lunes, 26 de septiembre de 2022

Bildungsroman encubierto


Leí hasta que no haya nada, de José Santamarina, un escritor al que sigo desde hace años y de quien esperaba hace años su ópera prima.

hasta que no haya nada es un Bildungsroman escondido en una colección de cuentos pero sobre todo es un libro hermoso, especialmente si viviste los noventa desde su sector, que es mi sector, de la sociedad argentina.

Hubo un momento durante el gobierno de Macri en el que la gente repetía una y otra vez que era un gobierno de chicos del Newman. Yo me hacía el ofendido y decía: no es cierto, también somos unos cuantos los del San Andrés.

Santamarina, que no fue parte del gobierno de Macri, arrancó su primaria en el Newman justo diez años después de que yo la hiciera en el San Andrés: sus grados coincidían con los años, desde 1991 a 1997, como los míos desde 1981 a 1987.

(Me hicieron notar hace unos meses que mis apuntes de lectura hablan cada vez más de mí y menos de los libros. Quizás con algunos libros me animo a escribir más lo que me hacen ellos a mí, lo cual entiendo que debería interpretarse como un gesto de amor.)

Digo que hasta que no haya nada es un Bildungsroman escondido detrás de una colección de cuentos porque así, en cuatro textos sin continuidad, nos cuenta cómo es que aquel chico que en 1981 entraba a esa escuela se convirtió en este hombre que escribe hoy.

El primero de los textos, “Como recuperar una pestaña cerrada”, es más una novella que un cuento corto. Comienza con José de chiquito y termina con José a los treinta y pico, viendo con naturalidad y perplejidad que uno de sus amigos de entonces es un padre de cuatro niños y que él mismo está evaluando la compra de una Thermomix.

En el medio pasan los temas que construyen ese pasaje: el colegio que lo formó, la clase social, su clase social, la religión, la música, el grupo de amigos, las muertes, el miedo, la memoria, los 90, la escritura. El miedo.

¿Qué es un escritor? Una persona desdoblada, que se guarda cosas, que tiene una vida interna que es “un texto paralelo escribiéndose adentro, queriendo salir” (p. 25). Es alguien que recuerda, que se anima “a revisitar, a bancarse uno mismo en el pasado” (p. 67).

Crecer es que los recuerdos se alejen y escribir es ayudar a dejarlos atrás: “Hay un momento indefinido en que la mente empieza a traer las mismas escenas, con la misma precisión con que las trajo siempre, pero las cosas empiezan a quedar más lejos. (...) Pareciera que las que quedan son las importantes y que las otras son las prescindibles, pero capaz que no. (...) Me parece que escribo para que esas también se pierdan. Que ponerle palabras a las cosas es perseguir la ilusión de que lo que importa ya no importe. Que escribo para dejar las cosas atrás” (p. 114).

El texto que le sigue, “Arial verde sobre fondo rosa fluorescente”, es un cuento hermoso que hace doble click sobre un momento más acotado durante la adolescencia. Y sobre la muerte.

Escrito en segunda persona, el cuento había sido publicado en Nenes bien, donde era claramente de un orden de calidad distinto a los relatos que lo acompañaban. Los temas repiten a muchos de la novella anterior, incluyendo el miedo, la clase, el rugby, la vergüenza y la inhibición, pero sobre todo el tema de la muerte.

Como en todo Bildungsroman, Eros y Tánatos juegan.

El otro cuento propiamente dicho del libro es “La línea T”, donde José sale de la universidad y entra al mundo laboral con la comodidad de la gente de nuestra clase y prosigue la búsqueda, en teatro y en terapia, de su propia voz.

Finalmente, “Una silla en el aire”, un texto de no ficción, es un doble click sobre la decisión de convertirse en escritor (si existe tal cosa). “Yo ya intuía que eso no se puede explicar. Que las experiencias alrededor de una inclinación tan íntima y molesta como la escritura son intransferibles” (p. 209).

Además, hábilmente identifica una tradición propia, la tradición literaria del Newman, y mata al padre, Juan Forn, diciéndole: así se escribe desde el Newman, y no como lo hacías vos. Así, directo, derecho, sin vergüenza; o con vergüenza pero sin ocultamientos. “Escribir es decir, todas las veces, acá estoy yo. Levantar la mano no para pedir permiso sino para tomar la palabra” (p. 236).

Ser escritor también es traicionar y poner límites a la traición. Tras un primer éxito público con la escritura, el padre no queda del todo feliz y José se da cuenta de “que iba a tener que caminar en puntas de pie para evitar los deslices, para cuidarlos y cuidarme, para no ningunear nunca el amor ni la vida en tres dimensiones pero igual perseguir la pulsión desleal que tiene toda escritura” (p. 217).

Darse cuenta que se es escritor, que la escritura lo encontró, es darse cuenta de que hay que encontrarse con el pasado y desencontrarse con la comprensión de ese pasado.

Y da miedo, claro. Esa emoción recorre los cuatro textos, está presente en los cuatro textos; lo dice más claro quizás en “Como recuperar una pestaña cerrada” (“A los diez años, igual que a los veinte, igual que a los treinta, el miedo no está hecho de miedo sino de pensar. Alcanza con ubicar un deseo, ponerse un objetivo o encarar una tarea y preguntarse si uno puede, si no va a salir lastimado: la pregunta ya es el miedo” - p. 42).

En miedo está presente en los cuatro porque el Bildungsroman encubierto es, en este caso, cómo se convirtió en un hombre y un escritor, pero no por sacarse los miedos de encima, sino por aprender a convivir con ellos. Porque “A la escritura, como a la música, como al sexo, como al mar, se entra pensando que uno sabe quién es y se sale no teniendo ni idea” (p. 238).

Un libro hermoso hasta que no haya nada. Compren y lean. Yo ahora comenzaré mi espera del próximo libro de José.

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