Leí Schmidt Steps Back, de Louis Begley, cerrando así la trilogía. Como de costumbre, el tercer libro fue peor que el segundo, que fue, a su vez, peor que el primero. Pero igual me gustó y quise saber cómo terminaba el pobre Schmidtie, ese viejo cabrón, ese WASP clínico y cuadrado que busca recuperar la relación con su única hija y ver qué se hace con todos los años que uno debe vivir si no toma la decisión drástica de vivir menos años: “Al final del día era así: elegía no matarse porque, viviendo en una buena casa, estando bien alimentado y bien vestido, no era averso a estar vivo.” (p. 335) Y a pesar de todo, de sus problemas para relacionarse y de sus desgracias –un poco demasiado lo de sus desgracias, llevando el libro casi a status de melodrama– Schmidtie logra el objetivo freudiano: capacidad de amar y trabajar.
Del principio a
fin, claro, Schmidtie no deja de pensar, todo el tiempo, la cabecita pensando
en muchas cosas, en cómo se arma, en cómo sigue, y en la guita, claro, en qué
hacer con la guita, a dónde va a terminar su guita. La guita y cómo hacer para
tener sexo, claro. Como le dice su amigo Gil Blackman, su amigo judío que le
tolera y le marca su anti-semitismo del closet: “Mi viejo y querido amigo, vos
y yo hemos sido hechos para querer coger” (p. 165). Pero el sexo no es la clave
del matrimonio sino la propiedad: “El dinero y los bienes raíces: eso es lo que
mantiene intactos a los matrimonios, no los hijos.” (p. 166)
La hija es el gran
tema del pobre Schmidtie, una hija por momentos irreconocible: “La gran
inteligencia, su misteriosa desaparición ya ha sido notada. ¡Y los buenos
modales, tan cuidadosamente inculcados por Mary, por la tía Martha, e incluso,
aunque sea difícil de creer, por él mismo! ¿Dónde fueron? No sería fácil decir
que alguna inteligencia callejera haya tomado su lugar, porque una chica que
realmente tuviera inteligencia de la calle tendría mejores movidas que esta
desertora de las clases altas.” (p. 191).
A pesar de esta
mirada desapasionada, Schmidtie sigue intentándolo. Su consuegro le dice: “Todo
lo que te puedo decir es que, como regla general, es más probable que algo
salga realmente mal entre un padre y un hijo a que no. Es una relación tan
difícil.” (p. 249). Así que Schmidtie intenta, a pesar de insultos y
humillaciones y dolores: “¿Y qué le quedaba por hacer? Debía amarla y, sin
importar la frecuencia o la dureza de sus reacciones, estar listo para ayudar.”
(p. 281). Hasta el final. Y lo hace, mientras trata de armarse una vida, alguna
vida, relaciones razonables de amor y trabajo para sus últimos años. Y parece
lograrlo Schmidtie, a pesar de su cabeza y de su educación porque, finalmente,
después de los 70, “Se le ocurrió que finalmente había crecido.” (p. 291).
Originales
de las citas usadas
“It came down to
this: he chose not to kill himself because, being well housed, well fed, and
well clothed, he was not averse to being alive. Yes, alive in the arid plane of
granite on which Charlotte alone had flowered. In other words, he was a swine.”
(p. 335).
“My dear old pal,
you and I have been made to want to screw.” (p. 165)
“Money and real
estate: that’s what keeps marriages intact, not children.” (p. 166)
“The high
intelligence, its mysterious disappearance has already been noted. And the good
manners, so carefully instilled by Mary, by Aunt Martha, and even, believe it
or not, by him! Where had they gone? It would be hard to say that some sort of
street smarts had taken their place, because a truly street-smart girl would
know better moves than this dropout from the upper classes.” (p. 191)
“All I can say is
that, as a general rule, it is more likely than not that something will go
seriously wrong between a parent and a child. It’s such a fraught
relationship.” (p. 249)
“What was left for
him to do? He must love her and, no matter how frequent and how harsh her
rejections, stand ready to help.” (p. 281)
“It occurred to
him that he had at last grown up.” (p. 291)
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