miércoles, 7 de octubre de 2015

Enfrascados

Fabián Casas, Titanes del Coco, Emecé, 2015

Me dejó con ganas Titanes del Coco, la novela de Fabián Casas, pero quizás porque no la leía como debía leerla.
Casas nos da un indicio de cómo leerla bien al principio de la novela: "Los tranquilizantes tienen mala prensa. Pero qué sería del mundo sin ellos. Cuántos penales errados sin ellos, cuánto dolor fuera de control sin ellos. Alguien tendría que escribirle un poema a los tranquilizantes." (p. 22) La novela quizás es menos una novela que eso, un poema a los tranquilizantes. Un poema coral y complejo sobre los titanes del coco, sobre todas esas personas, todos nosotros, que andan preguntándose, que andamos preguntándonos, quemándonos el coco por cosas: hay "una enfermedad que suele asolar las redacciones: la maquinola del diálogo interno que no para nunca. (...) dale que dale, erosionando el cerebro y la vida" (p. 30); hay un "psicólogo rubio" (p. 37), el whisky, que a veces reemplaza a los tranquilizantes; se descubre que la "tranquilidad (...) casi metafísica que demostraba Aluzino en medio de los cierres estrepitosos se debía a las cajas de Rivo y no una supuesta trascendencia espiritual" (p. 83) y otro personaje "Se hizo un catador de tranquilizantes. Conocía todos, sabía cómo combinarlos con ciertas bebidas. Los disfrutaba." (p. 194)
La novela comienza en la redacción de un diario al borde de grandes cambios (que no se terminan de cerrar en el relato), sigue con una investigación sobre una secta en un secundario (que tampoco termina de cerrar) y termina con un viaje ridículo. Pero si es un poema y no una novela, todo vale. Y si los tranquilizantes valen es porque hay algo previo: en una redacción, hay secciones que te destruyen ("Información General es un lugar que te quema el coco" - p. 85) pero fuera de una redacción también. "Aun hasta las personas decididas, con un nombre y una reputación que funciona, saben que todo está atado con hilos de coser. Que nuestros grandes momentos están pegados con cinta scotch." (p. 143) El terror, los ataques de pánico, vienen del coco: "el terror no viene del espacio exterior, el terror está construido con la materia de nuestra carne, está hecho de nosotros." (p. 27) Todo esto cierra sin cerrar en un capítulo hacia el final, titulado "Teoría del enfrascamiento", un capítulo de siete páginas en un sólo párrafo, que pasa de primera persona a tercera, de un narrador a otro, de vuelta a tercera y donde se pregunta "¿Qué sabemos en realidad de los demás?" (p. 199) "¿Por qué tenemos amigos? ¿Qué es lo que hace que una vida funcione y avance?" (p. 200)
La novela funciona y avanza, sin que uno sepa demasiado por qué. El libro se lee muy bien. La prosa se desliza, pasás de capítulo a capítulo a veces sin entender del todo pero sin que cueste. Cada capítulo tiene lo suyo, personajes que se despliegan en cinco páginas quizás para no volver más. Como no podía ser de otra manera, las referencias culturales de Casas despiertan ternura (me acuerdo del auto de Meteoro, por ejemplo) y no puede dejar de traer a Boedo (y a algún personaje de Los Lemmings también); dice un personaje y dice Casas en referencia a los amigos de Boedo: "Yo pensaba que me había alejado de ellos, pero ellos siempre volvían." (p. 165) Vuelven como las voces de nuestras cabecitas, que nos horadan la existencia, y contra lo cual recurrimos a los tranquilizantes, al whisky, a la literatura, cada uno a lo que puede.

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