Yo a veces me digo a mí mismo: si no sos un buen escritor es porque sos demasiado sano. También me digo muchas veces que cuando sea grande me gustaría escribir como Michael Chabon, cuyo Wonder Boys leí hace unas semanas. La ironía, claro, es que un poco lo que nos dice Chabon en esta novela es que todos los escritores están locos. Lo dice pronto, en la página 19: “Fue como alumno de este hombre que me empecé a preguntar por primera vez si las personas que escriben ficción no sufren de algún tipo de desorden –de lo que desde entonces he comenzado a llamar (…) la enfermedad de la medianoche–. La enfermedad de la medianoche es un tipo de insomnio emocional”. (p. 19)
Igual yo quiero escribir y que me lean, claro.
Pero me gustaría poder escribir como Chabon, que te puede decir que su
personaje “escuchó la charla de la lluvia sobre el techo de mi auto” (p.
29) o, otra con autos, “Era un sedán Mercedes de un modelo nuevo, su motor
percolaba como si anduviera a agua con gas. Bajo la luz de la luna se veía
suave y gris y señorial como un sombrero de fieltro” (p. 237).
Uno se imagina que Grady Tripp, el antihéroe
de esta novela que se convirtió en película protagonizada por Michael Douglas,
podría haber escrito así o mejor si no hubiera fumado tanto porro. Pero aunque
una alumna le dice básicamente eso a Grady, le dice que se pregunta cuánto
mejor sería el manuscrito de la novela que no puede terminar si no estuviera fumado
todo el tiempo, creo que más bien lo que nos dice Chabon es que no importa
tanto. Si querés escribir, fumes o tomes, o fumes y tomes, o ni una ni la otra,
o uses cualquier otra sustancia o ninguna, mientras escribas vas a estar un
poco loco. “Quizás la enfermedad de la medianoche también es así. Después
de un tiempo perdés la capacidad de distinguir entre tus mundos ficcionales y
reales; te confundís a vos mismo con tus personajes, y las ocurrencias
aleatorias de tu vida con las maquinaciones de una trama” (p. 233). (No me
queda claro cómo piensa Grady la causalidad, debo decir. Si tenés que ser loco
para escribir o si querer escribir te lleva a la locura).
En el medio pasa de todo. Grady fuma, toma, va,
viene, pierde su trabajo, su esposa, su auto y muchísimas cosas más que no les
cuento para que la lean y se diviertan, porque es muy divertida Wonder Boys.
Es muy divertido también esto que sólo pongo por Borges, porque no tiene
relación alguna con mi comentario; en un momento, Grady está en su casa y
escucha a dos de sus estudiantes, el que lo admiraba y la que le diría fumón y que
se quería acostar con él: “Desde el sótano subía música argentina desconsolada por
las esclareas, y al entrar a la cocina me encontré a Jeff dándole una lección a
una escéptica Hannah sobre los orígenes del tango en el abrazo de la muerte y
el juego de cuchillos del amor homosexual latente, un argumento que reconocí
afanado del viejo George Borges. Quizás, pensé, este chavón Jeff sí era defendible;
había cierta aptitud temática, después de todo, en tratar de hacerse una mina
plagiando a Borges” (p. 299).
Así que sí, divertida la novela sobre un
escritor que no puede escribir una novela y que piensa que al final del día no
es sano tratar de escribir novelas y que, quizás, regana su vida por decidir no
escribir más novelas. So you wanna be a writer…
Originales de las citas usadas
“It was in this man’s class that I first began
to wonder if people who wrote fiction were not suffering from some kind of
disorder—from what I’ve since come to think of, remembering the wild nocturnal
rocking of Albert Vetch, as the midnight disease. The midnight disease is a
kind of emotional insomnia” (p. 19).
“listened to the commentary of the rain on the
roof of my car” (p. 29).
“It was a late-model Mercedes sedan, its
engine percolating as though it ran on soda water. In the moonlight it looked
soft and gray and stately as a felt fedora” (p. 237).
“Maybe the midnight disease was like that,
too. After a while you lost the ability to distinguish between your fictional
and actual worlds; you confused yourself with your characters, and the random
happenings of your life with the machinations of a plot” (p. 233).
“Heartbroken Argentine music came blowing up
the stairs from the basement, and as we walked into the kitchen we found Jeff
lecturing a skeptical Hannah on the origins of the tango in the death grip and
knife play of latent homosexual love, an argument which I recognized as cribbed
from old George Borges. Maybe, I thought, this Jeff character had something to
recommend him; there was a certain thematic aptness, after all, in trying to
make a girl through the plagiarism of Borges” (p. 299).
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