lunes, 25 de agosto de 2025

Una novela de los noventa


 

Leí El Plan Limón, de mi amigo Claudio Weissfeld, una novela rápida y divertida que es quizás tanto sobre su personaje principal, Darío Miller, como sobre la Buenos Aires de los años noventa en la que se desarrolla.

Sin ir más lejos, la primera escena ocurre en un Blockbuster, donde la novia le dice a Darío que ella se encarga de agarrar un pote de helado Haggen Dazs sabor caramel. Por la ventana, Darío cree ver que pasa caminando su viejo psicoanalista, Fainstein. Quizás esa aparición, real o imaginada, es lo que le despierta una crisis en el peor momento (además de la necesidad de volver a ver al durísimo psicoanalista). Se terminan los noventa y, en medio de la recesión previa a la gran crisis, con despidos por todos lados, Darío se pregunta cuándo se convirtió en un burgués; se pregunta qué pasó con el Darío de los 20, que veía cine arte, y que ahora compra helado alquilando películas pochocleras; cuándo se convirtió en funcionario gris de una empresa y casi casado con Valeria, una mina que ya no le despierta nada. Se pregunta si Valeria la burguesa o Karina, que “[m]ilitaba en el CPT, TFO, o alguna otra sigla de una organización de progresistas que se sacan las Reebok para visitar Ciudad Oculta los sábados a la tarde” (p. 24).

En ese contexto, comete el error, o el fallido, de estar en medio de una manifestación en contra de los despidos en su empresa: termina golpeado por la policía, despedido y enganchado con Karina, sin que ello le permita definir su camino. Como le dice a Karina: “Si estoy con Valeria, el psicólogo me acusa de burgués neo conservador. Si estoy con vos, mi viejo cree que soy un trosko. Ahora pienso en viajar a Israel y me decís terrorista. ¿Por qué no se van todos a la concha de su madre?” (p. 111).

Ese es un lugar importante: detrás de esta trama del presente está la del pasado; desde temprano nos dicen que hay algo que resolver con la madre. Y el viaje a Israel, a través del Plan Limón que organiza la comunidad de Darío, puede ser lo que resuelva tanto ese pasado como la pregunta por el futuro de Darío. Y todo alrededor de esto está, como un personaje principal, la Buenos Aires de los noventa –con sus marcas (Romanaccio, Telefunken, Pringles), sus jugadores de fútbol (Batistuta y Balbo, pero también Carrario, el Gallego González y Pobersnik), los locutorios, los call centers, los bares viejos que aún resisten–, lo que hace de El Plan Limón una novela particularmente divertida para quienes anduvimos por ahí.

lunes, 18 de agosto de 2025

lunes, 28 de julio de 2025

Niño, aldea, familia, universo


Leí The Boy from the Sea, hermosa novela de Garrett Carr (Donegal, Irlanda, 1975). La novela trata de un chico abandonado y de la familia que lo adopta, los Bonnar, pero el verdadero protagonista es el narrador, un “nosotros” que nunca se aclara, pero que es igualmente clarísimo, es la comunidad de Killybegs, un pueblo pesquero en el noreste de Irlanda, de la que se habla desde la primera línea: “Éramos gente robusta, criada mirando al Atlántico. Unos pocos miles de hombres, mujeres y niños aferrados a la costa e intentando mantenernos secos. Nuestro pueblo no era sólo un pueblo, era una lógica y un destino. Sabíamos que había lugares más agradables e indulgentes, los veíamos en la televisión, pero parecían mansos en comparación” (p. 1).

