Supongo que los dos estábamos secretamente enamorados de las palabras.” (p. 159) Y ese amor se termina expresando, sobre todo en los juegos con el lenguaje en las escenas culminantes, y en momentos donde relata poéticamente ese pasado idílico de la aldea judía en algún lugar entre Ucrania, los países bálticos y Polonia (una zona que no es ajena a mi propia historia familiar). Por ejemplo, al describir el Festival de Trachimday: “Labios trabados con labios sobre paja en establos y dedos con muslos con labios con orejas con las partes de atrás de rodillas sobre colchas sobre jardines de extraños”. (p. 97)
El lenguaje viene de la familia y es para la familia. El libro está dedicado “Simple e imposiblemente: para mi familia.” Como le dice Sasha a Jonathan, ellos están reescribiendo la historia, una historia, uniendo todos esos eslabones de esas cadenas: “(Con nuestra escritura, nos recordamos cosas uno al otro. Estamos haciendo una historia, ¿sí?)” (p. 144) La historia de Trachimbrod, la aldea de la cual sólo quedaba una señora y lo que ella logró guardar, preservar, catalogar. La señora guardó todo y esperó a quien viniera a recordar como antes del Holocausto podía esperarse al mesías; ella es el depósito último, la memoria de Trachimbrod, y el anillo que le muestra a Jonathan “no existe para vos. Vos existís para el anillo.” (p. 192) Los vivos viven para recordar a quienes ya no viven. Porque “Los judíos tienen seis sentidos. Tacto, gusto, vista, olfato, oído… memoria.” (p. 198-99)

Originales de las citas usadas
“Why do you want to write?” “I don’t know. I used to think it was what I was born to do. No, I never really thought that. It’s just something people say. (...) It sounds terrible to say. Cheap.” “It sounds nor terrible nor cheap.” “It’s so hard to express yourself.” “I understand this.” “I want to express myself.” “The same is true for me.” “I am looking for my voice.” “It is in your mouth.” “I want to do something I’m not ashamed of.” “Something you are proud of, yes?” “Not even. I just don’t want to be ashamed.” (...) “Do you write books because you have something to say?” “No.” (p. 69-70)
“We were both secretly in love with words, I guess”. (p. 159)
“Lips locked lips on hay in barns and fingers met thighs met lips met ears met undersides of knees on quilts on lawns of strangers, all thinking of Brod, everyone thinking only of Brod.” (p. 97)
“Simply and impossibly: for my family.” (dedicatoria)
“(With our writing, we are reminding each other of things. We are making one story, yes?)” (p. 144)
“The ring does not exist for you. You exist for the ring. The ring is not in case of you. You are in case of the ring.” (p. 192)
“Jews have six senses. Touch, taste, sight, smell, hearing… memory. (...) When a Jew encounters a pin, he asks: What does it remember like?” (p. 198-99)

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