lunes, 17 de febrero de 2025

Amor tóxico


Leí Perder el juicio, novela de Ariana Harwicz que me gustó menos de lo que quería. Hace tiempo que quería leer a Harwicz después de haber leído una entrevista muy interesante en Seúl y un relato en un pequeño libro de Vinilo. Pero Perder el juicio fue muy oscuro para mí. Entiendo lo que hace y veo que está bien, claramente escribe muy bien, lleva un tono muy especial que es el tono de una narradora que está más cerca de la enfermedad que de la salud mental, pero eso no lo hace disfrutable, claro.

Perder el juicio relata una parte de la lucha entre una pareja claramente tóxica, con dos pobres niños en el medio. Una pareja entre una argentina judía y un francés rural de una familia antisemita. Al principio nos parece que a la pobre mujer le han sacado la custodia de los hijos y empatizamos con ella (“Él tiene una hora y media para relajarse, yo una hora y media para ser madre”, p. 23), pero bien rápidamente nos damos cuenta de que no tiene todos los patitos alineados, y ella misma nos dice que es violenta: “¿De qué se me acusa? (…) De violencia marital agravada por la presencia de los menores. ¿Qué género? Golpes punzantes, patadas, arañazos, trompadas, rasguños, lesiones con material inflamable, amenazas con uno o varios objetos cortantes no identificados, agravados por la presencia de los menores en cuestión y de múltiples testigos.” (p. 24/25) Después nos dice que él también lo era, pero pone en duda sus propias palabras: “Bajo el puente donde me rasguñaba, me mordía, lo zarandeaba, nos agredíamos antes y después de acostar a los recién nacidos. Ahí donde los testigos juran ante la ley haberme visto golpearlo sin parar en la cabeza y autoflagelarme, ahí donde nos besamos y nació el amor” (p. 26). Y finalmente tendemos a creer que los dos eran violentos, que sus suegros antisemitas también lo eran, lo que nos cuenta en flashbacks, todos siempre cuestionables, poco claros.

En el presente viene la trama, oscura, de dos violentos luchando por quedarse con dos hijos que parecen dos animalitos. Dos animales y dos animalitos. Desembocando en un final poco verosímil, aunque no nos importa mucho la verosimilitud, mientras la prosa desordenada de la cabeza de una persona que perdió el juicio se despliega desaforada, oscura, por momentos bella y casi siempre perturbadora. No, no me gustó, pero no lo quise dejar y le reconozco el valor de esa prosa potente y punzante.

lunes, 10 de febrero de 2025

Una mujer, un siglo



Leí "Kingmaker: Pamela Harriman’s Astonishing Life of Power, Seduction, and Intrigue", genial biografía de Sonia Purnell. La reseña, esta vez, va por Revista Seúl: https://seul.ar/pamela-digby-biografia/


lunes, 3 de febrero de 2025

Más que una novela de misterio

 


Leí Creation Lake, novela de Rachel Kushner, uno de los seis libros finalistas del Booker Prize 2024, ganado por Orbital, de Samantha Harvey. Creation Lake es una novela de misterio / espionaje, divertida, rápida y con algunos temas que la hacen más potente que buena parte del género, más elevada, por cierto, que, para mencionar algo, la franquicia de Lee Child.

Para empezar, el personaje principal es una mujer, una mujer joven y bella, ex agente de alguna agencia federal americana, especializada en infiltrar grupos radicales para neutralizarlos. Exonerada de aquella agencia en el pasado, “Sadie Smith”, cuyo nombre real nunca conocemos, es una máquina, usando su inteligencia, su belleza y su sexualidad para lograr su fin que, al final del día, es cobrar importantes sumas de dinero. A pesar de esa frialdad, y esta es una de las cosas bellas de la novela, por momentos su humanidad no puede dejar de aflorar, como cuando piensa sobre una posible maternidad (con mil condicionantes, pero no termina de cerrar esa puerta) o cuando empieza a tener una relación en su cabeza, totalmente interna, con uno de los ideólogos detrás del grupo al que busca infiltrar.

