lunes, 10 de octubre de 2022

Respirar


 

Cuando murió Ángeles Salvador sentí que moría una amiga aunque creo que nunca la conocí. Digo creo porque dimos vuelta por el mismo mundito, porque nos cruzamos algunas palabras por Twitter, y nos habremos cruzado en eventos de la logia del sensei de Talcahuano. Cuando murió me entristecí por todos los amigos que tuvimos en común y que escribieron cosas tan lindas sobre ella, por sus hijos y por sentir que me había perdido de conocer a una persona muy especial.

Tenía pendiente hace un buen tiempo leerla. Siempre supe que la leería pero por alguna razón nunca me llegaba el momento. La semana pasada fui a una librería para comprarle libros a una amiga que vive fuera de la Argentina y se me ocurrió llevarle los dos libros de Belén y el de José Santamarina. Pero después, cuando me di cuenta de que yo no tenía qué leer, me bajé El papel preponderante del oxígeno al Kindle.

Lo leí en uno o dos días y sentí que por momentos su ritmo desaforado y ajustado me dejaba sin aliento, pero sentí también al mismo tiempo el aire de libertad de una voz que sale al mundo a decir lo que quiere. El papel del oxígeno es su absoluta necesidad para la vida y también, quizás, su falta que nos aprieta y nos marca el camino.

El papel preponderante del oxígeno es la historia de una mujer que se hace mujer en el menemismo, donde todo parece cambiar: “Nos cambiaron las características del teléfono, las siglas de las empresas de servicios, las puertas de los ascensores, los almacenes por los chinos, el cajero por los cajeros, los artículos de la constitución, el horizontal por el zapping, la taradez por la ironía” (l. 385). 

Una mujer que se hace un lugar como peluquera, desde donde comienza a entender el funcionamiento de las clases en Argentina: “Un sábado me citó en su casa para peinarla por su segundo casamiento, con el contador del gimnasio, un exrugbier del CASI, un hermoso club de ricos tradicionales, de ricos buenos, donde nadie juega voley” (l. 188). 

Y que aprende a ser mujer: “Ni me compré la licuadora de la que todos hablan, ni me fui a Europa; yo aprendí a hacer el corte en cinco capas, desmechado, aprendí a mentir, a no sufrir pensando en el Big Bang y a garchar. Garché como una loca, porque las locas garchan bien, en silencio, en departamentos y en quintas, en discotecas, en escritorios. Con la convicción inaudita de una geisha, la delicadeza emocionada de una hambrienta y el desamor de una mucama” (l. 392).

El libro es duro y tierno a la vez, cínico y romántico: “En planta baja el asco pugnaba con el amor, como quien dice la realidad con el engaño” (l. 877) y siento que eso pasa durante el libro. Al final se pone más oscuro y me cuesta procesar la última parte. 

Solo puedo decir que me quedaron ganas de seguir leyendo, seguir recibiendo la prosa de Salvador como oxígeno, sentir luz después de salir a la superficie, abrir los y respirar con la boca bien abierta.

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