El 30 de diciembre
de 2003, mientras él y su mujer Joan Didion se preparaban para comer, John
Dunne tuvo un infarto masivo y murió. Desde hacía unas semanas, la pareja de
escritores acompañaba a su única hija Quintana en terapia intensiva. En las
próximas semanas y meses, Quintana tuvo mejorías y recaídas y estuvo al borde
de la muerte. Didion enfrentó así al mismo tiempo la enfermedad de su
hija recién casada y la muerte de su marido, con quien habían estado juntos
cuarenta años.
The
Year of Magical Thinking
es su “intento por darle sentido al período que siguió; semanas y después meses
que echaron al viento todas las ideas fijas que había tenido acerca de la
muerte, la enfermedad, la probabilidad y la buena y la mala suerte, sobre el
matrimonio y los hijos y la memoria, sobre el dolor, acerca de las maneras en
las que las personas se enfrentan y no se enfrentan con el hecho de que la vida
termina, sobre la superficialidad de la salud mental, sobre la vida misma.” (p.
7)
Lo que sobresale en
estas reflexiones es, primero, que todo puede cambiar en un instante. Las
primeras palabras del libro, las primeras palabras que escribe Didion después de
lo ocurrido, y a las que vuelve una y otra vez en el libro, son: “La vida
cambia rápido. La vida cambia en el instante. Te sentás a comer y tu vida tal
como la conocés termina. La cuestión de la autocompasión.” (p. 3) Didion trae
esto una y otra vez, como cuando escucha a un grupo de obreros discutir sobre
el accidente que sufrió el compañero al que visitan en terapia intensiva, en la
cama al lado de la de su hija: “Todo va como de costumbre y de pronto todo se
va al carajo.” (p. 126) Ligado con esto está la cuestión del control; más bien,
de lo poco que controlamos a pesar de que intentamos convencernos de lo
contrario. El proceso de duelo es en parte perder la “creencia medular en mi
capacidad de controlar eventos” (p. 98) “Me doy cuenta de lo abiertos que
estamos al mensaje persistente de que podemos evitar la muerte. (…) nada de lo
que él y yo hicimos o dejamos de hacer ni causó ni pudo haber evitado su
muerte.” (p. 206)
Otro de los temas
discutidos es la auto-compasión. Didion nos muestra que en algún momento la
muerte se desnaturalizó y junto con eso el proceso de hacer un duelo perdió su
lugar. Ahora se supone que debemos ser fuertes, y la auto-compasión es vista negativamente:
“La autocompasión es a la vez la más común y la más universalmente despreciada de
nuestras fallas de carácter.” (p. 192) Esta cuestión en sí misma merecería un ensayo,
y si no es discutida del todo es porque el libro no deja de ser esa otra cosa,
el intento de que todo esto tenga sentido.
El duelo sume a
Didion en el sinsentido. Puede aceptar que le hagan una autopsia a su marido
pero no que le escriban un obituario en el NewYork Times porque eso sí significaría decretarlo muerto. Durante meses
Didion se rehúsa a regalar sus zapatos porque sigue creyendo que su regreso es
posible. Es un año de pensamiento mágico, de pérdida de la racionalidad: “El
poder del dolor para trastornar a la mente ha sido de hecho notado
exhaustivamente.” (p. 34) Y, al final del día, escribir es una de las pocas
maneras de hacer que vuelva el sentido: “¿Acaso sólo soñando o escribiendo
podía llegar a descubrir qué era lo que yo pensaba?” (p. 162)
Así que Didion, la
escritora, novelista, guionista y periodista literaria, la viuda del
escritor, escribe. Y lo hace maravillosamente. Tanto que a este lector se le
llenaron los ojos de lágrimas en uno u otro servicio de transporte público
porteño en al menos tres ocasiones. No sólo porque “Somos seres mortales imperfectos,
conscientes de esa mortalidad incluso mientras la alejamos de nosotros,
fallidos por nuestra propia complicación, programados de manera tal que cuando
hacemos un duelo por nuestras pérdidas también lo hacemos, para bien o para
mal, por nosotros mismos. Como fuimos. Como ya no somos. Como algún día no
seremos más.” (p. 198) sino también porque todo esto lo dice con un nivel de
candidez y de verdad, con una elegancia y una sensibilidad sencillamente abrumadores.
Originales de las
citas
“This is my attempt to make sense of the period that followed,
weeks and then months that cut loose any fixed idea I had ever had about death,
about illness, about probability and luck, about good fortune and bad, about
marriage and children and memory, about grief, about the ways which people do
and do not deal with the fact that life ends, about the shallowness of sanity,
about life itself.” (p. 7)
“Life changes fast. Life changes in the instant. You
sit down to dinner and life as you know it ends. The question of self-pity.” (p.
3)
“Everything’s going along as usual and then all shit
breaks loose”. (p. 126)
“I had myself for most of my life shared the same core
belief in my ability to control events.” (p. 98)
“I realize how open we are to the persistent message
that we can avert death. (…) nothing he or I had done or not done had either
caused or could have prevented his death.” (p. 206)
“Self-pity remains both the most common and the most
universally reviled of our character defects”. (p. 192)
“The power of grief to derange the mind has in fact
been exhaustively noted.” (p. 34)
“Was it only by dreaming or writing that I could find
out what I thought?” (p. 162)
“We are imperfect mortal beings, aware of that
mortality even as we push it away, failed by our very complication, so wired
that when we mourn our losses we also mourn, for better or for worse,
ourselves. As we were. As we are no longer. As we will one day not be at all.” (p.
198)
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