El grupo, Le Moulin, es como cualquier otro grupo radical: más el fruto de chicos ricos que de trabajadores, y, al final del día, creando estructuras de clase y diferencias de género a su interior como las que pretenden que desaparezcan en la sociedad. En este caso, chicos ricos parisinos herederos intelectuales del 68, e influidos por dos ideólogos veteranos sobrevivientes de aquellos tiempos, uno de los cuales se va metiendo en la cabeza de Sadie, como dije. Los chicos no entienden mucho de lo que hacen: “Su terreno no era circundado por un arroyo o un tributario de un río y sería difícil de irrigar. La tierra era rocosa. Sólo a activistas de París se les ocurriría hacer agricultura de subsistencia en un lugar así” (p. 36). Hay algo, así, más auténtico de la persona con una identidad falsa que en los supuestos idealistas, y Sadie piensa en esto con un poco de humor; hablando de cómo pasó de estudiante a agente federal, dice que sus compañeros “estaban obteniendo PhDs en retórica en Berkeley, como había planeado yo antes de abandonar ese plan, y salvarme así de su destino (que era someterse a entrevistas de trabajo académico en habitaciones de hoteles DoubleTree en una conferencia de la Asociación de Lenguajes Modernos)” (p. 20).

El humor es una herramienta permanente en Creation Lake. No es que uno se pone a reír como loco, pero hay una forma irónica, graciosa, que acompaña la lectura, con la ocasional metáfora o comparación descentrada. “Usaba anteojos culo de botella y abrió la puerta de su galpón en Oakland en un kimono demasiado corto, ostentando piernas desnudas regordetas y retaconas como escopetas recortadas” (p. 60). (Otra que me gustó: “las personas que cambian afinidades son el mismo tipo de personas que se ven atraídas a la permanencia de los tatuajes” - p. 155).

El otro punto interesante es que la ideología detrás de este grupo es la de ir contra la civilización, con una mirada teórica sobre el hombre prehistórico, sobre Neanderthal y Sapiens. Esto abre, de nuevo, cierta reflexión sobre qué es ser humano en medio de una lucha entre estructuras sociales establecidas y aquellos que quieren destruirlas. Y sin exagerar, una mirada también sobre las relaciones entre los sexos, con esta linda línea como ejemplo: “había líneas montadas en cada ventana de las que colgaba flameando la ropa lavada, la bandera internacional del trabajo femenino anónimo” (p. 233).

No, no es el mejor libro que he leído, y no creo que estemos hablando de Creation Lake en 30 años, pero resultó una novela muy divertida, muy fácil de leer y no totalmente trivial.

 

Originales de las citas

"Their land did not border a creek or river tributary and would be difficult to irrigate. The soil here was rocky. Only activists from Paris would take up subsistence farming in a place like this." (p. 36).

"They were getting PhDs in rhetoric at Berkeley, as I had planned to, before I abandoned that plan (and spared myself their fate, which was to subject themselves to academic job interviews in DoubleTree hotel rooms at a Modern Language Association conference)." (p. 20).

"She wore Coke-bottle glasses and answered the door of her Oakland warehouse in a too-short kimono, flaunting bare legs that were stubby and blunt as sawed-off shotguns." (p. 60).

"lines mounted out every window and hung with flapping laundry—the international flag for anonymous women’s work." (p. 233).

"people who change affinities are the same kinds of people who are attracted to the permanence of tattoos." (p. 155).

lunes, 27 de enero de 2025

Una mente brillante

 


Leí, por primera vez, un libro del famoso David Foster Wallace, y debo decir que no decepcionó para nada. Había leído ya tres ensayos: uno, “This is Water”, me lo había recomendado muchas veces mi amigo Juancho T.; y el otro, “Shipping Out”, que es la descripción crítica de DFW a una estadía en un crucero, me fue recomendado cuando publiqué algo sobre una semana en un all inclusive, quizás queriéndome decir algo así como “si querés injuriar, querido, es por acá”. Y había leído también un ensayito sobre Kafka que está incluido, también, en este libro que leí, Consider the Lobster, una colección de ensayos que combinan humor, erudición, inteligencia y siempre (o casi siempre) una interrogación ética. En pocas palabras, me pareció brillante.

