Hice otra pausa en medio de un libro larguísimo y la pausa fue Killing Floor, el primer libro (en orden de aparición) de la serie de Jack Reacher. Después de leer las tres precuelas (The Enemy, Night School y The Affair), llegamos al principio y nos encontramos con Reacher vagando por EE.UU. después de haber sido dado de alta del ejército y, de casualidad, se cruza con una organización criminal y una investigación muy familiar, demasiado familiar.
Lo
leí en tres días, porque esa, sin duda, es una virtud del libro. Te engancha. Y
tiene un ritmo impresionante, dado en gran medida por una prosa de puro corte.
Frases cortísimas. Concatenadas. Va algo al azar: “Lo repasé con él mientras él
manejaba. Paso a paso. El viernes pasado yo había estado solo en la pequeña
sala de entrevistas en la comisaría con Baker. Le había presentado mis muñecas.
Me había sacado las esposas. Le había sacado las esposas a un tipo que se
suponía que él creía que era un asesino.” Una vez le mostré a un amigo músico
de mi viejo un disco de la banda que me gustaba. “Puro ritmo”, me dijo. Así es
la prosa de la serie de Reacher: puro ritmo.
Pero
la novela tiene problemas además de una prosa no muy imaginativa. Dos grandes
problemas. El primero es la inverosimilitud. En este caso, la coincidencia
brutal del cruce de Reacher justo con esta investigación. Y la absolutamente
ridícula explicación de cómo encuentra en un momento a un tipo que no quería
ser encontrado. El segundo es la previsibilidad: en la primera escena que
aparece una chica sabemos que va a terminar en la cama con Reacher; desde la
primera escena sabemos que el gordito es corrupto; desde mucho antes sabemos de
qué se trata la organización criminal y quiénes son sus organizadores, más allá
de algunos detalles.
Pero
sigue siendo divertido, me digo, admito, medio avergonzado.
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