lunes, 14 de noviembre de 2022

Sentencias

 


Leí La última fiesta, de Ángeles Salvador, de quien también leí tardíamente su otra novela, El papel preponderante del oxígeno.

La última fiesta es una novela sobre la corrupción o sobre la responsabilidad, que quizás es lo mismo. Leí medio mal la novela, de una forma muy entrecortada, y tardé semanas en sentarme a escribir sobre ella. Voy a decir poco: que es una voz tremenda, con sentencias duras, que te cuenta y te convence de una manera de mirar la vida; que es un mirada muy divertida y con bella ironía de la politiquería argentina, del mediopelismo vernáculo; que es una narración tremenda y directa, intercalada de menúes de comidas de los personajes y de audios de WhatsApp de personajes secundarios que tejen por detrás.

Pero me quedo con las sentencias. Acá van algunas:

El deseo: “Yo empezaba a darme cuenta de que era hermoso ver a un hombre volverse loco, hacer, marcar, pedir a gritos ejecutar su novedad, sus fantasías prostibularias, y entonces ese más, que no dejaba de ser iniciático y premonitorio a la vez, ese más que se repitió durante todo aquel verano, era entre Guillermo y yo un pacto por corromper” (p. 29).

Los perros: “me empecé a encariñar con ellas, por costumbre y porque me hicieron la típica emboscada tierna de los perros” (p. 40).

La palabra: “La palabra es primero.” (p. 41).

Los hombres: “Les cuento un secreto que vale guita: casi todo político soñó con ser un crack, pero no se le dio, por rotura de ligamentos, por procedencia de clase, por morfón.” (p. 79).

Las mujeres: “si cada mañana no me plancho el pelo doy uruguaya de Rocha” (p. 100).

Los hombres (bis): “El trillizo abre grandes los ojos y me muestra lo que quería que mirara: una verga común.” (p. 151).

La corrupción: “Así vivimos la tercera ola de amor de nuestra pareja. La primera ola, el verano. La segunda ola, la noche gourmandise, y la tercera ola, la tajada. Pensábamos que era merecida, es decir, que estaba mal pero estaba bien.” (p. 183).

La tecnología: “Pusieron mis dos vibradores en la mesa del comedor al lado de mi iPad y de la pava eléctrica que les había prestado Fina”. (p. 194).

El matrimonio: “Tenía que comenzarlo y tenía que pedirle piedad, las dos cosas a la vez. Pero como ella nunca tuvo marido no la creí capaz de manejar esa ambigüedad.” (p. 259).

Las mujeres (bis): “entonces solo me dediqué a hacer comentarios maliciosos sobre ella, su ropa, su cara, su estatura inacabada.” (p. 267).

La responsabilidad: “Todos los días en la cárcel del arrepentimiento son así: melancólicos y sin ningún respeto por el destino. La culpa es siempre de uno.” (p. 269).

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