lunes, 24 de junio de 2024

Así que querés ser escritor

 


Yo a veces me digo a mí mismo: si no sos un buen escritor es porque sos demasiado sano. También me digo muchas veces que cuando sea grande me gustaría escribir como Michael Chabon, cuyo Wonder Boys leí hace unas semanas. La ironía, claro, es que un poco lo que nos dice Chabon en esta novela es que todos los escritores están locos. Lo dice pronto, en la página 19: “Fue como alumno de este hombre que me empecé a preguntar por primera vez si las personas que escriben ficción no sufren de algún tipo de desorden ­–de lo que desde entonces he comenzado a llamar (…) la enfermedad de la medianoche–. La enfermedad de la medianoche es un tipo de insomnio emocional”. (p. 19)

Igual yo quiero escribir y que me lean, claro. Pero me gustaría poder escribir como Chabon, que te puede decir que su personaje “escuchó la charla de la lluvia sobre el techo de mi auto” (p. 29) o, otra con autos, “Era un sedán Mercedes de un modelo nuevo, su motor percolaba como si anduviera a agua con gas. Bajo la luz de la luna se veía suave y gris y señorial como un sombrero de fieltro” (p. 237).

Uno se imagina que Grady Tripp, el antihéroe de esta novela que se convirtió en película protagonizada por Michael Douglas, podría haber escrito así o mejor si no hubiera fumado tanto porro. Pero aunque una alumna le dice básicamente eso a Grady, le dice que se pregunta cuánto mejor sería el manuscrito de la novela que no puede terminar si no estuviera fumado todo el tiempo, creo que más bien lo que nos dice Chabon es que no importa tanto. Si querés escribir, fumes o tomes, o fumes y tomes, o ni una ni la otra, o uses cualquier otra sustancia o ninguna, mientras escribas vas a estar un poco loco. “Quizás la enfermedad de la medianoche también es así. Después de un tiempo perdés la capacidad de distinguir entre tus mundos ficcionales y reales; te confundís a vos mismo con tus personajes, y las ocurrencias aleatorias de tu vida con las maquinaciones de una trama” (p. 233). (No me queda claro cómo piensa Grady la causalidad, debo decir. Si tenés que ser loco para escribir o si querer escribir te lleva a la locura).

En el medio pasa de todo. Grady fuma, toma, va, viene, pierde su trabajo, su esposa, su auto y muchísimas cosas más que no les cuento para que la lean y se diviertan, porque es muy divertida Wonder Boys. Es muy divertido también esto que sólo pongo por Borges, porque no tiene relación alguna con mi comentario; en un momento, Grady está en su casa y escucha a dos de sus estudiantes, el que lo admiraba y la que le diría fumón y que se quería acostar con él: “Desde el sótano subía música argentina desconsolada por las esclareas, y al entrar a la cocina me encontré a Jeff dándole una lección a una escéptica Hannah sobre los orígenes del tango en el abrazo de la muerte y el juego de cuchillos del amor homosexual latente, un argumento que reconocí afanado del viejo George Borges. Quizás, pensé, este chavón Jeff sí era defendible; había cierta aptitud temática, después de todo, en tratar de hacerse una mina plagiando a Borges” (p. 299).

Así que sí, divertida la novela sobre un escritor que no puede escribir una novela y que piensa que al final del día no es sano tratar de escribir novelas y que, quizás, regana su vida por decidir no escribir más novelas. So you wanna be a writer…

 

Originales de las citas usadas

“It was in this man’s class that I first began to wonder if people who wrote fiction were not suffering from some kind of disorder—from what I’ve since come to think of, remembering the wild nocturnal rocking of Albert Vetch, as the midnight disease. The midnight disease is a kind of emotional insomnia” (p. 19).

“listened to the commentary of the rain on the roof of my car” (p. 29).

“It was a late-model Mercedes sedan, its engine percolating as though it ran on soda water. In the moonlight it looked soft and gray and stately as a felt fedora” (p. 237).

“Maybe the midnight disease was like that, too. After a while you lost the ability to distinguish between your fictional and actual worlds; you confused yourself with your characters, and the random happenings of your life with the machinations of a plot” (p. 233).

“Heartbroken Argentine music came blowing up the stairs from the basement, and as we walked into the kitchen we found Jeff lecturing a skeptical Hannah on the origins of the tango in the death grip and knife play of latent homosexual love, an argument which I recognized as cribbed from old George Borges. Maybe, I thought, this Jeff character had something to recommend him; there was a certain thematic aptness, after all, in trying to make a girl through the plagiarism of Borges” (p. 299).

lunes, 3 de junio de 2024

Comunicación y economía


Leí Puede fallar. Economía y comunicación en 40 años de democracia, de Andrés Borenstein y Gabriel Llorens Rocha, dos amigos de la casa, un libro que se lee muy bien y que deja mucho para pensar. 

Como su título lo indica, los autores hacen algo así como una historia del cruce entre política económica y comunicación desde el regreso de la democracia. Revisan “las estrategias explícitas e implícitas de comunicación de la política económica” (p. 21), para la cual obviamente tienen que contar un poco la historia económica, el contexto que enfrentaba cada ministro, las limitaciones políticas que enfrentaba, las políticas que decidía y la estrategia de comunicación adoptada. 

Claramente, no es poca cosa, y en ese nudo se encuentra lo mejor del libro: en 300 páginas te cuenta 40 años de política económica y de comunicación de la política económica, presentándote a los personajes que llevaron a cabo todo esto. Y además, los autores lo hacen con dinámica y hasta con humor… negro a veces, porque así es nuestra historia económica, pero humor al fin. El otro lado de la moneda de esa gran capacidad de síntesis es que el libro nos deja muchas veces con ganas de más, de mayor profundidad sobre algún momento específico o de alguna situación. Como en economía, acá también hay “sábanas cortas”: la gran síntesis se hace con cierta pérdida de profundidad. Pero es un libro de la comunicación de la economía, y no de política económica en sí, por lo que sin duda es un aporte a la comprensión de nuestra difícil historia económica. 

En ese sentido, el libro es tremendamente informativo, y por momentos puede funcionar como una addenda a 7 Ministros, de Ezequiel Burgo, en tanto agrega un capítulo clave, que es la comunicación. Nos ayuda a recordar cosas y a entenderlas en su contexto comunicacional. Pero Puede fallar va un paso más allá; como decía al comienzo, es un llamado a la reflexión, a tratar de acercar comunicación y economía como medio para terminar con mejores políticas económicas. Economía, política y comunicación tienen que acercarse y entenderse. La mejor política económica puede fallar por falta de apoyo político o sin una estrategia de comunicación sólida y acorde; pero la política o la comunicación sin política económica sensata no nos pueden llevar a buen puerto, como bien sabemos (ver, por ejemplo, Massa, Sergio T.).

Al comienzo del libro, los autores nos dicen: “La pregunta central que buscamos responder es por qué en cuarenta años de democracia no fuimos capaces de encontrar una narrativa para que, como sociedad, pudiésemos comprender la ecuación básica de la economía, para de alguna manera forzar a los tomadores de decisiones a ir por la dirección que evite catástrofes y construya futuro.” (p. 17) ¿Responden acabadamente esa pregunta central? No, pero está bien, porque es probablemente de imposible respuesta. Pero sí nos dicen que va a ser imposible avanzar si no logramos hablar de estas cosas tan importantes y tan difíciles a partir de la verdad. “A fuerza de golpes, hemos aprendido algunas cosas. Para los próximos cuarenta años, el punto de partida tiene que ser, sí o sí, la verdad.” (p. 341)