Me salió un poco
excesivo el título para un apunte de lectura de pocas palabras, pero eso me parece
que es lo fundamental de Patria, la novela sobre ETA y el nacionalismo vasco de
Fernando Aramburu. Y me parece que lo es porque al final es menos una novela
sobre ETA y el nacionalismo vasco que una sobre el extremismo político; sobre lo que pasa a una comunidad cuando lo político se va de cauce, cuando lo político nos deshumaniza (contra aquello de que el hombre es un animal político).
Patria es una novela
sobre dos familias vascas que fueron muy cercanas y que se alejaron por política.
Dos familias en un pueblo chico, donde se conocen todos, y divididas por la
guerra civil. En una península (¿vieron cómo evité decir país?) que ya había
tenido una tremenda guerra civil con cientos de miles de muertos, Aramburu
parece decirnos en esta novela que hubo otra, de cantidades menores pero quizás
de no menor intensidad. Quizás, justamente, de mayor intensidad por estar inscripta en una menor superficie. Y justamente la novela trata de cómo esa guerra civil se inscribe en la superficie emocional y en el entramado social de personas reales. Las dos familias eran muy cercanas: los padres amigos
entre sí, las madres amigas entre sí, los niños que se me mezclaban. Pero en
una de las familias aparece un terrorista y en la otra aparece una víctima y de
un día para el otro dejan de tratarse como personas.
Un día, uno de los padres (el Txato), no le paga el impuesto revolucionario a ETA y ETA lo identifica como enemigo. “De la noche a la mañana mucha gente del pueblo
empezó a negarles el saludo. ¿El saludo? Eso es mucho pedir. Hasta la mirada
les negaban. Amigos de toda la vida, vecinos, también algunos niños.” (l. 1059)
El nacionalismo se había convertido en algo tan potente que cualquier acusación
de ETA era incuestionada por amigos de toda la vida y ahí aparece el silencio y
la mentira; y el nacionalismo sin estado casi como un totalitarismo: “en esta
tierra nuestra la verdad murió hace mucho tiempo” (l. 3491); “En un país como
este lo mejor es callar” (l. 3614); “¡País de mentirosos y cobardes!” (l.
4658); “el país de los callados.” (l. 6371) Ahí es cuando pienso que la
historia va más allá de las familias y de Euskadi y se va hacia lo que puede
generar la política cuando deja de incluir y pasa a reducirse a la lógica de
amigos y enemigos.
Más allá de lo
político, Patria es una novela. Y en muchos sentidos muy exitosa en meternos
ahí, en ese contexto, en cómo se desarrollan durante décadas dos familias. La
novela comienza el día que ETA le da fin a la lucha armada, y de allí va hacia
atrás y hacia adelante, una y otra vez, contando qué pasó con esas familias y
ese pueblo y todo Euskadi durante el período de lucha armada, y en los años posteriores, donde
tanto las víctimas como los contendientes parecen estorbar a una sociedad que
quiere dar vuelta la página. Aramburu lo hace con capítulos muy cortos en los
que va cambiando el foco de un personaje a otro, usando terceras personas que de pronto mutan en primeras, y yendo hacia atrás y hacia adelante en el tiempo una y otra vez; incluso muchas veces los mismos hechos contados desde distintas perspectivas. Esto no torna confusa a la novela, lo cual es un logro, pero a veces sí un poco repetitiva. Por otra parte, Aramburu cuenta todo esto a veces con humor (“Y la ama, que tiene aproximadamente la misma
sensibilidad y la misma empatía que el tubo de escape de una moto” - l. 1109), a
veces emocionando y siempre con un español que suena hablado, como si todos
estos vascos estuvieran frente a nosotros tratando de hacer de cada memoria
individual la memoria colectiva de una sociedad que sufrió, buscando juntar
todas esas voces para evitar la desolación del silencio, para ser de vuelta una
comunidad, de distintos, juntos.
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