Leí Más
liviano que el aire, de Federico Jeanmaire, novela con un planteo muy
interesante: un chico de 14 años intenta asaltar en la calle a una solitaria señora
de noventa y tres, “de noventa y tres años, para noventa y cuatro”, como repite
luego a lo largo del libro; la obliga a entrar a su departamento para robarle,
pero la señora con un ardid logra encerrar al chico en el baño y, desde
entonces aprovecha eso para tener compañía y contarle al chico lo que quería
contar, la historia de su madre.
El planteo
es muy divertido y la organización es interesante: toda la novela está
construida únicamente con el discurso de la señora, sin las respuestas del
chico, ni descripciones, ni acciones, sólo el discurso de la señora. Y en el
proceso, en verdad, nos cuentan la historia y las virtudes y defectos de esta
señora, de nombre Rafaela y apodada Lita por el chico, Santi.
A lo largo de todo este discurso, que dura día, el lector bascula; por momentos empatiza con la señora, que ha tenido una vida de soledad (“A mí no me importa, le digo la verdad, estoy muy sola. Todo el santo día, sola. Todos los días de toda la vida, sola”– p. 13); y por momentos nos sentimos rechazados por todos sus prejuicios de clase: “Es un desastre cómo está este país, muchacho. La verdad. Todos gauchos: cada uno monta sobre su caballo, se cubre un poco los hombros con el poncho que tiene más a mano y ya está, allá va, a lo que sea, a lo que se le ocurra, a lo que se le antoje. No se respeta ningún alambrado, en este país. Nada” (p. 53). A veces Lita nos da pena, aparece como una niña de noventa y tres (para noventa y cuatro), a veces nos parece una feminista de avanzada, defendiendo a su madre que quería volar, a veces totalmente anacrónica, y todo eso lo logra muy bien Jeanmarie solamente mostrándonos una parte de un diálogo, un logro no menor.
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