En ese pueblo o, más bien, en una de las playas del pueblo, un buen día aparece flotando medio barril con un niño adentro; había llegado “el niño del mar”. A los pocos días Ambrose, un pescador de pocas palabras, decide adoptarlo y su esposa, Christine, no puede más que aceptar. (En rigor, Ambrose tiene un vocabulario amplio, aunque limitado: “Ambrose tenía todo el lenguaje necesario para definir con precisión el significado de una nube, el carácter del mar, una actitud de la lluvia, pero para describir su propio clima emocional estaba limitado a ‘He estado mejor’, ‘He estado peor’ y ‘Vos ya sabés’.” –p. 173–. Ambrose no estaba solo: “Los vientos atlánticos nos habían sacado las palabras a los azotes hasta que aprendimos a vivir sin ellas” –p. 1–, dice el narrador colectivo).

Este narrador colectivo es un gran logro y un potencial peligro. En el fondo, se trata de un narrador omnisciente, que sabe todo lo que pasa en el pueblo, y dentro y fuera de nuestros personajes principales. El nosotros desde el que habla es en cierto sentido engañoso, porque las personas de Killybegs no podrían haber reconstruido todo esto charlando durante semanas en el pub. Puede ser el bardo del pueblo que habla por todos, pero sabe demasiado y por momentos me hizo ruido eso. En el fondo, sin embargo, no me importó: yo sé que Carr no me está diciendo que lo escribieron entre todos, que no me está engañando. Carr me está diciendo que probablemente el pueblo se podría poner de acuerdo en que las cosas pasaron más o menos así. Más importante, me está diciendo que vivían juntos, con todas sus limitaciones, que “La vida era una especie de procesión y todos marchábamos en ella juntos”. (p. 304).

Con un ritmo hermoso, pasan las estaciones y los años, y con un hermoso canto irlandés, ese narrador nos va contando la historia de ese chico, de su familia y del pueblo. Ambrose y Christine Bonnar ya tenían a Declan, de unos pocos años, y vivían muy cerca de la hermana de Christine, Phyllis, quien abnegadamente cuidaba del padre de ambas, Eunan. Una manera de ver la novela es cómo, progresivamente, el resto de la familia, y no sólo Ambrose y Christine, pasan a aceptar realmente al niño del mar, bautizado Brendan. También es la historia de la lucha de Ambrose, comenzando por la lucha por la supervivencia económica: “La falta de dinero era la última cosa en la que pensaban Ambrose y Christine antes de ir a dormir y la primera cosa que les pegaba por la mañana” (p. 163).

También se trata de su lucha como padre: “Así que esto era tener una familia: podías tener buenas intenciones, pero lastimarlos igual, tenían reacciones y sentían desilusiones que no podías predecir” (p. 68). Y así, describiendo una familia, desde una perspectiva comunitaria, se habla un poco de todas las familias. Los padres de Killybegs miraban a los Bonnar sin juzgar: “Estos padres sabían que nunca podés saber cómo va a resultar un chico, sea naturalmente tuyo o no. Habían aprendido, fundamentalmente, que todo chico viene del mar, desembarca en los tobillos de sus padres, brazos extendidos, listo para ser formado por ellos, pero con alguna disposición ya establecida, profundamente instalada y que jamás puede ser del todo conocida” (p. 98). The Boy from the Sea, así, parte de un niño para describir a una familia o todas las familias, una aldea o todas, el mundo entero.

 

Otras citas que me gustaron

“Much misery results when a person is unable to simply sit at home most evenings reasonably contented.” / “Cuando una persona es incapaz de simplemente sentarse en casa la mayoría de las noches razonablemente contento el resultado es mucha tristeza” (p. 238).

“Declan was in his apron and standing in the door to the kitchen. ‘You never get free of a place like this,’ he said. ‘If you don’t come back, it comes to find you’.” / “Declan estaba con su delantal y parado en la puerta a la cocina. ‘Nunca te liberás de un lugar como este’, dijo. ‘Si no volvés, él vuelve a encontrarte’.” (p. 322).

