Leí The Boy from the Sea, hermosa novela de Garrett Carr (Donegal, Irlanda, 1975). La novela trata de un chico abandonado y de la familia que lo adopta, los Bonnar, pero el verdadero protagonista es el narrador, un “nosotros” que nunca se aclara, pero que es igualmente clarísimo, es la comunidad de Killybegs, un pueblo pesquero en el noreste de Irlanda, de la que se habla desde la primera línea: “Éramos gente robusta, criada mirando al Atlántico. Unos pocos miles de hombres, mujeres y niños aferrados a la costa e intentando mantenernos secos. Nuestro pueblo no era sólo un pueblo, era una lógica y un destino. Sabíamos que había lugares más agradables e indulgentes, los veíamos en la televisión, pero parecían mansos en comparación” (p. 1).
En ese pueblo o, más bien, en una de las playas
del pueblo, un buen día aparece flotando medio barril con un niño adentro;
había llegado “el niño del mar”. A los pocos días Ambrose, un pescador de pocas
palabras, decide adoptarlo y su esposa, Christine, no puede más que aceptar. (En
rigor, Ambrose tiene un vocabulario amplio, aunque limitado: “Ambrose tenía
todo el lenguaje necesario para definir con precisión el significado de una nube,
el carácter del mar, una actitud de la lluvia, pero para describir su propio
clima emocional estaba limitado a ‘He estado mejor’, ‘He estado peor’ y ‘Vos ya
sabés’.” –p. 173–. Ambrose no estaba solo: “Los vientos atlánticos nos habían
sacado las palabras a los azotes hasta que aprendimos a vivir sin ellas” –p. 1–,
dice el narrador colectivo).
Este narrador colectivo es un gran logro y
un potencial peligro. En el fondo, se trata de un narrador omnisciente, que
sabe todo lo que pasa en el pueblo, y dentro y fuera de nuestros personajes principales.
El nosotros desde el que habla es en cierto sentido engañoso, porque las
personas de Killybegs no podrían haber reconstruido todo esto charlando durante
semanas en el pub. Puede ser el bardo del pueblo que habla por todos, pero sabe
demasiado y por momentos me hizo ruido eso. En el fondo, sin embargo, no me
importó: yo sé que Carr no me está diciendo que lo escribieron entre todos, que
no me está engañando. Carr me está diciendo que probablemente el pueblo se
podría poner de acuerdo en que las cosas pasaron más o menos así. Más importante,
me está diciendo que vivían juntos, con todas sus limitaciones, que “La vida
era una especie de procesión y todos marchábamos en ella juntos”. (p. 304).
Con un ritmo hermoso, pasan las estaciones y
los años, y con un hermoso canto irlandés, ese narrador nos va contando la
historia de ese chico, de su familia y del pueblo. Ambrose y Christine Bonnar ya
tenían a Declan, de unos pocos años, y vivían muy cerca de la hermana de Christine,
Phyllis, quien abnegadamente cuidaba del padre de ambas, Eunan. Una manera de
ver la novela es cómo, progresivamente, el resto de la familia, y no sólo
Ambrose y Christine, pasan a aceptar realmente al niño del mar, bautizado
Brendan. También es la historia de la lucha de Ambrose, comenzando por la lucha
por la supervivencia económica: “La falta de dinero era la última cosa en la que
pensaban Ambrose y Christine antes de ir a dormir y la primera cosa que les
pegaba por la mañana” (p. 163).
También se trata de su lucha como padre: “Así
que esto era tener una familia: podías tener buenas intenciones, pero
lastimarlos igual, tenían reacciones y sentían desilusiones que no podías predecir”
(p. 68). Y así, describiendo una familia, desde una perspectiva comunitaria, se
habla un poco de todas las familias. Los padres de Killybegs miraban a los Bonnar
sin juzgar: “Estos padres sabían que nunca podés saber cómo va a resultar un
chico, sea naturalmente tuyo o no. Habían aprendido, fundamentalmente, que todo
chico viene del mar, desembarca en los tobillos de sus padres, brazos
extendidos, listo para ser formado por ellos, pero con alguna disposición ya establecida,
profundamente instalada y que jamás puede ser del todo conocida” (p. 98). The
Boy from the Sea, así, parte de un niño para describir a una familia o
todas las familias, una aldea o todas, el mundo entero.
Otras citas que me gustaron
“Much misery results
when a person is unable to simply sit at home most evenings reasonably
contented.” / “Cuando una persona es incapaz de
simplemente sentarse en casa la mayoría de las noches razonablemente contento
el resultado es mucha tristeza” (p. 238).
“Declan was in his
apron and standing in the door to the kitchen. ‘You never get free of a place
like this,’ he said. ‘If you don’t come back, it comes to find you’.” / “Declan estaba con su delantal y parado en la puerta a la cocina. ‘Nunca
te liberás de un lugar como este’, dijo. ‘Si no volvés, él vuelve a encontrarte’.”
(p. 322).
“New men were in touch
with their feminine side, they were nurturing and sensitive. They weren’t afraid
to be ‘vulnerable’, they might talk about their feelings, cry and the like. We
hadn’t seen a new man in reality, they must’ve had them in England and
certain parts of Dublin maybe. They weren’t our sort of thing, but you may
be assured if a new man had accidentally strayed into our town he would’ve
been treated with respect.” / “Los hombres nuevos
estaban en contacto con sus lados femeninos, nutrían y eran sensibles. No
tenían miedo de ser ‘vulnerables’, podían hablar de sus sentimientos, llorar y
todo eso. No habíamos visto un hombre nuevo en la realidad, seguramente tenían
de esos en Inglaterra y en ciertas partes de Dublín, quizás. No eran nuestro
tipo de cosa, pero estate seguro de que si accidentalmente vagaba hacia nuestro
pueblo un hombre nuevo él sería tratado con respeto”. (p. 191)
“A parent remains the
parent until they die and, sadly, a child remains the child even beyond that
point.” / “Un padre permanece padre hasta el día que
muere y, tristemente, un niño permanece un niño aún más allá de ese punto” (p.
232).
Originales de las
citas
“We were a hardy
people, raised facing the Atlantic. A few thousand men, women and children
clinging to the coast and trying to stay dry. Our town wasn’t just a town,
it was a logic and a fate. We knew there were more pleasant and forgiving
places, we saw them on television, but they seemed meek in comparison” (p.
1).
“Ambrose had all the
language required to define precisely the meaning of a cloud, the character of
a sea, an attitude of rain, but to describe his own emotional weather he
was limited to ‘Been better,’ ‘Been worse’ and ‘You know yourself.’” (p.
173).
“Atlantic winds had
whipped away our words until we learned to do without them” (p. 1).
“Life was a sort of
procession and we all marched in it together, you had to keep up” (p. 304).
“Want of money was the last thing Ambrose and
Christine thought of before sleep and the first thing hitting them in the
morning” (p. 163).
“So this was having a
family: you might mean well but hurt them anyway, they had reactions and
felt disappointments you couldn’t predict” (p. 68).
“These parents knew
you can never tell how a child will turn out, naturally yours or not. They
had learned, fundamentally, every child comes in from the sea, washes up
against the ankles of their parents, arms outstretched, ready to be shaped
by them but with some disposition already in place, deep-set and never
quite knowable” (p. 98).
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