Tengo la fantasía de, algún día, conocer Japón. Cuando fui a Alemania leí un libro, cuando fui a Italia leí un libro, cuando fui a Escocia leí un libro. Para ir a Japón creo que hay que leer por lo menos veinte. ¿Por qué veinte y no diecinueve? No lo sé. Pero el punto es que el primer paso en ese camino fue leer Japan. A Short History, de Mikiso Hane, profesor americano-japonés (1922-2003). No me volvió loco, pero me quedo tranquilo de que es sólo un primer paso.
¿Qué me
llevo? Primero, una idea general, empezando por una periodización básica (muy
básica, y reconstrucción mía). Un gran período que yo llamo pre-moderno; luego de
1600 a 1867 (la era Tokugawa), con similitudes al feudalismo europeo.
Caracterizaba a este período un “rígido sistema de clases” (p. 39) y un fuerte
aislamiento con el exterior y aversión a Occidente: “el país estaba
virtualmente aislado del mundo exterior, en especial de Occidente” (p. 46).
En 1853 los
americanos llegaron con cuatro buques de guerra y Japón no tuvo más remedio que
abrir sus fronteras, y en 1854 se firmó el tratado de Kanagawa: “un punto de
inflexión histórico para Japón. Significó el fin de la política de aislamiento,
el nacimiento de Japón como estado moderno y su emergencia en el teatro
internacional” (p. 61). Pocos años después se firmarían tratados con el resto
de las principales potencias europeas, y esta apertura fue una de las causas
principales de la restauración del poder político en el emperador: así comienza
el período Meiji (1868-1912), caracterizado por la centralización del poder y
la búsqueda de fukoku kyohei (nación rica, fuerzas armadas poderosas). Fukoku
kyohei chocaba al menos en parte con la línea nacionalista que se oponía a
la apertura a Occidente sonno (venerar al emperador) - joi
(repeler a los bárbaros).
Entre 1853/1867
y 1945 el régimen se basó en el emperador, aunque el poder era en general
detentado por otras personas cercanas a él; con una constitución (1889) basada
en la Alemania de Bismarck; esto es, con sólo algunos tintes democráticos, y
con el mantenimiento del poder por los “oligarcas” (p. 77); y con la progresiva
modernización en términos del sistema de clases, el sistema legal, la economía
y la industria, etc. Es también el momento de surgimiento de los grandes
conglomerados económicos (zaibatsu), del despegue económico y de la
proyección colonial, sobre todo en Corea y China. La principal causa de la
guerra sino-japonesa (1894-1895) fue el expansionismo japonés en Corea y su
principal consecuencia, a través de un acuerdo que muchos encontraron
desfavorable, fue el exacerbamiento del nacionalismo. La guerra “puede ser
vista como un evento fundamental que despertó y fomentó el militarismo y el
imperialismo japonés. De allí en más la política exterior japonesa adquiriría
un giro mucho más agresivo, chauvinista” (p. 107). Algo parecido puede decirse
de la guerra ruso-japonesa (1905). En 1910, Japón anexó Corea.
El período
del emperador Meiji concluyó con su muerte en 1911, pero el sistema continuó
con el emperador Taisho (1912-1926) y luego Hirohito (quien asumió
interinamente en 1921). En la Primera Guerra Mundial, Japón entró del lado de
los aliados para quedarse con territorios alemanes. Y desde entonces empezó a
crecer el antagonismo con EE. UU. especialmente por China y a ser una de las
potencias del sistema de tratados de armamentos del período de entreguerras. Con
el paso del tiempo, Japón se hizo cada vez más nacionalista, con un tipo de
“fascismo” propio, Showa, que puso límites a una incipiente
democratización (el sufragio universal es de 1925), que tenía al emperador como
casi una deidad, sobre la cual se agregaba una educación cada vez más fanática.
Por ejemplo, un documento del Departamento de Educación de 1937 “sostenía que
el emperador era hijo de la Diosa del Sol y que era el manantial de la vida y
moralidad del pueblo. Enfatizaba las virtudes de lealtad, patriotismo, devoción
filial, armonía, espíritu marcial y bushido [código del guerrero
samurái]” (p. 143). Eso llevaría a la guerra con China por Manchuria (1937), el
pacto tripartito con Alemania e Italia (1940) y a Pearl Harbor. Este fue el
paroxismo de la violencia: los japoneses cometieron atrocidades diversas en
Corea, China, Filipinas y más; y el guerrero kamikaze, suicida, es toda
una muestra de llevar la violencia al máximo.
La derrota
fue total y absoluta. Japón tuvo más de un millón y medio de muertos en
combate, más 650.000 civiles muertos; 57 por ciento de las viviendas de Tokio
fueron destruidas y en 1946 su producción industrial era menos de un tercio de
la de una década atrás. La ocupación americana duró de 1945 a 1952 y sentó las
bases para la democratización, desmilitarización y el crecimiento de Japón,
incluyendo una nueva constitución con un papel apenas simbólico del emperador.
Con el fin de la ocupación vino la hegemonía hasta 1993 del Partido Democrático
Liberal y, en parte gracias a la Guerra de Corea, el gran crecimiento que
convirtió a Japón en una de las principales economías del mundo y que, por
primera vez, llegó a prácticamente todos los sectores de la población.
Así que,
primero, periodización: hasta 1600; 1600-1853/67; 1853/67-1945; 1945-presente.
Segundo: llamativo que Japón siempre tuvo mucha influencia cultural externa (de
Corea, por migraciones muy tempranas; de China, principalmente el
confucionismo; y de Occidente) y a pesar de ello o por ello una gran vertiente
nacionalista. Tercero: la imagen de la cultura japonesa refinada, precisa, sutil,
casi frágil, que se me opone a la violencia de las atrocidades bélicas.
A seguir leyendo.
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