Leí The Dance of the Happy Shades, de Alice
Munro (había leído de ella Runaway y Too much Happiness), y la amé. Es una maravillosa colección de cuentos cruzada por
el misterio que representa la vida de los otros, aun de aquellos más cercanos,
de la opacidad del ser, y de lo que podemos hacer con esos misterios.
Todos los cuentos
están ubicados en pequeños pueblos de Canadá en los que lo urbano y lo rural se
confunden, donde la vida está siempre bajo escrutinio. “Me parecía a mí que en
cada una de esas casas vivían personas que sabían algo que yo no sabía. Que
entendían lo que había ocurrido y que quizás sabían que iba a ocurrir y que yo
era la única que no lo sabía.” (p. 142) Casi siempre son mujeres (y no me
terminé de creer al único narrador masculino); mujeres que viven con lo justo
materialmente y emocionalmente; mujeres a quienes no les sobra nada pero que de
alguna manera, como decíamos el viernes con @sgigantic hablando de los
personajes de Richard Ford, se la bancan. Una y otra vez en los cuentos aparece
el cambio como concepto: las cosas están dejando o dejaron de ser como eran,
sobre todo porque entran en decadencia; avanza cierta modernidad que deja cosas
atrás, estilos de vida como los de la maestra de piano del último cuento, el
que le da el nombre a la colección; o cambios internos, como muchos cuentos de
chicas que están ahí al borde de dejar la niñez o dejándola o habiéndola dejado
recientemente.
Pero sobre todo
está esa distancia infranqueable con los otros, incluso y sobre todo con los
más cercanos. La mayoría son cuentos sobre padres e hijas, sobre madres e hijas
y sobre hermanas. Una hija reflexiona sobre su padre: “Siento que al final de
la tarde la vida de mi padre fluye de vuelta desde nuestro auto, poniéndose
oscura y extraña, como un paisaje que
tiene un hechizo que lo hace bueno, ordinario y conocido mientras lo mirás,
pero que lo convierte, cuando te das vuelta, en algo que nunca vas a conocer,
con todos los climas, y distancias que no podés imaginar.” (p. 18) Una señora
vieja le cuenta a una mujer joven del marido que la dejó: “Nunca sabrás lo que
hay en la cabeza de un hombre, ni cuando estás viviendo con él.” (p. 21) “Que
el corazón de otra persona es un libro cerrado es algo que le escucharás decir
con frecuencia y sin remordimiento”, dice la escritora de “The Office” sobre su
marido (p. 61) “Sean cuales fueran los pensamientos e historias que tuviera mi
padre, eran privados, y yo era tímida con él y nunca le hacía preguntas”, dice
la nena de “Boys and Girls”. (p. 114)
El misterio, la
paradoja y el milagro es que Alice pueda hacer literatura con esa opacidad, de esa opacidad. “Nadie habla el mismo
lenguaje” (p. 209) dice la hermana menor de “The Peace of Utrecht”. Y aunque no
hay lenguaje compartido, de esa falta de lenguaje Alice hace literatura. El
cuento “The Office”, así, parece una metáfora de su método.
En “The Office”,
una mujer, esposa y madre, alquila una oficina fuera de su casa para poder
escribir. (“Soy escritora. Eso no suena bien. Demasiado presuntuoso; falso, o
por lo menos poco convincente. Tratá de nuevo. Escribo. ¿Está mejor? Trato de escribir. Eso lo empeora.
Humildad hipócrita. ¿Entonces?” - p. 59) El dueño de la oficina intenta
entrometerse en sus cosas, ella le cierra el paso y él se enoja y empieza a
fabular sobre ella, acusándola falsamente de mal comportamiento. A partir de
esa fabulación ella pasa a no creer los cuentos que el Sr. Malley le había
hecho de un inquilino interior: “No era cómodo ver cómo se construían las
leyendas de la vida del Sr. Malley” (p. 71) dice la escritora; pero termina el
cuento diciendo: “Mientras yo ordeno palabras, y pienso que tengo el derecho de
sacármelo de encima.” (p. 74) De lo opaco algunos construyen fábulas y otros
hacen literatura.
Originales de
las citas usadas
“It seemed to me that in every one of those houses
lived people who knew something I didn’t. Who understood what had happened and
perhaps had known it was going to happen and I was the only one who didn’t
know.” (p. 142)
“I feel my father’s life flowing back from our car in
the last of the afternoon, darkening and turning strange, like a landscape that
has an enchantment on it, making it kindly, ordinary and familiar while you are
looking at it, but changing it, once your back is turned, into something you
will never know, with all kinds of weathers, and distances you cannot imagine.”
(p. 18)
“What’s in a man’s mind even when you’re living with him
you will never know.” (p. 21)
“That the heart of another person is a closed book, is
something you will hear him say frequently, and without regret.” (p. 61)
“Whatever thoughts and stories my father had were
private, and I was shy of him and would never ask him questions.” (p. 114)
“nobody speaks the same language.” (p. 209)
“I am a writer. That does not sound right. Too
presumptuous; phony, or at least unconvincing. Try again. I write. Is that
better? I try to write. That makes it worse. Hypocritical humility. Well then?”
(p. 59)
“It was not comfortable to see how the legends of Mr.
Malley’s life were built up.” (p.
71)
“While I arrange words, and think it is my right to be
rid of him.” (p.
74)
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