lunes, 13 de noviembre de 2017

El fluir de la historia


Leí Salvatierra, de Pedro Mairal, que más que un libro es un río: por su fluidez y continuidad, por ser a la vez una unidad y algo creado por diversas vertientes.
Salvatierra relata los esfuerzos de dos hombres por poner en valor la obra de su padre, que es lo mismo que la vida del padre. Juan Salvatierra, un humilde y mudo empleado de correos de un pequeño pueblo de Entre Ríos, había pintado su vida durante sesenta años en un lienzo interminable al que Mairal se refiere una y otra vez en términos que lo asimilan a un río. Son rollos y rollos de lienzo, en orden cronológico y con perfecta fluidez entre uno y otro, en los que Salvatierra narraba su propia vida: “Yo creo que él concebía su tela como algo demasiado personal, como un diario íntimo, como una autobiografía ilustrada. Quizá debido a su mudez, Salvatierra necesitaba narrarse a sí mismo. Contarse su propia experiencia en un mural continuo. Estaba contento con pintar su vida; no necesitaba mostrarla. Vivir su vida era, para él, pintarla.” (p. 28) Al morir la mujer de Salvatierra, dos años después del padre, los hijos descubren en un galpón semi abandonado “La vida entera de un hombre. Todo su tiempo ahí ovillado, escondido.” (p. 19)
Empieza allí la aventura de completar la unidad de la obra (porque faltaba un año entero, 1961) y de ponerla en valor; esto es, lograr exponerla en forma completa. Y en el relato de esta aventura, como en un río, en el que se mezclan las aguas de cientos de arroyos, de la lluvia, de lo que los humanos tiramos allí, se van mezclando temas que Mairal trata con la calma de un río caudaloso. Uno es el de la unidad entre una obra, una geografía y una vida; para Salvatierra hay una continuidad entre las tres. Así como se dice (aparentemente sin verdad) que los esquimales tienen cuarenta palabras para la nieve, para un entrerriano como Salvatierra (y como Mairal por adopción), todo es río. El lienzo es la vida de Salvatierra y es su geografía y su obra: Salvatierra sería así una gran metáfora de la literatura como biografía, como el ejercicio de narrarse a uno mismo. Tanto que la realidad, por momentos, parece imitar al arte: “En el camino vi uno de esos cielos que pintaba Salvatierra. (…) Muchas veces me pasa que, al ver algo, sé cómo lo hubiera pintado él.” (p. 99)
En esta línea, en un momento de la lectura me pareció que Mairal hablaba de César Mermet, un poeta que nunca publicó en vida y en cuya obra Mairal y sus compañeros del taller de Grillo Della Paolera vieron “más que una cara, el verdadero rostro de una identidad plasmada en el papel. (…) ahí estaba el verdadero cuerpo de César Mermet, el cuerpo inmortal, la palabra hacia la cual él se había transustanciado.” (De Maniobras de evasión, “La poesía del hombre invisible”, p. 96/97) Salvatierra puede leerse como un gran homenaje a Mermet; uno y otro vivieron para el arte sin pedirle al arte nada más que ser vehículo de expresión sobre la propia vida.
La geografía aparece en el lienzo, pero también en pequeñas imágenes de un pueblo de provincia. Imágenes que a mí me remitieron, por momentos, al Levrero de Dejen todo en mis manos, del interior uruguayo que es tan parecido por momentos a Entre Ríos, como cuando una señora “se sopapeó un mosquito que tenía en el antebrazo.” (p. 90) Pero sobre todo, la geografía, el río, aparece en el tono mismo de la prosa, en un fluir constante que es siempre el mismo y distinto, como el fluir constante de las generaciones.
Porque Salvatierra es también y quizás fundamentalmente un libro sobre el padre. En la revisión del lienzo interminable los hijos descubren a su padre y a la mirada que el padre tuvo sobre ellos. (“Me impresionó que Salvatierra pensara tanto en mí. Me impresionó verme a través de sus ojos, porque se notaba cuánto le había dolido que me fuera.” - p. 103) El narrador se pregunta “¿Quién había sido mi padre?” (p. 142) y al hacerlo se pregunta por él mismo, porque “Uno ocupa esos lugares que los padres dejan en blanco. Salvatierra ocupó ese margen alejado de las expectativas ganaderas de mi abuelo. Se adueñó de la representación, de la imagen. Yo me quedé con las palabras que la mudez de Salvatierra dejó de lado.” (p. 151) Al final del día, el fluir de la historia, de padres a hijos, es la vida misma y el arte posible, o el mismo arte y la vida posible.

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