Mi anteúltima
lectura fue Freedom from Fear, deDavid Kennedy, una historia de EE.UU. durante la Depresión y la Segunda Guerra
Mundial. De ahí anoté dos libros clásicos para leer: The Grapes of Wrath, de John Steinbeck, que creo haber leído en el
secundario; y The Naked and the Dead,
de Norman Mailer, que nunca había leído hasta ahora. El primero relata la
experiencia de la Depresión, el segundo la de la guerra: David Kennedy la
define como “una de las más apasionantes de todas las novelas de la Segunda
Guerra Mundial” (p. 813). No sé si eligiría “apasionante” o “atrapante” (“gripping”)
pero ciertamente es notable.
Como se ve en el
libro de Kennedy, Depresión y Guerra están conectadas por muchos lados. En la
novela de Mailer también se lo ve. Mailer describe la experiencia de un pelotón
durante una campaña en particular de la guerra del Pacífico; esos hombres que
pelean en una selva espantosa son hombres forjados por esa experiencia atroz;
hombres que sufrieron y que están preparados para sufrir y obedecer. Como dice
Red de Hennessey: “Era tan chico. De los que hacen ahora, todos los chicos
querían cumplir las reglas.” (p. 13) O como lo dice más cínicamente el general
a cargo de la campaña: “Una nación pelea bien en proporción a la cantidad de
hombres y material que tiene. Y la otra ecuación es que el soldado individual
de ese ejército es un soldado más efectivo cuanto más pobre haya sido su nivel
de vida en el pasado.” (p. 174)
Uno de los temas del
libro es lo iguales y lo diferentes que son los hombres en guerra. El ejército
une hombres de distintos ámbitos de la vida, religiones, capacidad, nivel
educativo, fortaleza física, y hay una paradoja en lo iguales y lo disímiles
que son al mismo tiempo. Desde el general al último soldado del pelotón, Mailer
va describiendo qué mueve a cada uno. Hay cinismo arriba: “Si el castigo es
proporcional a la ofensa en alguna medida el poder se diluye. La única manera
en la que generás la actitud correcta de temor reverencial y obediencia es a
través de un poder inmenso y desproporcionado” (p. 324). Y hay cinismo abajo,
en la resistencia de un sargento a un teniente, en la resistencia de un soldado
a su sargento. Cada uno vive lo suyo como único aunque sea universal, como en
un flashback a dos amantes que “progresan en el canal más antiguo del mundo y
el más engañoso, ya que están seguros de que es exclusivo de ellos” (p. 486).
Los une la
fragilidad, la exposición, y los diferencia la manera de decirlo y procesarlo.
Un soldado, Red, lo vive así: “Red se estaba dando cuenta, con sorpresa y
shock, como si estuviera viendo un cadáver por primera vez, de que un hombre
era en realidad una cosa muy frágil.” (p. 216) El teniente Hearn, un hombre
inteligente, culto e introspectivo, lo dice así: “Su jeep doblaría en la curva,
sería alcanzado por una docena de balas a la vez, y ese sería el final de su
historia pequeña de idas a tientas sin foco y de insatisfacciones sin
importancia. Y con él de manera igualmente fortuita podría perderse un hombre
que puede llegar a ser un genio [el general], un bobo sobrecrecido como
Dalleson y un joven chofer nervioso que probablemente fuera un fascista en
potencia. Así. Doblando en una curva en el camino.” (p. 108)
Los une el sinsentido
de la guerra, que es el sinsentido de la vida a la enésima potencia. Y el
sufrimiento, como el de los que llevan a un herido durante días, en medio de la
selva y a través de montañas. “Lo llevaban y lo llevaban y no se moría. Su
estómago había sido abierto al medio, había sangrado y se había cagado, había nadado
en las olas plomizas de la fiebre, había soportado todas las torturas de la
litera tosca, el terreno desigual, y así y todo Wilson no había muerto. Así y
todo lo llevaban. Había un significado ahí y Goldstein lo buscaba con pesadez,
su mente palpitando como las piernas absurdas de un hombre que persigue un tren
que ya ha perdido.” (p. 673) Eso de llevar me recordó a otro gran libro de
soldados en guerra, The things theycarried, de Tim O’Brien, sobre Vietnam; y ahora que lo pienso, imagino que
en el título de O’Brien hay una cita a Mailer.
