jueves, 13 de marzo de 2025

Un primer paso

 


Tengo la fantasía de, algún día, conocer Japón. Cuando fui a Alemania leí un libro, cuando fui a Italia leí un libro, cuando fui a Escocia leí un libro. Para ir a Japón creo que hay que leer por lo menos veinte. ¿Por qué veinte y no diecinueve? No lo sé. Pero el punto es que el primer paso en ese camino fue leer Japan. A Short History, de Mikiso Hane, profesor americano-japonés (1922-2003). No me volvió loco, pero me quedo tranquilo de que es sólo un primer paso.

¿Qué me llevo? Primero, una idea general, empezando por una periodización básica (muy básica, y reconstrucción mía). Un gran período que yo llamo pre-moderno; luego de 1600 a 1867 (la era Tokugawa), con similitudes al feudalismo europeo. Caracterizaba a este período un “rígido sistema de clases” (p. 39) y un fuerte aislamiento con el exterior y aversión a Occidente: “el país estaba virtualmente aislado del mundo exterior, en especial de Occidente” (p. 46).

En 1853 los americanos llegaron con cuatro buques de guerra y Japón no tuvo más remedio que abrir sus fronteras, y en 1854 se firmó el tratado de Kanagawa: “un punto de inflexión histórico para Japón. Significó el fin de la política de aislamiento, el nacimiento de Japón como estado moderno y su emergencia en el teatro internacional” (p. 61). Pocos años después se firmarían tratados con el resto de las principales potencias europeas, y esta apertura fue una de las causas principales de la restauración del poder político en el emperador: así comienza el período Meiji (1868-1912), caracterizado por la centralización del poder y la búsqueda de fukoku kyohei (nación rica, fuerzas armadas poderosas). Fukoku kyohei chocaba al menos en parte con la línea nacionalista que se oponía a la apertura a Occidente sonno (venerar al emperador) - joi (repeler a los bárbaros).

Entre 1853/1867 y 1945 el régimen se basó en el emperador, aunque el poder era en general detentado por otras personas cercanas a él; con una constitución (1889) basada en la Alemania de Bismarck; esto es, con sólo algunos tintes democráticos, y con el mantenimiento del poder por los “oligarcas” (p. 77); y con la progresiva modernización en términos del sistema de clases, el sistema legal, la economía y la industria, etc. Es también el momento de surgimiento de los grandes conglomerados económicos (zaibatsu), del despegue económico y de la proyección colonial, sobre todo en Corea y China. La principal causa de la guerra sino-japonesa (1894-1895) fue el expansionismo japonés en Corea y su principal consecuencia, a través de un acuerdo que muchos encontraron desfavorable, fue el exacerbamiento del nacionalismo. La guerra “puede ser vista como un evento fundamental que despertó y fomentó el militarismo y el imperialismo japonés. De allí en más la política exterior japonesa adquiriría un giro mucho más agresivo, chauvinista” (p. 107). Algo parecido puede decirse de la guerra ruso-japonesa (1905). En 1910, Japón anexó Corea.

El período del emperador Meiji concluyó con su muerte en 1911, pero el sistema continuó con el emperador Taisho (1912-1926) y luego Hirohito (quien asumió interinamente en 1921). En la Primera Guerra Mundial, Japón entró del lado de los aliados para quedarse con territorios alemanes. Y desde entonces empezó a crecer el antagonismo con EE. UU. especialmente por China y a ser una de las potencias del sistema de tratados de armamentos del período de entreguerras. Con el paso del tiempo, Japón se hizo cada vez más nacionalista, con un tipo de “fascismo” propio, Showa, que puso límites a una incipiente democratización (el sufragio universal es de 1925), que tenía al emperador como casi una deidad, sobre la cual se agregaba una educación cada vez más fanática. Por ejemplo, un documento del Departamento de Educación de 1937 “sostenía que el emperador era hijo de la Diosa del Sol y que era el manantial de la vida y moralidad del pueblo. Enfatizaba las virtudes de lealtad, patriotismo, devoción filial, armonía, espíritu marcial y bushido [código del guerrero samurái]” (p. 143). Eso llevaría a la guerra con China por Manchuria (1937), el pacto tripartito con Alemania e Italia (1940) y a Pearl Harbor. Este fue el paroxismo de la violencia: los japoneses cometieron atrocidades diversas en Corea, China, Filipinas y más; y el guerrero kamikaze, suicida, es toda una muestra de llevar la violencia al máximo.

La derrota fue total y absoluta. Japón tuvo más de un millón y medio de muertos en combate, más 650.000 civiles muertos; 57 por ciento de las viviendas de Tokio fueron destruidas y en 1946 su producción industrial era menos de un tercio de la de una década atrás. La ocupación americana duró de 1945 a 1952 y sentó las bases para la democratización, desmilitarización y el crecimiento de Japón, incluyendo una nueva constitución con un papel apenas simbólico del emperador. Con el fin de la ocupación vino la hegemonía hasta 1993 del Partido Democrático Liberal y, en parte gracias a la Guerra de Corea, el gran crecimiento que convirtió a Japón en una de las principales economías del mundo y que, por primera vez, llegó a prácticamente todos los sectores de la población.

Así que, primero, periodización: hasta 1600; 1600-1853/67; 1853/67-1945; 1945-presente. Segundo: llamativo que Japón siempre tuvo mucha influencia cultural externa (de Corea, por migraciones muy tempranas; de China, principalmente el confucionismo; y de Occidente) y a pesar de ello o por ello una gran vertiente nacionalista. Tercero: la imagen de la cultura japonesa refinada, precisa, sutil, casi frágil, que se me opone a la violencia de las atrocidades bélicas.

A seguir leyendo.

 

 

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