El primero de los ensayos, “Big Red Son”, es la cobertura para un medio de la convención anual de la industria norteamericana de la pornografía, incluyendo la entrega de los premios equivalentes a los Óscar, obviamente en Las Vegas. Es al mismo tiempo divertidísimo y sórdido y triste.

Le sigue una crítica tremenda a un libro de John Updike, Toward the End of Time) tremenda porque le pega muy fuerte y al mismo tiempo no deja de decir todo lo que admira a Updike por distintas cuestiones. Cita maravillosa de ese ensayo: “Pero los adultos jóvenes de los noventa –muchos de los cuales son, por supuesto, los hijos de todas las infidelidades y los divorcios apasionados sobre los que escribió con tanta belleza Updike, y que tuvieron la oportunidad que ver cómo todo ese valiente nuevo individualismo y esa libertad sexual se deterioraron convirtiéndose en la auto-indulgencia sin alegría y anómica de la Generación Yo– los menores de cuarenta de hoy tienen horrores muy diferentes, entre los cuales se destacan la anomia y el solipsismo y una soledad peculiarmente americana: la perspectiva de morir sin siquiera haber amado una vez algo más que a uno mismo” (p. 53).

A “Some remarks on Kafka’s funniness from which probably not enough has been removed” (algo así como “Algunas consideraciones sobre lo gracioso que es Kafka que probablemente no fueron suficientemente recortadas”) lo había leído en algún momento que estaba leyendoKafka (acá el link). Los americanos, dice DFW, no pueden entender el humor existencial de Kafka: “No es que los estudiantes no ‘capten’ el humor de Kafka sino que les hemos enseñado que el humor es algo que tenés que ‘captar’ –de la misma manera que les hemos enseñado que un yo es algo que uno simplemente tiene. No sorprende que no puedan apreciar el chiste verdaderamente central de Kafka: que la horrorosa lucha por establecer un yo humano resulta en un yo cuya humanidad es inseparable de aquella lucha horrorosa. Que nuestro interminable e imposible camino a casa es de hecho nuestra casa” (p. 63).

“Authority and American Usage” es una reseña sobre un diccionario de uso del inglés americano de un tal Garner, pero mucho más que eso. El uso, dice DFW, está cruzado por la geografía, la raza, la clase, etc., por lo que de hecho hay dialectos del inglés. Lo genial del libro que reseña, dice DFW, es que te dice cuál es el uso correcto del dialecto dominante, digamos así, y te convence de alguna manera que lo dice no sólo porque es una Autoridad, sino porque a sus lectores les conviene manejar bien ese dialecto dominante: “El espíritu del libro es un casamiento del rigor y la humildad de manera de permitir a Garner ser extremadamente prescriptivo sin ninguna apariencia de evangelismo ni de insultos elitistas” (p. 78). Quien quiera enseñar el Standard Writen English a alguien que aprendió otros dialectos, dice DFW, tiene que usar “argumentos abiertos, honestos y convincentes sobre por qué el SWE es un dialecto que vale la pena aprender. Estos argumentos son difíciles de hacer. Difíciles no intelectualmente sino emocionalmente, políticamente. Porque son abiertamente elitistas” (p. 104). El artículo me pareció formidable; combina un increíble conocimiento del idioma con una comprensión de las implicancias sociales y políticas de la lengua, una tremenda honestidad y una clara posición ética.

“The view from Mrs. Thompson” es un mini ensayo que relata cómo vivió DFW los atentados del 11 de septiembre de 2001 desde su pueblo del Midwest americano, Bloomington (Illinois), que es una defensa de ese estilo tan americano de comunidad.