“New men were in touch with their feminine side, they were nurturing and sensitive. They weren’t afraid to be ‘vulnerable’, they might talk about their feelings, cry and the like. We hadn’t seen a new man in reality, they must’ve had them in England and certain parts of Dublin maybe. They weren’t our sort of thing, but you may be assured if a new man had accidentally strayed into our town he would’ve been treated with respect.” / “Los hombres nuevos estaban en contacto con sus lados femeninos, nutrían y eran sensibles. No tenían miedo de ser ‘vulnerables’, podían hablar de sus sentimientos, llorar y todo eso. No habíamos visto un hombre nuevo en la realidad, seguramente tenían de esos en Inglaterra y en ciertas partes de Dublín, quizás. No eran nuestro tipo de cosa, pero estate seguro de que si accidentalmente vagaba hacia nuestro pueblo un hombre nuevo él sería tratado con respeto”. (p. 191)

“A parent remains the parent until they die and, sadly, a child remains the child even beyond that point.” / “Un padre permanece padre hasta el día que muere y, tristemente, un niño permanece un niño aún más allá de ese punto” (p. 232).

 

Originales de las citas

“We were a hardy people, raised facing the Atlantic. A few thousand men, women and children clinging to the coast and trying to stay dry. Our town wasn’t just a town, it was a logic and a fate. We knew there were more pleasant and forgiving places, we saw them on television, but they seemed meek in comparison” (p. 1).

“Ambrose had all the language required to define precisely the meaning of a cloud, the character of a sea, an attitude of rain, but to describe his own emotional weather he was limited to ‘Been better,’ ‘Been worse’ and ‘You know yourself.’” (p. 173).

“Atlantic winds had whipped away our words until we learned to do without them” (p. 1).

“Life was a sort of procession and we all marched in it together, you had to keep up” (p. 304).

 “Want of money was the last thing Ambrose and Christine thought of before sleep and the first thing hitting them in the morning” (p. 163).

“So this was having a family: you might mean well but hurt them anyway, they had reactions and felt disappointments you couldn’t predict” (p. 68).

“These parents knew you can never tell how a child will turn out, naturally yours or not. They had learned, fundamentally, every child comes in from the sea, washes up against the ankles of their parents, arms outstretched, ready to be shaped by them but with some disposition already in place, deep-set and never quite knowable” (p. 98).

lunes, 21 de julio de 2025

La secuela

 


Terminé tan absorbido por The Handmaid’s Tale que fui directo a leer su secuela, The Testaments, que es un libro muy diferente y mucho menor.

En gran medida The Testaments es como un apéndice al libro original: además de continuar la historia, de contarnos un poco qué pasó con Offred después del final de The Handmaid’s Tale, nos explica más el mundo de Gilead, cómo era, cómo fue que se estableció esa teocracia sobre una parte de lo que era Estados Unidos y cómo fue que se fue forjando su élite. En ese sentido, por momentos suena menos como una novela que como un ensayo sobre los orígenes y el funcionamiento de Gilead, aunque hecho novela. (Aldous Huxley publicó un libro de ensayos sobre Brave New World 26 años después: Brave New World Revisited).

Por otro lado, The Testament es una novela. La novela está construida con los testimonios de tres mujeres: dos testimonios como testigos de dos mujeres jóvenes que sufrieron a Gilead, y el testimonio escrito de una de las principales autoridades femeninas del régimen. Y está muy bien construida y se lee muy bien y es notable cómo ecualiza los distintos tiempos de los tres relatos. La disfruté y la leí en muy pocos días porque no la quería dejar. Pero no es verdaderamente una novela distópica porque hay salida, porque las tres mujeres, de alguna forma, logran mantener su humanidad, su voluntad, y arriesgan todo para enfrentar el régimen. En ese sentido, un poco me desilusionó; mi sensación es que agregando explicaciones y argumento hacia adelante se desmerece un poco lo construido en la novela original, que este libro reduce en vez de aumentar.

 

Algunas citas y comentarios

“Cada una tenía un lugar en Gilead, cada una prestaba servicio en su manera y todas eran iguales en los ojos de Dios, pero algunas tenían dones que eran diferentes de los dones de otras” (p. 164) “Everyone had a place in Gilead, everyone served in her own way, and all were equal in the sight of God, but some had gifts that were different from the gifts of others”. Es casi una cita directa a Animal Farm”: todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros.

