Leí El Romance de la Negra Rubia,
de Gabriela Cabezón Cámara, y aunque es un libro que normalmente no hubiera
leído, hay mucho que me gustó ahí.
Tras un fin de semana de droga y alcohol en un predio ocupado, la Negra,
una poeta, reacciona frente al desalojo policial prendiéndose fuego. A partir
de eso (“el sacrificio fundante” – p. 32) se convierte en la santa y líder de
un movimiento de ocupación de tierras / vivienda / artístico que llega a su
cénit cuando la propia Negra es expuesta en la Bienal de Venecia como parte de
una instalación sobre estas luchas populares.
Hay en la Negra Rubia una
reflexión sobre la santidad y el martirio. En unas “Notas sobre el sacrificio”,
dice que “no importa el deseo: hemos de considerar santos a todos los que
muriendo nos reportaron ganancias.” (p. 74) Los mártires son útiles para los
movimientos sobre todo en esta era de la información: “las cámaras, carroñeras
y caranchas” (p. 19) van directo hacia ellos y ahí se genera poder. El mundo
militante es defendido pero no sin cierta ironía: “Levantaba una villa y
ubicaba a la gente en casas buenas y enseguida me brotaban como gremlins en el
agua unas diez más.” (p. 63)
Después de leer a Hornby protestar contra la literatura sobre la
literatura, me molestó un poco la vuelta literaria del libro. En el epílogo, la
Negra dice: “desde acá mismo, me relato mi vida porque creo que es un libro.
Porque siempre quise escribir uno y ha de ser que soy una de esas personas que
no pueden separar arte de vida y la vida me quedó así, medio barroca”. (p. 68)
Y antes: “cualquier perspectiva es un lugar conseguido, yo no creo que haya un
lugar totalmente regalado: se llega a la perspectiva, lo que organiza el
relato, y si se puede contar es que algo de bueno habrá ahí donde estás parado
y si se quiere contar es que algo se está buscando.” (p. 29) Como lector, me
pregunto si necesito eso para que me hable este personaje, si al final de cuentas
no le quita fuerza a su testimonio.
Decía que es un libro que normalmente no leería. Cuando leí la primera
oración me molestó, me pareció innecesariamente compleja y literaria, y si la
hubiera leído en la librería quizás no lo compraba. Pero al mismo tiempo, es
justamente en el manejo del lenguaje, en la poesía y a veces en la exageración
donde encontré el placer de leer este libro. Hay algo en los ritmos, en el
arrebato pero al mismo tiempo el cuidado, que crea sonidos únicos: “Mi Elena,
la dorada la firme la poderosa, la diosa recia de uñas cortas, mi yegua mi
belleza, mi agua mi carne mi ternura, mi Elena mi amor mi vida mi aliento, mi
mujer mi marido mi toro mi doncella, mi hermana mi amante estaba enferma.” (p.
54)
A veces es
bueno leer cosas que normalmente no leeríamos.
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