“How Tracy Austin broke my heart” es la reseña de la autobiografía de esa tenista norteamericana y una exploración de por qué fracasan las memorias de deportistas (la gran excepción tiene que ser necesariamente Open, de Andre Agassi): “esta autobiografía tan insípida que quita el aliento puede ayudarnos a entender tanto el atractivo y la decepción que parecen ser parte constitutiva del mercado masivo de la memoria deportiva” (p. 144). El gran misterio, dice DFW, es si esas personas son idiotas o místicas o las dos o ninguna de ellas. “Puede muy bien ser que nosotros los espectadores, que no somos atletas con dones divinos, seamos los únicos capaces de realmente ver, articular y animar la experiencia de ese don que se nos ha negado. Y que aquellos que reciben y actúan el don de genio atlético deban, quizás, ser ciegos y tontos sobre él, y no porque la ceguera o la tontera sean el precio de ese regalo, sino porque quizás sean su esencia” (p. 158).

“Up, Simba”, es la cobertura para Rolling Stone de unos días de la campaña de John McCain para convertirse en candidato a presidente por el Partido Republicano en el año 2000. Por unos días, DFW sigue a pedido de la revista al candidato en el campaign trail: los bondis, los hoteles medio pelo, los eventos, el mismo discurso en uno y otro lugar. Es una reflexión sobre la producción de la política y sobre el liderazgo, y también sobre por qué a la gente normalmente no le interesa la política. A pesar de todo el cinismo, DFW quiere creer en McCain, y muestra lo difícil que es, aunque no sea imposible, creer que puede haber un político que esté ahí por algo más que él o ella misma. Y sobre el liderazgo: “En otras palabras, un líder verdadero es alguien que nos puede ayudar a superar las limitaciones de nuestros propios egoísmo, pereza y limitaciones y miedo y lograr que hagamos cosas mejores, más difíciles de lo que podemos lograr que hagamos por nosotros mismos” (p. 237).

El artículo que le da nombre al libro, “Consider the lobster”, es una cobertura del Festival de la Langosta de Maine para la revista Gourmet. Después de describir rápidamente el evento, y hablar de la historia de la langosta como comida y sobre cómo puede ser preparada y otras cosas menores, el ensayo se convierte rápidamente en una indagación ética: ¿está bien comer langostas, sobre todo cuando la preparación para por hervir al animal vivo? “¿Está bien hervir vivo a un animal sensible sólo por nuestro placer gustativo?” (p. 254). De ahí pasa a preguntarse por el status ético de comer cualquier carne animal, y sobre por qué él, como muchos otros, intentamos no pensar en ello. (Quizás lo mejor del artículo esté no tanto en estas consideraciones éticas sino en las consideraciones éticas respecto del turismo, que está en una nota al pie: “Ser un turista masivo, para mí, es convertirse en un americano actual: extranjero, ignorante, codicioso por algo que nunca podrás tener, decepcionado de una forma que nunca podrás admitir. Es arruinar, por la vía de la mera ontología, la misma pureza que estás ahí para experimentar. Es imponerte a vos mismo en lugares que en todas las formas menos la económica serían mejores, más reales, sin vos. Es, en colas y en embotellamientos y en transacción tras transacción, confrontar una dimensión de vos mismo que es tan inescapable como dolorosa: como turista, pasás a ser económicamente significativo, pero existencialmente despreciable, un insecto sobre una cosa muerta” (p. 445).

Finalmente, “Joseph Frank’s Dostoevsky” es una reseña de la biografía de uno sobre el otro, y una defensa a ultranza tanto del escritor como de su biógrafo. “Lo principal, acá, es que Dostoievski escribió ficción sobre las cosas que realmente importan. Escribió ficción sobre la identidad, el valor moral, la muerte, la convicción, el amor sexual vs. el espiritual, la avaricia, la libertad, la obsesión, la razón, la fe, el suicidio. Y lo hizo sin jamás reducir a sus personajes a meros portavoces o a sus libros a tratados. Su preocupación fue siempre qué es ser un humano –esto es, cómo ser una persona de verdad, alguien cuya vida esté informada por valores y principios, en lugar de sólo un animal que se auto preserva de una manera especialmente astuta” (p. 274). El biógrafo rescata esto, contra las modas de la crítica literaria, y eso que destaca es, según DFW, contrario a lo que hacen los escritores actuales, quienes nos ayudan a poner “una distancia irónica de las convicciones o de las preguntas desesperadas”, por lo que sólo “hacen chistes sobre ellas o si no tratan de trabajar con ellas de manera escondida” (p. 279).

