Leí About Schmidt,
de Louis Begley y fui gratamente sorprendido por una voz que no conocía.
Albert Schmidt,
Schmidtie para sus amigos y por momentos hasta para él mismo, fue un abogado
exitoso al que encontramos poco tiempo después de su jubilación anticipada por
la enfermedad y muerte de su esposa Mary. Recientemente enviudado y retirado,
Schmidtie recibe la noticia, poco agradable para él, de que su hija Charlotte,
único fruto y proyecto de vida de aquella pareja (“Éramos una linda pareja del
New York de nuestros tiempos” - p. 108), se va a casar con Jon Riker, joven
abogado formado en parte por él pero, sobre todo, judío e hijo de
psicoanalistas. Para Schmidtie, blanco, anglo-sajón y protestante, que se case
con él es casi tan inaceptable como ser llamado anti-semita. Schmidtie es un
cabrón importante, con un anti-semitismo de baja intensidad pero, más
importante, con cierto desagrado por toda la gente que le rodea, e incluso por
su propia hija, que se revela a lo largo de la novela como una persona no
demasiado agradable. Schmidtie está permanentemente contando dinero, el que
tiene, el que le va a dejar a su hija, el que tiene los demás, pero su hija
también (y el futuro yerno y consuegros también). Nadie se salva en About
Schmidt, no hay ningún personaje que no sea algo desagradable, pequeño,
egoísta.
Y sin embargo un
poco lo queremos al pobre Schmidtie, que está sufriendo, que llora cuando su
hija le cuenta que se va a casar: “Dejó al lado el diario, miró a su hija, tan
alta y, le pareció a él, tan dolorosamente deseable en su ropa de entrenamiento
mojada de sudor, dijo estoy muy feliz por ustedes, ¿cuándo va a ser? y empezó a
llorar” (p. 2). No es la única situación en la que llora, y lo vemos con mucha
dificultad para conectarse con lo que le pasa. Es un WASP hecho y derecho, a
quien no se le mueve un pelo hasta que sí. Claramente, Schmidtie no la está
pasando bien (“Estaba cansado, apenas podía moverse; le dolían los huesos.
¿Cuántos años más de esto? Tenía sesenta años y buena salud: ¿diez? ¿Quince?
¿Veintitrés, como su padre?” (p. 56) y hasta se pregunta por qué no suicidó
justo después de la muerte de Mary, como había pensado.
Ese sufrimiento
nos hace empatizar un poco con el hijo de puta este, frío, distante,
misántropo. Y nos hace querer que mientras se desarrolle la novela, logre
desembarazarse un poco de Renata, la consuegra (“bruja metida”, “meddiling
witch”, p. 216), sacarse de encima a la hija desagradecida y procesar mejor la
muerte de Mary para encarar los años que vienen con mayor optimismo. (“Le
parecía extraño que tantos de sus contemporáneos hubieran decidido dejar el
tabaco, el alcohol y el café –y, por supuesto, también el queso, los huevos y
las carnes rojas–. ¿Tenían acaso información sobre las ventajas, e incluso los
placeres, de la longevidad que él ignoraba?” (p. 178).
About Schmidt me recordó mucho a la tetralogía de Frank Bascombe de Richard Ford (leímos los cuatro: The Sportswriter, Independence Day, The Lay of the Land y Let Me Be Frank With You) y no sólo porque sea una serie, en este caso de tres libros, sino más bien porque estamos frente a un personaje masculino que se piensa a sí mismo y reflexiona sobre su paso por este mundo. Un personaje masculino que se piensa sin ser un escritor, un personaje que parece bastante real o plausible, que se casó y formó una familia, y trabajo y ganó guita, y que se enfrenta con su mortalidad y con el misterio de vivir. A Bascombe lo queremos más, sin dudas, pero con Schmidtie sufrimos un poco y queremos verlo mejor. Por lo pronto, quiero leer el próximo, a ver qué más me dice Schmidtie, con una voz muy propia.
Originales de las
citas usadas
“We were a nice
New York couple of our time.” (p. 108).
“He put aside the
paper, looked at his daughter, so tall and, it seemed to him, painfully
desirable in her sweatsoaked running clothes, said I am very happy for you,
when will it be? and began to cry.” (p. 2).
“He felt tired,
hardly able to move; his bones ached. How many more years of this? He was sixty
and in good health: Ten? Fifteen? Twenty-three, like his father?” (p. 56).
“It struck him as
strange that so many of his contemporaries had decided to give up smoking,
alcohol, and coffee —and, of course, cheese, eggs, and red meat as well. Had
they information about the advantages, perhaps even pleasures, of longevity, of
which he had remained ignorant?” (p. 178).
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