Estuve viendo dos series viejas muy distintas, The Wire y The Newsroom.
El que primero me
habló de The Wire fue @braunmi hace
por lo menos ocho años. Quien me recordó de su existencia, hace unas semanas,
fue @estebanschmidt, que republicó en Un correo de Esteban Schmidt una vieja reseña. Ahí me di cuenta de que ahora sí tengo HBO y podía verla y aproveché un
viaje de mi esposa para meterle: bien que hice, porque es una serie violenta y
cruda, de las que ella no disfruta. Además, a la mitad de mi consumo
problemático de The Wire (llegué a
ver más de tres episodios de una hora en un día) vi una nota en The Economist donde se la menciona como
una de las grandes series de un momento de oro de la televisión que ya habría
terminado.
Más allá del
juicio sobre la televisión actual, The
Wire es realmente extraordinaria: cinco temporadas con cinco capas sobre el
mundo marginal de una ciudad marginal. En cada una de las temporadas se va
agregando una capa: en la temporada uno es una serie de policías contra narcos;
en la segunda se agrega el papel de los obreros del puerto de una ciudad
post-industrial y de los contrabandistas que juegan con ellos; en la tercera
entra la política y vemos experimentos sociales; en la cuarta la política toma
un papel más importante y se le suma la escuela, el sistema educativo y los
chicos para los que el menudeo de drogas es el camino de ascenso social más claro;
y en la quinta entra un periodismo también en decadencia, con redacciones que
se van reduciendo. Y a través de todo esto una gran mirada sobre esa ciudad,
sobre ese mundo, con un idioma que suena real, el de los negros de las esquinas,
el de los políticos, el de los policías, el de los portuarios, cada uno
distinto. Y con todos los ingredientes que los autores quisieron incluir: la violencia,
la droga, el sexo (sexo explícito, heterosexual, inter-racial, entre chicas,
entre chicos), la decadencia institucional, política, económica, social, todo puesto
ahí, no embellecido, algo que actualmente, según The Economist, es un poco más difícil. The Wire es el show don’t
tell de Hemingway llevado a su máxima expresión: te cuenta todo, no juzga
nada.
Sobre todo, The Wire muestra cómo se reproduce todo
este mundo que parece tan lejos del ideal. Los gangsters capos son asesinados o encarcelados y aparecen otros. Lo
mismo con los drogones, con los altos mandos policiales, con los chicos que
venden en la esquina, con los estudiantes en la escuela. (Una directiva de la
escuela le dice a Prezbo, un ex policía que deviene maestro, que no se encariñe
demasiado con un chico, que ya vendrán nuevos al año siguiente, y en una de las
últimas escenas de la serie lo vemos al chico inyectándose heroína).
La reproducción de
la cadena del narcotráfico, de la cadena policial, de la cadena política, de la
cadena periodística; se van unos, vienen otros, y al final del día todo queda
más o menos igual. Y ese igual es una mierda, claro; una situación en la que no
parece haber ninguna correlación entre los “buenos” y la victoria o la derrota;
y ni siquiera es muy claro si hay buenos y quién gana y quién pierde (salvo,
claro, cuando matan a alguno y es game
over); todo va a seguir más o menos así, mal, con un ejército de drogones
perdidos (drug fiends), abastecidos
por tipos que van a matar para controlar el negocio mientras son perseguidos
por un cuerpo policial sin ganas o sin capacidad de cambiar nada, a su vez
dirigido por políticos que piensan en su carrera más que en los resultados, y
todo cubierto por periodistas no siempre comprometidos con la verdad (y cuyo
compromiso con ella no necesariamente es positivo para sus carreras).
Poco antes de
comenzar este consumo había empezado a ver, esta sí acompañado, The Newsroom, que terminé de ver poco
después de terminar The Wire y que podría
considerarse básicamente su opuesto. Como prácticamente toda obra de Aaron Sorkin,
The Newsroom es una obra moral: así
como The West Wing nos comentaba cómo
sería un presidente y un equipo presidencial perfectos, The Newsroom nos muestra un periodista y equipo periodístico
perfectos. No hay malos en The Newsroom así
como no hay buenos en The Wire. Por
supuesto hay conflicto entre los buenos –sobre todo el presentador de noticias
Will McAvoy y la productora McKenzie McHale– y otros que son menos buenos –sobre
todo el presidente de la cadena, que los presiona para que suban el rating comprometiendo
la calidad–. Pero al final los no tan buenos se dan cuenta, son persuadidos por
argumentos o encuentran la fibra moral necesaria para darles la razón a los buenos-buenos.
Y los buenos-buenos, claro, ganan, y el mundo es mejor, cambia para bien o hay
esperanza de que lo haga, porque si las noticias se reportan mejor, los
ciudadanos podrán votar mejor, ganarán los políticos reformistas, que pondrían,
por ejemplo, mejores policías que hagan que menos narcos vendan menos drogas,
que más chicos escapen al doble riesgo de ser narco o drogón.
Esto me recuerda,
como he recordado tantas veces, una gran escena del Nixon de Oliver Stone donde Nixon mira un retrato de Kennedy y le
dice algo así como que los americanos ven en JFK aquello que quieren ser
mientras que en él ven lo que realmente son. The Wire es algo bastante parecido al mundo real en el que vivimos,
todo revuelto, por momentos revulsivo, donde se ganan algunas y se pierden un
montón, donde los que tratan con todo a veces pierden porque uno no dio un
mensaje o porque sí, porque es muy difícil, mientras que The Newsroom es el mundo ideal donde todos querríamos vivir. Y las
dos pueden ser disfrutadas igualmente, a pesar de la desolación de una y la
ingenuidad de la otra.
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