lunes, 19 de junio de 2017

Para salvarse hay que contarlo



Lloré y lloré, generalmente en el tren Retiro-Tigre, leyendo Nada es como era, de Mercedes Güiraldes. Es un libro directo y real, en primera persona, sobre la lucha de la autora con el cáncer durante un largo tiempo. La primera vez que me emocioné, a las pocas páginas de haber empezado, hice un dibujito como de un triángulo para abajo en el margen de la página. A partir de ahí hice el triangulito cada vez que quería llorar; sin hacer una estadística muy estricta, resulta que me emocioné cada cuatro o cinco páginas.
¿Por qué tanto? En parte porque el libro está bien contado, sin duda. Güiraldes no busca ni un tono épico ni poético sino directo. Te va contando paso a paso lo que la enfermedad le hacía a su cuerpo, a su espíritu, a su pareja, a su familia, a sus relaciones con sus amigos. Ayuda que incorpora muchas citas (la autora es editora y pone a nuestra disposición su riqueza de lecturas) e incluso mensajes que le escribieron sus amigos. Te lo va contando paso a paso y, entonces, cuando dice “Estaba cansada de sentirme mal todo el tiempo, harta de ver gente sufriendo, del miedo, de la humillación y las indignidades que la enfermedad inflige, del abismo sádico entre el deseo de curarse y la indiferencia de la biología” (p. 172) es una conclusión directa de una construcción lenta y sin vueltas.
También explica mi llanto persistente el hecho de que me identifiqué mucho con la historia. Esto se dio, en parte, porque mi cabeza me había jugado una trampita. Cuando compré el libro algo sabía, o intuía, o creía que sabía respecto del tema del libro y de la autora, pero no lo había pensado demasiado abiertamente. Sólo cuando empecé a leerlo me di cuenta de que conozco al marido y a la familia del marido de Güiraldes y eso hizo que me identificara más con la historia, sobre todo con el personaje (real y concreto) del marido.
Güiraldes explica por qué escribió el libro. Porque, como le había dicho un amigo, “hay dos cosas de las que estoy convencido desde entonces. Una es que para salvarse hay que contarlo. La otra es que nadie se salva solo.” (p. 98) La autora lo escribe para terminar de vivirlo y procesarlo y también porque, así como otras lecturas suyas la ayudaron a transitar este proceso, supone (a mi juicio correctamente) que leer esto puede ayudar a otros en el futuro. Es un libro duro pero que se lee bien, y al terminarlo siento que puedo llegar a entender y a acompañar mejor a quienes pasen directamente o a través de alguien querido por ese proceso de mierda que es un cáncer.

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