Releí, después de
bastante tiempo, La larga agonía de la Argentina peronista, un ensayo sobre la
dificultad de la Argentina por dejar atrás una forma de sociedad insostenible.
El argumento central es que el peronismo creó una estructura social a la vez
inviable y en apariencia indestructible. Una economía de sustitución de
importaciones cerrada al mundo, alejada de la productividad necesaria para
generar mejores condiciones de vida de manera sostenible, pero con una
estructura social (“factores de poder”) y política (no limitada al peronismo)
que prometía y defendía justamente eso.
Dice Halperín:
mientras “la revolución peronista supo crear una fuerza política cuya
supervivencia estaba asegurada por sus poderosas raíces en la sociedad que
había plasmado, sólo tres años después de la irrupción del peronismo comenzaba
ya a hacerse evidente la fragilidad de las raíces económicas de esa nueva
sociedad.” (p. 28) Efectivamente, ya en el segundo plan quinquenal impulsado
por Perón hay una respuesta a esa fragilidad. Pero el peronismo “había logrado
en efecto crear una sociedad nueva, que había adquirido una vida propia y,
aunque no tenía modo de perdurar, sencillamente se rehusaba a morir.” (p. 29)
Esa sociedad es como uno de esos noviazgos nocivos en los que los enamorados no
logran vivir juntos ni separados; y cuyas sucesivas crisis son cada vez más
profundas y dolorosas.
Efectivamente, desde
entonces, la vida social y política argentina está cruzada por esa
contradicción y enfrenta momentos de extremo dolor en busca de una resolución
de esa contradicción. El terror del último régimen militar deriva en parte de
“los dilemas nunca resueltos que ese perfil de sociedad arrastraba desde su
origen” (p. 69) pero tampoco logra cambiar esa estructura social. Y Alfonsín
“entendió su mandato” casi exclusivamente como “un reajuste del encuadre
institucional” (p. 118), como “la regeneración institucional” y no la
transformación “de una sociedad a la que se rehusaba a ver como problemática”.
(p. 119)
Si el último régimen
militar es la cara política de la contradicción fundamental, la económica es la
hiperinflación, la segunda gran crisis. “La hiperinflación constituyó así el
momento resolutivo en la interminable agonía, que llegaba así a su términos
para la sociedad forjada por la revolución peronista.” (p. 140) A ese momento
“debe su fuerza el orden socioeconómico y político” del menemismo, desde donde
Halperín escribía este ensayo. ¿Terminó realmente allí aquella agonía?
Argentina tendría otra crisis dramática en 2001-2002 y todavía busca consolidar
una transformación económica que permita el mejoramiento sostenible de las
condiciones de vida.
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