“Gilead tiene un problema desde hace mucho tiempo, querido lector: para ser el reino de Dios en la tierra, tiene una tasa de emigración vergonzosamente elevada.” (p. 112) “Gilead has a long-standing problem, my reader: for God’s kingdom on earth, it’s had an embarrassingly high emigration rate”. Es el argumento más obvio que se hacía a los países detrás de la cortina de hierro y que aún se hace a Cuba.

“Creemos que usted, con su entrenamiento privilegiado, está bien calificada para ayudarnos en mejorar la preocupante carga sobre las mujeres que ha sido causada por la sociedad decadente y corrupta que estamos aboliendo ahora” (p. 174). “We believe that you, with your privileged training, are well qualified to aid us in ameliorating the distressing lot of women that has been caused by the decadent and corrupt society we are now abolishing.” La gran ironía de los regímenes totalitarios es cuánto tienden a justificar su existencia los grupos humanos a quienes terminan por oprimir.

“Reino del terror, solían decir, pero el terror no reina, precisamente. En cambio: paraliza. Por eso el silencio no natural” (p. 277). “Reign of terror, they used to say, but terror does not exactly reign. Instead it paralyzes. Hence the unnatural quiet.” Parece sacado de Arendt.

“Obediencia, sumisión, docilidad: estas eran las virtudes requeridas” (p. 291). “Obedience, subservience, docility: these were the virtues required.”

lunes, 14 de julio de 2025

Resistir con palabras

 


Leí The Handmaid’s Tale (1985), de Margaret Atwood (de quien leímos también Life Before Man, de 1979, y Alias Grace, de 1996). Las tres son novelas que podríamos llamar feministas, pero lo son de maneras muy distintas. La primera es básicamente un triángulo amoroso, casi una novela “normal”, para decirlo de alguna manera, pero donde casi toda agencia está en las mujeres. La segunda es una reconstrucción de un crimen real cometido por una mujer, y en donde la cuestión de género está muy presente, es una historia de crimen reconstruida como novela. The Handmaid’s Tale es, finalmente, una distopía dramática en la que Estados Unidos ha desparecido para dar lugar a Gilead, una teocracia totalitaria patriarcal que le quita todo derecho a las mujeres, al punto tal de obligar a un conjunto de ellas a procrear hijos de los hombres más importantes del país (los “comandantes”).

Para mí fue imposible leer The Handmaid’s Tale (nunca la había leído antes y conscientemente no vi la serie ni la película para leer la novela antes) sin pensar en las otras grandes distopías que he leído. Y se me ocurrió hacer un taller de lectura de distopías sumando a esa Brave New World de Aldous Huxley (1932), 1984 de George Orwell (1949), Fahrenheit 451 de Ray Bradbury (1953) y The Road de Cormac McCarthy (2006). Ampliaremos. Pero lo que resalto acá como idea, quizás como hipótesis, es que las distopías comparten generalmente la idea de la deshumanización, que el individuo inserto en una distopía, ya sea un régimen totalitario como el de Orwell o el de Atwood, o un mundo en estado de naturaleza postapocalíptico como en McCarthy, va perdiendo el carácter humano.

Así, Offred se da cuenta del verdadero poder de Gilead cuando ve que está dispuesta a cualquier cosa para sobrevivir, casi como un animal: “No quiero ser una muñeca colgando de la Pared, no quiero ser un ángel sin alas. Quiero seguir viviendo, en cualquier forma. Renuncio libremente a mi cuerpo, a los usos de otros. Pueden hacer lo que quieran conmigo. Soy abyecta.

