Leí Enero, de Sara Gallardo, un libro
excepcional de 1958 reeditado el año pasado por Fiordo.
Enero retrata en pocas páginas el
sufrimiento de Nefer, la hija de unos puesteros en algún lugar de la Pampa
húmeda - “Más al Oeste, el monte de la estancia duerme como un gran barco
sombrío, protector de los montecitos de los puestos, que uno tras otro apagan
sus luces y se van fundiendo con el llano.” (p. 17) Nefer, que vive en un
puesto con sus padres, sufre por un amor no correspondido y porque quedó
embarazada y no sabe qué hacer al respecto.
Gallardo transmite
con maestría la angustia permanente de su protagonista, una angustia que queda
retenida, atrapada. (“Un grito fuerte sube, se detiene en sus dientes y vuelve
a bajar sin haber salido.” p. 10-11) En un momento Nefer piensa en la
posibilidad de abortar como la de liberarse de una carga y ese me parece que
es, en última instancia, el gran tema de la novela; la falta de libertad de
esta chica, atrapada entre los mandatos de familia, religión y patrones y los
deseos de otros.
Con una prosa
ecualizada, la novela logra notablemente ponernos en el campo argentino de
mediados de siglo XX. Lo escuchamos en los diálogos (como en el saludo entre
Nefer y una ex compañera en la carnicería: “_Qué hacé. / _Qué decí.” - p. 29) y
en la radio de fondo, con una comedia o una carrera, mientras olemos el cuero y
el barro y el pasto mojado sin que Gallardo nos hable de olores, y que empieza
y termina con referencias a una cosecha, una intersección especial entre
naturaleza y sociedad.
Otras citas
“con la mano arrea
modestos rebaños de miguitas por el hule gastado de la mesa.” (p. 9)
“El alma está
negra, el alma como el campo con tormenta, sin una luz, callada como un muerto
bajo la tierra.” (p. 15)
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