Leí Mona, de Pola
Oloixarac, una novela que es una sátira sobre la literatura y una reflexión
sobre la lengua. Mona es una
escritora peruana “con una novela debut y una obra maestra inconclusa atrapada
en su computadora.” (p. 13) Mona trabaja en una universidad americana de élite
y un día se despierta golpeada, magullada e intoxicada en la estación del
Caltrain de Palo Alto. Después de bañarse, recuerda que debe viajar a Suecia a
un festival literario, donde se dirimirá el ganador de un premio literario al
que ha sido nominada. La trama se sustenta un poco en esa pregunta, la de quién
ganará, y otro poco en develar qué le pasó a Mona antes de viajar a Suecia,
mientras se va narrando la estadía de Mona, casi siempre con algún tipo de
intoxicación, en ese festival literario.
La descripción
satírica del mundo académico norteamericano (como “latina sobreeducada (...) Tenía
el glamour de ser un animalito en extinción” - p. 14) y del mundo literario,
entre las grandes teorías y las pequeñas miserias, divierte. Ser escritor es,
por momentos, crear mundos, y por otros “es como ser un profesor o un abogado.
Venir a un congreso de escritores es como ir a un congreso de dentistas.” (p.
51) Una profesión como cualquier otra. Detrás de esa sátira hay una reflexión
sobre el lenguaje y sobre la identidad asentada en la lengua. “Eran las armas
de la world lit, el modo en que cada uno se apropiaba de su localismo y desde
esa atalaya jugaba a su porción del universal literario.” (p. 118)
“Un lenguaje es siempre inventar el mundo
desde cero, aun si solo se trata de un padre y su hijo.” (p. 45) Y cada
escritor es un personaje creado por ese escritor. Los personajes se hacen con
la lengua, y se hacen individualmente; cada uno de estos escritores se hace a
sí mismo como quiere, con el lenguaje que quiere. Tenemos a Lena, nacida en
Burdeos, quien “ya había formado su carácter y su acento castellano” (p. 75);
está Abdullah, el iraní que aprendió a escribir en danés; Gemma, “la joven
escritora alemana” con “una infancia de judía rusa en Azerbaiyán”. (p. 90) Y
hasta, fuera de la novela, en la tapa del libro, está Pola, la argentina que
escribe en peruano. La lengua juega también un papel metafórico (“apenas
entraban los lengüetazos de la noche blanca interminable”. - p. 139) y sexual,
en una novela donde la sexualidad está siempre presente: hay una descripción de
casi tres páginas de un cunnilingus en el que juegan lengua, sexo y lenguaje,
incluso poesía.
Finalmente, hay
algo más íntimo y a la vez genérico y político en relación con la sexualidad,
que viene mezclada con la violencia y el miedo: “se excitaba en presencia del
temor” (p. 83). Mona está siempre consciente de su sexualidad aún cuando busca,
no siempre con claridad - “Estaba claramente colocada, el cerebro anestesiado
relamiéndose como un gato en su salón mental.” (p. 122) - la respuesta a la
pregunta antes de que lo sobrenatural termine con la literatura.
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