El libro se hace,
por momentos, largo y duro, difícil de leer. ¿Pero no será un poco la idea?
¿Transmitir al lector una fracción mínima de toda la incomodidad y dolor, de
ese sufrimiento sin fin aparente? Es verdad que se puede transmitir también con
muchas menos palabras, como, por ejemplo, con el clásico poema de Wilfred Owen.
Pero hay algo en las páginas interminables que te llevan a querer dejar el
libro, quiero irme de acá, te decís, como me dije la primera vez que leí 1984 y no pude pasar las escenas de
tortura; quiero irme como todos los hombres de ese pelotón querían irse, salvo
un loco. Y en parte eso se construye con el largo, y en parte con una sucesión
de terceras primeras no del todo distinguibles de terceras puras, donde el
lenguaje y el nivel de abstracción y los sentimientos varían de hombre en
hombre y de página en página. Con una prosa generalmente directa y llana, pero
con momentos poéticos, con metáforas originales, como la baranda de una
escalera que se inclina “como el cadáver de un barco que se pudre en la arena”
(p. 608) o: “Todos los cañones de la flota invasora dispararon con dos segundos
de diferencia, y la noche se sacudió y tembló como un gran tronco hundiéndose
en las olas.” (p. 19) Pero al final el libro se termina. La guerra de los
soldados del pelotón no, salvo para quienes han muerto. “La patrulla concluyó, pero
igual tenían tan poco para anticipar. Los meses y años por delante eran muy
palpables para ellos. Seguían en la cinta sin fin; la miseria, el aburrimiento,
el horror dislocado… Ocurrirían cosas y el tiempo pasaría, pero no había
esperanza ni anticipación.” (p. 702)
Originales de las
citas usadas
“He was such a kid. The way they turned them out now,
all the kids wanted to obey the rules.” (p. 13)
“A nation fights well in proportion to the amount of
men and materials it has. And the other equation is that the individual soldier
in that army is a more effective soldier the poorer his standard of living has
been in the past.” (p. 174)
“If punishment is at all proportionate to the offense,
then power becomes watered. The only way you generate the proper attitude of
awe and obedience is through immense and disproportionate power.” (p. 324)
“in the complicated, relished, introspective web of
young lovers, or more exactly, young petters, they progress along the oldest
channel in the world and the most deceptive, for they are certain it is unique
to them”. (p. 486)
“Red was realizing with surprise and shock, as if he
were looking at a corpse for the first time, that a man was really a very
fragile thing.” (p. 216)
“Their jeep would round the bend, be hit by a dozen
bullets at once, and that would be the end of his petty history of unfocused
gropings and unimportant dissatisfactions. And with him quite as casually would
be lost a man who might be a genius, and an overgrown oaf like Dalleson, and a
young nervous driver who was probably a potential Fascist. Like that. Turning a
curve in the road.” (p. 108)
“They were carrying him on and on, and he would not
die. His stomach had been ripped apart, he had bled and shit, wallowed through
the leaden swells of fever, endured all the tortures of the rough litter, the
uneven ground, and still Wilson had not died. They still carried him. There was
a meaning here and Goldstein lumbered after it, his mind pumping like the
absurd legs of a man chasing a train he has missed.” (p. 673)
“the banister is broken and yaws over undependably
like the carcass of a ship rotting on the sands.” (p. 608)
“All the guns of the invasion fleet went off within
two seconds of each other, and the night rocked and shuddered like a great log
foundering in the surf.” (p. 19)
“The patrol was over and yet they had so little to
anticipate. The months and years ahead were very palpable to them. They were
still on the treadmill; the misery, the ennui, the dislocated horror . . .
Things would happen and time would pass, but there was no hope, no
anticipation.” (p.
702)
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