Leí Salvatierra, de
Pedro Mairal, que más que un libro es un río: por su fluidez y continuidad, por
ser a la vez una unidad y algo creado por diversas vertientes.
Salvatierra relata
los esfuerzos de dos hombres por poner en valor la obra de su padre, que es lo
mismo que la vida del padre. Juan Salvatierra, un humilde y mudo empleado de
correos de un pequeño pueblo de Entre Ríos, había pintado su vida durante sesenta
años en un lienzo interminable al que Mairal se refiere una y otra vez en
términos que lo asimilan a un río. Son rollos y rollos de lienzo, en orden
cronológico y con perfecta fluidez entre uno y otro, en los que Salvatierra
narraba su propia vida: “Yo creo que él concebía su tela como algo demasiado
personal, como un diario íntimo, como una autobiografía ilustrada. Quizá debido
a su mudez, Salvatierra necesitaba narrarse a sí mismo. Contarse su propia
experiencia en un mural continuo. Estaba contento con pintar su vida; no
necesitaba mostrarla. Vivir su vida era, para él, pintarla.” (p. 28) Al morir
la mujer de Salvatierra, dos años después del padre, los hijos descubren en un
galpón semi abandonado “La vida entera de un hombre. Todo su tiempo ahí ovillado,
escondido.” (p. 19)
Empieza allí la
aventura de completar la unidad de la obra (porque faltaba un año entero, 1961)
y de ponerla en valor; esto es, lograr exponerla en forma completa. Y en el
relato de esta aventura, como en un río, en el que se mezclan las aguas de
cientos de arroyos, de la lluvia, de lo que los humanos tiramos allí, se van
mezclando temas que Mairal trata con la calma de un río caudaloso. Uno es el de
la unidad entre una obra, una geografía y una vida; para Salvatierra hay una
continuidad entre las tres. Así como se dice (aparentemente sin verdad) que los
esquimales tienen cuarenta palabras para la nieve, para un entrerriano como
Salvatierra (y como Mairal por adopción), todo es río. El lienzo es la vida de
Salvatierra y es su geografía y su obra: Salvatierra sería así una gran
metáfora de la literatura como biografía, como el ejercicio de narrarse a uno
mismo. Tanto que la realidad, por momentos, parece imitar al arte: “En el
camino vi uno de esos cielos que pintaba Salvatierra. (…) Muchas veces me pasa
que, al ver algo, sé cómo lo hubiera pintado él.” (p. 99)
En esta línea, en un
momento de la lectura me pareció que Mairal hablaba de César Mermet, un poeta
que nunca publicó en vida y en cuya obra Mairal y sus compañeros del taller de
Grillo Della Paolera vieron “más que una cara, el verdadero rostro de una
identidad plasmada en el papel. (…) ahí estaba el verdadero cuerpo de César
Mermet, el cuerpo inmortal, la palabra hacia la cual él se había
transustanciado.” (De Maniobras de evasión, “La poesía del hombre invisible”,
p. 96/97) Salvatierra puede leerse como un gran homenaje a Mermet; uno y otro
vivieron para el arte sin pedirle al arte nada más que ser vehículo de
expresión sobre la propia vida.
La geografía aparece
en el lienzo, pero también en pequeñas imágenes de un pueblo de provincia.
Imágenes que a mí me remitieron, por momentos, al Levrero de Dejen todo en mis manos, del interior uruguayo que es tan parecido por momentos a Entre Ríos,
como cuando una señora “se sopapeó un mosquito que tenía en el antebrazo.” (p.
90) Pero sobre todo, la geografía, el río, aparece en el tono mismo de la
prosa, en un fluir constante que es siempre el mismo y distinto, como el fluir
constante de las generaciones.
Porque Salvatierra
es también y quizás fundamentalmente un libro sobre el padre. En la revisión
del lienzo interminable los hijos descubren a su padre y a la mirada que el
padre tuvo sobre ellos. (“Me impresionó que Salvatierra pensara tanto en mí. Me
impresionó verme a través de sus ojos, porque se notaba cuánto le había dolido
que me fuera.” - p. 103) El narrador se pregunta “¿Quién había sido mi padre?”
(p. 142) y al hacerlo se pregunta por él mismo, porque “Uno ocupa esos lugares
que los padres dejan en blanco. Salvatierra ocupó ese margen alejado de las
expectativas ganaderas de mi abuelo. Se adueñó de la representación, de la
imagen. Yo me quedé con las palabras que la mudez de Salvatierra dejó de lado.”
(p. 151) Al final del día, el fluir de la historia, de padres a hijos, es la
vida misma y el arte posible, o el mismo arte y la vida posible.
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