Estoy seguramente diciendo algo que resulta una obviedad para cualquiera que haya leído a DFW, pero en cada artículo, y en general, quedé siempre con la impresión de estar frente a un pensador imprescindible; inteligente, agudo, gran escritor, pero involucrado éticamente como ser humano en los temas que trataba. Anticipo que no será el último libro suyo que lea.

 

Originales de las citas

“But young adults of the nineties—many of whom are, of course, the children of all the impassioned infidelities and divorces Updike wrote about so beautifully, and who got to watch all this brave new individualism and sexual freedom deteriorate into the joyless and anomic self-indulgence of the Me Generation—today’s subforties have very different horrors, prominent among which are anomie and solipsism and a peculiarly American loneliness: the prospect of dying without even once having loved something more than yourself.” (p. 53).

“It’s not that students don’t “get” Kafka’s humor but that we’ve taught them to see humor as something you get—the same way we’ve taught them that a self is something you just have. No wonder they cannot appreciate the really central Kafka joke: that the horrific struggle to establish a human self results in a self whose humanity is inseparable from that horrific struggle. That our endless and impossible journey toward home is in fact our home.” (p. 63).

“The book’s spirit marries rigor and humility in such a way as to let Garner be extremely prescriptive without any appearance of evangelism or elitist put-down” (p. 78).

“I’m not trying to suggest here that an effective SWE pedagogy would require teachers to wear sunglasses and call students Dude. What I am suggesting is that the rhetorical situation of a US English class—a class composed wholly of young people whose Group identity is rooted in defiance of Adult Establishment values, plus also composed partly of minorities whose primary dialects are different from SWE—requires the teacher to come up with overt, honest, and compelling arguments for why SWE is a dialect worth learning. These arguments are hard to make. Hard not intellectually but emotionally, politically. Because they are baldly elitist.” (p. 104).

“this breathtakingly insipid autobiography can maybe help us understand both the seduction and the disappointment that seem to be built into the mass-market sports memoir.” (p. 144).

“It may well be that we spectators, who are not divinely gifted as athletes, are the only ones able truly to see, articulate, and animate the experience of the gift we are denied. And that those who receive and act out the gift of athletic genius must, perforce, be blind and dumb about it—and not because blindness and dumbness are the price of the gift, but because they are its essence.” (p. 158).

“Is it all right to boil a sentient creature alive just for our gustatory pleasure?” (p. 254).

“To be a mass tourist, for me, is to become a pure late-date American: alien, ignorant, greedy for something you cannot ever have, disappointed in a way you can never admit. It is to spoil, by way of sheer ontology, the very unspoiledness you are there to experience. It is to impose yourself on places that in all non-economic ways would be better, realer, without you. It is, in lines and gridlock and transaction after transaction, to confront a dimension of yourself that is as inescapable as it is painful: As a tourist, you become economically significant but existentially loathsome, an insect on a dead thing.” (p. 445).

“The thrust here is that Dostoevsky wrote fiction about the stuff that’s really important. He wrote fiction about identity, moral value, death, will, sexual vs. spiritual love, greed, freedom, obsession, reason, faith, suicide. And he did it without ever reducing his characters to mouthpieces or his books to tracts. His concern was always what it is to be a human being—that is, how to be an actual person, someone whose life is informed by values and principles, instead of just an especially shrewd kind of selfpreserving animal.” (p. 274)

“Frank’s bio prompts us to ask ourselves why we seem to require of our art an ironic distance from deep convictions or desperate questions, so that contemporary writers have to either make jokes of them or else try to work them in under cover” (p. 279).

lunes, 20 de enero de 2025

La distopía en la que vivimos


Volví a leer, después de mucho tiempo, a Philip Roth (genio; en este blog escribimos algo cuando murió, y después de ello algo sobre I Married a Communist). Para The Plot Against America, Roth imagina un mundo en el que, en 1940, en vez de elegir a Roosevelt por tercera vez, Estados Unidos elige a un candidato favorable al fascismo y con políticas crecientemente antisemitas. No era una opción tirada de los pelos; en Estados Unidos, como en Inglaterra y en prácticamente toda Europa Occidental, y en Argentina, claro, en los años treinta y cuarenta hubo partidos o movimientos fascistas relativamente fuertes.