Siento, por primera vez, su verdadero poder” (p. 294). Cuando Hannah Arendt escribe sobre el totalitarismo se refiere a esto, a regímenes opresivos que buscan negar la esencia humana, incluyendo la capacidad de amar. En el régimen de Gilead no parece estar permitido amar, y eso los deja al borde de la muerte: “nadie se muere por falta de sexo. Es por falta de amor que nos morimos” (p. 109).

Mi segundo comentario es que, mientras nos oprime, la novela de Atwood no deja de darnos belleza. Me parece brillante una escena en que la Esposa le pide a Offred que la ayude con su madeja de lana, y así nos metaforiza con una imagen la opresión del régimen: “Coloca la madeja de lana sobre mis dos brazos extendidos, comienza a enrollar, estoy amarrada, parece, esposada; entelarañada, sería más cercano” (p. 209). O esta manera en que hasta lo natural parece oprimido: “La luna en el pecho de la nieve recién caída. El cielo está claro pero es difícil distinguirlo, debido a los reflectores, pero sí, en el cielo oscurecido sí flota una luna, recientemente, una luna que desea, una fina rodaja de piedra antigua, una diosa, un guiño” (p. 104).

Y el tercer comentario es sobre la historia, sobre contar la historia. En The Handmaid’s Tale (como en su continuación The Testaments, ampliaremos), quizás contar lo que se vive o se vivió, rescatar la palabra, aun con el temor de que nadie jamás lea o escuche sus palabras, es de lo último que se pueden agarrar los narradores para sobrevivir, para mantenerse humanos. La palabra como el último salvavidas en un naufragio. No es casualidad, claro, que en el nuevo régimen se prohíba a las mujeres leer y escribir:

“Si es una historia lo que estoy contando, entonces yo tengo control sobre el final. Entonces habrá un final, de la historia, y la vida real vendrá después.

No es una historia lo que estoy contando.

También es una historia lo que estoy contando, en mi cabeza, mientras sigo adelante” (p. 45). Y contar la historia es también un antídoto contra la soledad, aunque sea totalmente imaginario: “Al contarte cualquier cosa estoy por lo menos creyendo en vos, creo que estás ahí, con mi creencia en vos te hago existir. Porque te cuento esta historia mi voluntad crea tu existencia. Cuento, por lo tanto sos” (p. 275).

Al final, siempre, la literatura nos salva.


Detalle

Alguien, creo que @hernanii, decía hace poco que le divertía de la ciencia ficción la diferencia entre aquello que parecía obvio que existiría en ese futuro imaginado y no existe (por ejemplo, autos voladores) y entre lo que a nadie se le ocurrió que existiría y hoy sí existe. Pues bueno, los historiadores del año 2159 de “The Handmaid’s Tale” reconstruyen un aparato para escuchar cassettes del pasado, pero luego deben encargarse del “meticuloso trabajo de transcripción”. En 2025, claro, la IA te transcribe horas de audio en minutos.


Originales de las citas 

“I don’t want to be a doll hung up on the Wall, I don’t want to be a wingless angel. I want to keep on living, in any form. I resign my body freely, to the uses of others. They can do what they like with me. I am abject.

I feel, for the first time, their true power” (p. 294).

“nobody dies from lack of sex. It’s lack of love we die from” (p. 109).

“She fits the skein of wool over my two outstretched hands, starts winding, I am leashed, it looks like, manacled; cobwebbed, that’s closer” (p. 209).

“The moon on the breast of the new-fallen snow. The sky is clear but hard to make out, because of the searchlights, but yes, in the obscured sky a moon does float, newly, a wishing moon, a sliver of ancient rock, a goddess, a wink” (p. 104).

“If it’s a story I’m telling, then I have control over the ending. Then there will be an ending, to the story, and real life will come after.

It isn’t a story I’m telling.

It’s also a story I’m telling, in my head, as I go along” (p. 45).

“By telling you anything at all I’m at least believing in you, I believe you’re there, I believe you into being, Because I’m telling you this story I will your existence. I tell, therefore you are” (p. 275).