Purity, de Jonathan Franzen, es una
novela sobre la culpa. Todos los personajes de la novela están acosados por la
culpa, incluso el personaje que le da nombre a la novela y que está tan libre
de culpa que necesita que alguien le diga, le grite prácticamente, “no le debés nada a esta gente.” (p. 572)
Como en The Corrections y en Freedom, Franzen hace una novela conceptual y a la
vez extremadamente legible. Salvo en una parte, en la que no soportaba más a un
personaje, las 600 páginas se me volaron; y aún en esos peores momentos no se
me ocurrió dejar de leerlo porque quería más. En eso, Franzen es un genio.
Durante 600 páginas te va desgranando el concepto de culpa (y de pureza) en
cada personaje hasta que, como quien no quiere la cosa, te deja el corazón del
concepto: “la culpa debe ser la más monstruosa de las cantidades humanas,
porque lo que hice para aliviar la culpa (…) fue precisamente aquello que más
tarde me haría sentir más culpa.” (p. 434) Lo más monstruoso de esa cantidad es
que no tiene una correlación real con los actos de los personajes: todos
sienten culpa, los más y los menos puros.
Como en todas las
novelas de Franzen, casi da bronca la (aparente) facilidad con la que construye
las historias de sus personajes, yendo una y hasta dos generaciones atrás. En
cierto sentido, como con la culpa, ningún personaje se escapa de esa historia
familiar. Todos parecen atrapados por su niñez y sus familias de origen: “Era
fácil culpar a la madre. (…) Un accidente en el desarrollo cerebral cargaba los
dados en contra de los niños: la madre tenía tres o cuatro años para joder con
tu cabeza antes de que el hipocampo comenzara a registrar memorias
perdurables.” (p. 108) De hecho, la gran pregunta es si nuestra protagonista
logra “que le vaya mejor que a sus padres” (p. 598); ella misma lo duda hasta
el final, aunque yo creo que la respuesta es bastante clara.
Como decía, por
momentos Franzen me parece un genio por esta capacidad de engendrar historias
de historias y personajes y situaciones. En otros momentos siento que me cuenta
de más y que sobre-psicologiza; también, a veces, la historia puede resultar un
poco improbable. Además, por momentos me pareció repetido el formato, tan
similar al de las otras dos novelas: la historia larga y desgranada de las
familias; los leitmotifs (correcciones, libertad, culpa); las contraposiciones
de personajes (acá Tom y Andreas, Anabel y Katya); incluso la existencia dentro
de la novela de textos escritos por los propios personajes. Pero por todo lo
que te pueda molestar eso, nada quita que la novela se lee muy bien y que tiene
maravillas como estas:
- “había una nueva mirada en sus ojos, la mirada imposible de
ocultar y de fingir de una mujer realmente enamorada. No es algo que un hombre
vea todos los días.” (p. 400)
- “¿Puede imaginarse un objeto manufacturado más
perfecto que una pelota de tenis? Peludito y esférico, apretable y rebotador,
sus costuras de lenguas emparejadas, su pique al impactar un pock con el más
placentero de los registros. Los perros sabían cuando tenían algo bueno, los
perros amaban las pelotas de tenis y ella también.” (p. 558)
- “No me hables de
odio si nunca te casaste.” (p. 462)
Franzen es un genio,
un monstruo como la culpa que se agolpa en montañas y sepulta a todos sus
personajes.
Originales de las citas
“try to keep one thought in mind: you don’t
owe these people anything.” (p. 572)
“guilt must be the most monstrous of human
quantities, because what I did to relieve my guilt then (...) was precisely the thing I felt guiltier about later”. (p. 434)
“It was easy to blame the mother. (…) An accident of brain development stacked
the deck against children: the mother had three or four years to fuck with your
head before your hippocampus began recording lasting memories.” (p. 108)
“It had to be
possible to do better than her parents, but she wasn’t sure she would.” (p. 598)
“there was a
new look in her eyes, the unconcealable and unfakable look of a woman seriously
in love. It’s not something a man sees every day.” (p. 400)
“Could a more perfect manufactured object than a
tennis ball be imagined? Fuzzy and spherical, squeezable and bouncy, its
stitchings a pair of matching tongues, its bounce on impact a pock in the most
pleasing of registers. Dogs knew a good thing, dogs loved tennis balls, and so
did she.” (p. 558)
“Don’t talk to me about hatred if you haven’t been
married.” (p. 462)
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