Leída en 2024-2025, esta novela puesta sobre ese mundo paralelo parece de una tremenda actualidad. La elección de un outsider –Roth usa como presidente a Charles Lindbergh, el famoso aviador– se ve en la novela de forma muy parecida a la elección de Donald Trump. Algo que parece imposible por quién es el personaje y porque encarna en tantos sentidos algo contrario a los valores republicanos y liberales sobre los que se creó Estados Unidos. “Aunque la mañana después de la elección prevalecía la incredulidad, sobre todo entre los encuestadores, un día más tarde todo el mundo parecía entender todo, y los comentaristas radiales y los columnistas hacían que pareciera que la derrota de Roosevelt había estado predestinada” (p. 53).

Al mismo tiempo, leído en un mundo post 7 de octubre de 2023, The Plot Against America es tremendamente actual en lo que hace a la situación de los judíos en el mundo. Como decía, sobre ese mundo distópico, Roth despliega una novela, que es una típica novela suya, la historia de una familia judía de clase trabajadora de Newark, pero en este caso en un Estados Unidos cada vez más hostil para los judíos. El tema principal del libro es ese: más allá de que es la vida de una familia, y de que el joven Philip Roth que narra descubre cosas sobre su padre, su madre, su hermano y sobre él mismo, el punto principal es que descubre que ser judío es algo distinto, que hay una identidad judía diferente de su identidad americana y de su identidad de clase. Al comienzo del libro entiende que “Era el trabajo lo que identificaba y distinguía a nuestros vecinos, mucho más que la religión” (p. 3). Hacia el final, en cambio, “Que fueran judíos tampoco era un contratiempo o una desgracia o un logro del que estar ‘orgulloso’. Lo que eran era aquello de lo que no podían desembarazarse –de lo que no podían siquiera comenzar a querer desembarazarse–. Su ser judíos salía de su ser ellos mismos, igual que su ser americanos. Era como era, en la naturaleza de las cosas, tan fundamental como tener arterias y venas, y nunca manifestaban ni el menor deseo de cambiar o de negarlo, más allá de las consecuencias” (p. 220). Y más cerca del final la madre le dice al joven Philio: “’Bueno, te guste o no, Lindbergh nos está enseñando qué es ser judíos’. Luego agregó, ‘Nosotros sólo pensamos que somos americanos’” (p. 255).

Me recuerda, por supuesto, a un senador a quien tuve que votar como candidato a vicepresidente distinguiendo en el Senado de la Nación a“argentinos-argentinos” de “argentinos-judíos”. Pero sobre todo me hace pensar en todos mis amigos judíos que pasaron a sentirse tanto menos seguros en los días y meses después del 7 de octubre. La república y la libertad de vivir la vida como a uno le plazca, con su religión o preferencias, pende siempre de un hilo. Y el gran valor de esta novela, más allá de grandes momentos estéticos, es que nos lo recuerda.

 

Originales de las citas usadas 

"Though on the morning after the election disbelief prevailed, especially among the pollsters, by the day after that everybody seemed to understand everything, and the radio commentators and the news columnists made it sound as if Roosevelt’s defeat had been preordained" (p. 53).

"It was work that identified and distinguished our neighbors for me far more than religion" (p. 3).

Neither was their being Jews a mishap or a misfortune or an achievement to be “proud” of. What they were was what they couldn’t get rid of—what they couldn’t even begin to want to get rid of. Their being Jews issued from their being themselves, as did their being American. It was as it was, in the nature of things, as fundamental as having arteries and veins, and they never manifested the slightest desire to change it or deny it, regardless of the consequences" (p. 220).

“Well, like it or not, Lindbergh is teaching us what it is to be Jews.” Then she added, “We only think we’re Americans” (p. 255).