Leí The Round House, de Louise Erdrich, una novela sobre la justicia basada en una reserva indígena en Dakota del Norte. Uno se puede preguntar si es posible escribir cualquier cosa sobre los pueblos nativos americanos sin referirse a la justicia. En este caso, el personaje principal es un chico de 13 años, Joe, cuya vida se ve transformada cuando su madre es violada. En el transcurso de la novela, Joe crece y nosotros nos enteramos de que, muchos años después, será, como era su padre al comienzo de la novela, juez del juzgado tribal, por lo que The Round House es también un Bildungsroman, relatando cómo Joe se convirtió en hombre.
Ese
proceso es un poco complejo. Está la violación, que en verdad es parte de otra
serie de crímenes, hay un asesinato, está la muerte de un amigo de Joe. Pero
también está Joe viendo a su padre y entendiéndolo (“Y en ese momento fue que
comencé a entender quién era mi padre, qué hacía cada día y de qué se trataba su
vida” - p. 44). Y termina con “ese momento en que mi madre y mi padre entraron
por la puerta disfrazados de viejos (...) Al mismo tiempo, entendí, cuando me
paraba de la silla, que yo había envejecido con ellos” (p. 317).
La
novela no me volvió loco, un poco enrevesada la trama (mucha trama, toda la
literatura americana es trama trama trama, me decía el otro día Noelia Torres),
pero sirvió para acercarme un poco a una realidad que me es bastante ajena, la
de los nativos americanos en EE. UU., cuyas más que razonables reivindicaciones
quedan a menudo opacadas por las de los negros: “y apareció el hombre blanco y
los empujó abajo hacia la tierra, lo que sonaba como una profecía del Antiguo
Testamento pero que sólo era una observación de la verdad” (p. 100). Eso y la
ocasional secuencia feliz como “Yo tenía tres amigos. Todavía estoy en contacto
con dos de ellos. El tercero es una cruz blanca en la Montana Hi-Line” (p. 17).
Originales
de las citas
“And
it was then that I began to understand who my father was, what he did every
day, and what had been his life” (p. 44).
“And
there was that moment when my mother and father walked in the door disguised as
old people. Highlight (...) At the same time, I found, as I rose from the
chair, I’d gotten old along with them” (p. 317).
“and
the white man appeared and drove them down into the earth, which sounded like
an Old Testament prophecy but was just an observation of the truth” (p. 100).
“I
had three friends. I still keep up with two of them. The other is a white cross
on the Montana Hi-Line” (p. 17).
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