Leí Perder el juicio, novela de Ariana Harwicz que me gustó menos de lo que quería. Hace tiempo que quería leer a Harwicz después de haber leído una entrevista muy interesante en Seúl y un relato en un pequeño libro de Vinilo. Pero Perder el juicio fue muy oscuro para mí. Entiendo lo que hace y veo que está bien, claramente escribe muy bien, lleva un tono muy especial que es el tono de una narradora que está más cerca de la enfermedad que de la salud mental, pero eso no lo hace disfrutable, claro.
Perder
el juicio relata
una parte de la lucha entre una pareja claramente tóxica, con dos pobres niños
en el medio. Una pareja entre una argentina judía y un francés rural de una
familia antisemita. Al principio nos parece que a la pobre mujer le han sacado
la custodia de los hijos y empatizamos con ella (“Él tiene una hora y media
para relajarse, yo una hora y media para ser madre”, p. 23), pero bien
rápidamente nos damos cuenta de que no tiene todos los patitos alineados, y
ella misma nos dice que es violenta: “¿De qué se me acusa? (…) De violencia
marital agravada por la presencia de los menores. ¿Qué género? Golpes
punzantes, patadas, arañazos, trompadas, rasguños, lesiones con material
inflamable, amenazas con uno o varios objetos cortantes no identificados,
agravados por la presencia de los menores en cuestión y de múltiples testigos.”
(p. 24/25) Después nos dice que él también lo era, pero pone en duda sus
propias palabras: “Bajo el puente donde me rasguñaba, me mordía, lo zarandeaba,
nos agredíamos antes y después de acostar a los recién nacidos. Ahí donde los
testigos juran ante la ley haberme visto golpearlo sin parar en la cabeza y
autoflagelarme, ahí donde nos besamos y nació el amor” (p. 26). Y finalmente
tendemos a creer que los dos eran violentos, que sus suegros antisemitas
también lo eran, lo que nos cuenta en flashbacks, todos siempre cuestionables,
poco claros.
En el
presente viene la trama, oscura, de dos violentos luchando por quedarse con dos
hijos que parecen dos animalitos. Dos animales y dos animalitos. Desembocando
en un final poco verosímil, aunque no nos importa mucho la verosimilitud,
mientras la prosa desordenada de la cabeza de una persona que perdió el juicio
se despliega desaforada, oscura, por momentos bella y casi siempre
perturbadora. No, no me gustó, pero no lo quise dejar y le reconozco el valor
de esa prosa potente y punzante.
La trilogía de la pasión (“Matate, amor”, “la débil mental” y “Precoz”) siguen una línea similar: opresivos, apasionados, desgarradores pero son realmente buenos (deberían venir con un destilado escocés asociado)
ResponderEliminar