lunes, 13 de mayo de 2019

Un grito que vuelve sin haber salido



Leí Enero, de Sara Gallardo, un libro excepcional de 1958 reeditado el año pasado por Fiordo.
Enero retrata en pocas páginas el sufrimiento de Nefer, la hija de unos puesteros en algún lugar de la Pampa húmeda - “Más al Oeste, el monte de la estancia duerme como un gran barco sombrío, protector de los montecitos de los puestos, que uno tras otro apagan sus luces y se van fundiendo con el llano.” (p. 17) Nefer, que vive en un puesto con sus padres, sufre por un amor no correspondido y porque quedó embarazada y no sabe qué hacer al respecto.
Gallardo transmite con maestría la angustia permanente de su protagonista, una angustia que queda retenida, atrapada. (“Un grito fuerte sube, se detiene en sus dientes y vuelve a bajar sin haber salido.” p. 10-11) En un momento Nefer piensa en la posibilidad de abortar como la de liberarse de una carga y ese me parece que es, en última instancia, el gran tema de la novela; la falta de libertad de esta chica, atrapada entre los mandatos de familia, religión y patrones y los deseos de otros.
Con una prosa ecualizada, la novela logra notablemente ponernos en el campo argentino de mediados de siglo XX. Lo escuchamos en los diálogos (como en el saludo entre Nefer y una ex compañera en la carnicería: “_Qué hacé. / _Qué decí.” - p. 29) y en la radio de fondo, con una comedia o una carrera, mientras olemos el cuero y el barro y el pasto mojado sin que Gallardo nos hable de olores, y que empieza y termina con referencias a una cosecha, una intersección especial entre naturaleza y sociedad.

Otras citas
“con la mano arrea modestos rebaños de miguitas por el hule gastado de la mesa.” (p. 9)
“El alma está negra, el alma como el campo con tormenta, sin una luz, callada como un muerto bajo la tierra.” (p. 15)

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